Muerte en la vicaría (25 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Muerte en la vicaría
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—Supongo que todos, en el fondo de nuestros corazones, nos creemos unos Sherlock Holmes —repuse.

Entonces le hablé de las tres llamadas que recibí aquella tarde y del descubrimiento hecho por Anne del cuadro acuchillado; de la actitud de miss Cram en la comisaría de policía, describiendo, asimismo, la identificación que Haydock hizo del cristal que encontré en el bosque.

—Puesto que lo encontré yo mismo —dije—, me gustaría que tuviera alguna importancia, pero probablemente nada tendrá que ver con el caso.

—He estado leyendo muchas novelas americanas de detectives en la biblioteca pública, esperando poder encontrar en ellas algo que pudiera ayudarme —dijo miss Marple.

—¿Leyó en ellas algo acerca del ácido pícrico?

—Temo que no. Recuerdo haber leído, hace mucho tiempo, una novela en la que un hombre fue envenenado con ácido pícrico que le fue frotado por el cuerpo, en forma de ungüento.

—Pero como nadie ha sido envenenado aquí, ésta no parece ser la cuestión —observé.

Entonces cogí la lista que había preparado y se la alargué.

—He tratado de recapitular los hechos del caso en la forma más clara y detallada que me ha sido posible —dije.

RELACIÓN DE LOS HECHOS

Jueves, día 21

12.30 — El coronel Protheroe cambia la hora de la cita, de las seis a las seis y cuarto. Probablemente medio pueblo le oyó decirlo.

12.45 — Pistola vista en su sitio por última vez (Esto es dudoso, pues mistress Archer había previamente dicho que no podía recordarlo con exactitud).

5.30 (aprox.) — El coronel y su esposa salen de Old Hall en dirección al pueblo, en coche.

5.30 — Falsa llamada telefónica hecha desde el pabellón norte de Old Hall.

6.15 (o uno o dos minutos antes) — El coronel Protheroe llega a la vicaría. Mary le hace pasar al gabinete.

6.20 — Mistress Protheroe viene por el sendero de atrás y cruza el jardín hasta la puerta ventana del gabinete.

6.29 — Llamada hecha desde la casa de Lawrence Redding a mistress Price Ridley (según la central).

6.30 a 6.35 — Se oye el disparo. (Aceptando como correcta la hora de la llamada telefónica). Las declaraciones de Lawrence Redding, Anne Protheroe y del doctor Stone parecen indicar una hora más temprana, pero mistress P. R. probablemente está en lo cierto.

6.45 — Lawrence Redding llega a la vicaría y encuentra el cadáver.

6.49 — Hallo el cadáver.

6.55 — Haydock examina el cadáver.

Nota. — Miss Cram y mistress Lestrange son las únicas personas que no tienen coartada alguna de las 6.30 a las 6.35. Miss Cram dice que se encontraba en la excavación de la tumba, pero nadie lo confirma. Parece razonable, sin embargo, no considerarla sospechosa, pues nada indica que tenga relación con el caso. Mistress Lestrange salió de la casa del doctor Haydock algo después de las seis para acudir a una cita. ¿Dónde fue y con quién estaba citada? No es probable que fuera con el coronel Protheroe, pues éste tenía ya un compromiso conmigo. Es cierto que mistress Lestrange se encontraba cerca del lugar de autos a la hora en que se cometió el asesinato, pero parece dudoso que tuviera motivo alguno para quitarle la vida. Su muerte en nada le beneficiaba, y no puedo aceptar la teoría del inspector de que se trataba de un caso de chantaje. Mistress Lestrange no es de esa clase de mujeres. También parece improbable que hubiese podido hacerse con la pistola de Lawrence Redding.

—Muy claro —dijo miss Marple, asintiendo en señal de aprobación—. Está todo muy claro. Los caballeros siempre preparan sus notas con cuidadoso detalle.

—¿Está usted de acuerdo con lo que he escrito? —pregunté.

—¡Oh, sí! Lo ha incluido usted todo.

Entonces hice la pregunta que desde el principio deseaba hacerle.

—¿De quién sospecha usted, miss Marple? —dije—. En cierta ocasión dijo que había siete sospechosos.

—Sí, hay muchos sospechosos —repuso con aire ausente—. Supongo que cada uno de nosotros ha hecho su propia elección.

No me preguntó de quién sospechaba yo.

—La cuestión estriba —prosiguió— en que uno debe encontrar una explicación para cada cosa, y esta explicación debe ser totalmente satisfactoria. Si uno tiene una teoría que encaja en cada hecho, entonces debe ser correcta, pero eso es muy difícil. Si no fuera por esa nota…, en fin, ya veremos.

—¿La nota? —dije sorprendido.

—Sí. Recuerde que se lo dije. No ha dejado de preocuparme un solo momento. Hay en ello algo que no encaja.

—Pero eso parece haber sido ya explicado —repliqué—. Fue escrita a las seis y treinta y cinco, y otra mano, la del asesino, la encabezó «6.20»; lo que nos causó gran confusión. Creo que eso está ya claramente establecido.

