Authors: Lauren Kate
—Fue una noche, con un amigo —empezó a explicar, y respiró profundamente—. Y pasó algo terrible. —Cerró los ojos, al tiempo que rezaba por no echarse a llorar al recordarlo—. Hubo un incendio. Yo conseguí escapar... y él no.
Arriane bostezó, mucho menos horrorizada que Luce por la historia.
—De todas formas —siguió Luce—, luego no pude recordar los detalles de lo ocurrido. Por lo que podía recordar... al menos lo que le conté al juez... supongo que pensaron que estaba loca. —Intentó sonreír, pero su gesto era forzado.
Para sorpresa de Luce, Arriane le dio un apretón en el hombro. Por un segundo su cara pareció sincera de verdad. Luego recuperó su sonrisita.
—Somos unos incomprendidos, ¿no? —Con un dedo le dio un golpecito a Luce en la barriga—. ¿Sabes? Precisamente Roland y yo estábamos hablando de que no teníamos ningún amigo pirómano. Y todo el mundo sabe que se necesita a un buen pirómano para gastar una broma de reformatorio que valga la pena. —Ya estaba haciendo planes—. Roland pensó que quizá podría valer el otro novato, Todd, pero yo apuesto por ti. Deberíamos colaborar algún día.
Luce se resignó. Ella no era una pirómana. Pero ya estaba harta de hablar de su pasado; ni siquiera tenía fuerzas para replicar.
—Guauuu, espera a que Roland lo sepa —dijo Arriane bajando el rastrillo—. Eres un sueño hecho realidad.
Luce abrió la boca para protestar, pero Arriane ya se estaba alejando. «Perfecto», pensó Luce, mientras oía el ruido de los zapatos de Arriane en el barro. Ahora solo era cuestión de minutos que la noticia se propagara por el cementerio hasta Daniel, De nuevo sola, alzó la vista a la estatua. Aunque ya había limpiado un montón de musgo y de mantillo, el ángel parecía aún más sucio. Toda aquella tarea parecía tan estúpida. Dudaba de que nadie fuera nunca a visitar aquel lugar. También dudaba de que alguno de los otros chicos castigados estuviera todavía trabajando.
Y entonces su mirada se posó en Daniel, que sí estaba trabajando. Con un cepillo metálico limpiaba muy serio el moho que había en la placa de bronce de una tumba. Incluso se había arremangado, Luce podía ver sus músculos tensándose mientras trabajaba. Suspiro —no pudo evitarlo—y apoyó un codo en la estatua de mármol para observarlo. «Siempre ha sido tan trabajador.»
Luce sacudió la cabeza con rapidez. ¿De dónde había sacado eso? No tenía ni idea de lo que quería decir, y aun así, era ella quien lo había pensado. Era el tipo de frase que a veces surgía en su mente justo antes de dormirse. Un balbuceo incomprensible que no tenía sentido más allá de sus sueños. Pero allí estaba completamente despierta.
Tenía que comprender qué le ocurría con Daniel. Lo conocía desde hacía un día, y ya podía sentirse deslizando hacia un lugar extraño y desconocido.—Por tu bien, te recomiendo que te mantengas a distancia de él dijo una voz fría a sus espaldas.
Cuando Luce se dio la vuelta vio a Molly en la misma postura en que la había visto el día anterior: con los brazos en jarras, y bufando con fuerza por su nariz llena de
piercings
. Penn le había explicado que la sorprendente norma que permitía llevar
piercings
en la cara provenía de la negativa del director a quitarse el pendiente de diamantes que llevaba en la oreja.
—¿De quién? —preguntó Luce, a sabiendas de que su duda sonaba estúpida.
Molly puso los ojos en blanco.
—Oye, hazme caso cuando te digo que enamorarte de Daniel sería una idea muy, muy mala.
Antes de que Luce pudiera responder, Molly ya se había marchado. Pero Daniel —era casi como si hubiera oído su nombre— la estaba mirando directamente. Y entonces echó a andar directamente hacia ella.
