—Sí. Creo que has expresado exactamente mi pensamiento.
—Me parece que estamos haciendo una montaña de un grano de arena —observó Dennis, sirviéndose mermelada—. No está del todo mal que Protheroe esté muerto. Nadie le quería. Ya sé que la policía tiene que averiguar quién le mató. Es su trabajo. Pero me gustaría que nunca se supiera quién lo hizo. Me fastidiaría mucho ver a Slack pavonearse de su inteligencia.
Soy lo suficientemente humano para estar de acuerdo con la opinión que de Slack tiene mi sobrino.
—También el doctor Haydock piensa como yo —prosiguió Dennis—. No entregaría jamás a un criminal a la justicia. Él lo dijo.
Creo que éste es el peligro que entrañan los puntos de vista de Haydock. Pueden parecer sensatos —no soy yo quien debe sentar cátedra en este aspecto—, pero producen en las mentes juveniles una impresión que estoy seguro no complacería al propio Haydock.
Griselda miró por la ventana y observó que había periodistas en el jardín.
—Supongo que deben estar fotografiando otra vez las ventanas del gabinete —suspiró.
Nos habían causado ya bastantes molestias. Primero fue la curiosidad de la gente del pueblo. Todos sus habitantes desfilaron ante la vicaría, mirando a la casa con ojos de asombro. Después llegaron los periodistas con sus cámaras fotográficas y, naturalmente, la gente del pueblo, que contemplaba a los periodistas. Finalmente nos vimos obligados a solicitar que un agente de policía de Much Benham montara guardia junto a la ventana del gabinete.
—El entierro se efectuará mañana por la mañana. Espero que después se apague esta curiosidad —dije.
Observé la presencia de algunos periodistas en los alrededores de Old Hall, cuando llegamos a la casa. Se me acercaron, haciéndome varias preguntas, a las que invariablemente contesté que nada tenía que decir.
El mayordomo nos hizo pasar al salón, en el cual encontramos a miss Cram, al parecer muy alegre.
—¡Qué sorpresa! —exclamó mientras nos estrechaba las manos—. Jamás hubiera esperado tal cosa, pero mistress Protheroe es muy buena, ¿no es verdad? Además, no es muy conveniente que una muchacha soltera permanezca sola en el Blue Boar, lleno de gente extraña. Por supuesto, procuro corresponder de la mejor manera posible, especialmente cuando miss Protheroe no hace la menor cosa para ayudar.
Me divirtió observar que persistía la vieja animosidad contra Lettice, y que miss Cram se había convertido en una decidida partidaria de Anne. Al mismo tiempo, me pregunté si la historia de su ida a Old Hall era completamente exacta. Según ella, la iniciativa partió de Anne. La primera mención de lo poco apropiado que para una muchacha soltera era permanecer sola en el Blue Boar pudo fácilmente, desde luego, ser hecha por miss Cram. Sin embargo, aun examinando la cuestión con mente amplia, no me pareció que la secretaria dijese exactamente la verdad.
En aquel momento Anne Protheroe entró en el salón.
Vestía modestamente de negro. En su mano llevaba un ejemplar del periódico del domingo, que me alargó.
—No tengo la menor experiencia en tal clase de cosas, pero me parece terrible —dijo—. Se me acercó un periodista durante la encuesta y le manifesté que nada podía decir. Entonces él me preguntó si no deseaba realmente que el asesino de mi esposo fuera descubierto y le contesté que sí. Después quiso saber si tenía alguna sospecha y le dije que no. Finalmente me preguntó si en mi opinión el crimen, por la forma cometida, parecía haber sido llevado a cabo por alguien conocedor del pueblo y repuse que así me parecía. Eso fue todo. Y ahora, mire esto.
En el centro de la página había una fotografía tomada por lo menos diez años antes. Sabe Dios de dónde la habrían sacado. Unos grandes titulares rezaban:
LA VIUDA DECLARA QUE NO DESCANSARÁ HASTA DESCUBRIR AL ASESINO DE SU ESPOSO
«Mistress Protheroe, viuda del asesinado, está segura de que el criminal debe ser buscado en el pueblo. Tiene sospechas, aunque no la certeza, de su identidad. Está postrada por el dolor, pero reitera que no descansará hasta haber logrado la detención del asesino.»
—Yo no he dicho tal cosa —observó Anne.
—Pudiera haber sido peor —repuse, devolviéndole el periódico.
—Son muy desvergonzados —comentó miss Cram—. Me gustaría ver a uno de esos tipos tratando de sonsacarme algo.
En la cara de Griselda leí claramente que creía que esas palabras eran más literalmente verdad que lo que miss Cram pretendía.
Anunciaron que la comida estaba servida y pasamos al comedor. Lettice no llegó sino mediada la comida y tomó asiento en su sitio, con una sonrisa para Griselda y una inclinación de cabeza para mí. La miré atentamente, por razones que me conciernen, pero me pareció tan vaga como de costumbre. En justicia debo admitir que es muy bonita. No llevaba luto, pero vestía de verde pálido, que resaltaba la delicadeza de su cutis.
