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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (2 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Se
detuvo unos segundos antes de proseguir no sin antes fulminarle con la mirada.

—Quiero
que las cosas queden claras desde un principio entre usted y yo. No quiero que
luego haya sorpresas, ni malos entendidos. —Carraspeó aclarándose la
voz—.  Lo primero: Jamás me tutee. Como superior directo, merezco dicho
respeto.

«
Joder
»,
pensó Gabriel.

«
La
tipa se las trae… aunque, bien mirado… palmeándole varios azotes en su bonito
culito, le quitaba todas las tonterías de golpe…
»

—Segundo:
Debe desprenderse de cualquier tipo de adorno ostentoso —miró el
piercing
que atravesaba su labio inferior—. Presumo que no tendrá más ocultos, por
ejemplo en la lengua…

Gabriel
no cabía en sí del asombro, esto se ponía interesante.

Abrió
la boca y sacó la lengua. Ella puso los ojos en blanco. Quizás con una negativa
hubiese bastado...

Gabriel
aprovechó para acomodarse más en su asiento. Separó las piernas y colocó un
tobillo sobre la rodilla de la pierna contraria.

—Tercero:
Deberá acompañarme a reuniones, a convenciones y a toda clase de eventos. Por
lo tanto es obvio que ha de cuidar su vestuario. De momento bastará con que
vista camisas de manga larga y corbata.

Jessica
estiró del dobladillo de su americana, con un deje de orgullo en su semblante.
Inspiró. Ya había acabado con su peculiar charla de bienvenida.

Lo
que a primera vista no le había convencido de él, quizás con unos acertados
cambios, mejoraría.

Se
levantó y comenzó a caminar hacia la puerta para abrirla e invitarle a que
saliera del despacho. Su agenda siempre estaba apretada y ya había desechado
demasiado de su tiempo hablando con su empleado.

—Ahora, si me
disculpas, tengo una importante reunión con los socios de la Multinacional
Kramer.

Hizo
un gesto con su mano enseñándole la salida. Gabriel recogió sus pertenencias y
la miró antes de salir.

—Alexia,
mi secretaria personal, le enseñará el despacho donde desempeñará a partir de
mañana su trabajo y además le facilitará las señas del apartamento.

Y
dicho esto, esperó a que saliera y luego le cerró la puerta en las mismas
narices.

Gabriel
se echó a reír mientras zarandeaba la cabeza sin dar crédito.

«
Menuda tiparraca está hecha…
» 

«
Sin duda será un verdadero reto trabajar para semejante
personaje. Sospecho que me voy a divertir mucho, pero que mucho…
»

Capítulo 2

 

Nada más salir por la puerta de su despacho, Jessica volvió
a acomodarse en su silla de piel. Cruzó las piernas y descolgó el auricular del
teléfono.

Estaba enfurruñada y le importaba un bledo que al otro lado
del Atlántico, fuesen pasadas las nueve de la noche; teniendo en cuenta la
diferencia horaria.

Jessica era así. De estricto y severo carácter debido
quizás a una meticulosa educación recibida en los mejores y más prestigiosos
colegios de norte América. Siempre necesitaba tener el control. La palabra
improvisación no formaba parte de su exquisito y refinado vocabulario. Todo
debía estar perfectamente organizado y su nuevo empleado, sin pretenderlo,
había desequilibrado su orden.

Las largas uñas de Jessica repicaban con insistencia la
madera lacada de la mesa, esperando con ansiedad. Por fin, alguien se escuchó responder
al otro lado del hilo telefónico.

—Hola Jessica.

—Víctor.

—¿Has conocido a Gabriel?

—Por eso te llamaba —añadió con desabría.

—¿Hay algún problema?

Jessica pegó una risotada teñida de sarcasmo.

—¿Me mandas desde Barcelona a un pamplinas para que sea mi
mano derecha y te quedas tan ancho…? Por el amor de dios… Te creía más
profesional.

Víctor se echó a reír con ganas.

