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Authors: Alberto Cardín

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Movimientos religiosos modernos (5 page)

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Posteriormente, Matsu Hito elaboró una especie de culto político, frío y formalista —obligatorio como doctrina cívica para todo ciudadano, fuera cual fuera su religión personal— a partir de varias divinidades y héroes míticos shintoístas, culto que recibió el nombre de Shinto de Estado. Así, el chamanismo oculto en el shintoísmo y el budismo popular del Sutra del Loto se convirtieron en simples sectas complementarias del culto estatal.

Serían estos elementos tradicionales los que, fundidos con determinados elementos aportados por los recién llegados misioneros protestantes, darían lugar a las nuevas sectas japonesas, de entre las cuales la más modélica será el
Tenri-kyo
(Doctrina de la sabiduría divina), fundada en 1863 por una mujer, Nakayama, dotada de todas las características psíquicas de los chamanes del este asiático (trances, visiones, accesos epilépticos). El elemento cultural básico de dicha secta era una danza extática, el
kagura-tsutsome
, que degeneraba a veces en disturbios populares, lo que provocó al principio una cierta persecución de la secta por parte del gobierno imperial. Por lo demás, el Tenri-kyo, como la numerosa genealogía de sectas calcadas sobre su modelo, constituyó una especie de sociedad paralela con fábricas, grupos de trabajo y centros de esparcimiento propios, que parece haber servido de modelo de organización no sólo a la numerosa genealogía de sectas japonesas surgidas o relacionadas con ella, sino incluso a otras, como la secta Moon.

De las sectas japonesas modeladas sobre el ejemplo del Tenri-kyo, la más famosa es sin duda el
Sokagakkai
(Sociedad para la Creación de Nuevos Valores de la Vida), fundada en 1930 por Makiguchi Tsunesaburo, y que hoy en día no sólo cuenta con varios millones de adeptos, sino que constituye toda una fuerza social y política a través del Komeito —tercer partido político en representación parlamentaria—, estrechamente relacionado con la secta. Su influencia se desarrolla fundamentalmente entre las masas trabajadoras japonesas, cuyas reivindicaciones pretende defender.

M
ESIANISMO, TRANCE Y REBELIÓN

En los márgenes de la red de núcleos urbanos creados por la expansión de Occidente, las culturas rurales o primitivas recibían, o bien la influencia y la explotación directas de la civilización occidental, o bien una influencia indirecta, no menos deformante, que les llegaba en forma de retazos altamente mitificados.

En algunos casos, influencia y explotación se tradujeron en traslados masivos y continuados de población de un continente a otro, como fue el caso del secular traslado de negros de África a América, que duró desde el siglo
XV
hasta el
XIX
. En otros, simplemente la cultura rural era arrasada, como ocurrió con los indios de las llanuras, los bosques y las praderas americanos por el avance imparable de la cultura blanca hacia el oeste del continente. Otros, finalmente, sufrían las consecuencias de la introducción masiva de incentivos tecnológicos procedentes de una cultura más avanzada, que terminaban por destruir las relaciones sociales y económicas de la cultura así asaltada, y finalmente su entorno ecológico.

En los casos más benignos, la cultura primitiva, suficientemente alejada de los establecimientos, factorías o bases occidentales, sufría las consecuencias de una distorsión mítica: las noticias sobre un Eldorado fabuloso, situado más allá de los bosques, que sacaría de la miseria a la cultura en cuestión. Tal es lo ocurrido con las más alejadas de la
infección
occidental —las melanesias— después de la última guerra mundial.

En todos estos casos los grupos humanos afectados, dotados de muchas menores defensas culturales, técnicas y demográficas, sufrían una invasión masiva de elementos de la cultura extraña y superior.

La reacción frente a este tipo de fenómenos suele ser de dos clases: mística o agresiva. Y aun dentro del primer tipo de reacción podrían discernirse dos formas distintas: extática y apocalíptica, por más que en el modo de reacción agresiva aparezca siempre cierto componente apocalíptico.

Desde luego, las formas sencillas de agresividad fueron desde un principio las de la huida pura y simple a zonas más alejadas de los centros occidentales. Así ocurrió con los negros cimarrones, que en las Guayanas francesa y holandesa lograron reconstruir un nuevo tipo de tribalismo africano. O con los llamados caribes negros, surgidos de la mezcla entre los negros huidos de las plantaciones antillanas y los últimos restos de indios caribes y arawak conservados en las más pequeñas de las Antillas y la costa de Belice.

Formas de agresividad apocalíptica fueron todos los movimientos indios, desde el culto de la Cruz Parlante —rebelión profética de los indios maya, dirigida en el siglo
XVI
contra la primera implantación española en el Yucatán— hasta las diversas
danzas de los espíritus de los pieles rojas
, que culminarían en el gran movimiento religioso-guerrero predicado por el paiute Wovoka en 1890 y al que Sitting Bull prestaría su adhesión.

