Read Otoño en Manhattan Online
Authors: Eva P. Valencia
«Dos
putas palabras y a la mierda todo. Jodida sinceridad»
Lanzó
la colilla al suelo y tras pisotearla con la suela del zapato, se colocó el
casco y se montó en su Ducati 1199 y así poder marcharse cuanto antes de allí.
Descendió
por el mismo camino sin asfaltar de hacía apenas unas horas. Repleto de polvo,
de tierra y de minúsculas piedrecillas que de vez en cuando, impactaban contra
el chasis de acero.
Cuando llevaba poco rato conduciendo, al tomar una de las
curvas cerradas, la rueda trasera derrapó, haciéndole perder el control.
Gabriel se vio obligado a reducir la marcha y a detenerse en el margen, junto a
un robusto matorral.
Apoyó uno de los pies en el suelo y con el empeine colocó
el caballete. Se quitó el casco, se pasó la mano por el pelo alborotándolo y
después escupió contra el suelo. Propinó una patada al aire para no atentar
contra la moto y se inclinó para coger una piedra al azar. La lanzó a la nada
con toda la ira contenida que en ese momento poseía. La piedra voló muy lejos,
hasta desvanecerse en la oscuridad de la noche.
Apenas habían transcurrido solo diez minutos, pero tenía la
sensación de haber vivido toda una eternidad, sin ella. Incluso en la
distancia, Jessica conseguía romperle todos los esquemas. Continuaba
perturbándole. Seguía ocupando cada uno de sus tórridos pensamientos. En tan
solo unas semanas, ella se había convertido en una deliciosa adicción. Y sin
darse cuenta, cada vez se enredaba más en su telaraña de dependencia. Cada día
necesitaba más de ella.
Y entonces Gabriel sonrió, porque solo entonces lo supo.
Supo lo que debía hacer.
Subió de nuevo a la moto y reprendió el camino de regreso.
Condujo por el sendero a gran velocidad, toda la máxima que le permitía la
escasa visibilidad.
Cuando quedaba poco menos que medio kilómetro para llegar,
creyó ver a lo lejos el BMW negro de Jessica, desapareciendo en sentido
contrario.
Gabriel aumentó la velocidad, tratando de darle alcance.
Cuando estuvo lo bastante cerca, comenzó a realizar señales
utilizando los faros delanteros.
Los parpadeantes destellos luminosos pronto consiguieron
alertar la atención de Jessica.
«Es Gabriel?»
, pensó
frunciendo el ceño.
Al saber que se trataba de él, fue aminorando poco a poco
la velocidad hasta detenerse en medio de un claro, rodeado por un oscuro y
frondoso bosque.
Se bajó del coche y le esperó, apoyándose en la puerta del
BMW mientras cruzaba los brazos con el semblante muy serio. Siendo espectadora
de cómo él saltaba de la moto y se acercaba con avidez a grandes zancadas hasta
ella.
—Gabriel... ¿pero qué coño te crees que estás haciendo?...
Pronto sus cuerpos quedaron uno frente al otro. Gabriel no
le contestó. Sus ojos verdes lanzaban llamaradas y su corazón le martilleaba en
el interior de su pecho.
—Te quiero... —volvió a repetírselo con una entonación
grave, firme y segura.
Gabriel le agarró de la nuca con ambas manos y la
besó casi sin respirar.
No estaba dispuesto a volver a perder a nadie nunca más. A
renunciar sin luchar. Porque la deseaba, como jamás había deseado tanto a
ninguna otra mujer. Porque la respetaba, como el más fiel de los amantes.
Porque la amaba, con todo su ser, hasta en lo más profundo de su alma.
—No pienso dejarte marchar —ronroneó en su oído—.Si es
necesario, te juro que te ataré a la pata de mi cama, sin con ello consigo que
dejes de ser tan cabezota y abras de una puta vez tu corazón.
—¡Maldito seas, Gabriel!...
Jessica se zarandeó con fuerza para tratar de liberarse.
—¡Basta! No sigas... —le advirtió, arrugando el entrecejo.
—¿Qué no siga qué...? —gruñó mientras agarró con sus dedos
la blusa y se la abrió de un tirón, haciendo saltar disparados todos los
botones rebotando sobre la arena.
—¡¡Eres un maldito cabrón... y un gilipollas engreído...!!
