Read Otoño en Manhattan Online
Authors: Eva P. Valencia
—Ábrelo —le dijo sonriente y expectante.
Jessica abrió la cajita sin dejar de mirar a sus ojos
oscuros. En su interior había una alianza de platino engastada con treinta y
cinco diamantes. Robert al ver que ella no reaccionaba, cogió la alianza y se
la comenzó a colocar en el dedo anular de su mano izquierda.
—Robert, no puedo aceptarlo...
—Mi regalo tiene dos motivos... —le susurraba mientras
acababa de colocarla en su dedo—. El sábado es tu cumpleaños, treinta y cinco
años, la misma cantidad de diamantes que tiene la alianza...
—¿Y el segundo motivo?
—Quiero que vuelvas a casarte conmigo...
Jessica
se quitó la alianza del dedo y se la devolvió a Robert. Él frunció el ceño
malhumorado por su repentino rechazo. Trató de ocultar su enfado hablando en un
tono amable y meloso.
—No
me tendrás en cuenta lo del otro día ¿verdad? —siseó—. Fue un error, no pretendía
hacerlo... Me dejé llevar por mis instintos...
—Pero
lo hiciste, me golpeaste. Y no voy a permitir que ni tú ni nadie me vuelva a
poner la mano encima.
—Te
he prometido que no volverá a pasar...
—Y
yo te he perdonado.
—¡Pero
es que me exaspera el subnormal de tu ayudante...! —Cerró la mano en un puño—.
Ver como tirabas a la basura 50.000 dólares y corrías como una perra en celo
tras él, no pude soportarlo... ¡Por el amor de Dios Jessica!...—sus ojos
centelleaban—. Tú tienes más clase que él... Y debes estar con alguien de tu
talla y no con un crío soplapollas lleno de tatuajes.
Jessica inspiró
hondo y contuvo el aliento antes de continuar con aquella absurda conversación.
Debía de contar hasta veinte o de lo contrario se vería obligada a gritarle y a
mandarle a la mierda y aquella no era su intención. Porque en el fondo le
apreciaba y le tenía cariño.
—No
te equivoques Robert. Gabriel, además de ser un gran profesional es un hombre
de los pies a la cabeza. Y soy yo... la que no le llega ni a la suela de los
zapatos.
—¡¡No
digas estupideces Jessica!! —gritó mientras la miraba furioso.
Jessica
se levantó de su silla, no iba a permitir que continuara la discusión por
aquellos derroteros y mucho menos que siguiera insultando a Gabriel de aquella
manera. Robert al darse cuenta de que podía perder a Jessica para siempre
por culpa de aquel niñato, apretó la mandíbula con fuerza hasta hacer chirriar
los dientes.
Alargó
la mano y le sujetó del brazo evitando de esta manera que no se marchase.
—¡¿Folla
bien?.. ¿Es eso...?!—le apretó el brazo con más fuerza hasta hacerle escapar un
quejido de dolor. Estaba desquiciado. Sus ojos oscuros se enturbiaron,
obnubilado por los celos.
—Robert,
¡¡suéltame!!... ¡no pienso repetírtelo...! —exclamó de modo amenazante tratando
de zafarse de su amarre.
En ese preciso instante la puerta del salón se abrió.
Geraldine traía consigo la bandeja de los postres y se quedó perpleja ante la
imagen que vieron sus ojos. Jessica y Robert estaban discutiendo, él la
sujetaba con fuerza del brazo mientras ella se resistía.
De la propia impresión, el pulso le falló y la bandeja
resbaló de entre sus dedos cayendo contra el suelo, haciendo añicos los platos
de porcelana.
—Lo siento... —se excusó arrodillándose para recoger los
trozos de pastel de chocolate esparcidos que manchaban el
brillante parqué.
Jessica fulminó a Robert con la mirada y de un tirón se
liberó de su mano. Luego se acercó caminando hacia Geraldine que seguía
aturdida.
—No te disculpes Geraldine —se agachó colocando la mano en
su hombro.
