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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (37 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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—¿En qué puedo ayudarle? —dijo Norbert Eitel, y con un gesto de la mano les indicó que deberían ocupar un asiento en torno a la mesa de reuniones oval. Antes de que Fabel pudiera responder, añadió—: ¿Les apetece algo…, un café, un té?

—Nada, gracias. —Fabel contestó por todos. El abogado y Eitel padre ocuparon sus asientos—. Nos gustaría hacerle unas preguntas sobre Angelika Blüm. ¿Podría decirme qué tipo de relación tenía con ella, a nivel personal y profesional?

—Personalmente, no tenía demasiada relación con ella; y profesionalmente, no tenía ninguna. Para serle sincero, Angelika despreciaba nuestras publicaciones. Consideraba que ella jugaba en una liga distinta.

—¿Y usted no está de acuerdo con su opinión?

Norbert Eitel se rió.

—Tenía un gran concepto de las aptitudes de Angelika. Pero también considero que nuestros títulos son un producto de calidad. El principal contacto que tuve con Angelika fue a través de eventos de negocios y amigos comunes. Éramos conocidos.

—Y usted, Herr Eitel —Maria se dirigió a Eitel padre—, ¿qué trato tenía con Frau Blüm?

Wolfgang Eitel echó la cabeza hacia atrás y miró a Maria con aires de superioridad.

—Ninguno. Bueno, sólo nos vimos una vez, en el Altona Krone…, hará un par de semanas.

—Pero me atrevería a decir que no gozaba de mucha popularidad entre ustedes dos precisamente… —Maria dejó la idea en el aire.

—No entiendo… —Norbert Eitel utilizó la jovialidad de sus facciones para esbozar una sonrisa confusa mientras su padre permanecía impertérrito.

—Frau Blüm estaba a punto de publicar un artículo en el que afirmaba que estaban ustedes involucrados en temas de especulación inmobiliaria con participación de intereses extranjeros. —Maria habló con un tono de voz uniforme y autoritario. Fabel miró fijamente a Norbert Eitel, quien estaba resuelto a no demostrar sorpresa alguna por el farol que se había marcado Maria. La sonrisa de Eitel no dio muestras de cambiar, y al mantenerla durante tanto rato, se volvió falsa. Maria había dado en el clavo. Pero fue el padre de Norbert quien habló.

—Herr Hauptkommissar Fabel, desconocíamos que Frau Blüm tuviera intención de publicar un artículo sobre mi hijo o sobre mí. Es cierto que tenemos intereses inmobiliarios. Es cierto que hacemos negocios con otros países. Mi propia carrera profesional estaba basada en las importaciones y las exportaciones. Si Frau Blüm iba a publicar un artículo sobre nosotros, no sólo lo desconocíamos por completo, sino que puedo asegurarle que no tenemos ni idea de cuáles serían los motivos del artículo en cuestión.

Fabel cambió de táctica.

—Creo que sirvió usted en el Ostfront durante la guerra. Estaba al mando de un batallón de ucranianos, ¿verdad?

Una chispa se convirtió en una llama que se convirtió en un fuego intenso en los ojos de Eitel. Pero nada de aquello se filtró a su voz, su expresión, sus movimientos.

—La verdad es que no veo qué tiene eso que ver, Herr Hauptkommissar… —Fabel tuvo la sensación de estar mirando el corazón de un reactor nuclear a través de un metro de cristal con óxido de plomo; como si fuera testigo de algo excepcionalmente poderoso y mortal, pero contenido.

—Sólo lo digo porque Ucrania tiene un papel destacado en nuestra investigación. —Era cierto, pero ¿cómo lo interpretaría Eitel? Fabel hizo una pausa para invitarle a que hiciera algún comentario.

Wolfgang Eitel se alisó el pelo de marfil de las sienes con las manos. Sin embargo, fue su hijo quien habló.

