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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Ocho casos de Poirot (11 page)

BOOK: Ocho casos de Poirot
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Un ruido de pasos pesados precedió a la aparición de Halliday.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —interrogó sorprendido.

—Buscaba esto, monsieur.

Poirot le enseñó una falda y un abrigo de color azul y una toca de piel blanca.

—¿Qué significa esto? ¿Por qué andan ustedes en mi baúl?

Me volví. Jane Mason, la doncella, estaba en el umbral de la habitación.

—Cierre esa puerta, Hastings —dijo Poirot—. Bien. Apoye la espalda en ella. Así. Permítame, míster Halliday, que la presente ahora a Gracie Kidd, alias Jane Mason, que va a reunirse en breve a su cómplice Red Narky bajo la amable escolta del inspector Japp.

* * *

Poirot alzó una mano suplicante.

—¡Bah! Pero si no hay nada tan sencillo —exclamó, tomando más caviar—. La insistencia de la doncella en hablarme de la ropa que llevaba puesta su señora fue lo que primero me llamó la atención. ¿Por qué parecía tan ansiosa de que reparásemos en ese detalle? Y me dije al punto que después de todo teníamos que fiarnos exclusivamente de su palabra ya que era la única persona que había visto al hombre misterioso que hablaba en Bristol con su señora. De la declaración del doctor se desprende que lo mismo pudieron asesinarla antes que después de la llegada del tren a dicha localidad y si fuese así la doncella tenía por fuerza que ser cómplice del asesinato. Mistress Carrington iba vestida de un modo llamativo. Las doncellas suelen elegir, en ocasiones, los vestidos que debe ponerse el ama. Y por ello si después de pasar de la estación de Bristol viera cualquiera a una señora vestida de azul con sombrero blanco, juraría sin hacerse rogar que era mistress Carrington a quien sin duda había visto.

»A continuación comencé a reconstruir mentalmente la escena. La doncella se proveyó de ropas por duplicado. Ella y su cómplice cloroformizaron y mataron a mistress Carrington entre Londres y Bristol, aprovechando seguramente el paso del tren por un túnel. Hecho esto metieron el cadáver debajo del asiento y la doncella ocupó su puesto. En Weston procuró que se fijasen en ella. ¿Cómo? Llamando probablemente a un vendedor de periódicos y atrayendo su atención sobre el color del vestido mediante una observación natural. Después de salir de Weston arrojó el cuchillo por la ventanilla sin duda para hacer creer que el crimen se había cometido allí y o bien se cambió de ropa, o bien se puso encima un abrigo. En Tauton se apeó del tren y regresó a escape a Bristol, donde su cómplice dejó como estaba convenido, el equipaje en consigna. El hombre le entregó el billete y regresó a Londres. Ella aguardó como lo exigía su papel, en el andén, pasó luego la noche en un hotel y volvió a la ciudad a la mañana siguiente, según dijo.

»Japp confirmó todas esas deducciones al volver de su expedición. Me refiero... también que un bribón famoso había tratado de vender las joyas robadas. En seguida me di cuenta de que había de tener un tipo diametralmente opuesto al que Jane nos había descrito. Y al enterarme de que Red Narky trabaja siempre con Gracie Kidd... ¡bueno! Supe adonde tenía que ir a buscarla.

—¿Y el conde?

—Cuanto más reflexionaba en esto más convencido estaba de que no tenía nada que ver con el crimen. Ese caballero ama mucho la piel para arriesgarse a cometer un asesinato. Un hecho así no está en armonía con su manera de ser.

—Bien, monsieur Poirot —dijo Halliday—, acabo de contraer una deuda enorme con usted. Y el cheque que voy a escribir después de la comida no la zanjará más que en parte.

Poirot sonrió modestamente y murmuró a mi oído:

—El buen Japp se dispone a gozar oficialmente de mayor prestigio, pero como dicen los americanos ¡fui yo quien llevó la cabra al matadero!

