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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (6 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Jessica abrió la boca excitada, necesitaba aire… Su
respiración empezó a acelerarse.

El pene de Gabriel dio un brinco cuando la mano de ella lo
envolvió por completo.

Era duro, caliente pero a la vez muy suave.

Sin vacilar comenzó a bombear perezosamente el miembro
enhiesto.

Gabriel  gimoteó apretando con fuerza los dientes.

—Joder…

—¿Le gusta, señor Gómez?

—Me vuelve loco, es una tortura…

Jessica sonrió con picardía tras escuchar sus palabras,
dándole ánimos para seguir ofreciéndole más placer. Empezó a bombear arriba y
abajo con más ritmo.

Gabriel emitía gruñidos placenteros mientras tensaba los
músculos de las piernas, tratando de mantenerse erguido.

Su cara desencajada manifestaba las sensaciones que ella le
hacía sentir.

No se había equivocado, Jessica Orson, era una Diosa, en
todos los sentidos…

Gabriel tanteó su boca, buscando sus labios, pero no la
besó.

—Besos no.

—¿Por qué?

—Porque no y punto. No preguntes…

A Gabriel no le convencieron sus argumentos, pero estaba
tan excitado que no podía discurrir nada más que en seguir su propósito:
Poseerla.

Bajó la mano hasta la minúscula braguita del bikini,
deslizándola por dentro, buscando su clítoris. Abrió sus labios genitales con
los dedos y empezó a realizar movimientos circulares estimulando su centro de
placer.

De la garganta de Jessica salió expulsado un entrecortado
jadeo.

Gabriel sonrió, pletórico. Estaba logrando que la diosa
estuviera bajo su merced… mojada, excitada…

Sin dejar de frotar el pulgar en su clítoris abultado,
introdujo en su vagina un par de dedos hasta la segunda falange. Comenzó a
moverlos con total libertad, friccionando dentro y fuera, sin ninguna
compasión.

—Hum… Enloquezco sabiendo que estás tan receptiva para mí…

Jessica alargó la mano que tenía libre para masajearlos
testículos sin dejar en ningún momento de bombear su miembro.

—El mérito no es tuyo… No eres más que un cabrón con suerte
que se ha aprovechado de mi debilidad… Me encanta follar… no es ningún
misterio.

Él se rió con ganas en su cara mientras hacía girar los
dedos en su interior.

—Voy a hacer que te corras con tanta intensidad, que cada
vez que te masturbes a solas, recordarás cada uno de los orgasmos que te he
robado.

«Engreído»

«Presuntuoso»

Gabriel la miró con una seductora sonrisa triunfal y luego
se arrodilló ante ella.

Le quitó las braguitas y dejándolas a un lado, mordisqueó
la cara interna de los muslos para luego ascender hasta su sexo.

—Oh… dios —sucumbió ella sin poder evitarlo.

Le separó con los dedos los labios vaginales para darle
varios toques con la punta de la lengua en su clítoris sonrosado y abultado,
antes de lamerlo y de succionarlo.

Jessica que se agarró de su cabeza mientras arqueaba la
espalda, abrió la boca y gritó. Sus estridentes jadeos resonaron en toda la
sala.

—Eres deliciosa…

Al oírlo, Jessica sonrió con picardía acercando su pelvis
para ofrecerle su sexo.

—Fóllame… —le ordenó tan excitada que apenas podía tenerse
en pie. Su vagina palpitaba reclamando ser invadida y saciada por su pene—.
Quiero que me folles ahora…

Gabriel no la hizo esperar. Se incorporó de un salto y
buscó un preservativo. Mientras rasgaba el envoltorio con los dientes, se
desprendió de la ropa.

Sin dejar de mirarla a los ojos, se enfundó la goma y antes
de penetrarla, la cogió en volandas y rodeó sus caderas con sus piernas.

—Tus deseos son órdenes —musitó agarrando su pene y
frotando el glande en el orificio de su sexo— Voy a follarte como jamás lo han
hecho antes…

—Eso está por ver… —rió con malicia.

