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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Parque Jurásico (39 page)

BOOK: Parque Jurásico
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—Eres demasiado grande para que te lleve —manifestó Tim.

—Pero estoy cansada —insistió la niña.

—Está bien, Lex —asintió Grant, levantándola—. ¡Uuf, cuánto pesas!

Eran casi las nueve de la noche. La luna llena estaba velada por una bruma que llevaba el viento, y las romas sombras del trío les guiaban a través de un campo abierto, hacia un bosque oscuro que había más allá. Grant estaba ensimismado, tratando de decidir dónde estaba; desde el momento en que habían cruzado por encima de la cerca derribada por el tiranosaurio, tuvo la seguridad, bastante razonable, de que ahora estaban en algún lugar de la reserva del tiranosaurio. Lo que era un lugar en el que Grant no quería estar. En su mente seguía viendo el trazado por ordenador del territorio del tiranosaurio, el apretado serpenteo de líneas que rastreaban los desplazamientos de Grant dentro de una extensión reducida: él y los niños estaban en esa extensión ahora.

Pero Grant también recordaba que los tiranosaurios estaban aislados de todos los demás animales, lo que quería decir que sabrían cuándo habían salido de la reserva en el momento en que cruzaran una barrera, ya fuera ésta una cerca o un foso, o ambos.

Todavía no había visto barrera alguna.

La niña le puso la cabeza sobre el hombro, y se enroscó el cabello en los dedos. Muy pronto estaba roncando. Tim caminaba penosamente al lado de Grant.

—¿Puedes seguir caminando, Tim?

—Sí. Pero creo que debemos de estar en el sector de los tiranosaurios.

—Estoy bastante seguro de que es así. Espero que salgamos pronto.

—¿Va a entrar en el monte? —preguntó Tim. A medida que se acercaban, el monte parecía oscuro y ominoso.

—Sí. Creo que podemos guiarnos siguiendo los números de los sensores de movimiento.

Los sensores de movimiento eran cajas verdes dispuestas a metro y medio, aproximadamente, por encima del suelo. Algunos se alzaban sobre su propio pedestal; la mayoría estaba adherida a los árboles. Ninguno funcionaba porque, en apariencia, todavía continuaba el corte de corriente. Cada caja sensora tenía una lente de vidrio montada en el centro, y un número de código pintado debajo de esa lente. Allá delante, bajo la luz lunar, interrumpida por retazos de bruma, Grant pudo ver una caja señalada con el código T/S/04.

Entraron en la espesura. Árboles enormes se alzaban por todos lados. A la luz de la luna, una bruma baja se aferraba al suelo, enroscándose en torno a las raíces de los árboles. Era hermoso, pero hacía que la marcha se volviese traicionera. Y Grant estaba observando los sensores: parecían estar numerados en orden descendente. Pasó el X/S/03 y el T/S/02. Finalmente, llegaron al T/S/01. Estaba cansado de llevar a la niña y había albergado la esperanza de que ese número de código coincidiera con un límite de la reserva del tiranosaurio, pero no resultó ser más que otra caja en medio de la espesura. La caja siguiente a ésa tenía la marca T/N/ 01, seguida por la X/N/02. Grant se dio cuenta de que los números tenían que estar ordenados en forma geográfica, en torno a un punto central, como en el caso de la brújula: estaban marchando de sur a norte, de modo que los números bajaban a medida que se aproximaban al centro y, después, volvían a crecer.

—Por lo menos, estamos yendo en la dirección correcta —comentó Tim.

—Bravo por ti —dijo Grant.

Tim sonrió, y tropezó con unas enredaderas ocultas por la bruma. Rápidamente se puso de pie. Siguieron caminando un rato, hasta que Tim anunció:

—Mis padres están haciendo los trámites de divorcio.

—Aja.

—Mi papá se mudó el mes pasado. Ahora tiene su propia casa en Mili Valley.