—Pero incluso así hay algo que no está bien —insistió miss Marple.

—Pero, ¿por qué?

—Escúcheme usted —miss Marple se inclinó hacia mí—. Como le dije, mistress Protheroe pasó junto a mi jardín, vino hacia la puerta ventana del gabinete, miró adentro y no vio al coronel Protheroe.

—Porque estaba sentado al escritorio, escribiendo —dije.

—Y esto es lo que no encaja, lo que está mal. Eran entonces las seis y veinte. Estamos todos de acuerdo en que no se dispondría a escribir que no podía esperar más tiempo hasta después de las seis y media, con toda probabilidad. ¿Por qué, pues, estaba sentado al escritorio en aquel momento?

—Nunca pensé en ello —dijo lentamente.

—Vamos a examinarlo juntos, míster Clement. Mistress Protheroe viene hasta la puerta ventana y cree que la habitación está vacía. Debió haberlo pensado así, pues de lo contrario no se hubiera dirigido al estudio para encontrarse con míster Redding. Hubiese sido algo arriesgado hacerlo. Si ella creyó que no había nadie en el gabinete, probablemente se debió a que reinaba en él un silencio absoluto. Y esto nos ofrece tres alternativas, ¿no cree usted?

—¿Quiere usted decir…?

—La primera sería que el coronel Protheroe estaba ya muerto, aunque no creo que ello fuera así en realidad. Sólo hacía unos cinco minutos que él se encontraba allí y ella y yo hubiéramos oído el disparo; además, volvemos a tropezar con la hipótesis de que estaba sentado en el escritorio. La segunda es, naturalmente, que estaba escribiendo una nota que, por supuesto, debió ser completamente distinta de la que encontró. No podía ser una en que dijese que no le era posible seguir esperando. Y la tercera…

—¿Sí?

—Que mistress Protheroe tenía razón y que no había nadie en la habitación.

—¿Quiere usted decir que, después que vino, volvió a salir y regresó más tarde?

—Sí.

—Pero, ¿por qué habría hecho tal cosa?

Miss Marple hizo un gesto de incomprensión.

—Esto nos obligaría a examinar el caso desde un punto de vista completamente distinto —dije.

—Uno se ve obligado a hacer tal cosa en muchas ocasiones. ¿No es usted de mi parecer?

No contesté. Sopesaba cuidadosamente las tres alternativas sugeridas por miss Marple.

La anciana señorita se levantó, suspirando levemente.

—Debo regresar. Me place mucho haber sostenido esta pequeña charla, aunque no hemos avanzado mucho, ¿verdad?

—En realidad —repuse, mientras le alargaba el chal— este caso me parece un incomprensible rompecabezas.

—Yo no diría eso. Creo, por el contrario, que existe una hipótesis que encaja casi en todo. Esto, por supuesto, en el caso de que se admita una coincidencia, y creo que puede hacerse con cierto margen de seguridad. Aunque no creo que hubiera más de una.

—¿Lo cree usted realmente? Quiero decir, en cuanto a la hipótesis.

—Debo admitir que hay una pequeña grieta en ella, algo que no puedo explicarme. Si esa nota hubiese tratado de algo distinto…

Suspiró y meneó la cabeza. Se dirigió hacia la puerta ventana y con gesto distraído levantó la mano y tocó la planta que estaba colocada en un tiesto encima de un soporte.

—Querido míster Clement, creo que debiera usted regarla más a menudo. Necesita mucha agua. Su criada debiera hacerlo cada día. Supongo que ella es quien se encarga de estas cosas.

—En el mismo grado que de las demás —repuse.

—Está algo verde todavía —sugirió miss Marple.

—Sí —asentí—. Y Griselda se niega tercamente a que madure. Cree que sólo una cocinera totalmente indeseable podrá quedarse con nosotros. Sin embargo, la propia Mary se despidió hace unos días.

—Creí que les quería mucho a ustedes.

—No me he dado cuenta de tal cosa —dije—. En realidad, fue Lettice Protheroe quien la molestó. Mary regresó bastante descompuesta de la encuesta y cuando llegó encontró aquí a Lettice y tuvieron algunas palabras.

—¡Oh! —exclamó miss Marple.

Se disponía a salir, pero se contuvo súbitamente. Diversas expresiones se retrataron en su cara.

—¡Oh, por Dios! —dijo para sí misma—. He sido verdaderamente tonta. ¡Conque era eso!

—¿Cómo dice usted?

Me miró con aspecto preocupado.

—Nada. Se me acaba de ocurrir una idea. Debo ir a casa y meditar el caso cuidadosamente. Creo que he sido casi increíblemente tonta.

—Me cuesta mucho creer tal cosa de usted —repuse galantemente.

La acompañé hasta la verja del jardín.

—¿Puede usted decirme cuál es la idea que acaba de ocurrírsele? —pregunté.

—Preferiría no hacerlo por el momento. Existe una posibilidad de que esté equivocada, pero no lo creo. Ya hemos llegado. Muchas gracias por acompañarme, pero no debe molestarse en seguir más allá.