Estos movimientos místico-apocalípticos, que predicaban la cruzada contra el blanco y prometían una vuelta a la situación de comunión con la tierra previa a la llegada de los occidentales, surgieron como resultado de la fusión del rito de iniciación guerrera denominado Danza del sol —practicado por casi todas las tribus de las llanuras— con el culto extático del peyote, que desde el norte de México se había extendido a todas las llanuras desde mediados del siglo
XIX
, y con las diversas corrientes revivalistas y pentecostales cristianas difundidas por el Oeste con el avance de los blancos.

Tras el asesinato de Sitting Bull, el 15 de diciembre de 1890, y la derrota del último grupo de guerreros adeptos de la Danza de los espíritus, el culto del peyote quedó definitivamente separado de cualquier veleidad guerrera y de toda añoranza del pasado, convirtiéndose cada vez más en una secta calcada sobre el modelo de las cristianas, en la que el culto central consistía en la ingestión comunitaria de la planta alucinógena para conseguir una visión del Espíritu Santo. En 1936 constituirían incluso la Native American Church of the United States (Iglesia Nativa Americana de Estados Unidos).

En cuanto al extatismo puro y simple, conseguido mediante la danza y la música hipnóticas, su tierra de elección ha sido, sin duda, Brasil y el Caribe, donde los cultos africanos de los antepasados y los dioses ancestrales, traspuestos bajo nombres de santos cristianos, y la mitificación del África como paraíso del pasado y mística tierra de promisión del futuro dieron lugar a numerosos ritos apenas diferenciados más que por el nombre, y entre los que suelen ser los más conocidos el vudú antillano y la macumba de Río de Janeiro.

El movimiento
rastafari
, creado en Jamaica durante los años treinta, tiene interés por ser el último dado a conocer y por su integración de muchos de los elementos de la contracultura americana, lo que hizo de él el último movimiento músico-contracultural de Occidente, entre los años 1974 y 1978.

L
A
RELIGIO PERENNIS

A mediados del siglo pasado, las minorías intelectuales críticas, pertenecientes a esa capa superior de la civilización que antes señalábamos como la única plenamente urbana, ante el presentimiento del fracaso de la ciencia como panacea universal y ante los horrores de la técnica que empezaban a presenciar, se hallaban casi obligadas a una triple elección: huir hacia culturas más naturales o más espirituales que la suya propia, escapar hacia el mundo de los espíritus superiores —que los mismos científicos empezaban a percibir—, o bien unirse a los movimientos proletarios que aún conservaban la esperanza ilustrada, ligeramente modificada, de un mundo humano más digno y fraterno gracias a los progresos de la ciencia.

La mayor parte de los individuos pertenecientes a las clases altas, sobre todo los ingleses, eligieron el primer camino, para lo que no tenían sino que variar la ruta; en vez de encaminarse hacia el Mediterráneo oriental, como venían haciendo desde lord Byron, a principios del XIX, podían circunvalar África y llegar hasta la India virreinal inglesa, donde creían ver concentrada la más antigua sabiduría de la humanidad bajo la forma de religiones aparentemente no desvirtuadas por un sacerdocio profesional, y que se encontraban en perpetua efervescencia.

La
Pax Britannica
, instaurada tras el sofocamiento de la rebelión de los cipayos, permitía a estos burgueses y aristócratas ilustrados recorrer sin peligro alguno los santuarios indios y estudiar sin perturbación la sabiduría milenaria que creían ver inscrita en las doctrinas budistas e hinduistas. Y en esta indagación se vieron ayudados por los miembros de las castas elevadas indias que, habiendo optado a nivel técnico por los beneficios de la civilización occidental, pretendían preservar lo mejor de sus tradiciones religiosas y culturales. Surgieron así, casi a un tiempo —y acabaron necesariamente confluyendo—, los movimientos reformadores del hinduismo y las diversas corrientes teosóficas europeas.

Una ruso-polaca perteneciente a la alta burguesía, Helena Blavatsky, sería en este momento —como más tarde, en otra época crucial, George Gurdieff— la que daría impulso en Europa a la nueva síntesis entre sensibilidad occidental y misticismo oriental que recibiría el nombre de teosofía. Mujer viajera y arriscada, Blavatsky llevaba siete años recorriendo Oriente cuando volvió a su Rusia natal en 1858. Allí, como más tarde en Inglaterra, contactaría con los cenáculos espiritistas y masónicos existentes —herederos del esoterismo europeo tradicional, forjado bajo los auspicios del universalismo ilustrado—, a los que comunicaría sus nuevos descubrimientos espirituales realizados en Oriente. En 1874, y después de trabar conocimiento con el coronel Olcott, profundo conocedor del hinduismo tras varios años de servicio en la India, fundaría con él la Sociedad Teosófica, cuyas logias experimentarían bien pronto una amplia difusión por toda Europa.