—Aja.

—Ya no lleva a mi hermana. Ya ni siquiera va a buscarla.

—Y dice que tienes dinosaurios en los sesos.

—Sí —suspiró Tim.

—¿Tienes nostalgia de él?

—En realidad, no. A veces. Ella tiene más nostalgia.

—¿Quién, tu madre?

—No, Lex. Mi mamá tiene un novio. Le conoce del trabajo.

Caminaron en silencio durante un rato, pasando frente a T/N/ 03 y T/N/04. Después:

—¿Le conoces?

—Sí.

—¿Cómo es?

—Está bien. Es más joven que mi papá, pero es calvo.

—¿Cómo te trata?

—No sé. Bien. Creo que simplemente trata de tocarme el lado bueno. No sé lo que va a pasar. A veces, mi mamá dice que tendremos que vender la casa y mudarnos. A veces, él y mi mamá pelean, tarde por la noche; me siento en mi habitación y juego con mi ordenador, pero así y todo les puedo oír.

—Aja.

—¿Usted está divorciado?

—No. Mi esposa murió hace mucho.

—¿Y ahora está con la doctora Sattler?

Grant sonrió en la oscuridad:

—No. Ella es alumna mía.

—¿Quiere decir que ella todavía está en la escuela?

—Una escuela para graduados, sí.

—Grant se detuvo lo suficiente para pasar a Lex a su otro hombro y, después, prosiguieron la marcha, pasando frente a los T/N/05 y T/N/06. Se oyó el retumbar de truenos en la distancia: la tormenta se había desplazado hacia el sur. Había muy pocos sonidos en el bosque, con la salvedad del rumor de las cicadíneas y del suave croar de las ranas arbóreas.

—¿Tiene hijos?

—No.

—¿Se va a casar con la doctora Sattler?

—No; ella se va a casar con un agradable médico de Chicago, en alguna fecha del año próximo.

—Oh. —Tim pareció sorprendido de oír eso. Siguieron caminando un rato. Después—: Entonces, ¿con quién se va a casar usted?

—No creo que me vaya a casar con alguien.

—Yo tampoco.

Caminaron un rato y Tim dijo:

—¿Vamos a caminar toda la noche?

—No creo poder hacerlo. Tendremos que parar, al menos durante unas pocas horas. —Le echó un vistazo al reloj—: Vamos bien: casi quince horas faltan para que debamos volver. Antes de que el barco llegue a tierra firme.

—¿Dónde vamos a parar? —preguntó Tim de inmediato.

Grant se estaba preguntando lo mismo: su primer pensamiento fue que podrían trepar a un árbol, y dormir ahí arriba. Pero tendrían que trepar muy alto para mantenerse a distancia segura de los animales, y Lex se podría caer mientras dormía. Y las ramas de los árboles eran duras: no tendrían el menor descanso. No él, al menos.

Necesitaban un sitio verdaderamente seguro. Volvió a pensar en los planos que había visto en el avión, cuando se dirigían a la isla. Recordaba que había edificios externos para cada una de las diferentes divisiones. Grant no sabía cómo eran, porque no estaban incluidos los planos correspondientes a los edificios individuales. Y no podía recordar con exactitud dónde estaban, pero sí que estaban diseminados por todo el parque. Podría haber edificios en algún lugar de las proximidades.

Pero eso era diferente del simple hecho de cruzar una barrera y salir del terreno del tiranosaurio; encontrar un edificio significaba emplear una estrategia de búsqueda de alguna clase. Y las mejores estrategias eran…

—Tim, ¿puedes sostener a tu hermana un momento? Voy a trepar a un árbol y echar un vistazo por los alrededores.

