Read Otoño en Manhattan Online
Authors: Eva P. Valencia
Jessica cogió uno de los libretos repletos de fotos y de
dibujos. Echó un vistazo rápido a los tatuajes de colores e hizo más hincapié
en los de color negro. Buscaba algo pequeño, discreto y que a su vez le uniese
con Gabriel. Algo que simbolizara aquella conexión tan especial que ambos
sostenían. Y aunque no estuviesen destinados a caminar juntos hacia un mismo
destino, a Gabriel siempre lo recordaría formando una parte importante de su
vida.
Tras pasar una nueva página con los dedos, Jessica se quedó
observando aquellos gravados. Eran los doce signos del zodiaco. Empezó a
enumerarlos con el dedo índice: “Aries, tauro, géminis... cáncer”, y en este
último se detuvo.
—Cáncer —murmuró resiguiendo el contorno de la figura con
la yema de su dedo.
De repente Jessica se giró y buscó con anhelo los ojos de
Gabriel.
—¿Lo has encontrado?
—Sí —afirmó rotundamente.
Gabriel dio unos pasos hasta acercarse a su lado. Ella le
sonrió abiertamente mostrándole el dibujo.
—¿El signo de cáncer? —Preguntó él sorprendido— Tú eres
virgo.
Ella asintió y tras elegir las palabras adecuadas en su
cabeza, le respondió:
—Naciste el 9 de julio.
—Sí.
—En poco tiempo te has convertido en la persona más
importante de mi vida. Me gusta estar contigo, me siento muy a gusto a tu lado.
Me haces reír, me haces soñar... Y aunque probablemente lo nuestro tenga fecha
de caducidad, quiero que una parte de ti perdure en mí para siempre.
Gabriel pocas ocasiones en su vida se había quedado mudo y
una de esas pocas veces era sin duda aquella.
Jessica le miró extrañada. Tenía una expresión muy rara en
su cara. Había palidecido y ni siquiera pestañeaba. Estaba como abstraído. Ella
agitó la mano por delante de sus ojos para comprobar que no estuviese en estado
de shock.
—Gabriel... ¿te encuentras bien? Dime algo...
Él entonces como por arte de magia, volvió en sí de nuevo.
—Nunca he estado mejor en mi vida... —aseveró con cara de
bobalicón.
—Viendo tu cara, nadie lo diría.
—Jess....
—Pues parece como si te hubieses topado con un fantasma.
—Jessica...
—Pensaba que...
—
Señorita Jessica Orson...
—¡¿Dios... qué?!
Gabriel le cogió una mano y se la puso sobre su corazón.
Ella abrió mucho los ojos.
—Siente mis latidos.
—Van muy deprisa —dijo tragando saliva.
—¿Crees que me ocurre algo malo?
—Espero que no.
Él le mostró una sonrisa tranquilizadora.
—Jessica, ¿me quieres?
Ella como un resorte, apartó la mano de su pecho y la metió
en el bolsillo de su pantalón.
—El amor aún sigue siendo una palabra "tabú" en
mi vocabulario.
Se quedó en silencio al darse cuenta de que los hombros de
Gabriel caían y su cara cambiaba de irradiar felicidad a una evidente derrota.
Entonces trató de suavizar sus palabras.
—Te tengo mucho cariño. Sigues siendo muy especial y
necesario en mi vida. Te quiero a mi lado.
—¿Tanto daño te han hecho?
Jessica se mordió el labio, tirando con fuerza de la fina
piel que lo cubría.
—No es el momento, ni el lugar para entrar en detalles
Gabriel.
—Si no te abres, no podré llegar jamás hasta aquí —le dijo
colocando su palma sobre su corazón.
—Lo abrí una vez y no funcionó.
Gabriel la escuchaba casi sin respirar.
—Continúa...
—Ahora no.
Él tensó la mandíbula, pero no insistió. No quería
forzarle. Cuando ella estuviese preparada, allí estaría él para escucharla,
para abrazarla, arrimar el hombro si fuese necesario.
