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Authors: Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Pedernal y Acero (23 page)

BOOK: Pedernal y Acero
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—Haudo. —Por una vez, Terve habló en voz baja.

—Terve —protestó el chico—, estoy intentando…

—Haudo, el Pueblo no necesita encender grandes hogueras para hacer cuerdas de piel, ¿verdad?

—¿Cómo dices? —Haudo percibió el temor creciente que asomaba a los ojos de su hermana. Luego dio media vuelta y se puso de cara al viento, hacia donde los fuegos de su poblado habían despedido finas columnas de humo en el horizonte meridional un rato antes.

Ahora el aire estaba negro por el humo. Incluso desde tan lejos, Haudo podía oler el tufo de pieles y cueros quemados. Habría jurado, también, que oía gritos, pero tal cosa era imposible, por supuesto.

—¿Haudo? —Terve se apretaba contra él, temblorosa.

El muchacho rodeó los hombros de su hermana con el brazo. «Es demasiado pequeña para quedarse sin madre», pensó.

—Tenemos que volver al deslizador, Terve.

—¿Qué ha pasado? —La chiquilla estaba al borde de las lágrimas, pero los niños del Pueblo no rompen a llorar con facilidad. Todavía sostenía prietamente su cesto con las esquirlas de hielo recogidas.

—Ya lo veremos, hermanita. —El muchacho enderezó el bote, ayudó a Terve a subir a él, y colocó la vela. Poco después, corría al lado del bote mientras lo guiaba hacia la nieve compacta; cuando el aire hinchó la vela, se subió de un salto. Se deslizaron veloces, en silencio, en dirección al poblado humeante.

En las inmediaciones, Haudo paró el bote y lo escondió tras un montículo de nieve. El poblado estaba al otro lado.

—Quédate aquí —ordenó a Terve. El muchacho de doce años gateó por la parte trasera del montículo, recordando todo cuanto le había enseñado su padre sobre el rastreo de una pieza de caza: «Aguza tu nariz y aguza tus oídos. Ellos te dirán tanto como tus ojos». Aun antes de asomarse por la cresta, percibió el olor acre de los minotauros; también olfateó el tufo a pescado grasiento de los thanois, los hombres morsas, quienes sostenían, contra toda prueba de milenios de leyenda, que el glaciar era de ellos, no del Pueblo. Haudo olió algo más: un hedor repulsivo a carne rancia y desperdicios. Entonces oteó su poblado, y se quedó sin aliento.

—¡Bestias de dos cabezas! —susurró. Quiso retirarse tras la loma para no ver la imagen que sabía permanecería indeleble en su memoria. Sus parientes, sus amigos, yacían tendidos sobre la nieve empapada de sangre. Minotauros, hombres morsas y los monstruos de dos cabezas sacaban a rastras un cuerpo tras otro de las chozas, hechas con bloques de hielo, y de las tiendas de pieles. Algunos sufrían todavía las últimas convulsiones. Un anciano gimió, y uno de los brutos de dos cabezas se acercó a él y le aplastó el cráneo con un garrote. Supervisándolo todo, la figura de un hombre vestido con túnica se recortaba contra el cielo meridional.

Moviéndose más cautelosamente de lo que nunca había hecho cuando cazaba focas o morsas, Haudo descendió del montículo de nieve y corrió hacia el bote deslizador, donde aguardaba Terve. La chiquilla, por una vez, había seguido sus órdenes. Estaba sentada en el bote, hecha un ovillo.

—Tenemos que irnos, hermanita —fue cuanto dijo Haudo. Ella asintió en silencio.

Poco después, el bote se deslizaba veloz sobre la nieve, en dirección al poblado de sus parientes, que estaba a varios días de viaje, hacia el noroeste.

* * *

Kai-lid se despertó sobresaltada y se sentó. El semielfo, que hacía la guardia, miró en su dirección pero no dijo nada. Caven, Kitiara y Wode estaban tumbados envueltos en las mantas, alrededor de la hoguera. Xanthar se encontraba encaramado a una rama alta, vigilando atento. Los ojos de los muertos vivientes, como siempre, los contemplaban desde la oscuridad.

