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Authors: Carlos Sisí

Tags: #Fantástico, Terror

Necrópolis (45 page)

BOOK: Necrópolis
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Los tiramos por la borda tras una pequeña ceremonia.

* * *

—La madre que... —dijo José.

—¿Porqué no dejáis ya eso? —preguntó Susana visiblemente incómoda. —Pensad en Uriguen por un segundo, joder.

—Tienes razón. Es un segundo —pidió Dozer.

—Pasa al final, al final.

* * *

27 de Noviembre

Los gritos no nos dejan dormir. ¿Por qué tiene que gritar tanto?

¿QUÉ PASA POR SUS CABEZAS MUERTAS?

28 de Noviembre

Al atardecer hemos reconquistado la planta de abajo. Kudu (no sé cómo se escribe
y qué más da
) ha descubierto una forma de cegarlos... ¡con la espuma de los extintores! Eso nos ha ahorrado muchas lágrimas. ¿Cuántos quedarán todavía, diez, veinte? Ojalá hubiéramos acabado con ellos cuando éramos más... ahora es demasiado tarde, son tan fuertes y nosotros estamos tan cansados.

Hemos subido toda la comida al puente, pero no durará mucho. Los filtros del potabilizador de agua están agotados también, pero ya no vamos allí. Por la noche hablamos. Larga discusión en pocas palabras: si alguno de nosotros no vamos a ver cómo está la cosa en la ciudad, acabaremos por morir de hambre encerrados aquí. Al menos no hay fuego en toda la línea del horizonte.

29 de Noviembre

Hemos perdido a Kudu intentando liberar una de las barcas. Le recordaremos.

30 de Noviembre

Lembani y Kaba han partido por fin. Les hemos dado unas galletas y agua para el viaje, y una bengala de emergencia por si las cosas se ponen feas. No sé para qué demonios, pero parecían más felices con ella en las manos y hasta la han recubierto con plástico.

03:40. Ni rastro de los muchachos.

05:25. Ni rastro.

09:30. ¡¡¡Ni rastro!!!

1 de Diciembre

Ni rastro de los muchachos.

Los zombis consiguieron irrumpir en el recinto. Hemos logrado retrasarlos improvisando una barrera en mitad del pasillo apilando cajas y mesitas de noche. Nos ha costado un gran esfuerzo... creo que empezamos a acusar la falta de una buena alimentación.

Yo he visto sólo cuatro, pero Koyassi dice que al menos había ocho. Jura que Mamadou estaba entre ellos, con la boca abierta hasta el cuello y los ojos blancos. Dice que le miró a través del cristal y le echó una maldición innombrable. Ha estado quemando su propia sangre en un cuenco para librarse de la maldición. Malditos supersticiosos, es lo que yo digo... ¡estoy harto de sus paranoias vudú!

2 de Diciembre

Ni rastro de los muchachos.

Koyassi estuvo anoche gritando a las paredes. Le hemos dado un poco de alcohol para que duerma.

4 de Diciembre

Ni rastro de los muchachos.

Koyassi se ha suicidado con su propio cinturón. Fue una suerte que eligiera ese método. Cuando lo encontramos su cadáver bailaba incapaz de librarse de la soga, con la lengua morada e hinchada colgando a un lado.

Lo tiramos por la borda. Lo recordaremos.

* * *

—Creo que esto no va a acabar bien —comentó José con la boca seca.

—Ah, mierda —soltó Dozer entonces— mira, esta hoja está arrancada.

* * *

10 de Diciembre

Anoche tuve que matar a Doudou. Tuve que hacerlo. Me he encerrado en el puente, solo. Espero que a los otros les vaya bien y lo consigan, pero no pienso abrir. No seré su sacrificio vudú de mierda.

13 de Diciembre

Tengo hambre. ¿Tiene sentido seguir? Han estado aporreando la puerta por un rato. Estúpidos ignorantes.
Ojalá espero
rezo para que se maten entre ELLOS.

14 de Diciembre

Han quemado nosequé en la cubierta. Creo que esperaban que el humo me sofocara, pero el viento ha cambiado en el último momento, jajajaja.

Mariole, Mariole... espero que lo hayas conseguido.

15 de Diciembre

La Navidad ha llegado antes de tiempo: ¡fun-fun-fun! ¡Hoy ha llovido! He podido beber agua, y he llenado una caja de galletas entera. Me siento mejor, pero como no coma algo pronto, fun-fun-fun, ya vernos qué pasa.

19 de Diciembre

He escuchado disparos hoy. Ni idea de qué los ha producido, o quién, pero me da igual. He puesto en marcha el barco de nuevo. Si no sabotean las máquinas, voy a girarlo y dirigirlo a España. Al fin y al cabo, es cuestión de tiempo que el final sobrevenga.

Tengo hambre.

* * *

Pasaron la página para encontrarse con la última anotación. Al enfrentarse con el vacío horrible del resto de las páginas sintieron un escalofrío, pero devoraron las últimas memorias del capitán Diez con fruición.