Gabriel hundió la cara en su cuello y comenzó a pegar
lametones y algún que otro chupetón. Marcando lo que él consideraba como suyo y
así mostrar al mundo lo que era de su propiedad. Porque a partir de ahora sería
suya y de nadie más.
Deslizó una mano por debajo de su falda mientras con la
otra clavaba sus uñas en su nalga.
Jessica soltó un quejido casi suplicante.
—¡Gabriel... Basta...!—le gritó.
—No pienso detenerme... voy a follarte hasta que entres en
razón... hasta que reconozcas que también me quieres...
—Pues tendrás que follarme duro y desgarrarme viva porque
no pienso admitir nada...
—Niñata cabezota... —volvió a gruñir.
Le bajó la cremallera de su falda y esta cayó al suelo como
un suspiro. Jessica le empujó con fuerza apartándole de un manotazo. Ambos se
quedaron unos segundos sosteniéndose las miradas hasta que Jessica rompió el
silencio propinándole una sonora bofetada en la mejilla.
Gabriel abrió los ojos en parte desconcertado y en parte
excitado. Sacudió la cabeza y se frotó la mejilla con la palma de la mano. La
piel le abrasaba. Pero eso no le detuvo sino que causó el efecto contrario. Las
venas de su pene erecto bombeaban con fuerza y los testículos le dolían
horrores.
Se acercó pegándose al cuerpo tembloroso de Jessica.
Metiendo los pulgares por la cinturilla del tanga. Agarrándolo con fuerza y
rompiéndolo de solo un tirón.
—Ahora voy a follarte duro, tal y como me lo has pedido...
—dijo quitándose casi al mismo tiempo el cinturón, los tejanos y el bóxer,
liberando su enhiesta y enorme erección. Luego la cogió en volandas y le
penetró, sin apenas darle tiempo a reaccionar.
Jessica gritó y clavó sus uñas en los fuertes y musculosos
brazos de él.
—¡Te odio!... —gimió, jadeó y se retorció, entre embestida
y embestida.
Gabriel rió en su oído y volvió a penetrarla con severa
brutalidad contra la carrocería del BMW.
Jessica escupió varias palabras malsonantes justo instantes
antes de que su cuerpo convulsionase en un abrupto orgasmo. Gabriel, no
estando satisfecho con el resultado, la obligó a girarse, a apoyar las manos en
el coche y a inclinar su cuerpo hacia delante. Luego le separó las piernas
ayudado por las rodillas y la penetró por el ano con fuerza.
Ella gritó de dolor y de placer al mismo tiempo.
—¡Ohhh... Gabriel!—jadeó mordiéndose el labio.
—Dímelo... —le dijo embistiendo con mayor agresividad—
¡Dímelo...!
Ella se resistía. Confesar sus sentimientos comportaba el
principio del fin. No podía. No debía. Demostraría debilidad. Todos estos años
tras la muerte de Adam, su integridad emocional había sobrevivido gracias a su
frialdad hacia los hombres, tratando de imaginarles como meros objetos
sexuales. Sin promesas, sin ataduras.
Aunque no podía negarse a la evidencia. Gabriel no era uno
más. Gabriel era especial. En un corto espacio de tiempo, había conseguido
hacerle sentir cosas, que ni en el mejor de sus sueños, hubiera llegado a
imaginar. Eran tan parecidos y a la vez tan diferentes, que eso provocaba que
la relación nunca dejase de ser excitante y divertida.
Una gota de sudor nació de la frente y se resbaló por su
cara. Gabriel estaba a punto de correrse. Ya no era capaz de aguantar por mucho
más tiempo. Clavó los dedos en sus nalgas y expulsó con rabia su semen dentro
de ella. Jessica ahogó un gemido. Cerró los ojos y se volvió completamente
loca, cuando su orgasmo le recorrió de arriba abajo, todo su cuerpo.
Poco después, cuando consiguieron recuperar el aliento y la
cordura. Gabriel la abrazó y ella echó la cabeza hacia atrás, recostándola en
su hombro.
Jessica abrió los ojos mirando al firmamento. No había ni
una sola nube en el cielo y las estrellas brillaban junto a una preciosa luna
llena. Si uno se fijaba con atención se podía incluso observar la sombra de
algún cráter.
Él acarició su cuello con la punta de la nariz y justo en
ese instante vio pasar una estrella fugaz.
—Pide un deseo —le susurró Jessica muy bajito.