La hechicera se comunicó mentalmente con el búho.

Xanthar…

Yo también lo he visto, Kai-lid. La destrucción del poblado de los Bárbaros de Hielo.

Entonces ¿no era un sueño?

Tanto como el otro. El poblado ha sido aplastado por el ejército de tu padre. Valdane está probando su fuerza, Kai-lid. Xanthar, no hay tiempo que perder. Debemos conducir a estos cuatro al sla-mori y enviarlos al glaciar. Tengo una idea.

Bajo la atenta mirada de Kai-lid, el búho alzó el vuelo y se remontó en el aire, sobre el Bosque Oscuro. En cuestión de segundos se había perdido de vista.

—¿Qué estabais discutiendo? —preguntó Tanis quedamente, desde su puesto—. Kitiara me contó lo de la telepatía.

—Creo que Xanthar va a buscar al ettin —contestó ella despacio.

Tanis asintió con la cabeza, si bien sus ojos mostraban incredulidad.

—Entonces ¿piensas que deberíamos seguir intentando capturarlo? ¿Aun cuando, al parecer, lo ha enviado ese hechicero perverso, Janusz? —preguntó.

La mujer vaciló. Este semielfo parecía una persona decente; quizá debería ser más franca con él. Quizá Tanis se ofreciera de manera voluntaria para ir en ayuda de la gente que, estaba segura, moriría a manos de su padre si nadie se lo impedía. Kai-lid abrió la boca, indecisa.

Antes de que tuviera tiempo de contestar, no obstante, intervino Caven Mackid.

—Deberíamos capturar a ese condenado ettin, regresar a Haven de inmediato, y cobrar la recompensa, Tanis. Deja que la dama combata sus propias batallas. —Señaló a Kai-lid con gesto grosero—. De todas formas, no entiendo por qué la doncella de Dreena está involucrada en este asunto del ettin.

Resultaba evidente que el mercenario no había dormido nada. Parecía irritable y tenía los ojos sombríos.

—Estoy de acuerdo con Caven —declaró Kitiara, reanudando la discusión—. Hay que matar al ettin. Para eso vinimos.

—¿Y después? —preguntó Kai-lid.

—¿Después? —repitió la espadachina.

—Sí, después. Supongo que volveréis a casa, tranquilos y a salvo, con vuestras quince piezas de acero, en tanto que Valdane destruye todo cuanto se interpone en su camino hacia el poder —dijo Kai-lid con amargura.

—Eso es lo que tú dices, maga, pero no estoy convencida de que sea verdad. —La espadachina se desperezó voluptuosamente—. En cualquier caso, no es asunto mío. Ya no trabajo para Valdane.

—Bien, entonces son dos votos a favor de conseguir las quince piezas de acero —recalcó Caven.

Pero Tanis no
parecía
convencido. Miró a Kai-lid con fijeza.

—Creo que estás ocultando algo, maga, y me gustaría saber qué es —dijo suavemente—. ¿Por qué habríamos de confiar en ti, Lida Tenaka?

Kai-lid empezó a decir algo, pero se interrumpió y se dio media vuelta.

* * *

—¡Pollo grande! —gritó Res. Se incorporó primero, tirando del lado de Lacua—. ¡Comida! ¡Comida!

—Pollo no, tonto —protestó la cabeza izquierda—. Mucho grande. Quizá ganso.

—Pero ¿comida?

—Sí.

Xanthar suspiró desde la rama en la que estaba encaramado, encima del ettin.

—Soy un búho gigante, cabeza de chorlito, mostrenco.

Las dos caras del ettin se miraron.

—¿Pollo habla? —Volvieron las miradas desconfiadas hacia Xanthar—. Mostren… ¿Qué dice?

—Es un gran elogio —dijo Xanthar con pretendida seriedad—. Créeme.

—Ah, un elogio. —Lacua movió la cabeza arriba y abajo.

