Read Paseo surreal (y otros delirios menos breves) Online
Authors: Nico Rotstein
Tags: #Fiction & Literature
¿Declara ninguna adicción?
—preguntó el médico.
No poder dejar de usar el infinitivo
—dijo Sebastián.
No haber problema, yo recetarle… Espere... ¿Ser contagioso...?, ¡ser contagioso!, ¡salir ya mismo de mi oficina, apestoso infinidor!
—exaltarse el médico.
¿¡Cómo “exaltarse”!? Esto ser muy, muy contagioso, ¡incluso para el narrador! Ahora no poder seguir escribiendo normalmente… El escritor infinidor tener factor de impacto disminuido, pocos acostumbrarse al estilo. ¿Cómo curarse? Narrador afrontar consecuencias y seguir contando historia.
Sebastián decirle al Dr:
Ud. acostumbrarse, Dr., no hacerse problema. Sólo notará que la gente mirarlo raro al escucharlo, pero el placer de construir estas frases… así, infinitivamente, ser difícilmente superado.
Ser posible que este escriba no poder superar este problema. La pregunta ser si el lector poder soportar el resto de este escrito en este formato. Escribir en infinitivo parecer ser el último de las artes, ser cual ser su numeración. Escribir en infinitivo requerir disciplina, concentración, fuerza de voluntad, paciencia, pasión, tesón, convencimiento, independencia del contexto. Escribir en infinitivo ser un eslabón muy poco explorado en la cadena evolutiva del habla, casi perdido.
Investigar acerca de los verbos ayudar para perder la infinitivez. El idioma español ser complejo en este aspecto, y cuestiones actitudinarias de los verbos jamás haber sido investigadas en profundidad. Verbos comportarse adecuadamente cuando ser tratados bien. Conjugaciones y matices cobrar verdadera vida cuando los verbos ser tratados bien. De nada sirve saber todo lo técnico si el destino de las palabras ser... será... abúlico. Verbos occisos. Pero vuelvan, no se me occisen. Genial. La infinitivez gradualmente ir desapareciendo.
Volviendo a la materia que nos atañe, fueron muchos, muchos los momentos manipulados por los Cronizadores, modificando grandemente la sensación esperada por los Humanos®:
— silencios incómodos alargados;
— montañas rusas lentas en extremo;
— salas de espera irónicamente instantáneas;
— paradas de colectivo repletas de bostezos;
— gente en el baño que no sale más;
— comida que se quema;
— montañas rusas repletas de bostezos;
— ascensores compartidos sin suficientes temas de conversación;
— comida en el baño irónicamente instantánea;
— salas de espera que se queman;
— gente incómoda que no sale más;
— paradas de colectivo sin suficientes temas de conversación;
— silencios incómodos irónicamente instantáneos sin suficientes temas de conversación que no salen más y se queman;
— y otros...
No fue sino con gran sorpresa que los Cronizadores comenzaron a ver cómo, a través de los comunicados de los fantasmas, podían alterar las vidas de la gente. Tampoco fue sino con gran interés. Y Rarberto les resultaba el tándem perfecto. Entretenidísimo. Todo lo de la lista de arriba, pero relativamente a voluntad. Sus principales víctimas eran aquellos que piensan en demasía acerca de lo que ya pasó y/o de lo que va a pasar. Instantes detenidos para que la gente se harte de analizar lo que acaba de ocurrir, hasta el punto de renunciar a esta postura. Altruismo de Rarberto e impecable ejecución del equipo de Cronizadores a cargo. Y el tiempo puesto a volar para que la gente no llegue ni a darse cuenta de qué es lo que va a ocurrir. Mucho menos ponerse a analizarlo. Más altruismo y más impecabilidad, aunque, penosamente, por momentos también se ha mantenido la impecabilidad resignando el altruismo y cayendo en lo pecaminoso. El aburrimiento es una fuerza muy poderosa en esto del Universo. Me han dicho que algunos lo usan para el bien
♣
Y al final Él la dejó, con razones muy poco claras, claro está, pero Ella no supo acumular la suficiente cantidad de personalidad durante su vida como para ejecutar una inquisición apropiada. Lo más cercano era un pulóver con capucha. Se me hace evidente que a Ella la separación le gustó mucho menos que a Él. La sufrió con la suficiente psicopatía como para esperar un año y pico para empezar a arrimarse de vuelta, con bandera parlamentaria. Volvieron a ser amigos, y llegados el momento y la oportunidad Ella forzó y Él cedió. La locación era siempre la casa de Ella, y Él se encargaba de que todo parezca circunstancial. La bebida usualmente le venía bárbaro como mecanismo de explicación. Sin mucho exceso, la bebida, y la violencia sólo se daba de manera psicológica. Bebida alcohólica.
