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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (16 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Pronto, tuvieron que dejar de
acariciarse mutuamente y de besarse.

—Quiero dejarte a medias para que
regreses a buscar el resto... —le sonrió mordiéndole el labio inferior y
tirando sensualmente de él.

—Me muero de ganas de venir a buscar el
resto... —sonó a promesa.

—Vamos... Tenemos poco más de una hora para
llegar al aeropuerto —dijo mirando el reloj de pulsera de oro y brillantes.

Gabriel
echó un último vistazo a aquel apartamento y cerró la puerta.

Le aguardaba un viaje muy largo.

  

Capítulo 21

 

Gabriel,
aunque estaba agotado física y emocionalmente, no logró dormir en el avión en
todo el trayecto, tantos pensamientos agolpándose en su mente, lo mantuvieron
en vela. El infarto cerebral de su padre, la acusación de acoso por parte de
Caroline, su vecino Scott y su abuelo Charly, regresar a Barcelona y volver a
enfrentarse a su hermano, pero sobretodo había algo que le inquietaba y mucho,
el no saber qué sentimiento tendría al volver a ver a Marta.

El avión tomó tierra sobre las seis de
la mañana. Tras recoger la maleta de la cinta transportadora, subió a un taxi
que esperaba tranquilamente en la parada.

«Menuda diferencia con Manhattan, aquí
por lo menos es posible pillar un taxi sin iniciar una batalla campal con el
vecino»,
pensó mientras se acomodaba en el asiento.

—Buenas días, ¿Adónde te llevo?

—Al hospital Quiron, por favor.

—Pues me temo que vas a tener que
relajarte un poco en el asiento y tomártelo con calma... Acaban de anunciar por
la radio que ha habido un accidente múltiple...

Gabriel resopló, no daba crédito a su
mala suerte. Se restregó la cara con las manos. Era de locos, sin teléfono y
sin poder llegar al hospital. Pensó con rapidez qué otras opciones le quedaban.

—El accidente ¿dónde ha ocurrido?

—En la Ronda de Dalt —le contestó
poniendo en marcha el vehículo.

—Pues entonces necesito que me lleve a
otra dirección.

—Claro.

Dándole
las nuevas señas, en veinte minutos llegó hasta su destino.

Gabriel bajó del taxi. Recogió la maleta
y alzó la vista al aire mirando aquel bloque de pisos del centro de Barcelona.
Sonrió levemente

Cuántos recuerdos”. Tan solo hacía
dos semanas que se había marchado pero la sensación era de haber pasado toda
una vida.

Subió al ascensor, junto a la señora
Teresa, la vecina del décimo. De nuevo la mala suerte le perseguía como si
fuese su propia sombra. Nada más cerrarse la puerta comenzó a examinarlo a
conciencia. Acostumbraba a realizar ese mismo ritual cada vez que se topaba con
él. Gabriel sabía perfectamente que sus tatuajes y sus
piercings
la
intimidaban. Nunca se había fiado de él y por ello nunca se había dignado
siquiera a saludarle.

Al cabo de unos interminables e
incómodos segundos para ella, la puerta se abrió.

—Que pase un buen día señora Teresa...
—le sonrió divertido a sabiendas que eso la irritaba.

Ella soltó un gruñido y salió
despavorida del ascensor.

Gabriel se rió con ganas, le parecían
cómicas las personas que prejuzgaban a las demás sin dignarse siquiera a
conocerlas.

La puerta volvió a cerrarse.

Una sola planta más y llegaría a su
apartamento, entonces podría dejar la maleta, darse una ducha rápida, llenarse
el estómago con algo de comida y hacer rugir el motor de su BMW K 1200.

Gabriel hizo girar las ruedecitas de la
maleta hasta la puerta de su apartamento. Inspiró hondo antes de entrar liberando
poco a poco el aire de sus pulmones. Se quitó la cazadora de cuero y entró.
Todo estaba en completo silencio, todo permanecía igual a como lo recordaba.

Cruzó el salón dirigiéndose al pie de
las escaleras para subir al piso de arriba, cuando vio la puerta entre abierta
de la habitación de Iván. Se acercó, dejando la maleta junto al sofá. Notó un
pálpito en el pecho al ver a Marta durmiendo en la cama. Se quedó mirándola en
silencio, un rato, sin acercarse, apoyando la espalda en el marco de la puerta.

«
Pareces un ángel...
», murmuró.

Cuando el despertador comenzó a sonar,
Marta abrió los ojos sobresaltándose al ver a Gabriel plantado en la puerta con
los brazos cruzados, el pelo alborotado y unas ojeras espantosas. Tuvo que
pestañear varias veces no dando crédito a lo que veían sus ojos.

Gabriel había vuelto.

