Niebla roja (41 page)

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Authors: Patricia Cornwell

BOOK: Niebla roja
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—Me comentó que hacía unos meses.

—Quizás abril o mayo. El polen fue algo terrible esta primavera. Era como si todo hubiera sido pintado con aerosol de color verde amarillento. Durante un tiempo no podía salir a correr o montar en bicicleta en el exterior. Respiraba todo aquel polen y se me inflamaban los ojos y se me cerraba la garganta.

Charla, se muestra amistoso, el poli bueno que habla conmigo.

Sammy Chang pretende mostrarse como un colega y conozco el juego. Relájate, ábrete, soy tu amigo, y tengo la intención de tratarlo como mi amigo porque yo no soy el enemigo. No tengo nada que ocultar. Me someteré al polígrafo. Declararé los hechos bajo juramento. No me importa que no me haya leído mis derechos y no me importa lo que pregunta. Admitiré sin tapujos que me siento culpable, porque lo hago. Pero yo no soy culpable de causar la muerte de Jaime Berger. Soy culpable de no prevenirla.

—Me arriesgaré a decir que anoche ella tomó Benadryl si me baso en la caja rota y la tira en el suelo —digo—. Si tomó dos pastillas, tuvo que estar sufriendo unos síntomas muy significativos, y lo más probable es que le costara respirar. Pero no lo sabremos hasta que el análisis de toxicología confirme la presencia de difenhidramina.

—Tal vez tuvo una reacción alérgica grave a algo que comió.

Quizás el sushi. ¿Era alérgica al marisco?

—Puede que creyese que estaba teniendo una reacción alérgica grave, porque estaba teniendo dificultades para respirar o tragar, o mantener los ojos abiertos —respondo mientras recojo otros artículos de tocador para ver dónde los compró—. Se nos informó, como usted sabe porque estuvo en la cárcel esta mañana, que Kathleen Lawler tenía dificultades para respirar cuando volvió de la jaula de ejercicios. Al parecer tenía problemas para hablar y mantener los ojos abiertos. Unos síntomas que se podrían asociar con parálisis flácida.

—¿Qué es la parálisis flácida?

—Los nervios dejan de estimular a los músculos, por lo general comienza en la cabeza. Los párpados caídos, la visión doble o borrosa, las dificultades para hablar y tragar. A medida que la parálisis progresa hacia abajo, la respiración se vuelve penosa y esto va seguido por el fallo respiratorio y la muerte.

—¿Causada por qué? ¿A qué podría haber estado expuesta que hizo lo que usted describe?

—Algún tipo de neurotoxina, es lo que me viene a la mente.

Saco a colación a Dawn Kincaid. Le digo que la hija biológica de Kathleen Lawler, que está acusada de varios delitos violentos en Massachusetts, incluido el intento de asesinarme, experimentó esta mañana dificultades para respirar en su celda en Butler y tuvo un paro respiratorio. El diagnóstico es de muerte cerebral y le explico que las autoridades consideran la posibilidad de que la envenenaran.

—No estoy al tanto de que Jaime fuese alérgica al marisco, a menos que desarrollase una sensibilidad hace poco —continúo—. Aunque una reacción anafiláctica al marisco puede causar la parálisis flácida y la muerte. Como ocurre con otros tipos de envenenamientos. Al parecer, Jaime hizo una buena parte de sus compras en la misma farmacia, Monck’s. No estaría mal prestar atención a cualquier cosa que pudiera haber comprado allí, cualquier cosa de allí que esté en el apartamento. Cualquier producto, medicamentos de venta libre o recetados, incluido lo que podría haber comprado en el pasado y que no estamos viendo ahora.

Solo para descartar que no se hizo esto a sí misma o si han manipulado algo que compró allí.

—Quiere decir que alguien manipuló algo en los estantes de la farmacia.

—Tenemos que considerar todas las posibilidades que se nos ocurran y necesitamos un inventario completo de todo lo que hay en este apartamento —reitero—. Lo último que queremos es pasar por alto y dejar atrás un veneno potencial que hiera o mate a alguien más.

—Está pensando que el suicidio es una posibilidad.

—No estoy pensando en eso.

—O que tal vez ella accidentalmente se apoderó de algo.

—Tengo la sensación de que sabe lo que estoy pensando —señalo—. Alguien la envenenó y lo hizo con toda premeditación. Mi pregunta principal es con qué la envenenó.

—Bueno, pudieron echar algo en su comida —apunta—. ¿Alguna idea de qué podría provocar los síntomas que describe? ¿Lo que usted podría poner en la comida de alguien y que en pocas horas la matarían de parálisis flácida?

—No hay nada que pusiera en la comida de nadie.

—No quiero decir personalmente.

Sigue fotografiando todos los objetos en el cuarto de baño, cada producto de tocador y de baño, cada producto de belleza, incluso las pastillas de jabón, y toma notas en su cuaderno, y sé lo que está haciendo.