Tiempo después de ese año y pico de progresivo arrime, Él no sabría comunicar su disconformidad para con la situación actual. Y Ella, la verdad, es que no tendría otra cosa que hacer, ni otra persona a la cual recurrir. Él, un poco tampoco. Así, con el piloto automático puesto, los pilotos muertos y los pasajeros ausentes, la cosa seguiría viaje. Ellos saldrían al patio, intercambiarían palabras espaciadísimamente hasta que algo a Ella no le guste, a Él no le importe, Él entre a la casa y se siente en el living, Ella bufe, dé vueltas por la cocina con una inexpresión de esas que sólo la furia permite, y el televisor, tan inocente e inanimado como cómplice, encendería su pantalla, no sin encogerse de hombros antes.
De repente la cuestión gastronómica traería, tal vez, un poco de paz y alguna sonrisa, no sino en dosis homeopáticas. O algún invitaaado, pero ¿qué necesidad, eh? Los invitados se llevarían la impresión errónea; es decir, una buena. Y pero qué bien, qué lindo y qué rico todo. Y las babosas de metro ochenta y metro setenta, respectivamente, dejarían el camino entre la cocina y el living hecho un asco. El piso está alfombrado. Ahora está hecho un asco. Caminarían arrastrándose, como babosas. Entre la baba de ambos y las lágrimas de Ella, la alfombra está hecha un asco. Incluso al cenar, las lágrimas. Y Él pensando en el postre. El lloriqueo resta la necesidad de usar sal, hay que reconocer, y habría que reconocer también la torpeza de creer eliminar la tristeza echándole azúcar a las lágrimas. Dos para Ella, seis para Él.
Los dos caminarían, silentes, de la casa de Ella a la de Él,
vice versa
, al supermercado, pasarían los fines de semana sentados en el sillón y así, con el piloto automático puesto, los pilotos muertos y los pasajeros ausentes, la cosa seguiría viaje. Ella, con su insoportable escaso volumen de voz, y Él con volumen adecuado pero arrastrando las palabras y los pies, desganadísimamente y con hartazgo, y encima en vano, muchas veces. Ella bufaba, principalmente.
“Peor sería estar solos”
, pero hasta estando juntos. Ya decididamente pegoteados entre sí, las babas de uno arrastrarían al otro y la inercia haría el resto: un menjunje apenas menos desentrañable que lo que les debía pasar por la cabeza. Él se jactaría de la cantidad de comida que puede ingerir y lo contrastaría con lo poco que puede comer Ella. Ella bufaría al respecto y Él se reiría. Risa tan lejana a la alegría como el estar juntos de estar juntos. Él, cada tanto, se jactaría de que eso ya se lo dijo y ella bufaría. Comiendo, jactando, llorando, bufando, mirando televisión, yendo de casa en casa, solos al unísono, y la alfombra de la cocina al living hecha un asco
♣
—Hola, venía para convertirme en experto.
—Ah, muy bien, muy bien, ¿qué tal?
—Venía para convertirme en experto.
—Ajá... a ver... déjeme ver en el... acá. Sí, sí... para convertirse en experto Ud. necesita trabajar mucho o tener mucho talento.
—Ah, sí, tengo talento —
buscando en los bolsillos, pantalón izquierda, derecha, atrás, izquierda nuevamente
— ¿Esto sirve? Creo que es...
—Déjeme ver. ¡Cuatro unidades! Veo que Ud. es increíblemente talentoso, ¿cómo es que no vino antes?
—No me animaba.
—Nunca vi más de cinco unidades de talento, me pregunto si Ud. habrá nacido para esto.
—Mmmno sé...
—¿Tiene un certificado de nacimiento?
—Sí, dos.
—Pero Ud. nació sólo una vez, ¿no?
—Sí, por supuesto.
—¡Perfecto! ¿puedo ver uno de esos certificados?
—Sí.
—¿Lo tiene acá, me lo puede dar?
—Ah, sí, perdón —
buscando en los bolsillos, pantalón izquierda, derecha, atrás, izquierda nuevamente
— Acá tiene.
—A ver, a ver... Uh, esta copia está bastante desgastada, está difícil de leer. Déme un segundo. ¡Acá! Acá dice para qué Ud. nació; lista larga, realmente. Lo felicito, ¿eh?
—Bueno, gracias, n-no hice más que nacer... Gracias.
—Efectivamente, Señor, Ud. nació para esto.
—¿Sí?
—Sí, y además es bastante talentoso, según lo que me trajo.