Después del café, Anne anunció:
—Quiero hablar a solas con el vicario. Vamos arriba, a mi salita.
Por fin iba a conocer la razón de la llamada. Me levanté y seguí tras ella, hacia la escalera. Se detuvo ante la puerta de su habitación. Me disponía a hablar, pero ella me alargó la mano, para detenerme. Permaneció un instante escuchando y mirando hacia el salón.
—Bien. Se dirigen al jardín. No, no entre aquí. Vamos arriba.
Ante mi sorpresa, me precedió por el pasillo que lleva a la extremidad del ala del edificio. Una estrecha escalera conducía al piso superior y por ella subimos. Llegamos a un lugar polvoriento. Anne abrió una puerta y entró en un penumbroso ático destinado, aparentemente, a guardar trastos amontonados y diversos cachivaches.
Mi sorpresa era tan evidente que ella sonrió.
—Ante todo, debo explicarme. Estos días tengo el sueño muy ligero. Anoche, o más bien esta madrugada, a las tres, he oído a alguien que caminaba por la casa. Escuché atentamente y por fin me levanté y salí. Al llegar a la escalera tuve el convencimiento de que los ruidos no llegaban de abajo, sino de arriba. Me pareció oír otro. Entonces pregunté: «¿Hay alguien ahí?» Nadie contestó. No oí nada más y creí que los nervios me gastaban una jugarreta, por lo que regresé a la cama. Sin embargo, esta mañana, por pura curiosidad, vine aquí y encontré esto.
Se agachó y dio vuelta a un retrato que estaba apoyado en la pared, con el reverso de la tela hacia fuera.
Lancé una exclamación de sorpresa. Se trataba evidentemente de un retrato al óleo, pero la cara había sido acuchillada de tal manera que resultaba irreconocible. Se veía claramente que los cortes eran recientes.
—¡Es extraordinario! —exclamé.
—¿Verdad que sí? ¿Puede usted encontrar alguna explicación?
Denegué con la cabeza.
—Parece haber sido destrozado con furia salvaje —exclamé—. Y eso no me gusta.
Eso mismo pensé yo.
—¿De quién es el retrato?
—No tengo la menor idea. Jamás lo había visto. Todas estas cosas estaban en el ático cuando me casé con Lucius y vine a vivir aquí. Jamás las había examinado ni preocupado por ellas.
—Es extraordinario —comenté.
Me agaché y examiné los otros cuadros. Se trataba de algunos paisajes mediocres, óleos y reproducciones.
Nada podía ser de la menor ayuda. Un enorme baúl antiguo, con las iniciales E. P., estaba en un rincón. Lo abrí. Estaba vacío.
—Es tan raro que no tiene sentido —observé.
—Sí —asintió Anne—. Y ello me asusta un poco.
No había nada más que ver. Salimos de allí y fuimos a su salita.
—¿Cree usted que debo comunicárselo a la policía?
Vacilé.
—No es fácil asegurar que…
—… tenga conexión con el asesinato —dijo Anne, completando mi frase—. Ya lo sé. Esto es lo que lo hace tan extraño. No parece guardar relación alguna con él.
—Cierto es —dije—. Es otra de esas cosas extrañas.
Permanecimos en silencio durante un momento.
—¿Qué planes tiene usted? —pregunté.
Levantó la cabeza.
—Seguiré viviendo aquí por lo menos durante seis meses más —dijo, con aire desafiante—, aunque odio el pensamiento de seguir en Old Hall un minuto más, pero creo que es lo único que puedo hacer. De lo contrario, la gente diría que huí, porque la conciencia me acusa.
—No creo que lo hagan.
—Sí, lo harán, especialmente cuando… —hizo una pausa y luego prosiguió—. Cuando los seis meses hayan transcurrido, contraeré matrimonio con Lawrence —sus ojos se encontraron con los míos—. No estamos dispuestos a esperar más tiempo.
—Supuse que tal cosa habría de ocurrir —dije.
Súbitamente se derrumbó, ocultando la cabeza entre las manos.
—No sabe usted cuan agradecida le estoy. Nos habíamos despedido. Él partía. No me siento apenada por la muerte de Lucius. Si hubiésemos planeado huir juntos y él hubiera muerto entonces, ahora la situación sería terrible. Pero usted nos hizo comprender lo equívoco de nuestro caso. Por eso le estoy agradecida.
—Yo también lo estoy —repuse gravemente.
Se enderezó.
—De todas maneras, hasta que se descubra el verdadero asesino, la gente creerá que Lawrence le mató, especialmente cuando se case conmigo.
—La declaración del doctor Haydock aclara perfectamente…
—¿Qué le importa a la gente las declaraciones? Ni siquiera conocen lo manifestado por el doctor Haydock. Además, las pruebas médicas carecen de significado para el vulgo. Ésta es otra de las razones por la que permaneceré aquí. Míster Clement,
voy a averiguar la verdad
.
Sus ojos brillaban.
—Por eso pedí a esa muchacha que viniera aquí —añadió.
—¿Miss Cram?
—Sí.
