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Authors: Arno Strobel

Pasillo oculto (17 page)

BOOK: Pasillo oculto
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—Ya parece increíble, de ciencia-ficción, que se le introduzca a alguien, como si de un virus se tratase, el recuerdo de un niño inexistente. Pero mi vida con Johannes, con Elke, con mi suegra, con todas las demás personas, ¿cómo han hecho todo eso?

—Sinceramente, no lo sé —confesó Rössler, y Sibylle advirtió claramente la incomodidad que ello le causaba—. Es evidente que con Isabelle no llegaron tan lejos porque aquella mujer la ayudó. Aunque, si ahora vuelve a encontrarse en poder de esa gente...

—He de reflexionar un poco sobre todo lo que me ha dicho —explicó Sibylle, y tras una especie de revelación repentina añadió algo más—. Quiero hablar por teléfono con Rosie.

El arrugó la frente.

—¿Le contará todo lo que acabo de decirle?

—¿Hay algo que lo desaconseje?

Rössler se levantó. Se acercó a la ventana y se apoyó en el alféizar de madera.

—Pues sí, hay cosas que lo desaconsejan —dijo, y a Sibylle le costó entenderle, porque le estaba dando la espalda—. Si le habla usted de nuestra conversación siendo ella una de esos criminales, hecho del que me hallo convencido, entonces les habrá usted facilitado una información exacta de cuánto sé y actuarán en consecuencia. Por supuesto, también acabará con toda posibilidad de averiguar qué es lo que han hecho con usted exactamente, y, sobre todo, quién lo ha realizado.

Sibylle se levantó a su vez, se acercó a Rössler y se situó a su lado ante la ventana. Una mirada a través de las gruesas cortinas le indicó que la habitación daba a la calle principal.

—¿Cree usted lo que le he contado? —preguntó él, sin apartar la mirada de la ventana.

Sibylle evitó la pregunta.

—Quien quiera que sea responsable de esto, ¿qué gana con ello?

Con un profundo suspiro, Rössler la encaró.

—Creo que la intención de estos experimentos es la de implantar recuerdos falsos en las personas, y, gracias a ellos, manipularlas. Si esto se empleara política o militarmente... Usted misma se apercibirá de los efectos tan peligrosos que podría causar. Las personas actúan según experiencias vividas. Imagine que fuera posible implantar en ciertos políticos o militares falsos recuerdos.

Sibylle sopesó sus palabras, pero no conseguía comprender del todo a dónde quería llegar Rössler. Sus reflexiones eran impedidas por una imagen recurrente y disruptiva que, sin poder evitarlo, se colaba en su pensamiento, anteponiéndose a cualquier otra imagen o idea e impidiéndole ver más lejos: se trataba de la nítida imagen de un niño de siete años que mostraba una sonrisa despreocupadamente feliz.

Rössler la observó unos instantes, sin pronunciar palabra, después levantó el brazo y consultó su reloj.

—Es hora de comer. Le propongo lo siguiente: voy a por algo de comer, usted se acuesta un rato y reflexiona sobre todo lo que le he contado. Y si sigue pensando que debe llamar por teléfono a esa tal Rosie, no se lo impediré. Sólo le ruego que considere muy seriamente qué podría llegar a significar una llamada como esa también para usted si resulta que tengo razón.

Sibylle asintió. No sentía hambre alguna, pero le agradecía que la dejara sola unos instantes. Le siguió con la mirada cuando se dio la vuelta y abandonó la habitación.

Su corazón martilleaba con fuerza mientras miraba fijamente a la salida, largo rato, hasta que estuvo segura de que él ya debía encontrarse en el ascensor. Entonces se acercó a la puerta con pasos rápidos, giró el pomo y tiró. Se abrió sin problemas, no la había encerrado allí.

Se dirigió a la cama, se sentó y consideró si debía o no quitarse los zapatos. Aún llevaba aquellos mocasines de color turquesa que Rosie le había ofrecido el día anterior. Buscó un teléfono. Lo encontró sobre la mesita de noche situado al otro lado de la segunda cama, de modo que tuvo que volver a levantarse.

Desgraciadamente no llevaba consigo la nota con el número de Rosie. La mujer del servicio de información le preguntó si quería que estableciese el contacto en cuanto hubiese encontrado al usuario tras indicarle ella nombre y dirección. No recordaba el nombre de la calle, pero, por suerte, sólo había una Rosemarie Wengler en la zona de Burgweinting.

Ya se había realizado la llamada, sonaba el segundo tono, cuando Sibylle colgó repentinamente.

¿Qué estoy haciendo? ¿Qué puedo decirle? Oye, Rosie, querida, ¿es posible que seas cómplice de esos criminales que han estado trasteando en mi cerebro? Los que tienen la culpa de que me esté volviendo loca por pensar que ese niño...

Sibylle fue incapaz de completar aquella frase en su pensamiento.