Y fiel a su advertencia, la penetró de una sola embestida
con tanta intensidad que la golpeó contra la pared. Jessica gritó, su miembro
era de un tamaño tan descomunal que creyó incluso que su cuerpo se iba a partir
en dos.

Gabriel esperó varios segundos a que ella se acostumbrara a
su inminente invasión.

—Sigue… ¡No se te ocurra detenerte! —jadeó deseosa de más.

Obedeció. Penetrándola primero lenta, con una sensualidad
arrebatadora y después, las acometidas fueron cada vez más profundas y más
intensas. Con rudeza, con fuerza.

Jessica clavó las uñas en su espalda cuando el orgasmo
amenazó con explotar haciéndole perder la razón. Apretó las paredes de su
vagina, succionándolo. Estaba muy cerca, demasiado cerca…

Una sola embestida más y Jessica gritó como una loca. Su
apoteósico orgasmo envolvió su cuerpo en un torbellino lleno de deliciosas
sensaciones.

Al notar como Jessica convulsionaba entre sus brazos, cerró
los ojos y apretó los dientes y se dejó arrastrar eyaculando al poco después,
bramando como un verdadero animal y escurriendo hasta la última gota de semen
en su interior.

Segundos después, sudorosos y agotados, pudieron dejar de temblar
para recuperar de nuevo el aliento y el ritmo normal de sus corazones. 

Gabriel la dejó en el suelo con cuidado. Se quitó el
preservativo y haciendo un nudo, lo guardó en el bolsillo de su pantalón.

Jessica en cambio, se puso el albornoz y las braguitas que
yacían tiradas en el suelo. Dándose cuenta de lo ocurrido. No tenía que haberlo
permitido. Ella era su superior. ¿En qué estaba pensando? ¿Había perdido el
juicio?

Llamó la atención de Gabriel, quien se giró para prestarla
atención.

—Lo que ha ocurrido hoy, no volverá a repetirse nunca más.

—¿A qué te refieres? —le preguntó frunciendo el ceño
extrañado. No era más que sexo, y a decir verdad, sexo del bueno. ¿Qué problema
había?


Jamás volveremos a follar. Ha sido un lamentable error por
mi parte.

—Para mí no lo ha sido, señorita Orson.

Gabriel la retó con la mirada.

Obviamente no estaba de acuerdo con sus conjeturas. Era de
locos ignorar lo que había pasado entre ellos. La química fluía como la seda
entre sus cuerpos, encajando a la perfección como piezas de un puzle. Ambos
eran fuego, lujuria… puro sexo.

Pero de nada sirvió hablar, ella ya lo tenía decidido.

Acabó de recoger sus cosas en el más completo de los
silencios y sin devolverle la mirada, como si estuviera sola, se marchó hacia
la ducha.

Capítulo 8

 

«Maldita sea»

«La he cagado, hasta el fondo»

Gabriel acabó de vestirse, recogió sus cosas y pasando
ambas manos por su pelo no atinaba a comprender por qué Jessica había actuado
de aquella forma.

Eran personas adultas, dejándose llevar por sus instintos,
gozando de un fantástico sexo. ¿Cuál era el problema?

Las ideas no hacían más que agolparse en su mente.

Salió de aquellas instalaciones, pasando por delante de los
vestuarios. Sabía perfectamente que Jessica estaría en el interior duchándose.

Se detuvo tras la puerta cerrada, pegando su frente en la
madera. Cerró los ojos y apretó con fuerza la mandíbula.

Recordaba su perfume mezclado con el olor de su cuerpo y de su sexo.
Recordaba cada una de sus curvas y de su piel, de sus ojos, y de sus labios…

Tragó saliva con fuerza.

El solo hecho de pensar en ella, lo excitaba.

Al abrir los ojos, supo que lo mejor sería dejarla a solas.

 

Gabriel salió a la calle. Metió la mano en el bolsillo de su
cazadora para buscar un cigarrillo, y se encontró con el móvil de aquella
chica. Al encenderlo, no pudo evitar sonreír al ver una fotografía muy graciosa
de ella junto a un chico moreno de ojos azules y a un niño de unos seis años
sacando la lengua a la cámara.