Gabriel no lo dudó:
—Que algún día llegues a amarme, solo la mitad que te amo
yo...
Gabriel
abrió primero un ojo y después el otro. La luz del exterior que se filtraba a
través de las delicadas cortinas, le despertó.
Estaba
tendido sobre las sábanas de la enorme cama y reposando sobre su torso desnudo,
estaba ella, con la cabeza ladeada y adormilada, escuchando a través de sus
sueños el dulce vaivén de los latidos de su corazón.
Jessica
no pudo evitar sonreír cuando Gabriel acarició con sus yemas el bajo de su
espalda, entre la zona lumbar y el comienzo de sus glúteos. Poco después
deslizó el pulgar delicadamente por cada una de sus vértebras, hasta el
nacimiento del cabello en la nuca.
—Hum...
—Ronroneó ella acurrucándose más entre sus brazos—.Sigue... me encanta.
Comenzó
a juguetear con el
piercing
de su pecho, atrapándolo con los dedos y
rozando el diminuto pezón con las uñas. Gabriel exhaló un gemido junto a su
oído y le besó en el pelo.
—Mi bella durmiente ya se ha despertado...
—No... —Abrió la boca en un bostezo—. Aún sigo en el
séptimo cielo...
Gabriel se echó a reír soltando una breve carcajada.
—¿Qué te hace tanta gracia? —le preguntó sin dejar de
juguetear con el aro de acero que atravesaba su pezón.
—Pues... pienso en todo lo que nos pasó anoche...
—Sí, la verdad que es para reírse y no parar de hacerlo...
—sonrió y negó con la cabeza recordándolo.
—Parecía una de aquellas películas de terror de Alfred Hitchcock...
excepto por los polvos, claro está...
Ambos se rieron a carcajadas durante un buen rato.
Gabriel aprovechó para cambiar de posición y colocarse a
horcajadas sobre ella.
—Veamos si me puedes ayudar... Porque tengo un gran
dilema... —le dijo frotando su miembro contra el vientre de ella.
—¿Cuál? —le preguntó con gran curiosidad.
—No sé si desayunar primero y follarte después... o primero
te follo...
—Difícil elección...
Jessica llevó las manos hacia su trasero y hundió los dedos
en sus carnes en forma de respuesta.
—Gabriel, yo si fuese tú, no dudaría...
Le lanzó una mirada penetrante y de lo más insinuante
mientras se mordía el labio provocándole a propósito.
—¡Gracias! —exclamó Gabriel incorporándose y saltando de la
cama ante la mirada estupefacta de ella quien agrandó los ojos—.Me has ayudado
mucho...
Cuando empezó a buscar la ropa desperdigada por toda la
habitación, Jessica se sentó en la cama doblando las rodillas.
—Y ¿adónde vas?
—Voy a ver a Geraldine... y a echar un vistazo a la nevera —dijo
sin apenas mirarla, porque de hacerlo sabía que no podría contenerse y se
troncharía de la risa.
Jessica alzó las cejas sorprendida mientras le observaba
desde la distancia.
—¿Te traigo algo de comer? —le preguntó continuando con el
juego.
—¿Me tomas el pelo?
Jessica se sentó doblando las rodillas y cruzando los
brazos. Aquello ya pasaba de castaño oscuro. Ya no tenía tanta gracia. Él en
cambio, la miró tratando de no echarse a reír, pero le costaba horrores,
dejando escapar una risita nerviosa.
—Ya veo...
—¿Qué es lo que ves, Jess?
Gabriel quiso buscar su mirada entre sus gestos
malhumorados.
—Que por lo visto hoy te has levantado muy juguetón.
—La verdad, no sé a qué te refieres. —se encogió de hombros
tratando de disimular, pero cada vez le era más complicado.
Jessica se echó el pelo hacia atrás y humedeció los labios.
—Verás, mi teoría es la siguiente —le miró directamente a
los ojos—. Lo que creo es que me estás castigando por lo que pasó anoche.
Gabriel empezó a sonreír abiertamente.
—¿Y lo consigo? —le preguntó acercándose a la cama.
Jessica no le quitaba el ojo y mientras subía al colchón,
empezó a caminar a cuatro patas emulando a un verdadero depredador. Con los
ojos bien brillantes y con las pupilas tan dilatadas que parecía que iba a
devorarla de un salto.