El dependiente se les acercó para preguntarles si se habían
decidido ya por uno de los dibujos. Ella le señaló el escogido. Luego entraron
en una habitación más pequeña y le indicó que se estirase sobre una de las dos
camillas. Y una hora más tarde, Jessica ya lucía el tatuaje sobre su pelvis.
Gabriel volvió a mirar su reloj: "las 21:50".
—Jessica, tres manzanas te separan de descubrir tu segunda
sorpresa.
—Cada vez estoy más intrigada. Lo cierto es que estás
consiguiendo mantener el misterio hasta el final.
Él se rió cogiéndole de nuevo de la mano.
—Creo que te va a gustar mucho.
—Estoy convencida de ello.
Salieron de la trastienda y se despidieron del dependiente
para salir a la calle y caminaron a paso ligero. Pronto llegaron a la entrada
de un local de moda, en donde cada sábado tocaban música en vivo.
—Buenas noches Méndez —le saludó Gabriel tendiéndole la
mano.
—Gabriel, dichosos mis ojos —le dijo con cierto acento
latino.
—Gracias por conseguir colarnos cuando ya estaban todas las
entradas vendidas.
—Por mi amigo, lo que sea, ya lo sabes.
Gabriel le dio un abrazo y le palmeó la espalda.
—¿Y este bellezón?
—Es Jessica... mi chica.
Ella puso los ojos en blanco al escuchar “mi chica”, pero
luego no pudo evitar sonreír y puntualizar al mismo tiempo:
—Soy su jefa —contestó sin disimulo.
—¡Vaya!... estaréis distraídos en la oficina ¿no?
Gabriel se rió a carcajadas. Méndez era un cachondo mental
de primera. Le conoció a los pocos días de instalarse en su apartamento a principios
de septiembre. Buscaba desesperadamente cualquier contacto que le recordara a
su tierra natal y logró encontrar aquel local. Enseguida hizo buenas migas con
Méndez. Ambos tenían algo en común: “Añoranza”. Méndez por México y él por
España.
—Vamos, no os entretengo más... Ramón está a punto de
actuar.
Gabriel esbozó una amplia sonrisa de oreja a oreja. Hacía
muchos años que no veía a Ramón. Más de un lustro sin compartir escenario con
él. Hoy volvería a sentir de nuevo esa sensación que tanto le llenaba el
espíritu.
Entraron al interior siguiendo el estrecho pasillo. Gabriel
se lo conocía a la perfección y enseguida dieron con la sala.
—Es aquí
—
señaló a una puerta que
permanecía cerrada— No sé si conoces al cantante Melendi.
—He oído hablar de él.
—Pues hoy le conocerás. Él es parte de la sorpresa, el
resto lo descubrirás en breve.
Gabriel abrió de par en par la enorme puerta y la canción “
Cheque
al Portamor”
empezó a sonar.
Entraron
a aquella pequeña sala sentándose en una de las mesas junto al escenario.
Méndez les había guardado uno de los mejores sitios.
Gabriel
inspiró hondo al ver a su amigo de fatigas tocando aquel piano de cola negro
mientras deleitaba al público con su nuevo single “
Cheque al Portamor”
:
“Educadamente te daré un consejo
que probablemente todavía no sabes
el demonio sabe mucho más por viejo
que por ser el Rey de todos nuestros
males.
Con la realidad te vas a dar de bruces
si piensas que un euro es mejor que un
detalle
porque una ventana que da a un patio de
luces
puede brillar más que una que da a la
calle...”
Jessica
apoyó su codo en la mesa sujetando de esta manera su cara. No conocía la
carrera de Melendi, pero tenía que admitir que desde esa posición privilegiada podía
comprobar su entrega total y las emociones que trasmitía a través de la letra
de aquella canción.
Pronto,
un camarero se les acercó para tomar nota.
—Buenas
noches, ¿qué van a tomar?
Gabriel
miró a Jessica para preguntarle pero ella seguía ensimismada escuchando
atentamente, por lo que se volvió al camarero y pidió por los dos.
—Un
par de birras bien frías, por favor.
—Enseguida.