—¿Un pamplinas? ¡Joder Jessica…!

—Esto no es un circo, Víctor. Sabes perfectamente que mi
trabajo es lo primero, antepongo incluso mi vida privada…

Jessica hablaba con rapidez, estaba muy alterada. 

—Vamos a ver… No te embales Jessica, que ya nos conocemos.
—Bufó por la nariz—. Gabriel, es uno de los mejores arquitectos con los que he
tenido el privilegio de trabajar. Te doy mi palabra de que no te vas a
arrepentir…

Jessica resopló indignada y luego añadió:

—Dos semanas, Víctor. ¡Le doy catorce días o te lo devuelvo
a Madrid con una patada en el culo…!

Jessica ni siquiera esperó respuesta. Clavó el teléfono de
un golpe seco.

Después, abrió el primer cajón de su escritorio para coger
la pitillera de plata, encenderse un cigarrillo rubio y degustarlo sin prisas,
con total parsimonia.

 

Siguiendo las señas que le había proporcionado Alexia,
la secretaria personal de la “
adorable y dulce
” Jessica Orson, el
apartamento de Gabriel quedaba muy próximo de las oficinas, justo en la Calle
57th en Park Avenue, en la zona East.

El bloque de pisos era moderno y acogedor, el pequeño
apartamento de cincuenta metros albergaba en su interior un dormitorio con una
enorme cama, un aseo con plato de ducha, una diminuta cocina muy bien equipada,
un saloncito con un sofá de dos plazas, una mesa de madera con dos sillas y un
mueble cajonero en el que reposaba una tele LCD de 27”. 

«Pequeño, pero acogedor…»

Gabriel, dejó las maletas tiradas de cualquier manera y
luego se dirigió a la terraza accediendo desde el salón.

Enseguida quedó fascinado por las espléndidas vistas de la
ciudad que se apreciaban desde aquella altura. Conocía un poco la ciudad
de Manhattan, lo necesario para saber que, Central Park quedaba muy cerca.

Así que, se vistió con unos shorts negros y una camiseta de
algodón blanca y se calzó sus
Asics Nimbus
para salir a correr sus diez
kilómetros diarios.

Tras colocarse los cascos y encender su mp4, salió a
eliminar la tensión acumulada del vuelo, del viaje y de su jefa de ojos azules
y gélidos como el mismo hielo.

Descendió corriendo por la bocacalle en dirección a Madison
Ave y en la esquina con la 72th, entró al parque.

Hacía una temperatura ideal. Ni frío ni calor y apenas se
apreciaba el viento.

Cuando el cronómetro le avisó que los sesenta minutos se
habían agotado, fue reduciendo la intensidad hasta acabar deteniéndose. Al poco
después, cuando el ritmo de sus pulsaciones comenzó a ralentizarse, estiró los
músculos de piernas, gemelos y cuádriceps de los brazos. 

Ya se disponía a retomar el camino de regreso a su
apartamento, cuando se agachó a beber del agua de una fuente.

—¡Joder tío!, no me lo puedo creer… —exclamó alguien
eufórico tras él.

Gabriel se incorporó, sudoroso, con la camiseta empapada y
enganchada a su torso, dibujando con descaro todos los abdominales: superiores,
inferiores y oblicuos.

Secándose el sudor de la frente con su antebrazo, se giró y
luego sonrió sorprendido al descubrir de quién se trataba. Pestañeó varias
veces. Creía estar viendo un espejismo, causado quizás por la falta de sueño.

—¡Me cago en la madre que me parió! —carcajeó llevándose
las manos a la cabeza— ¿Qué demonios haces tú aquí, Eric?

—Negocios, ya sabes... —respondió sonriente.

Gabriel trató de secar la palma de su mano en la única zona
del pantalón que no estaba empapada en sudor. Tras frotarla, se la tendió y
ambos se dieron un fuerte apretón de manos.

—Veo que te sigues manteniendo en forma.