Luce sabía que el sol se había ocultado detrás de una nube. Lo habría visto por sí misma si hubiese sido capaz de apartar los ojos de Daniel. Pero no podía alzar la vista, no podía mirar hacia otro lugar y, por alguna razón, tuvo que entornar los ojos para verlo a él. Casi como si Daniel estuviera creando su propia luz, como si la estuviera cegando. Le zumbaban los oídos, y sus rodillas empezaron a temblar.
Quiso coger el rastrillo y fingir que no lo veía venir. Pero ya era demasiado tarde para hacer como si nada.
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó.
—Eeeh... —trató de salirse por la tangente buscando una mentira verosímil. No encontró nada. Se hizo crujir los nudillos.
Daniel le cogió las manos
—No soporto que hagas eso.
Luce retrocedió de forma instintiva. El contacto de sus manos había sido efímero, pero sintió cómo se sonrojaba. Daniel se refería a que era algo que él en general no soportaba, que el crujido le molestaba en cualquiera, ¿no? Porque decir que lo odiaba cuando ella lo hacía implicaba que la había visto hacerlo antes. Y eso no era posible, apenas se conocían.
Pero, entonces, ¿por qué tenía la sensación de que se trataba de una discusión que ya habían mantenido antes?
—Molly me ha dicho que me mantenga alejada de ti —dijo al final.
Daniel balanceó la cabeza de un lado a otro, como si lo estuviera pensando.
—Probablemente tiene razón.
Luce sintió un escalofrío. Una sombra pasó sobre sus cabezas y oscureció la cara del ángel lo suficiente para que Luce se inquietara. Cerró los ojos e intentó respirar, rezando por que Daniel no notara nada extraño. Pero el pánico fue creciendo en su interior. Quería correr, pero no podía. ¿Y si se perdía en el cementerio? Daniel siguió su mirada hacia el cielo.
—¿Qué pasa?
—No, nada.
—Así, ¿vas a hacerlo o no? —preguntó cruzándose de brazos, como si la desafiara.
—¿El qué? —preguntó. «¿Correr?»
Daniel dio un paso hacia ella. Estaban a menos de treinta centímetros el uno del otro. Ella contuvo la respiración, con el cuerpo in móvil, y esperó.
—¿Vas a mantenerte alejada de mí?
Casi sonaba como si estuviera ligando.
Pero Luce estaba totalmente indispuesta. Tenía la frente húmeda por el sudor, y se apretó las sienes con los dedos para recuperar el control de su cuerpo y no quedar a su merced. Le resultaba imposible responderle como si estuviera ligando. Es decir, si lo que él estaba haciendo realmente era ligar.
Retrocedió un paso.
—Supongo.
—No te he oído —musitó él, enarcando una ceja mientras se acercaba otro paso.
Luce volvió a dar un paso atrás, más largo esta vez. Casi chocó contra el pie de la estatua, sintió el pedestal de piedra arenosa del ángel rozando su espalda. Una segunda sombra más oscura y fría silbó sobre ellos. Habría jurado que Daniel temblaba con ella.
Y luego el crujido de algo pesado los sobresaltó a ambos. Luce dio un grito ahogado cuando la estatua de mármol empezó a tambalearse, como la rama de un árbol oscilando por el viento. Por un momento, pareció quedar suspendida en el aire.
Luce y Daniel se quedaron de pie mirando el ángel. Los dos sabían que estaba a punto de caerse. La cabeza del ángel se inclinó hacia ellos lentamente, como si estuviera rezando, y luego tomó velocidad al empezar a desplomarse. Luce sintió al instante la mano de Daniel sujetándola con fuerza de la cintura, como si supiera exactamente dónde empezaba y dónde acababa su cuerpo. Con la otra mano le cubrió la cabeza y la obligó a agacharse mientras la estatua se venía abajo por encima de ellos. Cayó justo allí donde habían estado de pie. Con un estruendo atronador, la cabeza se estrelló de lleno contra el suelo, pero los pies permanecieron anclados al pedestal, formando una especie de triángulo bajo el cual Luce y Daniel permanecieron a salvo.