Se
retiró y al cabo de menos de cinco minutos ya estaba de vuelta con dos botellas
y dos copas de cristal. Las dejó sobre la mesa y Gabriel le pidió que se
llevase las copas porque no las iban a necesitar. El camarero miró a Jessica,
enarcó una ceja y luego se marchó con ellas en la mano.
Gabriel
se acercó un poco más, pegando su silla a la de Jessica.
—¿Te
gusta mi sorpresa? —le preguntó susurrándole al oído.
—Me
encanta.
—He
visto que tienes un piano en casa y varios instrumentos, por lo que he deducido
que la música debe ser una parte relevante en tu vida.
—Sí.
Me he criado en el seno de una familia adinerada. Desde los trece años he
estado internada en los mejores y más prestigiosos colegios de América. Me
impusieron estudiar solfeo, piano, violonchelo, contrabajo, flauta y ballet
clásico, entre otras muchas actividades. La lista es interminable.
—Toda
una niña prodigio.
—Una
niña convertida en mujer antes de tiempo.
—Es
cierto. Mi amor por la música por el contrario sí es vocacional. A mis
dieciséis años pedí a mis padres que me compraran una guitarra. Me la regalaron
por mi cumpleaños y a partir de entonces comencé a componer mis propias
canciones, sin tener ni idea de lo que era una nota musical, una clave de sol o
tan siquiera qué diablos era un pentagrama.
Jessica
sonrió mordiéndose el interior de la mejilla al recordarlo. Todo aquello se lo
impusieron a la fuerza. Según sus padres debía ser una niña de bien, educada,
refinada y con recursos.
—En
cuanto cobré mi primera nómina trabajando de aprendiz de mecánico en el taller
de un amigo de mi padre, fui corriendo para matricularme en la
Escuela de Música Concerto
en el centro de Madrid. A partir de
ese momento todo giró en torno a la música. Formé un grupo con unos colegas del
instituto, el cual continuamos a lo largo de los años. Nuestro sueño era gravar
una maqueta, y lo hicimos. Gustó tanto a la gente que la empezamos a
promocionar en discotecas y en locales de moda. Hasta que ahí el presente
—señaló a Ramón en el escenario—, nos pidió ser teloneros de su gira de
conciertos por España en el año 2009.
—¿En
serio?
—Sí.
—a
sintió orgulloso—
Solo que yo no pude acabarla.
Jessica
pensó y enseguida ató cabos. Probablemente por aquellas fechas fallecería
Érika. Ese fue el motivo por el que no quiso hurgar más en su ya abierta herida
y prefirió guardar silencio. Por desgracia incluso ella misma conocía
perfectamente aquella amarga sensación. Aquel acérrimo dolor que se clava en lo
más profundo del alma y que jamás desaparece.
—Toma
—le ofreció una de las cervezas.
Jessica
sonrió.
—¿Sin
vaso?
—Sin
vaso. En mi pueblo la bebemos tal cual. Es así como está más buena. Fresquita y
a morro.
—Pues
ya me cansé de rebatir todas tus costumbres, he llegado a la conclusión de que
como hasta ahora todo lo que me has aconsejado, me ha gustado... —afirmó
cogiendo la botella y acercándosela a los labios— Por esa misma regla de tres,
esta dichosa cerveza también debe estar de vicio.
Ella
sorbió un buen trago mientras Gabriel la observaba sin dar crédito. Sonrió
divertido uniéndose y bebiendo también de su botella. Al acabar alzó el brazo
para pedir otra. Debía reunir algo más de valor si pretendía hacer lo que tenía
planeado. Se miró las manos e hizo crujir los nudillos.
«Espero
acordarme...»
, murmuró.
Jessica
ladeó la cabeza y notó a Gabriel algo ausente, ensimismado en sus propios
pensamientos.
—¿Te
encuentras bien?
Gabriel
le miró rodeando con el brazo su hombro y dándole un dulce beso en la mejilla.
—Es
la segunda vez que me lo preguntas esta noche —sonrió— estoy mejor que nunca.
Más vivo que nunca y todo es gracias a ti. Mi ángel de cabellos negros...
Jessica
le devolvió la sonrisa y en respuesta a sus palabras le besó en los labios.