—Tenemos intereses empresariales por toda Europa y fuera de ella. Somos propietarios de publicaciones en Holanda, Polonia, Hungría. En nuestros negocios inmobiliarios participan empresas de Estados Unidos así como de Ucrania. No veo que eso tenga, en sí mismo, ningún interés periodístico especial.

Bingo. Fabel y Maria intercambiaron una mirada rápida y furtiva. Fabel se esforzó porque la euforia del descubrimiento no se reflejara en su expresión. Volvió a dirigirse a Wolfgang Eitel.

—Creo que todos sabemos que el artículo de Frau Blüm se basaba en algo más que un simple negocio con socios de la Europa del Este, ¿verdad?

—En ese caso, sabe usted más que yo, Herr Fabel.

Waalkes, el abogado, los interrumpió.

—Creo que esto ya ha ido demasiado lejos, Herr Hauptkommissar. Hemos accedido a tener esta entrevista porque a todos nos ha horrorizado el asesinato de Frau Blüm y nos sentimos con la obligación de hacer todo lo posible para ayudar a atrapar a este monstruo. Pero tengo que decirles que su línea de interrogatorio es impertinente e irrelevante. Parece que pretendan implicar a mis clientes en un tema que no tiene absolutamente nada que ver.

—No me ha parecido que hayamos acusado a nadie de nada —dijo Maria—. Sólo intentamos descubrir la conexión entre el Grupo Eitel y Frau Blüm.

—Y yo creo que eso ya ha quedado claro. —Norbert Eitel se puso en pie para indicar que la discusión había acabado. Ninguno de los agentes de policía lo imitó. Fabel se dirigió a Waalkes.

—Creo que sería bueno para todo el mundo que sus clientes nos proporcionaran una relación de sus movimientos en los días de los asesinatos que estamos investigando, junto con los nombres de las personas que puedan corroborar dicha relación. Y les agradecería mucho que lo hicieran con la mayor brevedad posible…

—¡Esto es indignante! —rugió la voz de Eitel padre mientras se levantaba con una rapidez que no se correspondía con su edad—. ¿Nos está acusando a mí o a mi hijo de participar en estos actos?

—Es una petición bastante rutinaria, Herr Eitel —dijo Fabel con calma y sin moverse de la silla. Maria le entregó una hoja en la que había escrito la hora y día de cada asesinato. Fabel se puso en pie y se dirigió de nuevo a Eitel padre—. En cualquier caso, Herr Eitel, pensaba que ya tenía experiencia en contestar preguntas difíciles…

Esta vez fue Waalkes quien explotó.

—¡Ya es suficiente, Herr Fabel! Esto es intolerable. Pienso notificárselo a sus superiores…

Fabel entregó el papel a Waalkes.

—Horas, lugares, testigos… Necesito una relación completa de sus dos clientes. —Se volvió hacia Norbert y Wolfgang Eitel. Los ojos de Eitel padre echaban chispas debajo de las gruesas cejas blancas—. Buenos días, caballeros —dijo Fabel, y salió de la sala seguido de Maria y Werner.

No hablaron hasta que estuvieron dentro del ascensor. En cuanto se cerraron las puertas, Fabel, Maria y Werner intercambiaron grandes sonrisas.

—Creo que tenemos muchas cosas que investigar, ¿no os parece? —dijo Fabel.

—Me pondré con ello enseguida —dijo Maria—. Han sido muy amables al apuntarnos en la dirección correcta. Empezaré por conseguir una relación de todos los contactos ucranianos que han tenido Eitel Importing y el Grupo Eitel.

—Has hecho un trabajo excelente, Maria —dijo Fabel.

—Gracias, jefe.

Werner no dijo nada.

—Por cierto —dijo Maria cuando se abrieron las puertas al vestíbulo—, quería comentártelo antes… Tengo los detalles de los contactos entre policías de Hamburgo actualmente en servicio y los cuerpos de seguridad ucranianos. No vas a creer qué nombre ha salido.