—Entonces, ¿la idea de que ella viniera partió de usted?
—Sí. En realidad, ella insinuó algo en la encuesta. Estaba allí cuando llegué. Pero le pedí deliberadamente que viniera.
—No irá usted a sospechar que esa tonta señorita tenga algo que ver con el asesinato, ¿verdad? —dije.
—Es muy fácil parecer estúpido, míster Clement. Es una de las cosas más fáciles del mundo.
—¿Entonces cree usted que…?
—No. Sinceramente, no. En cambio, supongo que ella conoce algo. Quiero estudiarla de cerca.
—Y la primera noche que pasa en esta casa es destruido el retrato con salvaje brutalidad —musité pensativo.
—¿Cree usted que ella lo hizo? Pero, ¿por qué? Parece absurdo e imposible.
—También me parece absurdo e imposible que su esposo fuera asesinado en mi gabinete —repuse amargamente—, pero lo fue.
—Lo sé —apoyó la mano en mi brazo—. Es terrible para usted. Me doy perfecta cuenta de ello, aunque no lo haya mencionado anteriormente.
Saqué del bolsillo el pendiente de lapislázuli y se lo alargué.
—Creo que es suyo.
—Oh, sí —extendió la mano para tomarlo, con una sonrisa de complacencia—. ¿Dónde lo encontró?
No puse la joya en su mano.
—¿Le importaría que lo retuviera algún tiempo más?
—No, desde luego.
Parecía asombrada y curiosa, pero no satisfice su curiosidad. Por el contrario, le pregunté por su situación económica.
—Es una pregunta impertinente —dije—, pero no la hago con carácter de tal.
—No me parece impertinente de ningún modo. Usted y Griselda con mis mejores amigos. También aprecio a esa graciosa miss Marple. Lucius gozaba de una buena fortuna, como usted debe saber. Dividió sus posesiones bastante equitativamente entre Lettice y yo. Old Hall es para mí, pero Lettice debe ser autorizada para escoger suficientes muebles para amueblar una casita, recibiendo cierta cantidad de dinero para adquirir una.
—¿Conoce usted sus planes?
Anne hizo un gesto cómico.
—No me los ha contado. Imagino que se marchará de aquí tan pronto pueda. No soy santo de su devoción, ni nunca lo he sido. Casi me atrevo a decir que yo tengo la culpa de ello, aunque siempre he tratado de portarme lo mejor posible. Supongo que cualquier muchacha lamentaría el hecho de tener madrastra.
—¿La quiere usted? —pregunté abruptamente.
No contestó en seguida, lo que me convenció de que Anne Protheroe es una mujer muy honrada.
—Al principio, sí —repuso—. ¡Era tan pequeña! Sin embargo, ahora creo que no. No sé por qué. Quizá es debido a que ella no me quiere. Me gusta que me quieran.
—A todos nos sucede lo mismo —observé, y Anne Protheroe sonrió.
Tenía otra cosa que hacer: hablar a solas con Lettice. Me fue bastante fácil conseguirlo al encontrarla en el solitario salón; Griselda y Gladys Cram estaban en el jardín.
Entré y cerré la puerta.
—Quiero hablar con usted acerca de algo, Lettice —dije.
Me miró con indiferencia.
—¿Sí?
Había pensado de antemano lo que diría.
—¿Por qué dejó usted caer esto en mi gabinete? —pregunté alargando la mano abierta con el lapislázuli.
Observé cómo su cuerpo se tornó rígido por un momento. Recobró tan rápidamente su compostura que casi llegué a dudar de su anterior movimiento.
—Nunca dejé caer nada en su gabinete —repuso descuidadamente—. Este pendiente no es mío, sino de Anne.
—Lo sé —dije.
—¿Por qué me lo pregunta, pues? Anne debe haberlo perdido.
—Mistress Protheroe sólo ha estado una vez en mi gabinete después del asesinato. En esta ocasión vestía de negro y no hubiese llevado pendientes azules.
—En tal caso —dijo—, debe haberlo dejado caer antes —hizo una pausa—. Es lógico que haya sido así —añadió.
—Es muy lógico —repuse—. Supongo que usted no recordará cuándo llevó su madrastra estos pendientes por última vez.
Me miró con ojos asombrados y, al mismo tiempo, confiados.
—¿Es muy importante saberlo?
—Quizá sí.
—Trataré de recordar —permaneció pensativa, con el ceño fruncido. Jamás he visto a Lettice Protheroe tan encantadora como en aquel momento—. ¡Oh, sí! —dijo de pronto—. Los llevaba el… jueves. Ahora lo recuerdo.
—El jueves fue el día del asesinato —dije lentamente—. Mistress Protheroe estuvo en el estudio, en el jardín, aquel día, pero si usted recuerda, en su declaración dijo que sólo se había acercado a la puerta ventana del gabinete.
—¿Dónde lo encontró usted?
—Debajo del escritorio.
—Entonces parece que Anne no dijo la verdad al declarar, ¿no cree usted? —dijo Lettice.
—¿Quiere decir que entró en la habitación y estuvo junto al escritorio?