Volvió hacia la cama y se acostó, tumbándose de espaldas. Justo sobre su cabeza descubrió en el techo dos finas y dentadas grietas a lo largo de las cuales se había desprendido la pintura. Las grietas desaparecieron al poco tiempo, empalideciendo y siendo sustituidas finalmente por la imagen de un quirófano en el que se vio a ella misma mientras alguien le colocaba un bebé sobre el vientre, aún impregnado de su propia sangre y unido a ella por el cordón umbilical. Sibylle aspiró ese inconfundible olor único que desprende un minúsculo ser humano en el instante mismo de ver la luz por primera vez. Reconoció su habitación en la clínica ginecológica, al Dr. Blesius, un hombre alto y delgado, de pie junto a su cama, informándola de que los niveles de glucosa de Lukas eran un poco bajos. No se trataba de nada preocupante, pero, para asegurarse, quería mantener al bebé bajo vigilancia en la unidad neonatal del policlínico anexo, ya que en aquella habitación no podía disponer de los medios técnicos necesarios. Dos largos días estuvo cubierto de cables en una especie de camita de cristal, alimentándose a través de un tubo que se introducía en su minúscula nariz. Y ella se sentía tan sola, tan...

¿Abandonada? ¿Por qué? ¿Por qué abandonada? ¿Dónde estaba Hannes?

Hizo un esfuerzo por recordar, intentando traer a su recuerdo alguna escena en la que él la hubiera visitado, la hubiera consolado.

¿Quién había estado presente en el parto?

Se sentó de un salto.

El médico, la comadrona, dos auxiliares... No, él no la acompañaba, con toda seguridad, no estaba allí. Pero, ¿por qué no?... ¿Cuándo decidieron que él no estaría presente en el nacimiento de su hijo? ¿Cuándo le comuniqué a Hannes que estaba embarazada? ¿Y cuál fue su reacción?

Nieve y ruido blanco.

Sibylle sintió que su frente se cubría de una fina película de sudor que le provocaba un incómodo picor. En lo más profundo de su ser empezó a liberarse el monstruo del terror, arrastrándose lentamente para alcanzar el exterior y dominarla por completo, superando el alcance de todo lo que le sucedía, de todo lo que habían hecho con ella, su capacidad de imaginación.

De repente se sintió tan desprotegida que experimentó un frío terrible.

Con un gesto rápido se descalzó, apartando los mocasines, liberó la colcha aprisionada por su cuerpo, se tumbó de lado sobre las sábanas, levantó las rodillas hasta casi tocarse el pecho con ellas y se tapó hasta las orejas. Sus manos arrugaron la colcha desde dentro, plegándola por debajo de la barbilla. Ya de niña había sido esa su forma de aislarse: encogerse sobre sí misma como si fuese un erizo cuando sentía temor a la oscuridad. La cama se convertía en su nido, la colcha en un capullo protector que repelía todo mal proveniente del exterior.

Para completar la sensación de protección, levantó los pies y dobló con ellos la colcha en el lado inferior de la cama, deslizando finalmente sus pies en el cálido dobladillo creado. La colcha aprisionada por ambos extremos. Todo perfectamente cerrado por arriba y por abajo.

Permaneció allí tumbada, sintiéndose por fin tranquila, sin atender a nada más que a su propia respiración, que tardó un poco en recuperar su ritmo normal tras todos aquellos movimientos acelerados.

Recordó la pregunta que Rosie le había realizado el día anterior, antes de que visitara a Else en el geriátrico.

¿Cuándo fue la última que llevaste a tu hijo a ver a tu suegra?

No lograba recordar ni una sola escena conjunta de Else y Lukas.

Nieve y ruido blanco.

¿Y Elke? Debieron ser numerosas las ocasiones en las que llevé a Lukas a ver a mi mejor amiga.

Sibylle exploró su cerebro en busca de recuerdos. No encontró nada.

Además de mi recuerdo del niño en sí, ¿existe alguna otra prueba de la existencia de Lukas? Sólo una única situación, algún día especial, en el que Lukas, y también alguno de mis amigos o conocidos...

Y, de nuevo...

Nieve y ruido blanco.

Sin previo aviso tuvo un acceso de llanto. Lo que le había explicado Christian Rössler le infundía el mayor terror que jamás nadie hubiera experimentado, pero, por mucho que se resistiera a ello, parecía ser realmente cierto. Le habían implantado recuerdos artificiales de un hijo que jamás había existido.

Jamás.

Ella, Sibylle Aurich, simplemente se había estado imaginando todo el tiempo a ese niño.

Capítulo 23

Un fuerte estrépito la hizo estremecerse. Ignoraba cuánto tiempo había dormido, allí encogida, envuelta en la colcha.

El ruido parecía provenir del pasillo.

Le siguió una risa infantil y la amonestante voz de una mujer, y Sibylle volvió a hundir la cabeza en la almohada.

¿Cómo continuar ahora? ¿He de buscar, con ayuda de Christian Rössler, a la gente que me ha hecho esto? Y cuando los encontremos, si es que logramos dar con ellos, ¿qué?