Estaban jadeando, frente a frente, y los ojos de Daniel parecían asustados. Entre sus cuerpos y la estatua solo quedaba un espacio de pocos centímetros.
—¿Luce? —susurró Daniel. Todo lo que ella pudo hacer fue asentir. El chico entornó los ojos—. ¿Qué has visto?
Entonces apareció una mano, y Luce sintió que la arrastraban fuera del hueco bajo la estatua. Sintió un roce en la espalda y a continuación una leve brisa. Vio de nuevo el destello de la luz del sol. Los demás chicos los miraban boquiabiertos, excepto la señorita Tross que los fulminaba con la mirada, y Cam, que estaba ayudando a Luce a levantarse.
—¿Estás bien? —le preguntó Cam, mientras la examinaba en busca de golpes o arañazos y le sacudía la suciedad del hombro—. He visto cómo se caía la estatua y he venido corriendo a ver si podía detenerla, pero ya estaba... tienes que haberte asustado mucho.
Luce no respondió. El susto solo era una parte de lo que había sentido.
Daniel, que ya estaba de pie, ni siquiera se volvió para comprobar si ella se encontraba bien; se limitó a alejarse caminando.
Luce se quedó boquiabierta al ver que se iba y que a nadie parecía importarle.
— ¿Qué habéis hecho? —preguntó la señorita Tross. —No tengo ni idea. Estábamos ahí —Luce miró a la señorita Tross—, eeeh, estábamos trabajando y, de golpe, la estatua se nos ha caído encima.
La Albatros se agachó para examinar el ángel hecho trizas. La cabeza se había partido por la mitad. Empezó a murmurar algo sobre las fuerzas de la naturaleza y las piedras viejas.
Pero fue la voz de Molly al oído, susurrándole, la que se le quedó grabada a Luce. Cuando todos habían vuelto al trabajo, le había dicho:
—Me parece que alguien debería empezar a escucharme cuando doy un consejo.
El círculo interior
—¡
N
o vuelvas a asustarme así! —la reprendió Callie el miércoles por la noche.
Faltaba poco para que se pusiera el sol, y Luce estaba en la cabina telefónica de Espada & Cruz, un diminuto cubículo beige situado en medio del vestíbulo principal. No brindaba la menor intimidad, pero al menos no había nadie merodeando por allí. Aún tenía los brazos doloridos por el castigo en el cementerio del día anterior, y el orgullo herido por el modo en que Daniel se había esfumado cuando los sacaron de debajo de la estatua. Pero durante quince minutos, Luce iba a hacer lo posible por olvidarse de todo aquello y absorber cada una de las alegres y frenéticas palabras que su mejor amiga iba a soltarle. A Luce le sentó tan bien escuchar la voz aguda de Callie que casi no le importó que le gritara.
—Prometimos que no dejaríamos pasar ni una hora sin hablarnos —continuó Callie en tono acusador—. ¡Pensaba que te habían devorado viva! O que estabas incomunicada y que te habían puesto una de esas camisas de fuerza que tienes que romper a mordiscos para rascarte la cara. Por lo que sabía, podías haber descendido al noveno círculo del...
—Vale, «mamá» —le respondió Luce riendo y adoptando el papel del instructor de respiración de Callie—. Relájate.
Por una fracción de segundo se sintió culpable, pues no había utilizado su única llamada para telefonear a su madre de verdad, pero sabía que Callie se habría puesto como una fiera si alguna vez descubría que Luce no había aprovechado su primera oportunidad para contactar con ella. Y, aunque pareciera raro, siempre le resultaba relajante escuchar la voz histérica de Callie. Era una de las muchas razones por las que las dos se llevaban tan bien: en realidad, la paranoia exagerada de su mejor amiga ejercía un efecto tranquilizador en Luce. Podía imaginarse a Callie en la residencia de Dover, yendo de un lado a otro por la moqueta naranja de su habitación, con su zona T untada de exfoliante y separaciones de espuma entre las uñas color fucsia todavía húmedas de sus pies.
