Otoño en Manhattan (18 page)

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Authors: Eva P. Valencia

BOOK: Otoño en Manhattan
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Ambos se giraron, mirándole aturdidos.

—Iván... Papá ha sufrido un nuevo infarto...

Capítulo 23

 

Con
los dedos temblorosos Marta trataba de anudar la corbata de Iván, reprimiendo
con fuerza las intensas ganas de llorar. Le ayudó a vestirse porque él era
incapaz de hacerlo por sí mismo. Había escogido uno de sus elegantes trajes
negros y aquella corbata gris que tanto le gustaba. Quería que su padre se
sintiera orgulloso de él.

El
funeral iba a ser algo íntimo, a pesar de la gran cantidad de amigos y
conocidos que tenía Francisco. Siempre había sido muy querido y respetado por
sus compañeros de trabajo y alumnos de la academia. Sin duda su pérdida iba a
ser un duro golpe para mucha gente.

Acabó
por fin de anudar la corbata gris, pero él ni siquiera se había dado cuenta.

Marta cogió su
mano y acarició su brazo.

—Iván...
—le susurró apretando ligeramente la mano—. Es la hora. Tenemos que ir a buscar
a tu madre. 

Al
escuchar pronunciar aquellas palabras, alzó la vista encontrándose con sus
bonitos ojos almendrados. Aunque siguió sin poder hablar. El nudo que tenía en
la garganta era cada vez mayor.

—Escúchame, cariño... —susurró tras tomar aliento lenta y
profundamente—. Debes sentirte afortunado, porque has tenido al mejor padre del
mundo. Al igual que él, porque ha tenido a los dos mejores hijos que un padre
jamás pudiera desear... Te dio su vida, te dio su amor... y ahora tienes que
tener coraje y buscar fuerzas aunque creas no tenerlas... para despedirle como
se merece.

Acercó la mano junto a su pecho, retomando aire nuevamente.

—Voy a estar a tu lado en todo momento y no pienso soltarte
de la mano. No pienso dejar que te caigas...

Aunque se había prometido no llorar delante de Iván, no lo
logró. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y  la angustia a
desgarrar las paredes de su pecho.

Marta se sentiría siempre en deuda con Francisco, por
adoptar a Iván con diez años cuando su madre murió, su padre biológico le
abandonó y ningún pariente quiso hacerse cargo de su tutela. Evitándole vivir
un futuro incierto, dándole un verdadero hogar, una familia, un hermano y
sobretodo amor incondicional.

—Te quiero —ahogó un sollozo y le abrazó con fuerza.

—Yo también te quiero...

 

* * *

 

A Gabriel le ayudaba fumar, le relajaba. Fumar y estar
solo.

De nuevo esa sensación de vacío en su pecho. Esa horrible
sensación de pérdida de un ser querido. Tan solo hacía cuatro años del
fallecimiento de Érika y ahora su padre. Era como si alguien le estuviese
hurgando en la llaga con un palo. Sentía impotencia, desolación. No tuvo
ocasión de hablar con su padre, ni de despedirse, ni de pedirle perdón por
haberse marchado de aquella forma a Nueva York.

Miró las vendas que cubrían su mano. Aún le dolían los
cortes producidos por los cristales al romper aquella ventana con el puño.
Debía cambiársela, la sangre había teñido ligeramente la gasa.

Dio una última calada, apagó la colilla en el cenicero y
entró al salón. Marta e Iván estaban esperándole sentados en el sofá.

—Si os parece bien, ya iré yo a buscar a mamá.

—Creo que sería mejor que fuésemos juntos —dijo Marta
mirando primero a Iván y luego a Gabriel—. Vuestra madre necesita que estéis
unidos... Hacedlo por ella... pero también hacedlo por vuestro padre...

Gabriel inspiró hondo.

Marta de nuevo tenía razón, como casi siempre. Pronto
regresaría a Nueva York y el cauce volvería al río. Lo único que importaba en
estos momentos era que su madre se sintiera arropada por sus dos hijos y a ser
posible, unidos.

—Gabriel. Iremos juntos —dijo Iván levantándose del sofá—.
Iremos en mi coche.

—De acuerdo —asintió Gabriel.

—Además ¿cómo pretendías conducir con esa mano? —le
preguntó Marta mirando las vendas.

—Apenas me duele —ocultó la mano.

—Déjame ver...

Marta se acercó y se la cogió. Tras girarla vio que la
venda estaba manchada de sangre.

Tuvo que negar con la cabeza, Gabriel no tenía remedio.

—No te hagas el machote... la herida puede infectarse, ya
escuchaste a la enfermera.