Jessica le ayudó a recoger los pedazos rotos de cerámica
con mucho cuidado para no cortarse.
—Señora... déjeme a mí, por favor...
—Entre las dos lo recogeremos en un momento. Y
perdóname tú a mí, por la escena tan grotesca que has tenido que presenciar.
Geraldine agachó la barbilla y siguió recogiendo en
completo silencio. Tras acabar, se marchó a la cocina a por otra bandeja con
postres. Jessica aprovechó para acercarse a Robert quien se había vuelto a
sentar.
—
Márchate — susurró en tono amenazador.
—Jessica, joder... —masculló—. No saques las cosas de
quicio.
—No te lo estoy pidiendo, quiero que te vayas... ¡ahora!
—señaló a la puerta con un gesto con la mano.
Robert trató de acercarse a ella con cautela. Quiso alargar
su mano para tocar su cara, pero ella se apartó.
—Sal de mi casa...
Jessica se giró dándole la espalda y saliendo de aquel
salón. Subió las escaleras hasta su habitación y dando un portazo, cerró la
puerta con llave.
* * *
Gabriel se acabó la cerveza y alzó la mano. La camarera enseguida
se presentó.
—¿Necesitáis alguna cosa más?
—Sí, dos cervezas...
Daniela alzó las dos cejas mirándole haciendo un mohín.
Ella no estaba acostumbrada a beber. Pero pensó: “
¿qué narices? y ¿por qué
no?”
. Los viernes por la mañana no tenía clases. Además sería una buena
forma de celebrar aquel día, que sin duda se había convertido en un día muy
especial. Aquel día lo marcaría con un círculo rojo en su almanaque, para jamás
olvidarse de celebrarlo. Aquel día había conseguido sincerarse, confesar lo que
durante tantos años la había reconcomido y la había herido por dentro. Y todo
eso se lo debía a Gabriel. Él había conseguido que abriera su corazón,
haciéndola sentir segura y protegida a su lado. Se podía decir que él, era lo
más parecido a un príncipe azul, como el que siempre nos habían vendido de
pequeñitas en cuentos como el de la
Cenicienta
de
Charles
Perrault.
—Aquí tenéis parejita —sonrió la camarera abriendo la chapa
de las cervezas y dejándolas sobre la mesa.
Daniela que notaba como sus mejillas se habían ruborizado
por aquel comentario fortuito, bebió un trago largo, para humedecer la boca que
se la había quedado seca. Sintiendo como el sabor amargo de la cebada recorría
el largo de su garganta.
Carraspeó un poco y después tosió un par de veces.
—Tranquila —le apartó la botella de su boca—. Bebe despacio
o te sentará mal...
Gabriel se rió, bebiendo a morro también de la suya.
—Creo que te estoy enseñando malas costumbres demasiado
rápido —volvió a sonreír sin dejar de mirarle a los ojos.
—Bueno, dicen que todo lo malo se pega.
—Eso dicen... Estoy pensando en que me gustaría... —dijo
esperando unos segundos creando un poco suspense en el ambiente— llevarte un
día a que te hicieran un tatuaje...
—¿Estas de broma, no? —abrió mucho los ojos.
—Claro que estoy de broma... Nunca te obligaría a hacer
nada que no quisieras...
Daniela suspiró aliviada llevándose la mano al pecho y
bebiendo de nuevo de la botella de cerveza. Gabriel observó la hora en su
reloj. Eran cerca de las doce la noche.
—¿Quieres que te acompañe a casa, o prefieres tomar una
última copa?
Daniela se mordió el labio mientras sopesaba las opciones.
La cena había pasado volando y no quería aún volver a casa, quería aprovechar
todo el tiempo que pudiera para estar con él. Y si tenía que ir a algún antro
de aquellos de moda, pues iría. No era santo de su devoción pero haría un
esfuerzo. Aún no quería separarse de él.
—Me gustaría una última copa...
—Vale, pues entonces déjame pagar y nos vamos.
Con un gesto pidió la cuenta y Daniela aprovechó para ir a
los servicios. Al regresar, Gabriel ya le esperaba con las chaquetas entre las
manos.