—¡No me llames mamá! —la interrumpió Callie de mal humor—. Empieza a contarme. ¿Cómo son los demás alumnos? ¿Dan todos miedo y se pasan el día tomando diuréticos ilegales como en las películas? ¿Qué tal las clases? ¿Y la comida?
A través del teléfono, Luce podía oír de fondo la película
Vacaciones en Roma
en la diminuta tele de Callie. La escena preferida de Luce siempre había sido aquella en la que Audrey Hepburn se despierta en la habitación de Gregory Peck y todavía está convencida de que la noche anterior solo ha sido un sueño. Luce cerró los ojos e intentó visualizar la escena de la película en su cabeza. Imitando el susurro adormilado de Audrey, Callie reconocería:
—Había un hombre, y se portaba tan mal conmigo... Fue maravilloso.
—Vale, princesa, lo que quiero es que me hables de tu vida —se burló Callie.
Por desgracia, no había nada en Espada & Cruz que Luce pudiera considerar maravilloso. Al pensar en Daniel, ay, por octogésima vez ese día, se dio cuenta de que el único parecido entre su vida y
Vacaciones en Roma
era que tanto a ella como a Audrey les gustaba un hombre que era tremendamente grosero y no se fijaba para nada en ellas. Luce apoyó la cabeza en el linóleo beige de las paredes del cubículo. Alguien había grabado las palabras ESPERANDO EL MOMENTO OPORTUNO. En circunstancias normales, ahora vendría cuando Luce le contaba a Callie todo sobre Daniel.
Pero, por alguna desconocida razón, no lo hizo.
Cualquier cosa que hubiera querido decir sobre Daniel no habría estado basada en nada que hubiese ocurrido realmente entre ellos. Y a Callie le gustaban los chicos que hacían un esfuerzo para demostrarte que te merecían. Habría querido oír cosas como cuántas veces le había abierto la puerta, o si se había dado cuenta de lo bueno que era su acento francés. Callie no pensaba que hubiera nada reprochable en los chicos que escribían ese tipo de poemas ñoños que Luce jamás se tomaría en serio. Luce no tenía mucho que decir de Daniel. De hecho, Callie estaría mucho más interesada en oírla hablar de alguien como Cam.
—Bueno, hay un chico por ahí... —le susurró Luce al teléfono.
—¡Lo sabía! —chilló Callie—. Nombre.
Daniel. «Daniel
»
. Luce se aclaró la garganta.
—Cam.
—Directo, sin rodeos, explícamelo. Empieza desde el principio.
—Bueno, de hecho todavía no ha pasado nada.
—Él piensa que estás buena, bla, bla, bla. Te dije que el pelo rapado hacía que te parecieras a Audrey. Venga, va, ve al grano.
—Bueno... —Luce se interrumpió. El ruido de pasos en el vestíbulo hizo que se callara. Se inclinó y sacó la cabeza del cubículo para ver quién estaba interrumpiendo los mejores quince minutos que había tenido en tres días enteros.
Cam se dirigía hacia ella.
Hablando del rey de Roma... Se tragó las patéticas palabras que tenía en la punta de la lengua: «Me dio la púa de su guitarra». Todavía la tenía en el bolsillo.
El comportamiento de Cam era normal, como si por un golpe de suerte no hubiera oído lo que ella acababa de decir. Parecía ser el único chaval de Espada & Cruz que no se cambiaba el uniforme cuando acababan las clases. Pero el negro sobre negro le quedaba bien, de la misma manera que a Luce le hacía parecería cajera de un colmado.