—Debo
de reconocer que la velada está siendo de lo más sorprendente. En solo unas
horas has conseguido mucho más que otras personas en toda mi vida —decía ella
enredando los dedos en su pelo, estirando de unos mechones ondulados que
cubrían parcialmente su nuca —provocas en mí un efecto devastador. Haces que
poco a poco vaya descubriendo más rincones de mí misma... y eso, aún no sé si
es bueno o es malo.
—Es
bueno —le contestó sin divagar— Abrirse, conocerse a uno mismo, siempre es
positivo.
Gabriel
le estrechó un poco más entre sus brazos y le besó en el pelo. Estuvieron así
abrazados un par de canciones más mirando a Melendi en el escenario,
disfrutando de su arte. Él comenzó a tararear la última estrofa de la canción “
Un
violinista en tu tejado”
:
“Mientras rebusco en tu basura
Nos van creciendo los enanos
De este un circo que un día montamos
Pero que no quepa duda
Muy pronto estaré liberado
Porque el tiempo todo lo cura
Porque un clavo saca otro clavo
Siempre desafinado”
Jessica
movía los pies al ritmo de la música, a la vez que escuchaba como él le cantaba
al oído.
—Cantas bien
rubiales...
—Eso
decían...
—Pues
tienes buena voz.
En
ese preciso instante la canción terminó y Melendi dejó la guitarra a un lado, colocó
una silla en el centro del escenario junto al micrófono, aunque no se sentó en
ella. Empezó a buscar con la mirada a una persona entre el público. Alguien que
en una determinada época formó parte de su vida.
Ramón
sonrió torciendo el labio al ver a Gabriel. Casi no había cambiado, tenía el
mismo aspecto canalla de siempre. Aquel tatuaje y aquel pelo rebelde era
inconfundible. Le señaló con el dedo de forma inquisidora y le dijo que subiera
al escenario.
Jessica
se quedó boquiabierta al ver como Gabriel se levantaba, le daba un beso en la
boca y de un salto subía al escenario.
—Ramón,
joder tío... cuánto tiempo...
—Estás
genial Gabriel... igual que siempre, los años no han pasado por ti...
Ambos
se fundieron en un intenso abrazo ante las atentas miradas de más de cuarenta
pares de ojos.
—Muchachote,
¿estás preparado?
Gabriel
inspiró hondo.
—Claro,
vamos al lío.
Melendi
le sonrió y después sin separarse de él se acercó el micrófono para hablar.
—Esta
noche es especial para mí —decía mirándole— Este guaperas rompecorazones es
Gabriel. Fue telonero con su grupo en mi gira del 2009 en España. Tiene un don
cuando toca la guitarra que he visto en muy pocos artistas a lo largo de mi
carrera. Es un tío currante, valiente, generoso... pero sobretodo me enseñó algo
que para mí es muy importante: el verdadero significado de la palabra amistad.
Ramón
hizo una pausa, estaba ligeramente emocionado pero trató de proseguir para no
demorarse demasiado:
—Desgraciadamente
hace cuatro años perdimos todo contacto... pero, ¿quién coño me iba a decir que
nos reencontraríamos en la New York City...? Maldito cabrón...
Ambos
se lanzaron una mirada cómplice.
—Esta
noche vais a tener el privilegio de escuchar su voz, os aseguro que se os va a
poner los pelos como escarpias... Yo de vosotros lo disfrutaría...
Melendi
se retiró unos pasos más atrás para dejarle todo el protagonismo a Gabriel,
quién se sentó en la silla, cogió la guitarra, la acomodó sobre su muslo y
ajustó las clavijas para tensar las cuerdas.
Cuando
levantó la vista al frente, se encontró con la intensa mirada de Jessica que le
observaba entre perpleja y orgullosa. Él sonrió pese a estar algo nervioso.
Demasiados años sin tocar un acorde. Demasiados años sin cantar y sin pisar un
escenario, pero había llegado el momento y la causa bien lo merecía.