Blavatsky, y sobre todo su discípula, Annie Besant, entrarían en contacto en la India con los movimientos hindúes tradicionalistas —como el
Arya Samaj
, de Dayananda Saravasti— y reformadores —como el
Bramo Samaj
, de Mohun Roy—. Ambos movimientos coincidían en propugnar un retorno a las fuentes del pensamiento religioso indio, es decir, a la sabiduría ritual contenida en los vedas y a la metafísica que guardaban los
Upanishad
, despojando al hinduismo de las adherencias politeístas posteriores.

El punto de confluencia de las tres corrientes se hallaba en su reconocimiento de un saber único y originario sobre los misterios de la vida humana, que se encontraba en su estado más puro en dichos textos antiguos. Los teósofos añadían, además, que esta tradición originaria estaba presente en las enseñanzas de todos los grandes reformadores religiosos, que no habían pretendido otra cosa, en cada momento histórico, que devolver a su pureza el mensaje prístino, por más que pronto sus enseñanzas resultaran de nuevo desvirtuadas. Discernían, por esto mismo, una enseñanza esotérica o subterránea, transmitida a través de sectas marginales u oculta bajo metáforas diversas en los libros más conocidos de los grandes maestros de todas las religiones. De ahí la insistencia de Besant, de la misma Blavatsky y del discípulo de ambas, Schuré, en hablar de la «doctrina de los grandes iniciados», como una doctrina uniforme, presente por igual —bajo disfraces diversos— en Cristo, Mahoma, Confucio o Buda.

Esta unidad fundamental de todas las enseñanzas religiosas verdaderamente válidas es a lo que los actuales teósofos han dado el nombre de unidad trascendental de las religiones. Y el libro más completo, en lo que a recopilación de citas en forma de manual se refiere, reunidas bajo diversos epígrafes didácticos o significativos, es precisamente
La filosofía perenne
, de Aldous Huxley, quien no contento con las doctrinas esotéricas como tales, añadirá aún a esta unidad trascendental de lo religioso la experiencia de la droga.

E
TNOLOGÍA Y MALA CONCIENCIA

Suele atribuirse a la etnología un origen humanitario y progresista, que unos sitúan en Montaigne y otros en Rousseau, y que en ambos tiene que ver con la admiración que demuestran ante la vida equilibrada y sabiamente adecuada a su entorno del primitivo.

No menos humanitario por su intención, aunque claramente abocado a la sustitución de las creencias indígenas por la fe cristiana, es el origen del estudio de las costumbres primitivas que algunos descubren ya en los cronistas de Indias, cuya principal función, según los propios autores declaran, es conocer la idiosincrasia del indio para ver la mejor manera de darle a conocer la nueva fe.

Sea cual sea ese origen remoto, lo cierto es que la etnología académica tuvo su origen en un fiel creyente cristiano, racista sin rebozo, de nombre Edward B. Tylor, a quien el estudio de las costumbres exóticas interesaba sobre todo para poner de manifiesto los restos de primitivismo aún observables en nuestra civilización.

La etnología —o antropología social, como gustan de decir los ingleses— que de Tylor surgió se abocó principalmente a servir a los intereses del colonialismo británico, afanándose en proporcionar datos al Civil Service de ultramar con los que manejar de la manera más segura y rápida a los indígenas encomendados a su custodia. Se trataba, claro está, de dotar ideológica y técnicamente a una minoría que tenía que enfrentarse con grupos humanos que, aunque débiles frente a la amenaza de la técnica europea, podían resultar difíciles en épocas de paz —como sucedía en África y Oceanía sobre todo.

En el norte del continente americano, en cambio, el problema era muy otro: una oleada masiva de inmigrantes europeos, que superaba los treinta millones de individuos a mediados del pasado siglo, se había echado encima, en cuestión de pocas décadas, sobre una serie de pequeños grupos humanos autóctonos que, al parecer, no superaban en su conjunto los tres millones de seres. A finales del siglo, las guerras, la destrucción de sus medios de vida y las enfermedades transmitidas por los europeos habían reducido dicha población a poco más de un tercio de esa cifra. De pronto, una serie de estudiosos americanos —buena parte de ellos hijos de inmigrantes recientes, o recientemente naturalizados ellos mismos— se dieron cuenta de que las culturas aborígenes americanas estaban a punto de desaparecer y que con ellas se perdería una inmensa riqueza cultural para el patrimonio común de la humanidad.

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