Niebla roja (20 page)

Read Niebla roja Online

Authors: Patricia Cornwell

BOOK: Niebla roja
6.62Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pruebas que tú no podías facilitar.

—No creí que las pidiera.

—¿Por qué no?

—Las emociones. Quedar atrapada en ellas y cometer un error de cálculo irreparable. Me convertí en la acusada. Yo era el peligro. No se dijo nada de manera directa. No era necesario.

Todo lo que ciertas personas tenían que hacer era soltar el nombre de Lucy en los puntos estratégicos de la discusión. Ellos lo sabían. Una experta en informática forense considerada algo así como una granuja, despedida por el FBI, la ATF en su primera etapa. Todo el mundo sabe de lo que es capaz, y yo no puedo controlar lo que le dices a Lucy. Pero te aconsejo... —empieza a decir.

—Será mejor que no me aconsejes sobre nada que tenga que ver con ella —la interrumpo.

—No esperaba que estuvieses de acuerdo con...

—No me toca a mí estar o no de acuerdo —la corto de nuevo.

Me levanto del sofá y comienzo a recoger los platos—. Tú tienes tu relación con Lucy y la mía es diferente, siempre ha sido diferente, siempre será diferente. Si lo que me has dicho es lo que pasó de verdad, fue un error terrible, algo escandalosamente estúpido y autodestructivo por su parte. —Llevo los platos a la cocina—. Debería dejar que descanses un poco. Pareces cansada.

—Es interesante que lo expreses de esa manera. —Deja con torpeza las copas de vino y la botella vacía junto al fregadero—. Autodestructivo. Y yo que creía que era ella quien acabó destruida.

Abro el grifo del agua caliente y encuentro una botella de lavavajillas casi vacía debajo del fregadero. Busco una esponja y Jaime dice que se olvidó de comprar una; apoyada en la encimera de mármol, mira como limpio después de una comida en la que no hizo nada más allá que hacer una llamada telefónica y caminar unas cuantas calles hasta el restaurante para asegurarse de no estar en el apartamento cuando yo llegara. Para que Marino montase el escenario para ella. Para hacer una gran entrada. Para continuar dirigiendo el guion que había escrito.

—Por desgracia, no soy buena en desenterrar a las personas —comento mientras lavo los platos con el detergente y las manos desnudas—. Quizá cuando por fin están muertas y decido que ya está bien porque he tenido suficiente, y me digo que está muy bien que se hayan ido. Pero es probable que no sea cierto. Lo más probable es que no lo diga de verdad. Es probable que tenga un fallo muy grave en ese sentido. Quizá podrías encontrar un paño de cocina en este apartamento alquilado en el que no vive nadie y ayudarme a secar.

—También tengo que comprar unos cuantos.

En su lugar coge un rollo de papel de cocina.

—Dejaremos que se sequen en el escurridor —decido.

Meto las bandejas de aluminio vacías en una bolsa de basura.

Tapo los macarrones con queso que huelen muy fuerte y los guardo en la nevera vacía, y decido que Marino tiene razón sobre la trufa. Nunca me ha gustado.

—No sabía qué más hacer. —Jaime no está hablando de la limpieza después de la cena o de este apartamento en Lowcountry. Habla de Lucy—. ¿Cómo amas un riesgo?

—¿De quién hablas?

—Tú eres su familia. No es lo mismo. Me temo que voy a tener un terrible dolor de cabeza por la mañana. No me encuentro nada bien.

—Como es obvio, no es lo mismo. Yo la quiero sin importarme qué hace, aunque no sea conveniente o útil para mi imagen políticamente correcta. —Vuelvo al sofá, recojo mi bolso, tan furiosa que tengo miedo de lo que podría hacer a continuación—. ¿Quién demonios no es un riesgo?

—Es como amar a un caballo fantástico que algún día te partirá el cuello.

—¿Quién la incitó? —Voy a la cocina—. ¿Quién la impulsó a actuar peligrosamente?

—¿No creerás de verdad que le pedí que hiciera algo así?

Me mira con expresión somnolienta.

—Por supuesto que no. —Marco el número de Marino en mi teléfono—. Estoy segura de que no le pediste que piratease el ordenador del Departamento de Policía de Nueva York, de la misma manera que no me pediste que viniese a Savannah.

14

La camioneta de Marino traquetea y petardea en algún lugar del oscuro camino del río a unas cuantas manzanas de aquí, y salgo de las profundas sombras de un roble donde he estado esperando, porque no podía estar con Jaime Berger ni un segundo más.

—Tengo que dejar el teléfono. —Hasta ahora me las he arreglado para mantener la rabia alejada de mi voz y no parecer que juzgo mientras hablo con mi sobrina—. Te llamo cuando esté en mi habitación dentro de una hora o poco más. Antes quiero hacer una parada.

—Te puedo llamar al teléfono del hotel si no quieres usar tu móvil —dice Lucy.

—Ya lo estoy usando. Lo he estado usando.

No me explayo sobre lo que pienso de Jaime y sus egocéntricas ideas acerca de los teléfonos públicos y los espías del FBI.