—¿Cuál?

—El tuyo.

—¿Qué? No he estado en Ucrania en mi vida.

—¿Recuerdas que escribiste una ponencia para la convención de la Europol sobre asesinos en serie psicóticos, sobre los asesinatos de Helmut Schmied?

—Sí…

—Al parecer, forma parte del material que se utiliza en el centro de psicología forense y criminología de Odesa, que es donde la policía ucraniana recibe formación sobre cómo atrapar a asesinos en serie.

Werner y Maria se dirigieron hacia las enormes puertas dobles de cristal y cromo de la salida. Fabel se quedó un momento mirando a sus compañeros, antes de seguirlos hasta la calle.

Viernes, 20 de junio. 19:00 h

POLIZEIPRÄSIDIUM (HAMBURGO)

Los compañeros de Anna Wolff estaban tan acostumbrados a su habitual aspecto neopunk consistente en maquillaje excesivo, una chaqueta de piel dos tallas grande y unos vaqueros ajustados que se sobresaltaron un poco cuando la vieron entrar en la oficina principal de la Mordkommission. Werner y un par de tipos del equipo de refuerzo la piropearon con silbidos, Maria alabó su aspecto y Fabel aplaudió. Paul Lindemann puso cara de preocupación.

Anna había moderado el maquillaje y sólo había acentuado sutilmente la estructura marcada de los pómulos y suavizado el estilo de su pelo corto y oscuro. Un vestido negro atado al cuello que acababa a medio muslo acentuaba las curvas de su cuerpo y dejaba al descubierto sus piernas torneadas. Debajo del vestido, encajado incómodamente en el sujetador sin tiras, llevaba el transmisor portátil y el micrófono que Maria le había ayudado a colocarse. La sección técnica ya había comprobado que funcionaba.

—Diría que estamos listos para echar el anzuelo —dijo María con una sonrisa.

—Bien —dijo Fabel—. Repasemos el plan otra vez. ¿Anna?

Anna Wolff repasó la operación al detalle una vez más. Dejó la parte más importante para el final.

—Recordad mi frase de alarma. Si oís que digo «No me encuentro muy bien», es la señal para que entréis a por mí. —Anna había elegido con cuidado las palabras. Era algo que podía decir de repente y en cualquier contexto. La sala era un hervidero de expectativas, nervios y adrenalina—. ¿Estás seguro de que no quieres venir, jefe?

—No, Anna…, es tu operación. Pero me mantendré en contacto con el equipo para asegurarme de que todo va bien. Buena suerte.

—Gracias.

El equipo siguió a Anna hasta el aparcamiento, por lo que Fabel y Werner se quedaron solos en la Mordkommission. La sala se quedó vacía y silenciosa, sin la electricidad que reinaba hacía unos segundos. Fabel y Werner no dijeron nada durante un minuto; luego, Werner se volvió hacia Fabel.

—¿Ahora?

Fabel asintió.

—Pero mantente alejado de la zona de la operación. Tan sólo sigue lo que vaya sucediendo y escucha la radio. No quiero que Anna y Paul piensen que no confío en que puedan sacar la operación adelante ellos solos. Dejaré encendido el móvil toda la noche por si surge algún problema.

—Claro, Jan.

—Y Werner… —dijo Fabel—. Te agradezco que hagas esto. Me quedo más tranquilo sabiendo que tienen tu pericia y experiencia a la vuelta de la esquina.

Werner encogió su cuerpo robusto y sonrió.

—Todo irá bien —dijo. Sacudió las llaves del coche que llevaba en la mano, se volvió y salió del despacho.

