Él todavía no podía moverse, pero el pánico se estaba evaporando, diluido de algún modo y dispersado por el sonido de la voz de la mujer. El espacio que lo contenía, fuera cual fuese, ya no lo aplastaba.
Conocía la voz de la mujer.
Con su voz llegó la imagen de su cara.
Él abrió los ojos. Al principio no vio nada más que luz.
Entonces la vio a ella.
Ella lo estaba mirando, sonriendo.
Trató de moverse, pero no se movió nada.
—Estás escayolado—dijo—. Cálmate.
De repente, recordó cómo se precipitó por la sala hacia Giotto Skard, el primer disparo ensordecedor.
—¿Jack está bien?—preguntó en un susurro áspero.
—Sí.
—¿Tú estás bien?
—Sí.
Las lágrimas le llenaron los ojos, desdibujando la cara de ella.
Al cabo de un rato su recuerdo se expandió hacia atrás.
—¿El fuego…?
—Todos salieron.
—Ah. Bien. Bien. ¿Jack encontró el…?—No podía recordar la palabra.
—El mando a distancia, sí. Tú le recordaste que mirara en el bolsillo de Ashton. —Prorrumpió en una extraña risita, como si sorbiera o se atragantara.
—¿A qué viene eso?
—Solo se me había pasado por la cabeza que «el mando está en el bolsillo de Ashton» podrían haber sido tus últimas palabras.
Él empezó a reír, pero inmediatamente gritó por el dolor en el pecho, luego empezó a reír otra vez y gritó de nuevo.
—Oh, Dios, no, no, no me hagas reír. —Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. El pecho le dolía horrores. Se estaba agotando.
Ella se inclinó hacia él y le limpió los ojos con un pañuelo de papel arrugado.
—¿Qué hay de Skard?—preguntó él ya con voz apenas audible.
—¿Giotto? Lo dejaste tan mal como él a ti.
—¿Escaleras?
—Oh, sí. Es probable que sea la primera vez que un hombre tira a otro por las escaleras después de que le hayan disparado tres veces.
Había mucho en la voz de ella, muchas emociones en conflicto, pero él detectó en esa rica mezcla un elemento de orgullo inocente. Le hizo reír. Las lágrimas volvieron a caer.
—Ahora descansa—dijo ella—. La gente va a hacer cola para hablar contigo. Hardwick le contó a todo el mundo en el DIC lo que ocurrió, y todo lo que descubriste sobre quién era quién y qué era qué, y dijo que eras un héroe increíble, y habló de cuántas vidas habías salvado, pero están ansiosos de oírlo de tu boca.
Él no dijo nada durante un rato, tratando de llegar lo más lejos que su memoria podía llevarle.
—¿Cuándo hablaste con ellos?
—Hoy hace dos semanas.
—No, me refiero a… ese asunto de los Skard y el fuego.
—Hoy hace dos semanas. El día que ocurrió, el día que volví de Nueva Jersey.
—Dios mío, ¿estás diciendo…?
—Has estado un poco ausente. —Hizo una pausa, sus ojos se llenaron de repente de lágrimas, su respiración empezó a convertirse en jadeos—. Casi te pierdo—dijo, y al decirlo, algo salvaje y desesperado se extendió en su rostro, algo que él nunca había visto antes.
—¿
E
stá dormido?
—Dormido del todo no. Solo un poco aturdido y adormilado. Le han puesto un gotero temporal de hidromorfona para reducir el dolor. Si le habla, él la oirá.
Era cierto. Y Gurney sonrió ante eso. Pero el calmante hacía algo más que reducir el dolor. Lo eliminaba en una ola de…, ¿de qué?, una ola de bienestar, de inmenso y placentero bienestar. Sonrió por lo bien que se sentía.
—No quiero molestarle.
—Solo diga lo que tenga que decir. Él la oirá perfectamente, y no lo molestará.
Conocía las voces. Eran las de Val Perry y Madeleine. Voces hermosas.
La voz hermosa de Val Perry:
—¿David? He venido a darle las gracias.
Hubo un largo silencio. El silencio de un velero distante cruzando un horizonte azul.
—Supongo que es lo único que de verdad tenía que decir. Le dejo un sobre. Espero que sea suficiente. Es diez veces la cantidad que acordamos. Si no es suficiente, hágamelo saber. —Otro silencio. Un pequeño suspiro. El suspiro de una brisa sobre un campo de amapolas naranjas—. Gracias.