El caso del Baile de la Victoria

Una pura casualidad impulsó a mi amigo Hércules Poirot, antiguo jefe de la
Force
belga, a ocuparse del caso Styles. Su éxito le granjeó notoriedad y decidió dedicarse a solucionar los problemas que muchos crímenes plantean. Después de ser herido en el Somme y de quedar inútil para la carrera militar, me fui a vivir con él a su casa de Londres. Y precisamente porque conozco al dedillo todos los asuntos que se trae entre manos, es lo que me ha sugerido el escoger unos cuantos, los de interés, y darlos a conocer. De momento me parece oportuno comenzar por el más enmarañado, por el que más intrigó en su época al gran público. Me refiero al llamado caso «del baile de la Victoria».

Porque si bien no es el que demuestra mejor los méritos peculiares de Poirot, sus características sensacionales, las personas famosas que figuraron en él y la tremenda publicidad que le dio la Prensa, le prestan el relieve de
une cause célebre
y además hace tiempo que estoy convencido de que debo dar a conocer al mundo la parte que tomó Poirot en su solución.

Una hermosa mañana de primavera me hallaba yo sentado en las habitaciones del detective. Mi amigo, tan pulcro y atildado como de usual, se aplicaba delicadamente un nuevo cosmético en su poblado bigote. Es característica de su manera de ser una vanidad inofensiva, que casa muy bien con su amor por el orden y por el método en general. Yo había estado leyendo el
Daily Newsmonger
, pero se había caído al suelo y hallábame sumido en sombrías reflexiones, cuando la voz de mi amigo me llamó a la realidad.

—¿En qué piensa,
mon ami
? —interrogó.

—En el asunto ese del baile —respondí—. ¡Es espantoso! Todos los periódicos hablan de él —agregué dando un golpecito en la hoja que me quedaba en la mano.

—¿Si?

Yo continué, acalorándome:

—¡Cuánto más se lee más misterioso parece! ¿Quién mató a lord Cronshaw? La muerte de Coco Courtenay, aquella misma noche, ¿fue pura coincidencia? ¿Fue accidental? ¿Tomó deliberadamente una doble dosis de cocaína? ¿Cómo averiguarlo?

Me interrumpí para añadir, tras de una pausa dramática:

—He aquí las preguntas que me dirijo.

Pero con gran contrariedad mía Poirot no demostró el menor interés, no me hizo caso y se miró al espejo, murmurando:

—¡Decididamente esta nueva pomada es una maravilla! —al sorprender entonces una mirada mía se apresuró a decir—: Bien, ¿y qué se responde usted?

Pero antes de que pudiese contestar se abrió la puerta y la patrona anunció al inspector Japp.

Ése era un antiguo amigo y se le acogió con gran entusiasmo.

—¡Ah! ¡Pero si es el buen Japp! —exclamó Poirot—. ¿Qué buen viento le trae por aquí?

—Monsieur Poirot —repuso Japp tomando asiento y dirigiéndome una inclinación de cabeza—. Me han encargado de la solución de un caso digno de usted y vengo a ver si le conviene echarme una mano.

Poirot tenía buena opinión de las cualidades del inspector, aunque deploraba su lamentable falta de método: yo, por mi parte, consideraba que el talento de dicho señor consistía, sobre todo, en el arte sutil de solicitar favores bajo pretexto de prodigarlos.

—Se trata de lo sucedido durante el baile de la Victoria —explicó con acento persuasivo—. Vamos, no me diga que no está intrigado y deseando contribuir a su solución.

Poirot me miró sonriendo.

—Eso le interesa al amigo Hastings —contestó—. Precisamente me estaba hablando del caso. ¿Verdad,
mon ami
?

—Bueno, que nos ayude —concedió benévolo el inspector—. Y si llega usted a desentrañar el misterio que lo rodea podrá adjudicarse un tanto. Pero vamos a lo que importa. Supongo que conocerá ya los pormenores principales, ¿no es eso?