Eric se permitió el lujo de palmear su vientre en dos
ocasiones.

—Eso intento —respondió Gabriel notando como varias gotas
se deslizaban con absoluta libertad por su sien para luego añadir—: ¿Estarás
muchos días por la
Gran Manzana
?

—Una semana, ¿y tú?

—He venido para quedarme.

Eric enarcó una ceja, quedándose estupefacto al
instante. 

Conocía a Gabriel, lo suficiente para saber que no era de
la clase de gente que permanecía demasiado tiempo alejado de su familia. Por lo
tanto, era obvio que algo trascendental sería la causa.

—Mi amigo, creo que tienes muchas novedades que contarme,
así que te recojo esta noche y mientras me pones en antecedentes, nos tomaremos
unas copas.

—Eso está hecho.

—Además —añadió—, estás de suerte. Tengo un par de pases
VIP de la discoteca
Kiss&Fly
.

Gabriel sonrió complacido. 
Kiss&Fly
, era
uno de los sitios de moda de Manhattan. Había oído hablar mucho de ese lugar, y
la verdad, sentía inquietud por conocerlo.

Tras despedirse, cada uno se marchó en direcciones
opuestas. 

Al llegar al apartamento, se desvistió, se duchó y como
estaba solo, se secó el cuerpo con una amplia toalla y se puso únicamente unos
Calvin Klein negros con la goma de la cinturilla de color blanca.

Tenía un hambre de lobos, así que se preparó un sándwich
vegetal de atún y lechuga de tres pisos. Luego se dejó caer en el sofá y
encendió la televisión para ver con qué programación neoyorkina le sorprendían.
Puso los pies sobre la mesita y levantando la lengüeta de la lata de CocaCola,
bebió con tanta ansia que casi se la acabó de un único trago.

En el mismo instante que se dispuso a abrir la boca para
hincar los dientes incisivos al pan, el móvil empezó a zumbar para su
descontento.

Se levantó y caminó a la cocina, la
Backberry
vibraba
sobre la encimera. Echando un vistazo a la pantalla, no pudo evitar fruncir el
ceño sorprendido, en un acto reflejo tras comprobar quién era la remitente del
escrito:

 


La vida suele
ponernos a prueba y en ocasiones las cosas no surgen como esperamos.

Me hubiese gustado tener un momento para hablar a solas
contigo y despedirme como era debido.

No te lo reprocho, en absoluto. Porque acepto que tu vida
debe estar lejos de nuestro lado.

Aunque si te soy sincera, eso no suaviza el dolor.

Supongo que el tiempo calmará la sensación de malestar que
arrastro desde que te fuiste.

Te echo mucho de menos. Quiero que sepas que siempre me
tendrás como amiga, para lo que necesites… siempre.

Además, quiero proponerte que seas el padrino de mi bebé,
del bebé que estamos esperando tu hermano Iván y yo.

Para mí sería muy importante.

Piénsalo, por favor.

Te quiero, Marta

 

Suspiró tras acabar de leer el mensaje.

Demasiadas emociones agolpadas en unas cuantas líneas.

Demasiado pronto para tratar de enterrar los sentimientos
que aún afloraban por Marta.

Dejó la Blackberry sobre la encimera y salió a la terraza a
tomar el aire fresco. Se frotó los ojos con los puños y trató de mantener su
mente en blanco.

Pensar en ella, le dolía. Aún la amaba.

«
Maldito Cupido… como te has burlado de mí. La próxima
vez que vea revolotear tus níveas alas, te juro que te arrancaré las plumas una
a una…
»

Al poco después, entró cerrando la puerta deslizando la
cortina de lado a lado.

La tarde empezaba a caer y si se decidía a contestar al
mensaje, probablemente Marta ya estaría durmiendo.

Así que, de momento, no lo hizo. Quizás más tarde. O
tal vez no.