No sabía dónde terminaba su cuerpo y dónde empezaba la cama. Ni siquiera sabía si estaba respirando.
De pronto estaba despierto, mirando a Madeleine.
—Es Jack—estaba diciendo—, Jack Hardwick, del DIC. ¿Puedes hablar con él? ¿Le digo que venga mañana?
Miró más allá de su esposa, a la figura que estaba en el umbral, vio el pelo corto y gris, la cara rubicunda, los ojos celestes de malamut.
—Ahora está bien. —Algo en la necesidad de hacerse entender con Hardwick, de concentrarse, empezó a aclarar su pensamiento.
Madeleine asintió, se hizo a un lado cuando Hardwick se acercó a la cama.
—Voy a bajar a tomar un café horrible—dijo—. Volveré dentro de un rato.
—¿Sabes?—dijo Hardwick con tono áspero, levantando una mano vendada después de que ella salió de la habitación—, una de esas putas balas te atravesó y me dio a mí.
Gurney le miró la mano y no vio una gran herida. Se acordó de cómo Marian Eliot se había referido a Hardwick: un rinoceronte listo. Se echó a reír. Aparentemente le habían reducido el gota a gota de hidromorfona lo suficiente para que la risa doliera.
—¿Tienes alguna noticia que me pueda interesar?
—Eres frío, Gurney, muy frío. —Hardwick negó con la cabeza en un falso ademán de aflicción—. ¿Sabes que le rompiste la espalda a Giotto Skard?
—¿Cuando lo empujé por la escalera?
—No lo empujaste por la escalera. Rodaste con él como si él fuera un puto trineo. El resultado fue que terminó en esa silla de parapléjico con la que lo habías amenazado. Y supongo que ha empezado a pensar sobre esa pequeña contingencia desagradable que mencionaste, la posibilidad de que sus compañeros reclusos se le meen en la cara de vez en cuando. Así que el resumen, yendo al grano, es que ha hecho un trato con el fiscal por cadena perpetua sin posibilidad de condicional y la garantía de separación de la población reclusa general.
—¿Qué clase de trato?
—Nos dio las direcciones de los clientes especiales de Karmala. Los que querían ir hasta el final.
—¿Y?
—Y algunas de las chicas que encontramos en esas direcciones aún estaban vivas.
—¿Ese era el trato?
—Además, tenía que delatar al resto de la organización. Inmediatamente.
—¿Delató a sus otros dos hijos?
—Sin pensárselo dos veces. Giotto Skard no es un sentimental.
Gurney sonrió por la benignidad de la definición.
—Pero tengo una pregunta para ti—continuó Hardwick—. Dado lo… pragmático que es en los asuntos de negocios y lo loco que estaba Leonardo, ¿por qué no acabó Giotto con él la primera vez que tuvo noticia de esas peculiares peticiones de decapitación que Leonardo introducía en las transacciones con los clientes de Karmala?
—Fácil. No mates a la gallina de los huevos de oro.
—La gallina era Leonardo, alias doctor Ashton.
—Ashton era bueno en su campo… y Mapleshade era una escuela famosa. Si lo mataban, la escuela podría cerrar… y cortaría un suministro de mujeres jóvenes enfermas. —Gurney cerró los ojos un momento—. No es algo que… Giotto quería que ocurriera.
—Entonces, ¿por qué matarlo al final?
—Al desentrañarse todo… se esfumó, podríamos decir…, no más… huevos de oro.
—¿Estás bien, campeón? Pareces un poco confundido.
—Nunca he estado mejor. Sin los huevos de oro…, la gallina loca se convierte en una responsabilidad. Una cuestión de riesgo-recompensa. En la capilla, Giotto vio por fin que Leonardo era todo riesgo, sin recompensa. Inclinada la balanza…, había más beneficio en matarlo que en mantenerlo vivo.
Hardwick emitió un gruñido reflexivo.
—Un loco muy práctico.
—Sí. —Después de un largo silencio, Gurney preguntó—. ¿Giotto delató a alguien más?
—A Saul Steck. Fuimos con algunos chicos del Departamento de Policía de Nueva York y lo encontramos en esa casa de arenisca de Manhattan. Por desgracia, se suicidó antes de que llegáramos a él. Un detalle interesante de Steck, por cierto: ¿recuerdas que te hablé del periodo que pasó en un hospital psiquiátrico después de su detención por múltiples acusaciones de violación hace años? Adivina quién era el psiquiatra en el programa de rehabilitación de delincuentes sexuales del hospital.