—Hola Marta... —inspiró hondo con una
sonrisa ladeada.

Algo aturdida, se destapó de las sábanas
y caminó descalza hacia él.

—¿Cuando has llegado? —le preguntó
colocándose el pelo detrás de la oreja.

—Hace tan solo unos minutos.

Ella le sonrió y sus ojos empezaron a
brillar emocionados.

—Me alegro de que hayas podido venir...
—hizo una breve pausa, luego prosiguió—: Tu padre te necesita... y tu madre...
y...

—Iván... —le acabó la frase.

Los ojos de Marta comenzaron a
humedecerse lentamente. Sabía cuánto idolatraba a su padre y el duro golpe que
suponía para él lo ocurrido. Deseaba abrazarle con todas sus fuerzas sin con
ello consiguiera que su sufrimiento remitiera, pero se contuvo y no lo hizo.

—Lo siento Gabriel... —susurró
angustiada.

—No llores, Marta.

—Es que es muy injusto...

—La vida suele ser injusta.

Gabriel le secó con el pulgar una
lágrima que rodó por la mejilla. Deseaba abrazarla, pero no quería intimidarla,
ni asustarla, ni que pensara que quería algo más de ella. No quería que
hubiesen malos entendidos, aunque se muriera de ganas de abrazarla y de
acariciar de nuevo su piel y... de sentir su olor.

—Ahora ya estoy aquí... y lo que tenga
que pasar, pasará...

Marta asintió con la cabeza dándole la
razón. Tenía un nudo en la garganta. Se le hacía muy cuesta arriba ver sufrir a
las personas que más quería.

—Iré a darme una ducha rápida, a comer
algo y después me iré al hospital. Si quieres te llevo —se ofreció Gabriel.

—De acuerdo —dijo tapándose la boca con
la palma de la mano, sintiendo como una arcada le subía por la garganta— ¡Dios,
creo que voy a vomitar...!

Marta salió como un resorte hacia el
cuarto de baño, se arrodilló frente al retrete y comenzó a vomitar. Gabriel la
siguió y cuando dio con ella, se acuclilló y le retiró el pelo de la cara,
sujetándolo en una cola improvisada.

—Joder Marta... pareces la niña del
exorcista... —se rió mientras le hacía círculos en la espalda con la palma de
su mano para calmarla—. Y eso que aún no has desayunado.

—No seas tonto... —le pegó un manotazo
en el hombro acabándose de limpiar con la toalla sentándose en el suelo, él la
imitó haciendo lo mismo—. Pues acostúmbrate a verme vomitar, porque lo hago
casi a diario...

Gabriel se rió con ganas.

—Veo que tampoco lo estás pasando nada
bien con el embarazo.

—La verdad es que está siendo un tanto
molesto, aún sigo con mareos y pequeñas pérdidas...

—Y ahora encima lo de mi padre... creo
que sería mejor que te quedaras a descansar.

Marta comenzó a reír sin poder parar de
hacerlo.

—¿Qué...? —Frunció el ceño—. ¿Qué te
hace tanta gracia?

—Eres igualito a tu hermano...

Gabriel enarcó una ceja, molesto.

«¿Igual que Iván? ¿En qué sentido? Si no
nos parecemos en nada»

—Vamos a ver, estoy perfectamente...
Solo estoy embarazada, no enferma... Dejad de intentar protegerme a todas
horas...

—No nos culpes, es normal que queramos
protegerte...

Gabriel la miró intensamente a los ojos,
sintiendo como sus pupilas comenzaban a dilatarse y sus ojos a oscurecerse
rápidamente. Marta reconocía aquella mirada. Era la misma mirada hambrienta y
cargada de deseo del día del cumpleaños de Iván, cuando la besó.

Ella desvió la mirada clavándola al
suelo y luego tragó costosamente saliva.

—Ehm... me gustaría darme una ducha
antes...de ir al hospital... —dijo levantándose del suelo ayudándose de
Gabriel.

—Claro...

Gabriel la dejó en el cuarto de baño a
solas.

Tras cerrar la puerta, se desvistió
mirándose al espejo, notando como el embarazo día a día iba transformando su
cuerpo. Los pechos le dolían al mínimo roce y había aumentado una talla.

Se colocó de lado mirando su perfil en
el espejo y comenzó a acariciar su vientre.

—Pequeño extraterrestre... —le sonrío
dulcemente—. ¿Vas a tenerme los nueve meses vomitando?

 

Gabriel dejó la maleta sobre la cama y
separó ropa limpia para después de la ducha. Una camiseta de manga corta y unos
tejanos rotos, bastaría. Comenzó a desvestirse lanzando la ropa al suelo. Se
metió enseguida en la ducha cerrando con fuerza los ojos para dejar de ver los
de Marta.