Gana tiempo y recopila información, metódica, laboriosa y pacientemente. Porque cuanto más tiempo pasemos juntos, más hablaré. No soy ingenua y sabe que no lo soy, y el juego continúa porque yo decido no detenerlo.

—¿Qué neurotoxina podría ser? Deme algunos ejemplos.

Sondea para obtener una información que pueda decirle que asesiné a Jaime Berger o a los demás, o saber quién lo hizo.

—Cualquier toxina que destruya el tejido nervioso —contesto—. La lista es larga. El benceno, la acetona, el etilenglicol, el fosfato de codeína, el arsénico.

Pero no me preocupa ninguna de esas cosas. No creo que Jaime estuviese expuesta al benceno o al anticongelante, o que algún producto doméstico como el quitaesmaltes de uñas o un pesticida acabase rociado en su sushi o mezclado en su whisky, o si bebió jarabe para la tos. Esos tipos de envenenamientos suelen ser accidentales o el resultado de actos irracionales. No son los que me provocan pesadillas. Hay cosas mucho peores a las que temo. Los agentes químicos y biológicos del terror. Las armas de destrucción masiva hechas de agua, polvo y gas, que nos matan con lo que bebemos, tocamos y respiramos. O el envenenamiento de los alimentos. Menciono la saxitoxina, la ricina, el fugu, la ciguatera.

Le sugiero a Sammy Chang que deberíamos pensar en la toxina botulínica, el veneno más potente del mundo.

—Las personas pueden contraer el botulismo del sushi, ¿verdad?

Abre la puerta de la ducha.

—Clostridium botulinum, el organismo anaeróbico que produce la toxina venenosa o de los nervios, es ubicuo. La bacteria se encuentra en el suelo y los sedimentos de lagos y estanques. Prácticamente cualquier alimento o líquido puede tener riesgo de contaminación. Si es eso a lo que se expuso, el inicio fue mucho más rápido. Por lo general, se necesitan al menos seis horas para la aparición de los síntomas y lo más común es que sea entre las doce a las treinta y seis horas.

—Como cuando tienes una lata de conserva que esta abultada a causa del gas y siempre te advierten que no comas algo que se ve de esa manera —dice—. Ese es el botulismo.

—El botulismo alimentario se asocia con el envasado incorrecto y los malos procedimientos de higiene, o los aceites mezclados con ajo o hierbas y después no refrigerados. Las verduras crudas mal lavadas, las patatas asadas al horno con papel de aluminio que se dejan enfriar antes de servirlas. Usted puede enfermar de botulismo por un montón de cosas.

—Mierda, me acaba de estropear una gran cantidad de comidas. Así que si usted es la mala...

—Yo no soy la mala.

—Pongamos que lo sea. ¿Usted cultiva esta bacteria de alguna manera y luego la pone en la comida de una persona y muere de botulismo? —pregunta Chang.

—No sé cómo se hizo. Si suponemos que estamos hablando de la toxina botulínica.

—Y a usted le preocupa que así sea.

—Es algo que debemos considerar muy en serio. Con la máxima seriedad.

—¿Es común el uso en los envenenamientos homicidas?

—No sería común en absoluto —respondo—. No tengo conocimiento de ningún caso. Sin embargo, la toxina botulínica sería muy difícil de detectar si no se tiene una historia y una razón para sospechar su presencia.

—Vale. Si ella no podía respirar, tenía todos estos síntomas terribles que usted ha descrito, ¿por qué no llamó al nueveunouno?

Fotografía los frascos de sales de baño y las velas en un lado de la bañera. Lavanda y vainilla. Eucalipto y bálsamo.

—Se sorprendería de cuántas personas no lo hacen —contesto, al tiempo que le indico que me gustaría examinar los medicamentos con receta, y por supuesto no le importa. No le importa lo que yo hago mientras me sigue llevando por el camino que él quiere que siga—. Las personas creen que se pondrán bien o que pueden ayudarse a ellas mismas con los remedios caseros, y entonces ya es demasiado tarde —agrego.

Destapo el frasco de Ambien y la información en la etiqueta indica que la receta se sirvió hace diez días en la misma farmacia cerca de la cárcel, donde me detuve ayer después de usar el teléfono público. Treinta pastillas de diez miligramos y las cuento.

—Quedan veintiuna. —Devuelvo las pastillas al frasco y, a continuación, compruebo el Ativan—. Vendido al mismo tiempo y por la misma farmacia como lo demás, donde compró la mayoría de las cosas que al parecer hay aquí. Monck’s. Un farmacéutico llamado Herb Monck.

Es posible que sea el propietario, y recuerdo al hombre de la bata que ayer me vendió el Advil. Una farmacia que se me ocurre que hace entregas a domicilio. «En el día en su puerta», es la promesa de los carteles en el interior, y me pregunto si Jaime recibió en casa algo más que la comida.

—Quedan dieciocho pastillas de un miligramo —informo a Chang—. Carl Diego es el médico que recetó los dos medicamentos.