* * *

28 de Diciembre

No me encuentro bien. Tengo alucinaciones de puré de patatas, compota de manzana y chuletones gruesos como un libro. He programado el Clipper Breeze para que vaya directo al puerto de Málaga. Es el más cercano. He estado haciendo unos cálculos y el combustible disponible alcanzará si mantengo la velocidad al mínimo, afortunadamente no llevamos carga. Ojalá lo hubiera decidido antes, ahora ya es demasiado tarde. No es más que un intento de cerrar un ciclo, la realización de una vieja idea que no pudo llevarse a cabo porque no tuve bastante carácter. Ahora estoy demasiado débil y creo que no lo conseguiré. Si noto el sueño de la muerte precipitarse sobre mí finalmente, pienso utilizar mi pistola. No me convertiré en una de esas cosas. Es mi decisión.

Ahora sé que si hubiéramos desembarcado todos cuando aún estábamos unidos, hubiéramos tenido alguna posibilidad.

Mariole, Mariole. ¿Estarás allí cuando llegue yo?

* * *

Permanecieron en silencio unos instantes releyendo las últimas líneas. José se acercó al cadáver del capitán Diez, de repente le parecía tan delgado.

—Pobre hombre —dijo al fin.

Susana, que había permanecido apartada, no dijo nada.

—Pero entonces puede haber
zombis
en el barco.

—O se cayeron por la borda, o vete a saber. Solo esperemos que quede alguna de esas barcas todavía, usaron unas cuantas —y metiendo el pequeño libro en la mochila de José, les hizo un gesto con la mano para ponerse en marcha.

Volvieron a descender por las escaleras sin descuidar la prudencia. Cuando llegaron a cubierta el cielo plomizo los saludó, no quedaba ni rastro del esplendoroso Sol que los había saludado por la mañana y en días anteriores. Desde el Oeste, el viento traía una complicada formación de nubes negras y henchidas de lluvia. Y vieron algo más entre los edificios de Málaga, una columna de humo denso y negro que se elevaba hacia el cielo y que luego el viento esparcía horizontalmente sobre el horizonte.

José lo vio primero.

—Coño, ¡mirad eso! —dijo.

Susana se volvió y dejó escapar un sonoro suspiro.

—Eso... —exclamó— eso parece venir directamente de...

Dozer se llevó ambas manos a la boca incapaz de decir nada.

—Sí... ¿no? Justo por ahí es donde debe estar Carranque.

Susana asintió.

—Si no es así debe ser el jodido edificio de al lado, por lo menos —continuó diciendo José.

—Joder —soltó Dozer al fin.

—¿Qué habrá pasado? —preguntó Susana sintiendo que la inquietud crecía en su interior.

—Que me jodan si lo sé, pero no me gusta una mierda —exclamó Dozer entonces.

—Debe de ser todo un señor incendio —dijo Susana.

—Hay que volver, tenemos que volver.

Susana no lo dijo, pero de algún modo que no sabía explicar se sintió como si el capitán Díez les hubiera traicionado. Los había retrasado, sólo esperaba que no irremediablemente.

26. Huída en la oscuridad

Se dice que en el momento previo a la muerte toda la vida desfila ante los ojos a una velocidad de vértigo. Gabriel, sin embargo, solo pensaba en una cosa: que no hicieran daño a su hermana.

La protegía con todo su cuerpo manteniéndola debajo de él. Aún con los escalofriantes gritos de los espectros ahora cada vez más cercanos, intentaba concentrarse en el aliento cálido de la respiración de ella sobre su cuello, porque el tibio hálito que le llegaba de manera tan regular era
vida
en estado puro y eso era todo lo que quería sentir cuando los monstruos lo agarraran, que su hermana
vivía.

Un nuevo grito, esta vez grave y arrastrado como el balido de un becerro le hizo contraerse sin poder evitarlo.

Por Dios mamá Jesús están tan cerca tan tan cerca.

El aullido se volvió estridente y terrible, y Gabriel apretó los ojos con fuerza creyéndose incapaz de soportarlo por más tiempo. Sin ser consciente de ello arañaba la tierra con las manos, anticipándose al momento en que sintiera las garras de la muerte tirando de él hacia la negrura de la noche. Los había visto zarandear cuerpos de adultos como si fueran burdos fardos de alfalfa, así que probablemente lo arrastrarían por el suelo con una violencia desmedida y lucharían por él, tirando en direcciones opuestas.

Mamá por favor que no duela, que no duela, que no...

Entonces el ronco grito de los muertos se trocó en un gruñido salvaje y profundamente animal, y sin poder evitarlo por más tiempo gritó, gritó con todo el aire que cabía en sus pequeños pulmones superponiendo su propia voz a la de los monstruos durante más tiempo del que luego pudo recordar. Gritó hasta que la cabeza le dio vueltas y se sintió mareado y exhausto. Cuando pudo por fin detenerse todavía con la boca abierta como la de una grotesca máscara de teatro, el silencio de la noche cayó sobre él.

Escuchó con el corazón palpitante emitiendo un sonido rápido, denso y rítmico como el de un tambor:
Bum, bum, bum...
Por fin, volvió la cabeza muy despacio hasta que pudo mirar por encima del hombro. La luna llena estaba en lo más alto y el cielo despejado de nubes, pero aún así le costaba identificar lo que tenía delante.