Buscó en las últimas llamadas realizadas. Encontró una de
un tal “Joey”. Gabriel relacionó ese nombre con el grito que pegó antes de que
la robaran. Así, que sin pensárselo demasiado, marcó ese número, esperó varios
tonos y enseguida recibió respuesta al otro lado:

—¿Hola… Joey?—preguntó Gabriel.

—Sí, soy yo.

—Me llamo Gabriel… —añadió—. Conseguí atrapar al ladrón.
Tengo el móvil de la chica, ¿Cómo podría hacéroslo llegar?

—Ehm… pues —hizo una breve pausa—, estamos en el Central
Hospital, ¿lo conoces?

—No, pero me pillo un taxi y me busco la vida, sin
problemas.

—Vale, tío… muchas gracias. Te pago el taxi cuando vengas
—se escuchó sonreír al otro lado del teléfono.

Gabriel zanjó la llamada y sintiendo que la suerte estaba
de su lado, logró coger un taxi en menos de un minuto.

Al llegar a la entrada del hospital, volvió a llamar a
aquel número. No hizo falta esperar a los tonos porque un chico joven de pelo
castaño, ojos claros, y ataviado con un uniforme de policía, se le acercó
sonriente.

—¿Eres Gabriel? —le preguntó llegando hasta él.

—El mismo —respondió entregándole el móvil.

—Gracias, tío —chocó la mano con la suya.

Gabriel le observó. Se le notaba muy cansado incluso algo
preocupado. Sacó su paquete de tabaco y le ofreció uno.

—¡Joder! No debería, lo he dejado.

—No sé por qué, pero creo que te iría bien fumarte uno
—insistió.

Los ojos de Joey no podían apartarse del paquete. Se rascó
el mentón pensativo y refunfuñando, cogió uno.

Gabriel le sonrió. Le caía bien ese tal Joey.

—Hum… ¡Dios! esto sabe a  gloria —hizo una larga
calada y luego exhaló poco a poco el humo.

—Sí, fumar sin duda es un placer… —sonrió divertido y
añadió—: entre otras cosas, claro.

Ambos se lanzaron miradas cómplices y al instante empezaron
a reír. Varios minutos después y un par de cigarrillos más, Joey le explicó qué
era lo que había ocurrido y por qué estaban en aquel hospital.

—¡¿Se puede saber qué haces fumando?! ¡Me dijiste que lo
habías dejado! —gritó una chica saliendo a trompicones del hospital.

—¡Joder Álex! ¡Qué susto! —dijo Joey llevándose la
mano al pecho.

—Lo siento. Creo que he sido yo la mala influencia… Llevo
un día digamos… intenso y necesitaba un pitillo —intervino Gabriel excusándose.

Álex le miró con cara de:
¿qué coño me estás contando?
y Gabriel intentó explicarse mejor:

—Soy Gabriel. Te he traído el móvil.

Álex, empezó a atar cabos. Sus ojos ahora parecían
recordarle al fin.

—Perdona, ¡qué tonta soy!, no te había reconocido. Cuando
me robaron estaba ida, fuera de control —trató de excusarse al tiempo que
esbozaba una tímida sonrisa.

—Tranquila, no me extraña. Me he enterado este mediodía de
lo ocurrido y tu hermano me explicaba que tu novio es el profesor herido de
gravedad.

Álex, tras escuchar sus palabras se abrazó a sí misma,
recordando a Patrick intubado en la cama, completamente sedado.

—Álex —le dijo Joey mientras apagaba su cigarrillo—.Voy a
buscar un bocadillo y un refresco a la cafetería. Tienes que comer algo.

—Vale. Gracias.

Joey abrazó a su hermana y se marchó, dejándoles a solas.

Álex se acercó hasta la pared, se apoyó y poco a poco
deslizó su espalda por la superficie hasta sentarse en el suelo. Gabriel la
miró y poco después la imitó sentándose a su lado.