—No deberías preocuparte por nada de esto en absoluto —afirma Lucy—. No va contigo. No es tu problema. Y yo tampoco lo veo como mi problema.

—No superas algo así haciendo como si nunca hubiera sucedido —le contesto, y miro hacia Marino, lo que no puede ser otra cosa que su camioneta, no reparada.

En la plaza arbolada al otro lado de la calle, la OwensThomas House destaca contra la noche, estuco claro inglés con altas columnas blancas y un pórtico en forma de serpentina. Las siluetas de los árboles viejos se sacuden y las farolas de hierro brillan, y por un instante veo algo que se mueve, pero mientras miro en esa dirección, no encuentro nada. Mi imaginación. Estoy cansada y estresada. Estoy nerviosa.

—Todavía me preocupa quién lo sabe o puede saberlo. Tienes razón en eso —dice Lucy. Cuando me acerco a la calle, miro a un lado y otro y hacia a la plaza, sin ver a nadie—. Cuando me enteré de la orden de protección emitida al CFC, creí que iba de eso. Que me buscaban por el hacking. Tuve mucho cuidado. Nada les gustaría más que meterme en problemas por culpa de aquellas mierdas con el FBI, con la ATF.

—Nadie va a por ti, Lucy. Es hora de que te lo saques de la cabeza.

—Depende de lo que Jaime ha dicho a ciertas personas y lo que sigue diciendo, y de cómo retuerce los hechos. Lo que ella dijo no es como sucedió exactamente. Lo ha convertido en algo mucho peor de lo que fue —afirma—. Es como si estuviera obsesionada en convertirme en una mala persona para sentirse justificada por lo que hizo. Para que todos entiendan por qué se acabó.

—Sí, yo diría que es así.

Estoy pendiente de la camioneta, que oigo pero que todavía no veo, en Abercorn ahora y cada vez más cerca mientras procuro tratar de contener mi absoluta falta de respeto por alguien que sospecho que mi sobrina todavía ama.

—Es la verdadera razón por la que dejé Nueva York. Yo sabía que se hablaba de un fallo de seguridad, aunque no me acusaron de forma abierta. De ninguna manera podía seguir trabajando allí en informática forense.

—La forma como te trató es lo que más te duele y por la cual dejaste Nueva York, dejaste absolutamente todo lo que habías construido para ti misma. —Manifiesto mi desacuerdo con calma, con discreción—. No creo ni por un momento que comenzaras de nuevo en Boston por culpa de los rumores.

Miro hacia atrás, en dirección al edificio de Jaime, sus ventanas iluminadas. Veo su silueta en movimiento al otro lado de las cortinas echadas, en lo que creo que es el dormitorio principal.

—Me hubiese gustado que me lo dijeras. No sé por qué no lo hiciste —agrego.

—Creí que no me querrías en el CFC. Que no me querrías como tu experta en informática forense ni verme por allí.

—¿Que te desterraría tal como hizo ella? —pregunto antes de que pueda detenerme—. Jaime te pidió que cometieras una violación cuando sabía lo vulnerable que eras para ella... Bueno, no quiero que suene como ha sonado.

Lucy no dice nada y observo la silueta de Jaime Berger que va y viene por delante de la ventana iluminada y se me ocurre que podría tener el monitor de una cámara de seguridad en su habitación y que lo está comprobando. Podría ser que me estuviese mirando o quizás está angustiada porque le dije lo que pensaba y me marché como si tuviese la intención de no volver nunca más.

Pienso en el viejo dicho de que las personas no cambian. Sin embargo, Jaime sí. Vuelve a ser una versión anterior de sí misma que se estropeó como el vino que no se añeja de la manera correcta.

Vive de nuevo una mentira, pero ahora es imposible de creer. La encuentro totalmente desagradable.

—De todos modos, ahora que lo sé —le digo a Lucy—, para mí no cambia nada.

—Pero es importante que sepas que las cosas no son como ella las describe.

—No me importa.

En este momento, realmente no me importa.

—Todo lo que hice fue verificar algunas cifras contrastándolas con los registros electrónicos de las denuncias originales y la forma en que fueron tabuladas, pero no debería haberlo hecho.

No, no debería haberlo hecho, pero lo que hizo Jaime fue peor. Fue calculador y frío. No podría haber sido más cruel. Abusó del poder que tenía sobre Lucy y la traicionó, y cuando acabo la conversación me pregunto quién será el siguiente que Jaime manipulará y conseguirá comprometer. Lucy y Marino, y supongo que debo incluirme en la lista. Estoy en Savannah, inmersa en un caso del que no sabía casi nada hasta hace unas horas, y miro de nuevo hacia su apartamento. Veo su silueta como se mueve delante de la ventana iluminada. Parece estar paseando arriba y abajo.