—La mayoría de las personas que quieren matarse se toman todo el frasco. —Chang se quita los guantes y mete la mano en el bolsillo de los pantalones cargo—. Veamos quién es el doctor Diego.

Tiene el BlackBerry en la mano.

—No hay nada que indique una sobredosis suicida —subrayo.

Abro los cajones y los armarios, y encuentro muestras de perfumes y cosméticos que Jaime debió de obtener gratis en una perfumería, o muy probablemente por las compras en internet. Productos entregados a domicilio. La vida traída a su puerta, y luego la muerte entregada en una bolsa de comida para llevar. Que me entregaron a mí.

—No debemos aferrarnos a la idea de que ella causó su propia muerte cuando hay alguien por ahí que podría hacerlo de nuevo —le digo a Chang—. Ya se han producido varias muertes. No queremos más.

Le estoy sugiriendo de una manera un tanto burda que no quiera cometer el error de quedarse aferrado a mí y a Marino. Si Chang solo se concentra en nosotros no mirará en ningún otro sitio.

—Un médico en Nueva York en la calle 81 Este. Quizá su médico de cabecera, que le extendió las recetas que ella necesitaba aquí. —Chang sigue consultando internet y lo que está haciendo de verdad es facilitarme las cosas para que yo sola caiga en la trampa—. Si pusieron algo en su comida con toda intención, tendría que ser inodoro e insípido. ¿Sobre todo en el sushi?

—Sí —asiento—. Si sabemos que es insípido.

—¿Qué quiere decir?

—¿Quién prueba un veneno y vive para contarlo?

—¿Ejemplos de venenos muy potentes que sean inodoros e insípidos? —Como si yo ocultase una verdad maligna que él pueda conseguir que salga de su escondite—. Dígame qué usaría si fuese una asesina.

Presiona un poco más.

—No usaría nada porque no envenenaría a nadie, incluso si supiese cómo. —Le miro a los ojos—. No ayudaría a otra persona a envenenar a nadie aunque creyese que podríamos salir bien librados.

—No lo decía en sentido literal. Solo estoy preguntando qué cree que pudo hacer el trabajo. Algo que no se puede oler o probar y se pueda poner en su sushi. Además de la bacteria que causa botulismo. ¿Qué más?

Guarda el BlackBerry en el bolsillo y se pone unos guantes nuevos. Mete los usados en una bolsa de pruebas y la sella para que puedan ser eliminados de manera segura.

—Es difícil saber por dónde empezar, y en estos días también es difícil saber qué puede haber por ahí. Agentes químicos y biológicos que espantan, producidos en los laboratorios y convertidos en armas por nuestro propio ejército.

28

Volvemos al dormitorio, donde Colin camina de un extremo al otro y habla por el móvil con el servicio de recogida. Ha cubierto el cuerpo de Jaime con una sábana desechable, un acto de bondad y un gesto de respeto que no era necesario, y estoy impresionada por la ironía. Es una muestra de consideración hacia Jaime mucho mayor de la que ella nunca le mostró.

—Vais a necesitar por lo menos dos bolsas —ordena a través del teléfono mientras pasa por delante de las ventanas con las cortinas echadas. Es difícil saber qué hora es y me doy cuenta de que continúa lloviendo con la misma intensidad. Oigo el repiqueteo de la lluvia en el tejado y las salpicaduras en los cristales—. Así es, solo tenéis que utilizar las mismas precauciones que si fuera infecciosa; no sabemos si lo es y de todos modos siempre tratamos a todos los cuerpos como infecciosos, ¿no es cierto?

—El fentanilo y la llamada droga de la violación Rohypnol, los agentes nerviosos como el sarín, el tabún, el oksilidin, el ántrax —recito la lista con Chang—. Pero algunos de estos actúan muy rápido. Por ejemplo, si alguien puso Rohypnol o fentanilo en su comida, no habría acabado la cena. Creo que la prioridad es la detección de Clostridium botulinum.

—Botulismo. Caray, eso sí que asusta. ¿Por qué piensa en el botulismo en lugar de otra cosa?

Deja la bolsa con los productos contaminados al pie de la cama.

—Los síntomas tal y como han sido descritos.

—Es extraño pensar en envenenar a alguien con una bacteria.

—No es la bacteria sino la toxina producida por la bacteria —explico—. Esa sería la manera de hacerlo y es lo que los militares tienen en mente. No conviertes la bacteria en un arma. Haces un arma con una toxina que, hasta donde se sabe, es insípida e inodora, relativamente fácil de conseguir y, por lo tanto, difícil de rastrear —añado a las sospechas que tiene sobre mí—. No tenemos tiempo para un ensayo con ratas de laboratorio. Por cierto, a una rata no le resulta muy agradable. Inyectarle el suero y esperar días a ver si muere.

Colin cubre el teléfono con la mano y me pregunta:

—¿Qué pasa con el botulismo?

Le digo que debemos buscar su presencia.

—¿Tienes algo en mente?

Le respondo que tengo una idea al respecto.

Asiente y vuelve a su conversación con el servicio de recogida.

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