—Conozco únicamente lo que cuentan los periódicos... y ya sabemos que la imaginación de los periodistas nos extravía muchas veces. Haga el favor de referirme la historia.

Japp cruzó cómodamente las piernas y habló así:

—El martes pasado fue cuando se dio el baile de la Victoria en esta ciudad, como todo el mundo sabe. Hoy se denomina «gran baile» a cualquiera de ellos, siempre que cueste unos chelines, pero éste a que me refiero se celebró en el Colossus Hall y todo Londres, incluyendo a lord Cronshaw y sus amigos, tomó parte en...

—¿Su
dossier
? —dijo interrumpiéndole Poirot—. Quiero decir su bio... ¡No, no! ¿Cómo le llaman ustedes? Su biografía.

—El vizconde Cronshaw, quinto de este nombre, era rico, soltero, tenía veinticinco años y demostraba gran afición por el mundo del teatro. Se comenta y dice que estaba prometido a una actriz, miss Courtenay, del teatro Albany, que era una dama fascinadora a la que sus amistades conocían con el nombre de «Coco».

—Bien.
Continuez
!

—Seis personas eran las que componían el grupo capitaneado por lord Cronshaw: él mismo; su tío, el Honorable Eustaquio Beltane; una linda viuda americana, mistress Mallaby; Cristóbal Davidson, joven actor; su mujer, y finalmente, miss Coco Courtenay. El baile era de trajes, como ya sabe, y el grupo Cronshaw representaba los viejos personajes de la antigua Comedia Italiana.

—Eso es.
La commedia dell'Arte
—murmuró Poirot—. Ya sé.

—Estos vestidos se copiaron de los de un juego de figuras chinescas que forman parte de la colección de Eustaquio Beltane. Lord Cronshaw personificaba a
Arlequín
; Beltane a
Pulchinella
; los Davidson eran respectivamente
Pierrot
y
Pierrette
; miss Courtenay era, como es de suponer,
Colombine
. A primera hora de la noche sucedió algo que lo echó todo a perder. Lord Cronshaw se puso de un humor sombrío, extraño, y cuando el grupo se reunió más adelante para cenar en un pequeño reservado, todos repararon en que él y miss Courtenay hablan reñido y no se hablaban. Ella había llorado, era evidente, y estaba al borde de un ataque de nervios. De modo que la cena fue de lo más enojosa y cuando todos se levantaron de la mesa, Coco se volvió a Cristóbal Davidson y le rogó que la acompañara a casa porque ya estaba harta de baile. El joven actor titubeó, miró a lord Cronshaw y finalmente se la llevó al reservado otra vez.

«Pero fueron vanos todos sus esfuerzos para asegurar una reconciliación, por lo que tomó un taxi y acompañó a la ahora llorosa miss Courtenay a su domicilio. La muchacha estaba trastornadísima; sin embargo, no se confió a su acompañante. Únicamente dijo repetidas veces: "Cronshaw se acordará de mí." Esta frase es la única prueba que poseemos de que pudiera no haber sido su muerte accidental. Sin embargo, es bien poca cosa, como ve, para que nos basemos en ella. Cuando Davidson consiguió que se tranquilizase un poco era tarde para volver al Colossus Hall y marchó directamente a su casa, donde, poco después, llegó su mujer y le enteró de la espantosa tragedia acaecida después de su marcha.

«Parece ser que a medida que adelantaba la fiesta iba poniéndose lord Cronshaw cada vez más sombrío. Se mantuvo separado del grupo y apenas se le vio en toda la noche. A la una y treinta, antes del gran cotillón en que todo el mundo debía quitarse la careta, el capitán Digby, compañero de armas del lord, que conocía su disfraz, le vio de pie en un palco contemplando la platea.