—¿Estás lista?
—
Sí —le sonrió—. ¿Adónde vamos?
—Podríamos ir a la discoteca
Marquee
, está muy cerca
de aquí, a solo unas manzanas.
—Me parece bien —dijo colocándose la chaqueta y caminando
hacia la salida.
* * *
Jessica se descalzó y se dejó caer sobre las sábanas de
seda que cubrían la enorme cama. Necesitaba relajarse, las palabras de Robert
le habían dado en qué pensar. En todos estos años, jamás se había mostrado
violento con ella. Y nunca había actuado así con ninguno de sus amantes,
excepto con Gabriel.
Su matrimonio acabó en divorcio, porque la convivencia lo
lapidó. Antes de separarse acordaron verse cada vez que les apeteciera para
mantener relaciones sexuales, además de tener plena libertad para acostarse con
otras personas. Hasta ese momento había funcionado, ella tenía sus amantes y él
las suyas. No entendía por qué tenía que ser diferente con Gabriel.
Estaba agotada y necesitaba dormir, así que abrió el cajón
de su cómoda para coger las pastillas contra el insomnio. Al no dar con ellas,
rebuscó un poco más en su interior. Apartó los pañuelos de seda a un lado y vio
en el fondo una caja por empezar. Al cogerla se quedó enganchada aquella vieja
fotografía. Dudó en cogerla o en volverla a dejar en el fondo del cajón. Hacía
mucho tiempo que no la miraba, hacía casi un año.
Inspiró lentamente cerrando los ojos, para cuando los
volvió abrir, sintió como se le humedecían ligeramente y una punzada apretó
fuertemente su corazón.
Se armó de valor y la sujetó con sus dedos, acercándosela a
su pecho para colocárselo junto a su corazón.
—Sabes que hice lo imposible porque no te separaran de mi
lado...
Miró la fotografía cogiéndola con cuidado, estaba rota y le
faltaba un trozo en una esquina. Pero era el único recuerdo que tenía de su
bebé, al que le arrebataron de sus brazos cuando solo tenía unos días. Era la
prueba fehaciente de que alguna vez fue madre.
Rozó con sus yemas la carita de aquel bebé pequeñito,
mientras una lágrima recorría su mejilla.
—Pronto cumplirás veintidós años, mi amor...
Gabriel
y Daniela, tuvieron que esperar un buen rato haciendo cola antes de poder
entrar al interior de la discoteca
Marquee
.
No
podía dejar de observar a las dos chicas jóvenes que estaban charlando justo
delante de ella. Por las apariencias, rondarían su misma edad. Aunque por sus
escasas vestimentas, su intenso maquillaje y la manera que tenían de expresarse,
distaba bastante de la personalidad de Daniela. Hablaban de sexo con tal
soltura y desparpajo que hasta incluso, consiguieron escandalizarla. Tan solo
el hecho de tener que escuchar como describían con pelos y señales sus últimas
experiencias sexuales, sentía como sus mejillas rápidamente se encendían como
el fuego de una antorcha. Incluso se permitían el lujo de hacer apuestas acerca
de cuántos chicos acabarían tirándose aquella misma noche.
Gabriel
que también escuchó aquella conversación, pudo ver reflejado el estupor en el
rostro de Daniela. Y aunque quisiera negarle la evidencia, sabía que él no era
el más indicado para ello porque reconocía que no era precisamente ningún
santo.
—Daniela,
la noche es así... —se encogió de hombros sin tratar de enmascarar aquella
abrupta declaración—. La noche está repleta de sexo, de drogas y de
perversión.
Ella
agachó la cabeza avergonzada, tratando de esconderse entre los mechones de su
pelo. Gabriel, le levantó la barbilla y la miró fijamente.
—Eres
tan dulce y tan inocente... sería tan fácil hacerte daño...