Lo primero que vio fue el cadáver. Estaba a unos diez metros, abatido en el suelo y desmañado como un muñeco de obscenas proporciones. La cabeza pendía hacia un lado en un ángulo imposible. No mucho más lejos había un segundo cuerpo tendido boca abajo con una de sus piernas dobladas hacia atrás. Por la forma en la que ésta se plegaba se diría que no había ya huesos bajo la carne. Y entre ambos, una forma achaparrada que pulsaba rítmicamente. Con febril fascinación, la aturdida mente infantil de Gabriel pensó en un
critter,
unas bolas de pelo con dientes que había visto una vez en una película, pero cuando la forma levantó la cabeza vio los ojos y los dientes resplandecientes en la oscuridad y supo de qué se trataba.

—¿Gu... Gulich?

Gulich emitió un gruñido monocorde apagado como un susurro, pero todavía cargado de la gravedad de una clara advertencia. Renqueante, Gabriel se emplazó sobre sus rodillas en el suelo y tomó la cabeza de su hermana en las manos. Tenía los ojos abiertos, lo veía a través de las tinieblas azuladas de la noche lo que le asustó todavía más.

—Alba —dijo, sintiendo que un nudo de amargura comenzaba a formarse en su garganta.

—¡Alba!

La pequeña pestañeó brevemente, y de improviso, su pecho comenzó a moverse arriba y abajo a medida que su respiración se volvía más agitada. Sumido en las penumbras Gabriel sonrió.

—Alba.

—¿Dónde está mamá? —dijo con un hilo de voz.

—Alba —repitió Gabriel.

La pequeña miró alrededor, como si no recordara nada de lo que había pasado.

—¿Estamos en las montañas, Gaby? —preguntó.

—Ya casi estamos —contestó el muchacho intentando sonar animado, y en cierta medida lo estaba —todo va bien, estamos bien y Gulich está aquí.

Como si hubiese conjurado una palabra mágica, Alba trató de incorporarse buscando a su perro con el semblante lleno de renovada ilusión. Sin embargo, Gabriel la contuvo con el brazo. Gulich, victorioso entre los restos de los dos cadáveres, estaba tumbado en el suelo con las patas recogidas bajo el cuerpo y el lomo erizado, respiraba con rapidez y su cuerpo se henchía y desinflaba al ritmo de sus pulmones dándole una apariencia inquietante. Sus labios estaban todavía recogidos de forma que los dientes, terribles, despuntaban como cuchillos afilados.

Gabriel lo miraba con cierto recelo. Incluso con su corta edad se daba cuenta de que la contienda con los espectros le había dejado en un estado de excitación salvaje y necesitaba un tiempo para recuperarse.

—¡Gulich! —llamó la pequeña con un brazo extendido.

—Espera un poco Alba, Gulich necesita un poco de tiempo.

Alba buscó su mirada en la oscuridad.

—¿Por qué, qué pasa? —preguntó.

—No pasa nada, pero déjalo un ratito —entonces desvió la mirada a la puerta de la casa. Estaba cerrada, pero sabía que tras ella el Hombre Andrajoso escuchaba con oídos atentos. —Vamos, ponte de pie, tenemos que irnos.

Se pusieron en pie ayudándose el uno al otro bajo la mirada despiadada del animal. Gulich no había dudado en ayudar a los AMOS cuando había llegado, alertado por los gritos de las cosas muertas, pero al enfrentarse a ellos había comprendido que el peligro era real. Eran demasiado fuertes y rápidos, no como aquél monstruo lento y blando que había atacado al AMO cachorro unos días antes. Había escorado sin proponérselo, a viejos instintos que creía enterrados en su memoria genética, de los tiempos en los que otros como él se enfrentaban a animales grandes por pura supervivencia básica y todavía su cabeza estaba nublada por la violencia que se había visto obligado a desatar. Había querido levantarse, pero los cuartos traseros temblaban demasiado. Y en su boca hedía aún el sabor ácido de la carne venenosa, de los efluvios pestilentes que habían manado cuando él había desgarrado sus cuellos hinchados. La ira contenida, espectral como una bruma blanca, velaba su vista.

—Pero Gaby, Gulich tiene que venir —dijo Alba.

—Y vendrá, ya verás como viene ¡venga, vamos!

—Oh, Gaby —dijo entonces la pequeña.

—¿Qué, qué pasa?

Descubrió que Alba miraba ahora con morboso magnetismo los cadáveres descoyuntados, se interpuso en su línea de visión y le cogió la mano apretándola con fuerza para traerla de vuelta del mundo de los horrores.

—Olvida eso. Vámonos, vámonos ya.

Los niños se pusieron en marcha, caminando hacia el sendero rumbo al norte. Gulich los siguió con la cabeza, una sombra oscura e hinchada como una especie de demonio cuyos ojos lanzaban destellos en la oscuridad. A cada paso que daban sin embargo, la casa se hacía más y más pequeña y el muchacho se sentía cada vez mejor.

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