—¿Ashton?
—El mismo. Supongo que conocía bien a Saul y decidió que tenía suficiente potencial para hacer una excepción a la regla de solo familia de los Skard. Bien pensado, se le daba bien juzgar la personalidad de la gente. Podía identificar a un tarado psicópata a un kilómetro de distancia.
—¿Habéis descubierto quiénes eran las hijas de Saul?
—¿Quizá nuevas graduadas de Mapleshade en un trabajo de internado? ¿Quién sabe? Se habían ido cuando llegamos y sería una gran sorpresa que reaparecieran.
A Gurney le tranquilizó en cierto modo, pero no del todo, a pesar de aquella leve neblina de hidromorfona. La sensación creó un extraño silencio. Por fin, Gurney preguntó:
—¿Encontraste algo de interés en la casa?
—¿De interés? Oh, sí, desde luego. Muchos vídeos interesantes. Jóvenes señoritas describiendo sus actividades favoritas al detalle. Historias chungas. Muy chungas.
Gurney asintió.
—¿Algo más?
Hardwick levantó los brazos en un exagerado encogimiento de hombros.
—Podría ser. ¿Quién sabe? Haces lo posible por controlarlo todo, pero a veces desaparece material. Nunca llega a inventariarse. Se destruye accidentalmente. Ya sabes cómo es.
Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos.
La mirada de Hardwick vagó por la habitación, luego volvió a Dave en la cama del hospital. Pareció pensativo y luego divertido.
—¿Sabes, Gurney?, eres un tío mucho más jodido de lo que la mayoría de la gente ve.
—¿No nos pasa a todos?
—¡Diablos, no! Mírame a mí, por ejemplo, yo parezco un completo desquiciado, pero por dentro soy una roca. Una máquina perfectamente afinada y bien equilibrada.
—Si tú estás bien equilibrado…—Normalmente Gurney podría haber terminado la frase con una refutación inteligente, pero la hidromorfona estaba haciendo efecto y su voz se apagó.
Los dos hombres se sostuvieron la mirada un buen rato hasta que Hardwick dio un paso atrás.
—Bueno, ya nos veremos.
—Claro.
Empezó a irse. Luego se volvió un momento.
—Tranquilo, Sherlock. Todo está bien.
—Gracias, Jack.
Al cabo de un rato, Madeleine volvió a la habitación con una pequeña taza de café. Arrugó la nariz y la dejó en una mesita de metal que había en una esquina.
Gurney sonrió.
—¿No está muy bueno?
Ella no respondió. Solo se acercó al lado de la cama, cogió las dos manos de su marido entre las suyas y las sostuvo con fuerza.
Se quedó allí a su lado, sin más, sosteniéndoselas durante un buen rato.
Puede que fuera un minuto o una hora. Dave no lo sabía.
De lo que sí era plenamente consciente era de la sonrisa constante, perceptiva y encantadora de su mujer; la sonrisa que solo ella tenía.
Lo envolvió, le dio calor, lo deleitó como ninguna otra cosa en la Tierra.
Estaba sorprendido de que alguien que lo veía todo con tanta claridad, que tenía toda la luz del mundo en sus ojos, viera en él algo digno de una sonrisa así.
Era una sonrisa que podría hacer que un hombre creyera que la vida era buena.
Cuando terminé mi primera novela,
Sé lo que estás pensando
, tuve la buena fortuna de que aceptara representarme una fabulosa agente, Molly Friedrich, y su maravilloso equipo, Lucy Clarkson y Paul Cirone. Mi buena suerte continuó cuando Rick Horgan, el fantástico editor de Crown, lo compró para publicarlo. A día de hoy, sigo contando con la bendición que supone la guía y el apoyo que me proporcionan estas personas honestas, inteligentes y talentosas. Su combinación ideal de crítica constructiva y entusiasmo apasionado han hecho que mi nueva novela,
No abras los ojos
, sea mejor en todos los aspectos. Rick, Molly, Lucy, Paul: ¡gracias!
*
Juego de palabras entre el apellido del personaje y la expresión inglesa
hard on
, que significa «erección». (
N. de la E
.)
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Guiding Light
es una luz de guía o un faro. También era el título de una serie de televisión muy popular en EE. UU. durante los años 50. (
N. de la E
.)
*
En Estados Unidos el Día de la Madre se celebra el segundo domingo de mayo. (
N. del T
.)