Desde lo alto de las ramas tuvo una buena vista del bosque: las copas de los árboles se extendían hacia su derecha y su izquierda. Descubrió que estaban sorprendentemente cerca del borde del bosque: directamente hacia delante, los árboles terminaban antes de un claro, con una cerca electrificada y un foso de hormigón armado de tono pálido. Más allá había un gran campo abierto, en lo que Grant supuso que era la de los saurópodos. A distancia, había más árboles y la brumosa luz lunar que destellaba sobre el océano.

En alguna parte oyó el bramido de un dinosaurio, pero estaba muy lejos. Se puso las lentes de Tim y volvió a mirar. Siguió la curva gris del foso y, entonces, vio lo que estaba buscando: la banda oscura de un camino auxiliar, que llevaba hacia el rectángulo plano de un techo. El techo apenas sobresalía del nivel del suelo, pero estaba ahí. Y no estaba lejos. Quizás a unos cuatrocientos metros, o algo así, del árbol.

Cuando volvió a bajar, Lex estaba lloriqueando.

—¿Qué pasa?

—Oí un animal.

—No nos molestará. ¿Estás despierta ahora? Vamos.

La guió hasta la cerca. Tenía unos cuatro metros de alto, con una espiral de alambre espinoso en la parte superior. Bajo la luz de la luna parecía extenderse muy por encima de ellos. Inmediatamente al otro lado, estaba el foso.

Lex alzó la vista y miró la cerca dubitativa.

—¿Puedes trepar? —le preguntó Grant.

Le entregó su guante y su pelota de béisbol.

—Seguro. Es fácil. —Empezó a trepar, y añadió—: Pero apuesto a que Timmy no puede.

Tim giró sobre sí mismo, furioso:

—Tú cállate.

—A Timmy le da miedo la altura.

—No tengo miedo.

Lex trepó más alto.

—Sí lo tienes.

—No lo tengo.

—Entonces ven y cógeme.

Grant volvió hacia Tim, que estaba pálido en la oscuridad. El chico no se movía.

—¿Podrás trepar por la cerca, Tim?

—Claro que sí.

—¿Quieres ayuda?

—Timmy es un miedoso —vociferó Lex.

—Qué estúpida latosa —contestó Tim, y empezó a trepar.

—Está helado —dijo Lex. Estaban hundidos hasta la cintura en agua hedionda, en el fondo de un profundo foso de hormigón. Habían trepado por la cerca sin novedad, salvo que Tim se había desgarrado la camisa con las espirales de alambre de espino de la parte de arriba. Después, todos se deslizaron dentro del foso y, ahora, Grant buscaba una forma de salir.

—Por lo menos, conseguí que Timmy saltara esa cerca —comentó Lex—. Verdaderamente es un miedoso la mayor parte de las veces.

—Gracias por tu ayuda —dijo Tim con sarcasmo.

A la luz de la luna pudo ver troncos que flotaban en la superficie. Se desplazó a lo largo del foso, mirando la pared de hormigón del otro lado. El hormigón era liso: no había manera de que pudieran trepar por él.

—Puaj —dijo Lex, señalando el agua.

—No te va a hacer daño, Lex.

Grant halló finalmente un lugar en el que el hormigón se había resquebrajado y una enredadera crecía en dirección al agua. Tironeó de la enredadera y ésta soportó su peso.

—Vamos, chicos.

Empezaron a trepar por la enredadera, para regresar al campo que estaba arriba.

Solamente tardaron unos minutos en cruzar el campo, para llegar al terraplén, que se prolongaba hasta el camino auxiliar que estaba al pie del declive, y al edificio de mantenimiento que se encontraba hacia la derecha. Pasaron junto a dos sensores de movimiento, y Grant advirtió, con algo de desasosiego, que seguían sin funcionar, y que tampoco lo hacían las luces. Habían transcurrido más de dos horas desde el corte de corriente y todavía no había vuelto a funcionar.

En alguna parte, en la distancia, oyeron bramar al tiranosaurio.

—¿Anda por aquí? —se inquietó Lex.

—No —la tranquilizó Grant—. Estamos en otra sección.