—No es para tanto... —se burló restándole importancia.

—Ven a la cocina, voy a cambiar esas vendas y a curarte las
heridas.

Marta se marchó a preparar las vendas, el yodo y unas
tijeras.

Gabriel en cambio, permaneció sentado mirando a su hermano.

—Yo de ti, le haría caso... no puedes ni imaginarte lo
cabezota que puede llegar a ser.

—Me consta —sonrió.

—Aunque no le quito razón. Los puntos pueden infectarse.

Gabriel no tuvo más remedio que resignarse y hacerles caso.
Eran dos contra uno. Así que caminó hacia la cocina. Marta ya le esperaba con
todo el arsenal preparado sobre el mármol de la cocina.

—Quítate la americana, arremángate la camisa y siéntate —le
ordenó cogiendo las tijeras.

—Joder, Marta... —se rió—. ¿De dónde has sacado esas
tijeras tan grandes? ¿Seguro que sabrás utilizarlas?

Ella sonrió acercándose hasta donde estaba sentado.

—Te sorprenderías de las cosas que una aprende cuando ha
convivido con cuatro hermanos más pequeños. He tenido que ejercer de enfermera,
de maestra, de psicóloga... incluso de madre, en muchas ocasiones —empezó a
cortar la venda—. Aprendes a hacer de todo...

—¡Auuu! —soltó un quejido de dolor.

—No-te-muevas... —le advirtió mientras iba separando poco a
poco las vendas de su piel—. Vaya, se ha soltado un punto —dijo frunciendo el
ceño.

Dejó de sujetar su mano y buscó gasas, yodo y la caja de
los puntos adhesivos de sutura.

—Esto te va a doler...

Él cerró un ojo preparándose para el dolor.

Ella sonrió mientras le retiraba el punto que estaba
suelto, empapó la gasa de yodo y presionó ligeramente la herida. Gabriel renegó
en varias ocasiones mordiéndose el labio. Enseguida le retiró los restos con otra
gasa limpia y a su vez, se apresuró a cortar uno de los puntos adhesivos a la
misma medida que los otros cuatro que ya tenía.

Gabriel la miraba con atención, aguantando como podía el
dolor.

—Marta...

Ella apartó la mirada de su mano para dirigirla hacia sus
ojos.

—Cuida de mi hermano cuando me vaya, te va a necesitar y...
mucho.

—Lo sé —asintió con la cabeza—. Y, pienso estar a su lado
todo el tiempo.

Gabriel sonrió complacido al escuchar sus palabras. Quería
a su hermano, aunque no se lo demostrara y aunque hubiese mermado su confianza.

—¿Y quién cuidará de ti? —le preguntó ella envolviendo su
mano con la venda.

Se creó un silencio durante unos intensos segundos.

—No te preocupes por mí, estaré bien...

Marta asintió en silencio, acabando de vendar su mano.

Echando un último vistazo al vendaje comenzó a guardar las
cosas.

—Gracias —dijo bajando la manga de la camisa.

Cogió la americana y se acercó hasta ella, besándola en la
mejilla.

—Gabriel... por favor, no hagas eso...

Cuando se llevó la mano a la mejilla, la conversación fue
interrumpida por el sonido del timbre. Ambos se extrañaron. ¿Quién podría ser?
No esperaban a nadie.

Gabriel salió de la cocina y se acercó a abrir la puerta.

—Víctor... ¡joder tío...! ¿Qué coño haces aquí? —le abrazó
dándole unas palmaditas en la espalda.

Iván se acercó poco después y saludó a Víctor tendiéndole
la mano. Apenas se conocían, habían tratado en dos ocasiones contadas. Él era
amigo íntimo de Gabriel, se conocieron cuando ambos vivían en Madrid.
Trabajaron juntos varios años antes de mudarse a Barcelona y abrir su propio
despacho.

—Marta me avisó, llamándome por teléfono. ¿Para qué están
los amigos sino?

Ambos miraron a Marta que se acercaba a la puerta.

—Sí, ya sé que no te pedí permiso —miró a Gabriel
encogiéndose de hombros—. Y tampoco fue la única llamada que realicé...

—Es cierto —añadió Víctor—. Le di el teléfono de tu
despacho en Manhattan y habló con Jessica.

—¿Hablaste con ella? —le preguntó a Marta.

—Sí. Y la noté muy consternada.

Gabriel abrió los ojos.

—Ella ha venido. Está aparcando el coche —le dijo Víctor
muy sorprendido—. La última llamada que mantuve con ella fue hace dos semanas,
estaba muy cabreada y amenazaba con enviarte a Barcelona con una patada en el
culo —se rió.