—¿Sigue la nota constituyendo un escollo? —pregunté mientras cerraba el portillo de su verja.

Me miró distraída.

—¿La nota? La que se encontró no era la verdadera. Jamás creí que lo fuera. Buenas noches, míster Clement.

Se dirigió rápidamente hacia la casa, dejándome sin saber qué pensar.

C
APÍTULO
XXVII

G
RISELDA y Dennis no habían regresado aún. Pensé entonces que lo más natural hubiera sido ir con miss Marple a su casa a buscarles, pero tanto ella como yo estábamos tan preocupados por el misterio, que habíamos olvidado cuanto en el mundo existía.

Estaba de pie en el recibidor pensando si debía ir a buscarles, cuando el timbre de la puerta sonó.

Me dirigí hacia ella y vi una carta en el buzón. Creyendo que el objeto de la llamada había sido atraer mi atención sobre ella, la saqué sin abrir la puerta.

El timbre volvió a sonar y antes de abrir me guardé la carta en el bolsillo.

Era el coronel Melchett.

—Hola, Clement. Me iba ya a casa en el coche, cuando de pronto pensé que acaso quisiera usted invitarme a una copa.

—Encantado —contesté—. Vamos al gabinete.

Se quitó el abrigo de cuero y me siguió. Traje la botella de whisky, un sifón y dos vasos. Melchett estaba de pie ante el hogar, con las piernas abiertas, acariciándose el recortado bigote.

—Tengo que comunicarle una cosa, Clement. Es la cosa más asombrosa que jamás haya oído, pero la dejaremos para más tarde. ¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Hay alguna otra señora que tenga alguna pista nueva?

—No se portan del todo mal —repuse—. Una de ellas cree que quizá haya solucionado el caso.

—Debe tratarse de nuestra amiga miss Marple, ¿no es verdad?

—Efectivamente.

—Las mujeres como ella siempre creen saberlo todo —dijo el coronel Melchett.

Sorbió un whisky con soda.

—Quizá cometa una indiscreción —dije—, pero supongo que alguien debe haber interrogado al muchacho de la pescadería. Quiero decir, si el asesino salió por la puerta principal, existe la posibilidad de que él lo viera.

—Slack le ha interrogado, desde luego —repuso Melchett—, pero el muchacho no vio a nadie. No me extraña. El asesino no intentaría llamar la atención. Hay muchos sitios donde esconderse por aquí. Antes de salir de la carretera debió cerciorarse de que nadie le veía. El muchacho tenía que venir aquí, a la vicaría, y luego a casa de Haydock y a la de mistress Price Ridley. Hubiera sido muy fácil esquivarle.

—Sí, supongo que sí.

—Por otra parte —prosiguió Melchett—, si ese pillo de Archer cometió el asesinato y el joven Fred Jackson le vio por estos alrededores, dudo mucho que este último nos hubiese comunicado este detalle. Archer es primo suyo.

—¿Sospecha usted realmente de Archer?

—No olvide que Protheroe le había metido en la cárcel más de una vez y que entre ellos existía gran animosidad. Protheroe no acostumbraba a perdonar.

—No —dije—. Era un hombre implacable.

—Vive y deja vivir, es lo que yo digo —observó Melchett—. Desde luego, la ley es la ley, pero a veces es conveniente conceder al acusado el beneficio de la duda. Y Protheroe no lo hizo nunca.

—Se vanagloriaba de ello —recordé.

Se produjo una pausa y después pregunté:

—¿Cuál es esa noticia que ha prometido darme?

—¿Recuerda la nota inacabada que Protheroe estaba escribiendo? —repuso.

—Sí.

—Se la entregamos a un experto para que dictaminara si la hora «6.20» fue añadida por una mano distinta. Desde luego, le facilitamos muestras de la escritura del coronel. ¿Sabe usted cuál ha sido su dictamen?
Esa carta no ha sido escrita por Protheroe
.

—¿Quiere decir que se trata de una falsificación?

—Sí. Creen que la hora «6.20» fue escrita por una mano distinta, aunque no están muy seguros de ello. La tinta del encabezamiento no es igual a la demás, pero la carta en sí es una falsificación. No fue escrita por Protheroe.

—¿Está seguro el perito?

—Tan seguro como se puede estar en un caso parecido. Ya sabe usted lo que son los expertos.

—Es sorprendente —dije.

Entonces algo me vino a la memoria.

—Recuerdo que cuando la encontramos, mistress Protheroe dijo que no se parecía a la escritura de su marido, y no presté atención a sus palabras.

—¿Cómo dice?

—Supuse que se trataba de una de las tontas observaciones que a veces hacen las señoras. Si algo parecía seguro, era que Protheroe hubiese escrito la nota.

Nos miramos en silencio.

—Es curioso —dije después lentamente—. Mis Marple estaba diciendo esta misma noche que la nota estaba mal, que no encajaba.

—Pero ella no podía saber más del caso que si hubiese cometido el asesinato.

En aquel momento sonó el timbre del teléfono. Sonaba insistentemente y parecía tener un siniestro significado.

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