Tosió
un par de veces para aclararse la voz. Bebió de un vaso de agua que había cerca
y volvió a mirar a Jessica desde la distancia. Enderezó su espalda e hizo
crujir de nuevo sus nudillos antes de pronunciar unas palabras:
—Hacía
cuatro años que no me subía a un escenario. Espero que no tengan en cuenta si
desafino en algún momento —sonrió con timidez— La responsable de todo este
embrollo es un castigador ángel de cabellos negros, quién irrumpió en mi vida
sin previo aviso, dejando atrás al fantasma de mi soledad. Y como dicen mis
colegas Malú y Pablo Alborán: “
Vuelvo a respirar profundo y que se entere el
mundo que de amor también se puede vivir... de amor se puede parar el tiempo...
porque no importa nada más...”
Jessica
hacía rato que sentía como un doloroso nudo se le iba formando en la boca de su
estómago, a la vez como sus ojos se humedecían lentamente.
Gabriel
le sostuvo la mirada unos segundos antes de cerrar los ojos y empezar a tocar los
primeros acordes de la guitarra.
La
música comenzó a flotar en el ambiente...
Gabriel
abrió los ojos de nuevo y comenzó a cantar “
Tu jardín con enanitos”
:
“Hoy le pido a mis sueños que te quite la
ropa
que conviertan en besos todos mis intentos
de morderte la boca
y aunque entiendo que tú,
tú siempre tienes la última palabra en
esto del amor.
Y hoy le pido a tu ángel de la guarda que
comparta
que me de valor y arrojo en la batalla
para ganarla.
Y es que yo no quiero pasar por tu vida
como las modas,
no se asuste señorita nadie le ha hablado
de boda,
yo tan solo quiero ser las cuatro patas de
tu cama,
tu guerra todas las noches, tu tregua cada
mañana.
Quiero ser tu medicina, tus silencios y
tus gritos,
tu ladrón, tu policía, tu jardín con
enanitos.
Quiero ser la escoba que en tu vida barra
la tristeza
quiero ser tu incertidumbre y sobretodo tu
certeza.
Hoy le pido a la luna, que me alargue esta
noche
y que alumbre con fuerza este
sentimiento y bailen los corazones.
Y aunque entiendo que tú serás
siempre ese sueño que quizás nunca podré
alcanzar...
(...)
...Y es que yo quiero ser el que nunca
olvida tu cumpleaños,
quiero que seas mi rosa y mi espina aunque
me hagas daño,
quiero ser tu carnaval, tus principios y
tus finales,
quiero ser el mar donde puedas ahogar
todos tus males.
Quiero que seas mi tango de gardel, mis
octavillas,
mi media luna de miel, mi blus, mi octava
maravilla,
el baile de mi salón, la cremallera y los
botones,
quiero que lleves tu falda y también mis
pantalones.
Tu astronauta, el primer hombre que pise
tu luna,
clavando una bandera de locura,
para pintar tu vida de color, de pasión,
de sabor, de emoción y ternura,
Sepa usted que yo ya no tengo cura
sin tu amor..."
Al
acabar, un gran gentío se alborotó en aquella sala. Muchas de las personas allí
presentes se levantaron de sus sillas para vitorear y aplaudir enérgicamente a
Gabriel, quién emocionado bajó de un brinco fuera de la tarima del escenario y
corrió hasta la mesa donde Jessica seguía completamente aturdida, temblando
como una hoja. Con las emociones atragantadas en la garganta.
Gabriel
se colocó frente a ella y le tendió una mano. Ella se la dio y él ni corto ni
perezoso, le estiró con fuerza, la levantó de su silla, la sujetó de la cintura
y la subió a la mesa.
Luego
utilizando una de las sillas a modo de escalera, se subió también a la mesa, la
cual se tambaleó ligeramente.
Gabriel
entonces la miró a los ojos con tanta pasión que Jessica notó como todo su
cuerpo se encendía en cuestión de segundos.
Le
cogió la cara entre sus manos y la besó delante de todo el mundo, como si aquel
fuese su último beso.
Enseguida, se escucharon aplausos y silbidos como telón de
fondo, pero ellos seguían ajenos a todo cuanto les rodeaba, en el interior de
su particular burbuja de cristal. Para ellos ya no existía nada más.