Daniela le miró boquiabierta sintiendo como un escalofrío
recorría el largo de su espalda. Sus palabras no hacían más que acrecentar
aquel sentimiento de deseo hacia él. Era consciente de que él estaba tratando
de ser amable y de que solo podría ofrecerle su amistad, pero deseaba tanto que
eso no fuese así, que el despertar y darse de bruces contra la cruel realidad,
era demasiado doloroso para ella.
—Debes pensar que soy un bicho raro o algo así, ¿verdad?
—No. ¿Por qué? —le preguntó extrañado.
—Porque no soy como las demás chicas de mi edad.
—¿Y qué tiene de malo ser diferente? —Arrugó el entrecejo—.
Yo siempre he tratado de ir en contracorriente. No me gustan los
convencionalismos, como ya lo habrás notado.
Daniela esbozó una sonrisa de complicidad, porque ella se
sentía exactamente igual.
Minutos más tarde pudieron entrar. Gabriel guió a Daniela a
través de la multitud hacia una especie de reservado. Allí estarían más
cómodos, podrían sentarse en unos amplios sofás, la música no era tan
estridente y además el lugar permitía seguir charlando. La pista de baile se
veía desde allí y ya había mucha gente bailando en el centro.
Una camarera morena se les acercó para tomar nota. Era
alta, delgada y con grandes pechos que parecían operados. Vestía una minifalda
que dejaba escapar poco a la imaginación y una camisola semitransparente de
color negra. Además tenía los labios pintados de rojo carmín a juego con las
largas uñas.
—¿Qué te pongo? —preguntó humedeciendo los labios
inclinándose ligeramente para enseñarle el voluminoso escote mientras se
acercaba a su cara provocándolo.
Daniela entornó los ojos por el exagerado coqueteo de la
camarera. Ella también estaba allí y sin embargo parecía ser transparente.
«¡Será fresca! Si sigue acercándose más, conseguirá
restregarle las tetas por toda su cara»,
resopló
con fuerza para sus adentros.
—Ponme un whisky con hielo, por favor —le pidió a la vez
que se echaba algo hacia atrás en el sofá para tratar de recuperar su espacio—.
¿Qué vas a querer tomar tú Daniela?
Se permitió dudar unos segundos y enseguida lo tuvo
claro. Había llegado el momento de divertirse y no lo conseguiría si no dejaba
de mostrarse tan tímida. Beber algo fuerte le podría ayudar a desinhibirse.
—Para mí también un whisky con hielo —dijo alzando el
mentón aparentando serenidad en sus palabras.
—¿Estás segura? —arrugó el entrecejo.
—Sí.
—Daniela, si quieres puedo darte a probar primero del mío y
luego decides...
—No. Quiero uno para mí —protestó.
—Vale, es cierto, tienes razón. Eres mayorcita para tomar
tus propias decisiones... —le sonrió encogiéndose de hombros—. Que sean dos,
entonces.
La camarera desapareció y Gabriel se acercó un poco más a
Daniela para poder seguir hablando y poder conocerla algo más.
—¿Al final conseguiste recuperar algún objeto robado?
—No. Por lo visto no eran los mimos ladrones.
—Hay que tener paciencia con estas cosas. Es difícil dar
con ellos a no ser que cometan errores. Se la saben todas...
—Sí. Aunque yo me conformaría con que los encerrasen entre
rejas y que pagaran por lo que me hicieron.
Gabriel asintió estando de acuerdo con su comentario.
—¡Que me aspen!... No puedo creer que estés aquí...
Gabriel que reconoció aquella voz, giró el rostro en
aquella misma dirección.
—Eric... ¿Qué coño estás haciendo de nuevo en Nueva York?
—se levantó para saludarle y fundirse ambos en un abrazo.
—Negocios, como siempre Gabriel. Al final voy a pedir el
traslado aquí, ja, ja, ja... —reía mientras observaba a Daniela, repasándola a
su vez de arriba abajo, sin apenas disimular mientras la desnudaba con descaro
con la mirada—. Te he estado llamando, pero salía el contestador...
—He tenido problemas con el móvil —le sonrió—. ¿Te quedarás
mucho tiempo?
—Un par de semanas.
—Genial.