—Eso espero, sí... g-gracias.
—Necesitaría ver su compendio de manías, por favor.
—Siempre lo traigo conmigo.
—Tenga cuidado, es un documento importante.
—Sí, sí, lo cuido bien.
—¿Sería tan amable de pasarme el compendio para que le saque una fotocopia?
—Ah, sí, perdón. Acá tiene.
—Estoy sin palabras.
—...
—Es el compendio de manías más breve que vi en mi vida.
—(sonriendo tímidamente)
—Es que fui criado en un hogar muy estricto.
—Mano dura, claaaro...
—Claro.
—Su tabla de deformación profesional va a ser impecable.
—Perdón, ¿qué tabla?
—Tomamos sus manías y talentos, y elaboramos lo que ya sabemos Ud. va a presentar como deformación profesional. Pasa, al ser experto. Con el tiempo podrían suscitarse más; anualmente le haremos un chequeo físico/psíquico. Las mariposas, la rebobinación del... del renacuajo, la cinta de correr y esas cosas, ¿vio? Igual Ud. no se preocupe demasiado, es prácticamente imposible que sobrepase el límite.
—¿De cuánto es ese límite?
—17, cada deformación profesional de grado 1 suma 1 punto, y las de grado 2, medio.
—Ah...
—Igual, si sigue viniendo gente como Ud., ¡el límite va a bajar! Que no se enteren los otros expertos, jeje
—guiñando un ojo—
—(sonriendo tímidamente y bajando la mirada)
—No se me haga el humilde ahora, que se me vino con los bolsillos llenos de talento.
—(mirando cómo una araña desciende del techo y se posa en el hombro derecho del hombre detrás del mostrador)
—(girando la cabeza, mirando la araña y acariciándola como se acarician los artrópodos)
—¿Es suya?
—Sí, es
bellissima — con pronunciación italiana —
—Sí, sí, muy... mmm... gordita.
—La alimento muy bien, le doy un experto por semana.
—...
—¡Es un chiste!
—Ah, je...
—¡Jaja! Veo que a Ud. no... Ud. no le... no tiene... bueno, en fin, sigamos con lo nuestro: análisis de sangre. Espero que no se me asuste de nuevo.
—No, no se haga problema.
—¡Fabuloso!
—¿Para qué, el análisis?, ¿algo en particular?
—Medimos la cantidad de hemoduofecitos positivos por mililitro.
—Ah, me midieron los hemofecitos una vez.
—Ya no se hace más eso. Este examen es más avanzado. Dado que los hemofecitos positivos simples muchas veces no revelan su mala fe ante el agente introducido artificialmente, las pruebas anteriores arrojaban muchos falsos negativos. Hace poco tiempo se descubrió que los hemofecitos muchas veces actúan en duplas, por lo cual el método nuevo los toma de a dos y verifica su capacidad de generación de mala fe ante dicho agente. Por lo tanto, el valor que se considera ahora es el de hemo-duo-fe-ci-tos en sangre o como se le dice en la jerga, HDPs, dado que, cuanto más eficaz resulta la mala fe, más HDPs hay dando vueltas.
—Ah, es complejo, el asunto.
—Sí, pero no se preocupe, ¿eh? Tiene que producir muchísima mala fe para que el análisis le salga mal. Aquí tiene el turno.
—Uh, ¿acaso no tiene uno que no sea a las 3 de la madrugada?
—Yo tampoco me acostumbro a esta sociedad 24/7...
—No, no, lo que pasa es que tengo fútbol a esa hora.
—Y bueno. Los laboratorios están bastante ocupados. Si quiere convertirse prontamente en experto, tendrá que perderse un partidito. Dicho sea de paso, debo aclararle que el análisis requiere que Ud. no ingiera alimentos amargos en las 6 hs. anteriores al mismo. La amargura dentro de su organismo favorece la proliferación de HDPs.
—(asintiendo con la cabeza)
—Bueno. Ah, y casi me olvidaba... para completar el trámite debería darme un informe de escrúpulos: los actuales y los de los últimos 12 meses.
—¿¡Escrúpulos!?
—Sí, señor, sin escrúpulos no puede convertirse en experto.
—Uh, no... pero... no tengo... nunca tuve... ¿qué es eso?
—No... no me diga... No, pero... pucha... Pero no, no se puede.
—Uh... ¿Cómo...?
—Aunque sea un poco de consideración por los demás, ¿alguna vez?
—Que yo recuerde, no.
—Entonces Ud. es un desconsiderado inescrupuloso.
—Y... ¿esto no puede arreglarse de alguna forma?
—¿¡Pero Ud. se cree que esto es el Mundo Real©!?
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