¿Qué sentido tiene todo, qué me importa nada ahora, si aquello que pensaba que constituía el centro de mi vida, el motor que me impulsa, no es sino una ilusión?

Se dio la vuelta en la cama.

Algo tengo que hacer, no puedo conformarme. Aún ignoro cuáles de mis recuerdos son auténticos y cuáles simples productos de una fantasía enferma y artificialmente creada. ¿Quién me creerá, si...? Pruebas, necesito pruebas de que Lukas sólo existe en mi fantasía. Una seguridad de que eso es así, o no tendré paz jamás, dudaré y estaré angustiada durante el resto de mis días.

Sibylle apartó de sí la colcha con un gesto decidido y se sentó. Acababa de ver cuál había de ser su próximo paso. Contactaría con el comisario que la había dejado escapar en dos ocasiones. Si pretendía tener alguna oportunidad de llevar una vida normal, sólo podría ser con ayuda de ese hombre.

Se levantó de la cama y alcanzó el teléfono, marcando nuevamente el número de información. En esta ocasión su interlocutor fue un encantador joven de voz sumamente agradable.

Sin embargo, en cuanto percibió aquel tranquilizador timbre de voz tomó consciencia de que en realidad ignoraba con quién, exactamente, deseaba comunicarse.

—Eh... buenos días —comenzó vacilante, pues de nuevo se le había borrado de la memoria el nombre del comisario y jamás había sabido a qué comisaría estaba asignado. Sí recordaba vagamente que el nombre le había parecido polaco. Y que comenzaba con la letra W.

—Perdone, pero desearía...

—¿Sí?

El otro, el comisario vomitivo, ése se llamaba Oliver Grohe, curiosamente lo recordaba.

Polaco, polaco... Piensa... Un nombre que comienza con W...

Tras haber repasado mentalmente algunas de las combinaciones posibles que se le antojaron más habituales, el nombre vino a ella como por un milagro.

—Wittschorek. ¡Sí! Me llamo Sibylle Aurich. ¿Podría comunicarme por favor con la policía de Ratisbona?

—¿Desea que la pase con el número de emergencias?

—No, no se trata de una emergencia, sólo he de hablar con un agente en concreto que pertenece al Departamento de Crímenes Violentos.

—¿Desea que la comunique directamente con el Departamento de Crímenes Violentos de Ratisbona?

—¿Existe sólo uno o más de un Departamento?

—Según lo que me aparece aquí, sólo uno, en Bajuwarenstrasse.

—Pues póngame con ellos, gracias.

Mientras aguardaba a que se produjera la comunicación, se sorprendió por la calma que experimentaba en aquel momento. Sobre todo, considerando que se estaba poniendo en contacto por iniciativa propia con unos agentes que la estarían buscando con desesperación, probablemente.

Cuando descolgaron el teléfono, la atendió una voz masculina que se identificó como oficial Gorges.

—Buenos días —comenzó ella amablemente—. Mi nombre es Sibylle Aurich. Me gustaría hablar con el comisario Wittschorek.

El hombre guardó un significativo silencio para carraspear, incrédulo, a continuación.

—¿Cuál dice que es su nombre? ¿Aurich? ¿Sibylle Aurich?

Sibylle se sorprendió por la pregunta, pero luego comprendió que probablemente a todo agente de policía en Ratisbona le debía resultar conocido su nombre, y que al indicarlo el agente había sentido cierta extrañeza. Sintió el impulso de colgar el teléfono de forma inmediata, pero se controló, pues era consciente de que necesitaba hablar con urgencia con el comisario si buscaba una oportunidad de solucionar su situación.

—Escuche —continuó, realizando un esfuerzo casi sobrehumano por expresarse con cierta lógica a pesar de su nerviosismo— quisiera hablar con el comisario Wittschorek, por favor. Con nadie más. ¿Es posible?

—Ahora mismo se encuentra fuera —contestó el agente de forma cautelosa—. Pero no se retire, intentaré localizarlo urgentemente.

El volumen de la pieza de música clásica con la que a continuación pretendieron amenizarle la espera era demasiado elevado, al menos así se lo pareció a Sibylle, que hubo de apartar el molesto auricular unos centímetros de su oreja. Afortunadamente, sólo pocos segundos después la música se interrumpió bruscamente siendo sustituida por repetidos chasquidos. Sibylle se acercó de nuevo el teléfono al oído.

—¿Wittschorek?

Los ruidos que percibía de fondo la hacían suponer que su interlocutor se encontraba en algún lugar al aire libre, probablemente en una calle muy transitada. Tenía que concentrarse mucho para poder entender sus palabras.

—Sibylle Aurich —dijo ella, esforzándose por dotar su voz de cierta firmeza—. Aunque sé que piensa usted que no soy yo, sino otra persona, pero espero que a pesar de todo me ofrezca la oportunidad de explicarle qué he logrado averiguar sobre este caso hasta ahora.

Sibylle misma notó que había hablado con demasiada rapidez.

—¿Desde dónde me llama?

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