Daniela los miraba en silencio.
Eric era un tipo alto, moreno y corpulento y con una mirada
azul muy penetrante, incluso intimidante. Y para más inri, vestía todo de
riguroso negro, envolviéndole en un aura misteriosa. Con una camisa entallada y
arremangada por los codos, pantalón tejano ceñido a sus piernas y unos
brillantes zapatos de piel. Pero, Daniela fue más allá, fijándose en su mano,
percatándose de una marca blanquecina que rodeaba su dedo anular. Era la prueba
fehaciente de haber llevado no hacía mucho tiempo una alianza.
—¿Me presentas a esta preciosidad? —le preguntó a Gabriel
señalando con la cabeza a Daniela, quien apartó la mirada de sus ojos azules.
—Es una amiga.
Eric no esperó y voló para acomodarse junto a ella.
—Vaya, de cerca aún eres más guapa.... —le confesó
enseñando la perfecta hilera de dientes blancos al sonreír—. Soy Eric. Gabriel
y yo estudiamos juntos en Madrid. ¿Y tú eres....?
—Yo soy Daniela...—le dijo casi en un susurró.
—Tienes un nombre precioso al igual que tus ojos.
Daniela se ruborizó al instante, el efecto que
ejercía sobre ella era devastador. Eric aprovechó para acercarse y sentir
el calor de sus mejillas, dándole dos besos.
—Hum...
Trussardi Inside
—dijo él oliendo
de su perfume—. Divino...
Gabriel enarcó una ceja.
¿Qué era todo ese despliegue de seducción hacia Daniela?
Eric no era precisamente lo que ella necesitaba, no podía
permitir que le enredara en su telaraña de perversión. Él era un experto
embaucador, un encantador de serpientes. El típico depredador de manual. Y en
este caso un
“asalta cunas”
. Daniela era demasiado inocente para
semejante lobo con piel de cordero.
—Eric... —Gabriel se acercó a su oído para susurrarle unas
palabras—: Daniela no es para ti. Sé perfectamente lo que estás intentado
hacer, pero no quiero que sigas por ahí, ni por ese camino... Ella no es como
las chicas que estás acostumbrado a tirarte.
—¿Por qué?... ¿Es lesbiana?... —espetó soltando una risa
nerviosa.
Daniela escuchó esa palabra y abrió mucho los ojos.
¡Lo que le faltaba por oír, aparte de virgen, lesbiana! Por
suerte para los tres, la camarera apareció con las bebidas quien preguntó a Eric
qué iba a tomar y se marchó de nuevo, no sin antes lanzar una sonrisa
provocativa a Gabriel.
Daniela cogió el vaso, la situación empezaba a superarle.
Dio un trago largo de whisky. Aquel brebaje le abrasó la
lengua y tuvo que tragárselo rápidamente, tratando de ser educada y no
escupirlo sobre la mesa. Sabía a rayos. Tuvo que toser con fuerza repetidas
veces, para eliminar un poco aquella sensación de quemazón en la garganta.
—He quedado con Megan y Janaina la brasileña, están al
caer...
—¡No me jodas...! —Gabriel alzó una ceja echando un vistazo
a la sala por si las veía.
—Sí, tío... Megan se alegrará mucho de verte... —se rió—.
Se quedó muy triste cuando te fuiste y la dejaste tirada para ir a la comisaria
a denunciar la pérdida de tu cartera. Suerte que nos tenía a Janaina y a mí
para consolarla...ja, ja, ja...
Y en efecto, segundos más tarde ambas ya estaban bailando
en el centro de la pista. Eric al verlas se acercó, habló un rato con ellas y
las guió hasta el reservado. Megan y Janaina, se sorprendieron gratamente al
ver de nuevo a Gabriel, pasando olímpicamente de la presencia de Daniela.
Megan se sentó junto a Gabriel, casi echándose encima,
colocando la mano sobre su pierna e inclinándose ligeramente para susurrarle al
oído:
—A ver si esta noche tengo más suerte y puedes acabar lo
que dejaste a medias... —le dijo sensualmente mientras deslizaba su mano por su
muslo, acercándose peligrosamente a su entrepierna.