—Comida usa grandes palabras —observó Res.

—Tengo información para ti —anunció Xanthar.

—Infor… —A Lacua se le enredó la lengua con la palabra.

—Tengo un dato para ti —rectificó el búho.

—¡Ah!

—Sobre Kitiara Uth Matar.

—¿Quién? —preguntó Res. Lacua le dio un golpe.

—Dama soldado, tonto —explicó la cabeza izquierda. Luego se volvió a Xanthar—. Di dato ahora. —Está a punto de marcharse del Bosque Oscuro.

—No puede —protestó Res—. Debe seguir a Res-Lacua a monte Fiebre. El amo dijo…

—¡Calla! —Lacua propinó un garrotazo a la cabeza de Res, que se la frotó con aire enfurruñado.

—No te seguirán ya, ettin —dijo el búho suavemente mientras se atusaba con el pico las plumas de un ala—. Se marchan. —Estiró el cuello y observó al preocupado monstruo.

—Bien. Res ir casa también —celebró la cabeza derecha.

—¡No! —intervino Lacua—. Tener que coger dama soldado.

—Podrías raptarla ahora —sugirió el búho. El ettin alzó la vista de nuevo.

—Rap… ¿qué?

—Capturar.

—¡Ah, capturar! ¡Res captura ahora! —La cabeza derecha esbozó una mueca. Lacua parecía pensativo; luego, repitió—: Capturar ahora.

—Te he traído un dato importante —dijo Xanthar—. ¿No crees que merezco algún favor a cambio?

Dos expresiones desconfiadas se plasmaron en los rostros del ettin.

—¿Favor? ¿Qué favor?

—No debes herir a nadie. Coge a Kitiara, la dama soldado; y a los dos hombres y al muchacho, si quieres. —Xanthar miró de hito en hito al ettin hasta que Res-Lacua rebulló inquieto—. Pero no cojas a la otra mujer.

Una sonrisa astuta asomó a la faz de Lacua.

—¿Qué pasa si Res-Lacua no hace favor a pollo gigante?

Xanthar estrechó los ojos hasta convertirlos en meras rendijas.

—Entonces te quitaré el dato que te he dado —amenazó.

—¡Espera! ¡No! ¡Hace falta dato!

—Bien, en ese caso…

—No herir a nadie. No, no, no. Capturar dama soldado, y hombres. Sí, sí. ¿Dejas dato ahora? —preguntó Lacua, conteniendo el aliento.

—Sí —contestó Xanthar—. Te dejo el dato.

El búho gigante levantó el vuelo y se alejó.

Tan pronto como Xanthar se perdió de vista, Lacua lanzó una exclamación y se llevó la mano al pecho. Sacó la Piedra Parlante.

—¿Amo habla?

La voz salió de la piedra, pequeña y plana, y resonó en el bosque. Los ojos de los muertos vivientes, que flotaban alrededor del monstruo al igual que lo hacían en torno a los otros viajeros, retrocedieron cuando las hojas de los árboles retorcidos se agitaron con las vibraciones. La voz sonaba cansada.

—Haz lo que te ha dicho el búho. Ataca a Kitiara y a los otros.

—Sí —susurraron las dos cabezas.

—Cuanto antes.

—Sí.

—Llévalos al monte Fiebre.

Las cabezas se movieron arriba y abajo. Hubo una pausa, como si la voz estuviera reflexionando.

—En cuanto a la otra mujer…

—¿Sí, amo?

—Captúrala también. Siento mucha curiosidad por saber quién es.

—¿Qué pasa con favor?

—Olvídalo. Tienes el dato.

—Ah. Capturar.

Janusz hizo que el ettin repitiera tres veces sus instrucciones.

—¿Alguna pregunta? —dijo por último.

—No comida aquí. Bosque pocho, vacío. Res-Lacua no gusta comida muerta. Hambre.

Janusz decidió ser generoso con el ettin.

—Mata a uno de los otros, si quieres. Pero no hagas daño a las mujeres. Tráemelas.