Notó como Álex lo estudiaba mejor con la mirada, más
detenidamente, fijándose de nuevo en su tatuaje.

—Gracias por lo del móvil. 

—De nada. Es lo menos que podía hacer. Me va lo de ejercer
de justiciero para salvar a las damas en apuros… —le sonrió torciendo el
labio—. Por cierto, ¿cómo está tu novio?

Álex le explicó que estaba mejor y que por suerte pudieron
detener la hemorragia interna, que únicamente les cabía esperar.

Poco después miró su reloj y resopló.

—¿Y qué haces tú a estas horas levantado? ¿Los justicieros
no descansan? —le preguntó ella divertida.

—¡Jajaja! —Se rió—. Al salir de la oficina he llamado a tu
hermano para devolverle el móvil y me ha dicho que estabais aquí.

—¿A estas horas sales de trabajar?

—No… hoy he salido tarde… pero hace un rato que estoy aquí
charlando con Joey. Un tipo interesante tu hermano…

—Y que lo digas… Me da que haríais muy buenas migas…

En ese momento, apareció Joey con una bolsa de un puesto
callejero de comida rápida.

—Bueno —dijo Gabriel incorporándose—. Me voy que mañana
curro y tengo una jefa un tanto particular…

—Gracias de nuevo por el teléfono.

—Un placer, señorita —Gabriel le obsequió con una
reverencia muy graciosa—. Si me necesita alguna vez más, hágame una señal
y vendré.

Gabriel le dio dos besos a ella y chocó la mano con la de
Joey. Se despidió de ambos alejándose con las manos metidas en los bolsillos.

 

Al llegar a su apartamento, se dio cuenta de que era
tardísimo.

Se desvistió.

Tenía unas ganas horribles de desprenderse de aquel
ridículo disfraz de estirado
 
jupie
ejecutivo.
 
Se sentía ridículo
con aquella indumentaria.

En seguida se metió en la ducha. Necesitaba sentir el agua
correr por su cuerpo. Liberar tensiones y dejar de martirizarse pensando en
Jessica.

Al salir de la ducha, se anudó la toalla a sus caderas
mirándose al espejo evaluando si debía o no afeitarse. Rozó con sus dedos
la incipiente barba decidiendo dejársela tal cual.

Abrió el primer cajón del armario. Buscó el aro de acero y
se lo colocó en su labio.  Sino repetía esta misma operación a diario,
pronto el diminuto orificio acabaría por cerrarse. Ese era sin duda un rasgo
característico de su personalidad. Gabriel siempre había sido así, un
tanto rebelde a diferencia de su hermano Iván. De hecho si colocaban en
una balanza a uno y a otro, Iván ganaba por goleada. Él era el hermano
guapo, elegante, educado, el perfecto amante fiel y en pocos meses sería padre.

Gabriel en cambio, era todo lo contrario. Si Iván era la
cara, él indiscutiblemente era la cruz. Desde que murió Érika no había
sido fiel a ninguna de sus amantes. Ninguna había estado a su altura. Y ninguna
de ellas,  le había importado lo suficiente como para respetarla. De
hecho, no recordaba haber estado con una misma mujer más de dos noches
seguidas. Hasta que Marta, la novia de Iván, apareció en su vida.

 

Eran las diez.

Gabriel acababa de calzarse cuando sonó el interfono. Era
Eric. Contestó y en dos minutos, bajó a la calle. Su amigo le esperaba
apoyado en su flamante coche.

—¿Qué tal Eric? —le dio una palmadita en la espalda.

—Genial… A ver si consigo que esta noche la recuerdes con
pelos y señales —le contestó con una mirada repleta de perversión.

Gabriel se rió con ganas y luego añadió:

—Sí, lo mío con la camarera no tiene perdón —trató de
excusarse.

Echó un rápido vistazo al interior del coche.

—Creía que nos esperaban en el restaurante.

—Por lo visto, no pueden esperar… —carcajeó—. ¿Sabes tío?
Me estoy planteando la posibilidad de llevarlas directamente al hotel y pasar
de la cena...