Daniela dejó de respirar por unos segundos al ver la
tórrida escena de Megan y Gabriel, de esa forma tan íntima que no supo
reaccionar. Sentía ganas de llorar. Dándose cuenta por fin, de que ella no era
el tipo de mujer que podría seducir a Gabriel y que jamás conseguiría nada con
él, salvo amistad.
Cogió el vaso de whisky con ambas manos para reunir el
valor suficiente y cerrando los ojos con fuerza, se lo bebió entero, sin dejar
ni una mísera gota. Luego se levantó para ir a los servicios ya teniendo
bastante con la que escena que acababa de presenciar.
Comenzó a caminar sin rumbo. No sabía dónde se encontraban,
pero poco le importaba. En seguida notó como todo le daba vueltas a su
alrededor. Las luces centelleaban en sus ojos, la música retumbaba en sus
oídos.
Preguntó a un par de chicas por los servicios y siguiendo
sus indicaciones, pronto dio con ellos. Entró y esperó. Estaban todos ocupados.
Aprovechó para humedecer su nuca con agua. Se sentía
mareada, la cerveza de antes y el whisky de ahora, la habían aturdido. Y
entonces se miró al espejo.
«¿Y qué esperabas? ¡Eres una estúpida! Ya sabías que eras
invisible para Gabriel
»
No hacía más que castigarse, flagelarse a sí misma y sin
embrago él no dejaba de estar a años luz de ella...
Cuando vio que uno de los servicios quedaba desocupado,
abrió la puerta y entró, para luego cerrarla con el pestillo. Bajó la tapa del
inodoro con cuidado y arrancó un trozo de papel higiénico para limpiar la
superficie sentándose sobre ella.
Ya en la intimidad, colocó sus manos sobre su cara, tenía
tantas ganas de llorar, sentía tanta rabia...
¿Por qué no era lo suficientemente buena para él? ¿Por qué
Gabriel no podía sentir lo mismo que ella sentía hacia él?
Se sentía pequeña y al mismo tiempo ridícula por haberse
creado falsas esperanzas.
De repente, alguien golpeó la puerta insistentemente.
Daniela alzó la vista en un acto reflejo. Pestañeó al tratar de enfocar porque
las imágenes eran difusas.
—Está ocupado...
—Soy Gabriel... ¿te encuentras bien?
Daniela abrió los ojos, no quería verlo. Él era la causa de
todas sus desdichas…
—Sí... estoy perfectamente... —“
perfectamente hundida”
,
pensó para sus adentros.
—
Vale, pero... déjame entrar...
—Es un lavabo de chicas, Gabriel...
—Lo sé... me están mirando raro —se rió—. Venga, abre la
puerta y cuando te mire y sepa que estás bien, me marcharé... palabra de scout.
—No.
—No te imaginas lo cabezota que puedo llegar a ser...
Gabriel esperó unos instantes más y poco después, pudo
escucharse el sonido del pestillo.
Al abrirse la puerta pudo encontrarse a Daniela sentada en
la taza del váter con cara de pocos amigos.
Tras cerrar la puerta y echar de nuevo el pestillo, se
acuclilló para quedar a la misma altura y entonces ella alzó la vista mirándole
a los ojos sin pestañear.
Daniela los tenía rojos además del semblante muy serio y
ligeramente achispado por causa del alcohol.
—¿Ves? no me pasa nada... —le dijo señalándose de arriba
abajo con las manos.
—Pues a mí no me lo parece... has huido corriendo del sofá
en cuanto Megan se ha sentado a mi lado...
«En cuanto Megan te ha metido la mano casi en la
bragueta... gilipollas»
, murmuró.
—¿Qué has dicho? —le preguntó Gabriel soltando una sonrisa
divertida.
—Nada importante —agachó la cabeza para dejar de mirar a
los brillantes ojos verdes de él—. Ya has comprobado que estoy bien... así que
ya puedes marcharte por dónde has venido...