Se deslizaron por un terraplén cubierto de hierba y avanzaron hasta el edificio de hormigón. En la oscuridad, tenía aspecto ominoso, parecido a un bunker.

—¿Qué es este sitio? —preguntó Lex.

—Es seguro —dijo Grant, con la esperanza de que fuera cierto.

El portón de entrada era lo suficientemente grande como para permitir el paso de un camión. Estaba provisto de gruesos barrotes. En su interior, según pudieron ver, era un cobertizo abierto, con montones de pasto y fardos de heno apilados entre material de equipo.

El portón estaba cerrado con un pesado candado. Mientras Grant lo examinaba, Lex se deslizó de costado entre los barrotes.

—Vamos, chicos.

Tim la siguió.

—Creo que usted también puede hacerlo, doctor Grant.

Tenía razón: era un paso muy estrecho, pero Grant logró meter el cuerpo entre los barrotes y entrar en el cobertizo. En cuanto estuvo dentro, le abrumó una oleada de agotamiento.

—Me pregunto si hay algo para comer —dijo Lex.

—Nada más que heno. —Grant rompió un fardo y esparció el heno sobre el hormigón. En el centro estaba cálido. Se tendieron, sintiendo esa calidez. Lex se acurrucó al lado de Grant y cerró los ojos. Tim puso el brazo alrededor de su hermana. Grant oyó a los saurópodos barritar con suavidad en la distancia.

Ninguno de los niños habló. Casi de inmediato estaban ya durmiendo. Grant levantó el brazo para mirar el reloj, pero estaba demasiado oscuro para ver algo. Sintió la tibieza de los niños contra su propio cuerpo. Cerró los ojos y se durmió.

Control

Muldoon y Gennaro entraron en la sala de control en el preciso instante en que Arnold batía palmas y decía:

—Te agarré, pedazo de hijo de puta.

—¿De qué se trata? —preguntó Gennaro.

Arnold señaló la pantalla:

Vgl = GetHandl [dat.dt] tempCall [itm.temp]

Vg2 = GetHandl {dat.itl} tempCall [itm.temp]

if Link(Vgl, Vg2) set Lim(Vgl, Vg2) return

if Link(Vg2, Vgl) set Lim(Vg2, Vgl) return -» on whte_rbt.obj link set security (Vgl), perimeter (Vg2)

limitDat.l = maxBits (%22) to [limit.04] set on

limitDat.2 = setzero, setfive, O [limit.2-var(dzh)} -» on fini.obj cali link.sst {security, perimeter] set to on -» on fini.obj set link.sst {security, perimeter] restore -» on fini.obj delete line rf whte_rbt.obj, fini.obj

Vgl = GetHandl [dat.dt] tempCall [itm.temp]

Vg2 = GetHandl [dat.itl] tempCall [itm.temp]

limitDat.4 = maxBits (%33) to [limit.04] set on

limitDat.5 = setzero, setfive, O [limit.2-var(szh)]

—Eso es —dijo Arnold, complacido.

—¿Es qué? —preguntó Gennaro, mirando la pantalla.

—Que por fin encontré la instrucción para restaurar el código original: la instrucción llamada
«fini.obj»
pone en posición inicial los parámetros enlazados, a saber, la cerca y la corriente.

—Bien —aprobó Muldoon.

—Pero hace algo más —siguió Arnold—: después borra las líneas del código que se refieren a ella. Destruye todas las pruebas del código que se refieren a ella. Destruye todas las pruebas de que alguna vez estuvo ahí. Bastante sagaz.

Gennaro meneó la cabeza.

—No sé mucho sobre ordenadores. —Aunque sabía lo suficiente para saber lo que significaba que una compañía de alta tecnología regresara al código fuente: significaba problemas muy, muy grandes.

—Bien, observen esto —dijo Arnold, e introdujo la instrucción con el teclado.

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