Se volvió a sentar en el sofá tratando de acabar la cena,
pero un malestar empezó a crecer en la boca del estómago. Se le había quitado
las ganas de comer, de golpe. Se levantó para lanzar el sándwich al fondo del
cubo de la basura.

           

Marcaba las once de la noche en el reloj de Gabriel.

Se puso su cazadora de cuero negra y dio un rápido repaso a
su pelo en el espejo. Trató de arreglarlo con los dedos, jugueteando con los
mechones, aquí y allí, pero no había remedio… cada cual iba a su libre
albedrío.

Se mofó.

«
Qué más dará, a quien no le guste, que no mire…
»

Bajó hasta la calle para reunirse con su amigo y subieron a
un taxi.

Eric y él se conocían desde el instituto, cuando Gabriel
vivía en Madrid. Durante aquella época, llegaron a ser inseparables, casi como
hermanos. Juntos se habían dedicado en cuerpo y alma a realizar infinidad de
perrerías y sorprendentemente, varios años más tarde, se volvieron a encontrar
en el ombligo del mundo.

—Esta ciudad te atrapa, ya lo verás.

—Ya lo ha hecho —reconoció Gabriel.

Eric escrudiñó a Gabriel con la mirada tratando de descubrir
los motivos que le habían llevado a Nueva York. ¿Pasta? ¿Crecer
profesionalmente?

Sonrió zarandeando la cabeza. No, ninguna de las opciones
eran lo suficientemente poderosas. La economía nunca había sido un hándicap en
la familia de Gabriel, por fortuna, sus progenitores estaban bien
posicionados.  Por el contrario, era un genio, un niño prodigio en su
especialidad. Había trabajado en varios despachos de renombre allí en Madrid.
Aún no había nacido rival que pudiera medirse con él.

«
No, otra razón debe ser…
», murmuró buscando el
paquete de
Marlboro
en el bolsillo de su americana.

—Me tienes en ascuas desde esta tarde… ¿Por qué Manhattan?

Gabriel le sostuvo la mirada unos segundos antes de
contestar para luego confesarle:

—Mujeres.

—¿Mujeres? o… ¿una mujer? —le sonrió con picardía.

—Una.

Gabriel empuñó la mano con desaliento sin ser consciente de
ello. Su corazón palpitó con ímpetu en el interior de su pecho. Marta aún le
seguía afectando. Todavía.

Por fortuna para él, el taxista detuvo el coche en doble
fila y la conversación quedó suspendida en el aire.

—Es aquí. Serán... diez con ochenta centavos —apremió
leyendo el cuentakilómetros incrustado en el salpicadero.

Eric se adelantó, pagando el recibo ante la negativa de su
amigo.

—Pago yo.

—Pues entonces la primera copa correrá de mi cargo —añadió
Gabriel.

—Acepto, siempre y cuando la segunda ronda la pague yo.

Ambos rompieron a reír, divertidos.

Nada más apearse del vehículo, fueron testigos de la
interminable cola de personas que aguardaban acceder al antro de ultimísima
tendencia. Eric que guardaba un AS bajo la manga, sacó las dos entradas VIP
mostrándoselas a uno de los dos porteros que cerraban el paso a través de sus
esculpidos cuerpos repletos de anabolizantes.

Al entrar, traspasaron un largo pasillo observando a su
paso la perfecta decoración ultra vanguardista, unida a la estridente música
dance. 

Al acercarse a la primera barra, enseguida, una llamativa y
exuberante camarera de labios carnosos y sensuales, capaces de tentar al mismo
Satanás, les sonrió al tiempo que les preguntaba qué iban a tomar.

—Vodka con zumo de naranja y whisky con
ginger ale
—le susurró Gabriel al oído no sin antes guiñarle el ojo con atrevimiento.

La joven veinteañera, los preparó con esmero y cuando
Gabriel se disponía a pagar con un billete de cincuenta dólares, ella chasqueó
la lengua y colocó la mano sobre la de él mientras se humedecía los labios,
alegando aquello de: «
Invita la casa
».

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