Al llegar hasta su lado, Gabriel comenzó a tentarla con sus
labios, rozándolos poco a poco contra los suyos. Lenta y sensualmente. Y cuando
casi estuvo a punto de besarla, Jessica se apartó.
—Yo sí que tengo hambre de verdad... y pretendo concederme
un homenaje... —afirmó ella sin vacilar.
Jessica empujó su torso con ambas manos y él cayó
rápidamente tendido boca arriba sobre las sábanas arrugadas. Después se sentó
de rodillas entre sus piernas y encorvó su cuerpo inclinándose bajo la atenta
mirada de Gabriel.
Cogió su miembro inhiesto con la mano y comenzó a realizar
un lento masaje.
—¡Dios...! Jessica... —gruñó cerrando los ojos.
Acercando la lengua a su pene, lo lamió lentamente mientras
masajeaba sus genitales con los dedos. Cuando Jessica chupó y succionó su
glande, Gabriel apretó sus nalgas y dejó escapar un grave jadeo entre sus
dientes:
—Eres una Diosa...
Jessica sonrió morbosamente.
Abrió la boca y se la metió dentro. Trazó círculos a su
alrededor con la lengua, sin dejar de masturbarle con sus largos dedos. Pronto
Gabriel, comenzó a sentir como su orgasmo se acercaba peligrosamente, así que,
le sujetó de la cabeza y acercó más sus caderas.
—Un poco más, así... —gruñó con voz ronca y seca.
Y dejándose ir, se corrió con fuerza en el interior de su
boca, saboreando ella el cálido líquido mientras se deslizaba por su garganta.
Cuando Gabriel abrió los ojos tratando de recuperar la
compostura, ella aprovechó para llenar todo su cuerpo de besos cortos hasta
llegar a su boca.
—Me encanta ver la expresión de tu cara cuando te corres...
arrugas las cejas, aprietas la mandíbula y te salen estos hoyuelos muy sexys en
las mejillas —decía sin dejar de besarle.
Él sonrió, clavando los dedos en sus nalgas para después
besarla con ardor. Sus lenguas se abrazaron danzando en su interior y cuando
dejaron de besarse, Jessica se incorporó colocándose de rodillas sobre su
torso.
—Ahora me toca a mí.
Dicho esto, acercó su sexo a la cara de Gabriel quien pudo
hundir la lengua en su vagina.
Jessica arqueó la espalda hacia atrás mientras él apretaba
con más ímpetu los dedos en su trasero. Entonces ella cerró los ojos y comenzó
a tocarse los pechos y a pellizcarse los pezones.
Gabriel degustaba su clítoris mientras deslizaba con
sutileza un dedo hasta la primera falange por el orificio del ano. Ella volvió
a jadear abriendo la boca y echando la cabeza hacia atrás.
—Gabriel... me vuelves completamente loca... no dejes nunca
de hacerlo...
Tras sus palabras, Jessica apretó con fuerza los músculos de
las nalgas al sentir como su orgasmo se expandía por todo su cuerpo. Gritó su
nombre una y otra vez, hasta que se dejó caer sobre su torso cubierto por una
brillante capa de sudor.
Él la abrazó sin dejar de acariciar el largo de su melena.
—Gabriel...
—Dime.
Para poder mirarle a los ojos, ella colocó las manos bajo
su barbilla alzando el mentón.
—Dame tiempo.
Gabriel se quedó en silencio, escuchándola con atención.
Desde luego no esperaba ese tipo de confesión por su parte. ¿Era posible que
Jessica por fin se hubiera dado cuenta que era mejor dejarse llevar y sentir
que empeñarse en huir eternamente?
—Y te pido que tengas mucha paciencia...
—Claro —respondió comprensivo—. Toda lo que necesites.
Ella inspiró hondo antes de proseguir:
—No puedo decirte que te quiero... aún no —se lamentó sin
dejar de mirarlo.
—No te lo estoy pidiendo.
—Lo sé, pero... lo esperarás... —tragó saliva con
tristeza—. Y es probable que jamás lo escuches pronunciar de mi boca...
Gabriel le miró intensamente a los ojos y le cogió la cara
con las manos.
—Jessica, tómate tu tiempo —dijo esbozando una sonrisa
seductora—. A cambio, no vuelvas a echarme nunca más de tu vida... y he
dicho... nunca más...
Pero ella no le contestó, simplemente se limitó a besarle
en los labios con ternura para luego devolverle la sonrisa.