Gabriel puso los ojos en blanco.

—Vamos Eric, no me digas que tu polla no puede esperar un
par de horas…

Eric sacudió la cabeza y luego se encogió de hombros.

Su dependencia al sexo, a veces daba miedo.

Gabriel abrió la puerta trasera y se sentó al lado
de una de las dos chicas.

—Buenas noches, señoritas —saludó con una sonrisa seductora
tras acomodarse en el asiento. 

Estudió a la chica que tenía a su lado. Por lo visto,
aquella noche pasaría frío, porque solo cubría sus larguísimas y bronceadas
piernas una minúscula falda negra. Era posible apreciar el color de su
ropa interior, en el hipotético caso que la llevara.

—Soy Gabriel. 

Él se acercó para darle dos besos. Primero besó la mejilla
izquierda pero a medio camino de besar la otra, ella le dio un beso ante su
asombro. Desde luego no se lo esperaba.

—Mi nombre es Megan —le sonrió.

«
La noche promete
», pensó Gabriel para sus adentros.

 

Pronto llegaron a
Balthasar
,  un peculiar
restaurante francés ubicado en el SoHo de Manhattan. 

Eric les explicó que siempre que venía a la ciudad, cenaba
en aquel restaurante. Y nunca se marchaba de Nueva York sin antes comer
uno de los platos típicos: el “
Bullabaisse
” (que era una típica olla de
pescado) o los “
Moules Frittes
” (mejillones con patatas fritas). 

A los demás les pareció buena la idea de degustar esos
platos. Gabriel pidió una botella de
Cabernet Sauvignon
para su
acompañamiento.

 

* * *

 

Daniela y su compañera de apartamento, llegaron al restaurante, bastante
tarde.

Claudia, había tardado una eternidad en saber qué ponerse.
En cambio Daniela, lo tuvo claro, sus tejanos, una camiseta sencilla
y sus Converse de siempre.

Enseguida se reunieron con el resto del grupo de la
academia. Tras saludar, se sentaron.

Claudia llenó de vino tinto la copa de Daniela. Ésta abrió
mucho los ojos, indicándole con la mano que ya era más que suficiente.

—¡Por Dios, Claudia! ¿No estarás pensando en emborracharme?

—No. Lo que pretendo, es animarte —se rió.

—Sabes que no bebo.

—Pues creo que ya va siendo hora de que empieces, que ya
tienes edad… —le guiñó el ojo.

Claudia le dio la copa.

—Vamos, pruébalo, está de muerte.

Daniela dudó unos instantes. 

«Por probar un poquito no pasa nada»

Así que acercó la copa a sus labios y dio un sorbo corto.
El líquido se deslizó por su paladar y después por su garganta. Tenía un gusto amargo
aunque con sutiles toques afrutados. Y lo cierto es que no fue tan horrible
como esperaba.

—Por la cara que has puesto intuyo que te ha gustado.

—Si te soy sincera, me ha sorprendido gratamente.

 

* * *

 

Al llegar a los postres, Megan acercó su silla un poco
más a la de Gabriel, aunque él no se sentía muy receptivo aquella noche. No
entendía por qué no podía sacarse de la cabeza a Jessica. Trató de centrarse en
su acompañante, pero le era imposible.

Eric, al poco después, pidió la cuenta.

—Compartimos gastos —dijo Gabriel dejando varios billetes
en la bandejita—. Esperadme en la calle, ahora vengo.

Gabriel se levantó y buscó los servicios.

El local era tan grande que tuvo verdaderas dificultades
para encontrarlo.

Al acabar de lavarse las manos y salir de los servicios,
iba tan despistado que casi dio con la puerta en las narices a una joven.

—Perdona...

Gabriel la miró. Recordaba aquel rostro y por supuesto,
aquella dulce mirada. 

—¿Eres Daniela?

Ella entrecerró los ojos, escudriñando su rostro y después
comenzó a ruborizarse lentamente. Era Gabriel. El protagonista de cada uno de
sus pensamientos, de cada uno de sus sueños subidos de tono.  

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