—¿Comer a otro?

—De acuerdo.

* * *

Kai-lid, le he dicho al ettin dónde estamos. Los capturará.

¡Xanthar! ¿Qué has hecho?

Estos cuatro estarían discutiendo eternamente mientras gente inocente muere. Me he limitado a acelerar el proceso. No te preocupes; estarás a salvo. El ettin lo prometió. Al parecer, yo tenía razón, Kai-lid. Serán llevados al monte Fiebre, y desde allí al sla-mori, en el valle que está al sur de la montaña.

¿Y?

Cuando el ettin los capture, los seguiremos para cercionarnos de que encuentran el sla-mori. Una vez que estén en el glaciar, combatirán contra Valdane. ¿Qué otra opción les queda? Si la magia del Bosque Oscuro es como se dice, muy pronto habrán olvidado que estuvieron aquí. Y tú, querida mía, quedarás fuera de toda sospecha.

Kai-lid estaba estupefacta.

Podrías darme las gracias.

Pero la hechicera no dijo nada.

* * *

Cuando el ataque se produjo poco tiempo después, Tanis y Kitiara giraron sobre sí mismos como una sola persona, con las espadas centelleantes, para hacer frente a la amenaza.

Un monstruo enorme, que apestaba a carne rancia y mofeta muerta, les lanzó un rugido desafiante al tiempo que enarbolaba un garrote en cada mano. Nada más ver a la criatura, el jaco de Wode se encabritó y salió al galope por el bosque. Los dos garrotes del monstruo empequeñecían las espadas que golpeaban con un ruido sordo la madera petrificada. Kitiara retrocedió a despecho de sí misma. Tanis se encontraba a su lado, y la espadachina notó que el semielfo también estaba asustado.

El búho gigante gritaba, cernido en lo alto, pero la hechicera parecía incapaz de reaccionar. Entretanto, los ojos fantasmales observaban la escena desde la espesura.

Al otro lado del claro, Caven se esforzaba por montar a
Maléfico,
pero el semental estaba encabritado y no conseguía dominarlo. Mackid se volvió hacia el caballo de Tanis.
Intrépido
se sometió dócilmente al peso de Caven.

Tanis y Kitiara lanzaron una nueva arremetida para contrarrestar la segunda carga del ettin, y acto seguido retrocedieron con rapidez, en el mismo momento en que las armas del monstruo se descargaban sobre ellos. Ambos garrotes contaban con media docena de puntas de hierro, de un palmo de largo. Las púas estaban marcadas con arañazos y mellas de años de uso.

Tanis fintó y después arremetió contra la bestia con su espada larga. Kitiara hizo otro tanto. Pero el alcance del monstruo excedía en mucho al del semielfo y la espadachina, de manera que éstos sólo podían atacar con un golpe rápido antes de verse obligados a retroceder de nuevo. Además, únicamente Tanis veía bien en la penumbra del bosque, en tanto que Kitiara tenía que confiar en su intuición para adivinar hacia dónde se movía la bestia; hasta que no la tenía a unos pocos pasos de distancia, no era más que un manchón borroso en la oscuridad.

Tanis maniobró hasta lograr que el grueso tronco de un roble estuviera entre él y el monstruo. Kitiara lo siguió, escudriñando la oscuridad con los ojos entrecerrados. Xanthar seguía ululando en lo alto, sin parar, hasta que Kitiara pensó que también ella se pondría a gritar. El semielfo parecía no darse cuenta del alboroto del búho.

—Nunca conseguirás acercarte a él lo bastante, semielfo —gritó Caven, desde la grupa de
Intrépido,
mientras intentaba que el caballo se acercara más—. Esto requiere un espadachín montado.

—¡Deja de hablar y haz algo, Mackid! —le respondió Tanis a gritos. El semielfo miró a Kitiara—. ¡El ettin tendrá un cerebro de mosquito, pero su fuerza es descomunal, por los dioses! Por una vez, Caven está en lo cierto. No tenemos la menor opción con estas espadas.

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