Confiaba en que el volver a verla no le
afectaría, pero se equivocó.

 

Marta antes de acabar de arreglarse,
comenzó a preparar el desayuno. Sabía que a él le gustaba el café solo bien
cargado y que era lo único que desayunada nada más despertar. Así que, mientras
se hacía, preparó la mesa colocando una bandeja con magdalenas caseras que
había horneado la noche anterior, al no poder pegar ojo. Quizás probaría una.

Cuando el aroma a café recién hecho
invadió aquella pequeña cocina, Marta se sentó a esperar a Gabriel. Apoyó su
codo sobre el margen de la mesa y comenzó a morderse las uñas.  Siempre lo
hacía cuando algo perturbaba su mente.

 

—¿Por qué estás nerviosa? —le preguntó
Gabriel sentándose en la silla y retirándole la mano de la boca.

—Cosas mías...

Marta no podía confesarle que su
actitud, que su presencia y en resumidas cuentas que todo él, la ponían
nerviosa, era inevitable. Todo era demasiado reciente. No había transcurrido ni
dos semanas cuando tomó la decisión. Iván o él. Ahora le tocaba resignarse y
convivir de ahora en adelante con ello, le gustase o no.

Gabriel comenzó a sorber de aquel café
recién hecho sin dejar de mirarla. Desde el día del cumpleaños de Iván, le
asaltaba una duda en su cabeza. Necesitaba preguntárselo, tenía que saberlo.

—Marta, hay algo que necesito saber
desde hace tiempo...

Ella le prestaba atención en completo
silencio.

Del tono de sus palabras, pudo deducir
que lo que le iba a preguntar podría resultarle molesto.

Gabriel sorbió el café y luego prosiguió
con suavidad:

—Me he preguntado muchas veces... ¿qué
es lo que hubiera pasado si Iván no hubiese llamado por teléfono aquella
noche...? mientras te besaba y te desnudaba en mi despacho... ¿Hubieses hecho
el amor conmigo?

Gabriel desarmó a Marta en solo un
segundo.

Ella abrió la boca desconcertada. ¿Por
qué se lo preguntaba ahora? No tenía derecho a hacerle esa pregunta, no era
justo. Ella tomó una decisión y él la acató. A decir verdad, desapareció, se
marchó al otro lado del mundo y sin dejar rastro.

Marta tras ruborizarse levemente,
reflexionó antes de responder:

—Gabriel... Quiero serte sincera —se
removió algo incómoda en el asiento.

Él la escuchaba en silencio, entrelazó sus
dedos y apoyó los codos en la mesa.

Marta esperó unos segundos más sin dejar
de mirarle a aquellos ojos expectantes y brillantes.

—Ambos fuimos al despacho en busca de lo
mismo —tragó saliva volviendo a detenerse en la explicación. Quería ser sincera
con él pero sobretodo consigo misma—. Pero al final no pasó de aquellos besos y
de aquellas caricias... No sé la respuesta. Quizás fuera por la llamada de Iván
o quizás porque no debía de ocurrir... Lo único cierto de todo es que eso es
algo que jamás sabremos y la incertidumbre con la que deberemos vivir.

Gabriel se quedó con la palabra en la
boca viendo como Marta se levantaba, zanjaba el tema y llevaba la taza al
fregadero.

Se quedó pensativo, pero no quiso
insistir más en el tema al ver cómo le afectaba tanto. Aunque, no hiciera
falta, supo con aquella respuesta que Marta a su manera estuvo enamorada de él
y de no haber interrumpido aquella llamada… probablemente se hubiese escrito
otro final y las tornas hubiesen cambiado.

Retuvo el aliento antes de acabarse el
café y zamparse de un bocado una de las magdalenas de la bandeja.

Marta se giró para acercarse a la mesa.

—¿Vamos a ver a tu padre?

Cambió de tema drásticamente. Era
preferible dejar las cosas seguir su cauce. Ahora estaba felizmente
comprometida con Iván y esperaban juntos su primer hijo. El destino ya les puso
a prueba una vez… Mejor no tentarlo de nuevo.

Gabriel ojeó su vestimenta. Aquel
vestido era demasiado corto y demasiado fino.

—Sí, pero ponte un pantalón. Iremos en
mi moto.

Marta frunció el ceño, sorprendida.

—No sabía que tuvieras una.

—Marta...—se rió—.Hay demasiadas cosas
de mí que no sabes...

Desapareció de la cocina en busca de las
llaves mientras ella fue a su habitación y se puso unos tejanos y una camiseta
y cuando regresó al salón, Gabriel ya la esperaba con los dos cascos en las
manos.

—¿No correrás mucho, no?

Gabriel le sonrió dulcemente. Esta vez
le fue imposible evitar no caer en la tentación de besarle en la mejilla.

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