Gabriel enarcó una ceja y Marta le miró con los ojos como
platos.

—Tío... no sé lo que le hiciste, pero hacía mucho tiempo
que no la escuchaba tan irritada.

—Jessica es muy temperamental... —carcajeó.

El repicar de unos tacones contra el suelo alertó su
atención. Gabriel desvió la mirada hacia aquel sonido que avanzaba desde la
puerta del ascensor. Era Jessica, vestida de riguroso negro, con un traje
entallado de falda recta y americana.

Un pálpito golpeó con fuerza su pecho. Jessica estaba allí.
La muy cabezota se  había tragado las más de nueve horas de vuelo solo
para acompañarle en el funeral de su padre. Esta chica no dejaba de
sorprenderle gratamente.

—Hola Víctor. —se acercó y le dio dos besos.

—Jessica, ¿has tenido buen vuelo?

—Ya sabes que odio los aviones y la comida... bueno y todo
lo relacionado con volar... —sonrió mirando a Gabriel que no dejaba de
observarla sin aún dar crédito—. Tú debes de ser Marta, ¿me equivoco?

—Sí, soy Marta... Marta Soler.

Jessica se acercó a ella para darle dos besos.

Olía a perfume caro.

Marta no podía dejar de observarla, era una mujer muy
bella. Parecía salida de una revista de moda. Tan alta, tan elegante y tan
sofisticada. Rezumando seguridad por cada poro de su piel.

Luego se dio el privilegio de observar a Gabriel, dándose
cuenta de cómo la devoraba intensamente con la mirada. Era obvio que algo había
surgido entre ellos.

Tras las presentaciones pertinentes, había llegado el turno
de Gabriel. Se acercó a él y lo abrazó.

—Siento lo de tu padre.

Notó como los brazos rodeaban su cuello y su olor
envolviéndole todos los sentidos. Cerró los ojos unos instantes hundiendo la
nariz en su pelo.

—Gracias por venir —estrechó su cuerpo con el suyo y le
besó con suavidad en el lóbulo.

—Sé que tú hubieses hecho lo mismo —le contestó separándose
y dándole dos besos en las mejillas.

 

* * *

 

La ceremonia fue muy emotiva. El último adiós dejó un
profundo penar en sus corazones. Iván y Marta acompañaron a Ana a su casa para
que ésta pudiera descansar. Los días que se avecinaban serían muy duros.
Primero aceptar la pérdida y después convivir con la soledad.

Marta la ayudó a desvestirse y se cuidó de estar a su lado
hasta que se quedó profundamente dormida. Luego salió de la habitación y cerró
la puerta despacio para no hacer ruido.

—Ahora que tu madre está dormida, iré a preparar algo de
comer.

—Por mí no lo hagas, no tengo hambre.

Marta se acercó a Iván. Éste estaba sentando en el sofá
inclinado hacia delante, con los brazos doblados y apoyados sobre sus piernas.
Se sentó a su lado.

—Tranquilo, lo entiendo. —Murmuró abrazándole con ternura—.
Ven... —se levantó y le tendió una mano—. Vamos a la cama, nos estiraremos y
así podrás descansar.

Iván se restregó la cara con las manos y la miró a los
ojos. Estaba agotado física y emocionalmente. Quizás no era tan mala idea.
Tratar de relajarse y dormir, aunque fuese solo un rato. Por lo menos, el
tiempo que estuviese dormido no se vería obligado a seguir pensando en su
padre.

 

* * *

 

En cuanto acompañaron a Víctor al aeropuerto y se quedaron
a solas, Gabriel aprovechó para acercarse a Jessica, atrapar su boca con la
suya y besarla con efusividad. Rodeando su cintura con sus brazos y alzándola
un poco al aire.

—Cuantas ganas tenía de hacer esto... —le acarició la nuca
con la mano—. Estás como una verdadera cabra... dieciocho horas de vuelo bien
merecen una recompensa.

Gabriel sonrió.

—No corras tanto... —le puso la palma de su mano sobre su
pecho—. He venido para llevarte de vuelta a Nueva York.

El tono de Jessica había cambiado radicalmente, era directo
y algo distante.

—Peter Kramer, ha presentado la demanda ante el juez.

Gabriel tragó saliva con fuerza.

—Maldita Caroline y maldito Peter —pronunció en un murmullo
casi inaudible.

—Mi abogado te recomienda que regreses a la ciudad lo antes
posible. Si descubren que estás fuera del país, por el motivo que sea, te
cortarán las pelotas...

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