—¡Hola, Cronsh! —le gritó—. Baja de ahí y sé más sociable. Pareces un mochuelo en la rama. Ven conmigo y nos divertiremos.

—Está bien. Espérame, de lo contrario nos separará la gente.

Lord Cronshaw le volvió la espalda y salió del palco. El capitán Digby, a quien acompañaba la señora Davidson, aguardó. Pero el tiempo pasaba y lord Cronshaw no aparecía.

Finalmente, Digby se impacientó.

—¿Si creerá ese chiflado que vamos a estarle aguardando toda la noche? Vamos a buscarle.

En ese instante se incorporó a ellos mistress Mallaby.

—Está hecho un hurón —comentó la preciosa viuda.

La búsqueda comenzó sin gran éxito hasta que a mistress Mallaby se le ocurrió que podía hallarse en el reservado donde habían cenado una hora antes. Se dirigieron allá ¡y qué espectáculo se ofreció a sus ojos! Arlequín estaba en el reservado, cierto es, pero tendido en tierra y con un cuchillo de mesa clavado en medio del corazón.

Japp guardó silencio. Poirot, intrigado, dijo con aire suficiente :


Une belle affaire
! ¿Y se tiene algún indicio de la identidad del autor de la hazaña? No, es imposible, desde luego.

—-Bien —continuó el inspector—, ya conoce el resto. La tragedia fue doble. Al día siguiente, los periódicos la anunciaron con grandes titulares. Se decía brevemente en ellos que se había descubierto muerta en su cama a miss Courtenay, la popular actriz, y que su muerte se debía, según dictamen facultativo, a una doble dosis de cocaína. ¿Fue un accidente o un suicidio? Al tomar declaración a la doncella, manifestó que, en efecto, miss Courtenay era muy aficionada a aquella droga, de manera que su muerte pudo ser casual, pero nosotros tenemos que admitir también la posibilidad de un suicidio. Lo sensible es que la desaparición de la actriz nos deja sin saber el motivo de la querella que sostuvieron los dos novios la noche del baile. A propósito: en los bolsillos de lord Cronshaw se ha encontrado una cajita de esmalte que ostenta la palabra «Coco» en letras de diamantes. Está casi llena de cocaína. Ha sido identificada por la doncella de miss Courtenay como perteneciente a su señora. Dice que la llevaba siempre consigo, porque encerraba la dosis de cocaína a que rápidamente se estaba habituando.

—¿Era lord Cronshaw aficionado también a los estupefacientes?

—No por cierto. Tenía sobre este punto ideas muy sólidas.

Poirot se quedó pensativo.

—Pero puesto que tenía en su poder la cajita debía saber que miss Courtenay los tomaba. Qué sugestivo es esto, ¿verdad, mi buen Japp?

—Sí, claro —dijo titubeando el inspector.

Yo sonreí.

—Bien, ya conoce los pormenores del caso.

—¿Y han conseguido hacerse o no con alguna prueba?

—Tengo una, una sola. Hela aquí. —Japp se sacó del bolsillo un pequeño objeto que entregó a Poirot. Era un pequeño pompón de seda, color esmeralda, del que pendían varias hebras como si lo hubieran arrancado con violencia de su sitio.

—Lo encontramos en la mano cerrada del muerto —explicó.

Poirot se lo devolvió sin comentarios. A continuación preguntó:

—¿Tenía lord Cronshaw algún enemigo?

—Ninguno conocido. Era un joven muy popular
y
apreciado.

—¿Quién se beneficia de la muerte?

—Su tío, el honorable Eustaquio Beltane, que hereda su título y propiedades. Tiene en contra uno o dos hechos sospechosos. Varias personas han declarado que oyeron un altercado violento en el reservado y que Eustaquio Beltane era uno de los que disputaban. El cuchillo con que se cometió el crimen se cogió de la mesa y el hecho sugiere de que se llevase a cabo por efecto del calor de la disputa.

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