Es casi la una de la madrugada y la camioneta blanca resalta con un brillo fantasmal bajo la iluminación irregular de las farolas. Se me acerca con gran estrépito como una máquina poseída por un demonio sacada de una película de terror, frena y acelera, da bandazos y petardea. Es obvio que Marino no encontró un mecánico después de dejar el apartamento de Jaime hace varias horas, y ahora estoy convencida de que, con toda intención, me dejó a solas con ella, por un motivo que no tiene nada que ver con nada de lo que yo pueda desear o necesitar. Los frenos chirrían cuando reduce la velocidad y se detiene delante del edificio de apartamentos, y las bisagras de la puerta del pasajero rechinan cuando la abro: la luz interior no se enciende porque Marino siempre la quita en cualquier vehículo que conduce para no convertirse en un blanco fácil o un pez en un barril como él lo describe. Me doy cuenta de las bolsas que hay en el asiento trasero.

—¿Has ido de compras? —pregunto y oigo la tensión en mi tono.

—He comprado agua y otras cosas para tenerlas en nuestras habitaciones. ¿Qué ha pasado?

—Nada que me haga sentir bien. ¿Por qué me dejaste sola con ella? ¿Te lo pidió?

—Creo que te dije que te llamaría cuando llegase aquí —me recuerda—. ¿Cuánto tiempo has estado ahí afuera?

Me abrocho el cinturón de seguridad y la puerta rechina de nuevo cuando tiro de ella para cerrarla.

—Necesitaba un poco de aire. Esto suena terrible. Como las etapas de una agónica muerte después de una prolongada tortura.

Dios mío.

—Creo que te dije que no es una buena idea estar deambulando sola. Sobre todo a esta hora de la noche.

—Como puedes ver, no me he alejado mucho.

—Ella quería estar un tiempo a solas contigo. Pensé que tú también.

—Por favor, no pienses por mí —le respondo—. Quiero hacer un rodeo, echar un vistazo a la casa de los Jordan si este trasto puede hacerlo sin averiarse del todo. No creo que la humedad en las bujías sea el problema.

—Creo que es el alternador. Tal vez los cables de las bujías flojos o la suciedad en la tapa del distribuidor. He encontrado un mecánico que me ayudará.

Miro hacia el apartamento de Jaime, y ella ha regresado a su sala de estar, donde las cortinas están echadas. La veo con claridad de pie delante de una de las ventanas desde donde mira cómo nos marchamos, y se ha cambiado de ropa. Viste algo marrón, sin duda, un albornoz.

—Es un tanto siniestro, ¿no te parece? —dice Marino mientras nos dirigimos al sur, las formas oscuras de los árboles y arbustos moviéndose con el viento caliente—. Le pregunté a Jaime si alquiló el apartamento porque está cerca de donde ocurrió. Ella dice que no, pero está a unos dos minutos de aquí.

—Está obsesionada. El caso de tu vida —comento—. Solo que no estoy muy segura de cuál es el caso en que está trabajando.

Si este en Savannah o el suyo propio.

Pasamos con un rugido por delante de las viejas mansiones con ventanas y jardines iluminados, fachadas de una variedad de texturas y diseños. Italiano, colonial, federal y estuco, ladrillo, madera y piedra. Luego el lado derecho de la calle se abre en lo que parece un pequeño parque rodeado por una valla de hierro forjado, y a medida que nos acercamos distingo las lápidas y las criptas y senderos blancos que se entrecruzan débilmente iluminados por las lámparas incandescentes. En el lado sur del cementerio está East Perry Lane, donde hay grandes casas antiguas en terrenos amplios con muchos árboles, y reconozco la mansión de estilo federal a partir de fotografías que encontré hoy, cuando leí en internet los artículos donde aparecía Lola Daggette mientras estaba delante de la armería.

El aire caliente de la noche lleva un dulce perfume de laurel mientras observo las tres plantas de ladrillo gris de Savannah con ventanas de guillotina dobles, colocadas simétricamente, y un gran pórtico central flanqueado por altas columnas blancas. La cubierta de la casa es de teja roja, con tres chimeneas imponentes, y a un lado una cochera de piedra adosada con arcadas que antes eran abiertas y ahora están acristaladas. Aparcamos justo delante de una propiedad que no puedo imaginar poseer. No importa lo hermosa que sea. No podría vivir en un lugar donde hubo gente asesinada.

—No quiero quedarme aquí mucho tiempo porque los vecinos tienen el gatillo fácil con los extraños y los coches sospechosos, como se podría esperar —comenta Marino—. Si miras a la derecha, casi en la parte trasera de la casa, justo detrás de la cochera, está la puerta de la cocina por donde entró el asesino. No se puede ver desde aquí, pero ahí es donde está. La casa grande de la derecha pertenece al vecino que salió con su perro la mañana del seis de enero y se dio cuenta del cristal roto de la puerta en la cocina de los Jordan y un montón de luces encendidas para ser tan temprano. Según lo que he podido reconstruir, el vecino, un tipo llamado Lenny Kasper, se despertó en torno a las cuatro de la madrugada, cuando su caniche comenzó a ladrar. Kasper dice que el perro estaba inquieto y no se calmaba, así que pensó que necesitaba salir.

Other books

Retribution by Lea Griffith
Dawn of Night by Kemp, Paul S.
The Wager by Rosemary I Patterson PhD
Festive in Death by J. D. Robb
Lady Dearing's Masquerade by Greene, Elena
Happy Days by Samuel Beckett
Future Indefinite by Dave Duncan