Viernes, 20 de junio. 20:00 h

SANKT PAULI (HAMBURGO)

Una gran furgoneta Mercedes Vario azul oscuro, con el logo de la empresa Ernst Thoms Elektriker a los lados, estaba aparcada frente a la entrada de la discoteca. Los transeúntes apenas habrían advertido su presencia: los asientos del conductor y del copiloto estaban vacíos, y no había más señal de vida que la rejilla de ventilación que giraba sin parar y en silencio. Lo que la mayoría de gente tampoco habría advertido es que la segunda rejilla no giraba, sino que estaba abierta, de cara a la discoteca.

Anna Wolff sonrió para sí misma mientras el portero le abría la puerta; era evidente que no reconoció en Anna a la misma mujer que había demostrado de un modo tan espectacular la flexibilidad de las articulaciones de su pulgar. Antes giró un poco la cabeza y miró con naturalidad hacia la furgoneta Mercedes. Se dio unos golpecitos con los dedos en el pecho en un gesto distraído, se dio la vuelta y entró en la discoteca. Sabía que Paul y Maria, sentados en la oscura parte trasera de la furgoneta, observando la imagen de la cámara de la rejilla en el monitor, la habrían visto dar los golpecitos y también la habrían oído. Si no había sido así, alguien iría a sacarla de ahí de inmediato. Era una sensación desconcertante. Estar sorda, pero no muda. Sus observadores de la furgoneta podían oír todo lo que pasaba a su alrededor, cada palabra que decía o que le decían; sin embargo, ella no podía escucharles. Si llevara un auricular, podrían detectarlo deprisa y con facilidad. Sabía, no obstante, que dentro de la discoteca ya había dos miembros del equipo, ambos equipados con radios con auriculares, que seguirían todos sus movimientos.

Anna respiró hondo y empujó la puerta que daba a la pista de baile principal de la discoteca. El ritmo de la música la envolvió, pero no logró hacer desaparecer la sensación de inquietud que sentía en el estómago.

Viernes, 20 de junio. 20:00 h

ALSTERPARK (HAMBURGO)

Fabel quedó con Susanne para cenar algo y tomar una copa en Póseldorf. Estuvo distraído durante toda la comida y se disculpó con Susanne.

—Tengo a un agente en una operación encubierta —le explicó—. Y no puedo decir que me haga mucha gracia.

—¿Tiene que ver con el caso del Hijo de Sven?

Fabel asintió.

—Bueno, podría ser. He permitido que se utilice de cebo a una agente joven.

—¿Para el Hijo de Sven? —Susanne se quedó muy impactada—. Nos enfrentamos a un psicótico sumamente peligroso, impredecible e inteligente. Haces bien en estar preocupado, Jan. Tengo que decirte que es una irresponsabilidad.

—Muchas gracias —dijo Fabel, con tristeza—. Ahora me siento mucho mejor. Pero no estoy seguro del todo de que se trate de nuestro hombre; aunque bien podría tener algo que ver con los secuestros con violación.

—Lo único que puedo decir es que espero que tu agente sepa cuidar de ella misma.

—Es Anna Wolff. Es mucho más dura de lo que aparenta. De hecho, es muchísimo más dura que la mayoría de nosotros. Y tiene a un equipo completo respaldándola.

Susanne no parecía muy convencida. Su preocupación hizo que Fabel llamara a Werner, que estaba escuchando la radio del equipo de vigilancia. No había novedades. Era la tercera vez que lo llamaba, y el tono de Werner era el de una canguro que tranquiliza a un padre sobreprotector. Le contó a Fabel que Anna estaba en posición, esperando a que apareciera MacSwain, y lo tranquilizó una vez más diciéndole que si pasaba algo significativo, le informaría de inmediato.

Después de cenar, Fabel y Susanne cruzaron paseando el parque y la ciudad hasta llegar al muelle, y se sentaron en uno de los bancos orientados al agua. El sol estaba poniéndose a sus espaldas y alargaba sus sombras delante de ellos.

—Siento no ser muy buena compañía esta noche —dijo sonriendo débilmente a Susanne, quien se acercó a él y lo besó con ternura en los labios.

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