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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (45 page)

BOOK: Perdida en un buen libro
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—Tu padre me contó que Lavoisier erradicó a tu marido.

Detuve mi avance sigiloso hacia los cuchillos.

—¿Conoce a mi padre? —pregunté, un tanto sorprendida.

—Odio tanto la palabra
erradicado
—anunció en tono grave, buscando en vano algo de alcohol entre la fruta enlatada—. Es asesinato, Thursday… eso es. También mataron a mi marido… aunque les hicieron falta tres intentos.

—¿Quiénes?

—Lavoisier y los revisionistas franceses. —Golpeó con el puño la encimera de la cocina como si quisiese puntuar su furia y se volvió para mirarme—. Supongo que tienes recuerdos de tu esposo.

—Sí.

—Yo también —suspiró—. Desearía por el cielo que no fuese así, pero los tengo. Recuerdos de cosas que
podrían
haber sucedido. Conciencia de la pérdida. Es lo peor de todo. —Abrió otro armario, también lleno de latas de fruta—. Tengo entendido que tu marido apenas tenía dos años… el mío tenía cuarenta y siete. Aunque creas que así es mejor, no lo es. Le concedieron el divorcio y nos casamos el verano después de Trafalgar. Nueve años de vida maravillosa como
lady
Nelson… Luego me despierto una mañana, en Calais, siendo una desdichada borracha acosada por las deudas y con la revelación de que mi verdadero amor murió una década antes por la bala de un francotirador en el alcázar de la
Victory.

—Sé quién es usted —murmuré—, usted es Emma Hamilton.


Era
Emma Hamilton —respondió con tristeza—. Ahora soy una mujer fuera de su tiempo y arruinada, con una reputación horrible, sin marido y con una sed del tamaño del Gobi.

—¿Todavía tiene a su hija?

—Sí —gimió—, pero nunca le he dicho que yo soy su madre.

—Pruebe en el aparador.

Se desplazó por la encimera, rebuscó un poco más y encontró una botella de jerez para cocinar. Se sirvió una dosis generosa en una taza de té de mi madre. Miré a la mujer entristecida y me pregunté si yo acabaría igual.

—Con el tiempo, nosotros lograremos deshacernos de Lavoisier —murmuró
lady
Hamilton, triste, tragándose el jerez de cocinar—. De eso puedes estar segura.

—¿Nosotros?

Me miró y se sirvió otra más que generosa taza de jerez.

—Sí, tu padre y yo, claro.

Suspiré. Era evidente que todavía no se había enterado de la noticia.

—De eso venía a hablar con mi madre.

—¿De qué has venido a hablarme?

Era mi madre. Se había limitado a entrar vestida con una bata de boatiné y el pelo desgreñado. Para alguien habitualmente tan suspicaz con Emma Hamilton, se mostró cordial e incluso le deseó «buenos días»… aunque se dio prisa en retirar el jerez de la encimera y devolverlo al aparador.

—¡Qué madrugadora! —susurró—. ¿Tendrás tiempo esta mañana para llevar a
DH-82
al veterinario? Hay que volver a curarle el furúnculo.

—Estoy un poco ocupada, mamá.

—¡Oh! —exclamó, notando la seriedad de mi voz—. ¿Ese asunto de Vole Towers ha tenido alguna relación contigo?

—Más o menos. He venido ha decirte que…

—¿Sí?

—Que papá ha… papá está… papá está… —Mamá me miró inquisitiva mientras mi padre, en perfecto estado, entraba en la cocina—. Haciéndome sentir
muy
confusa.

—¡Hola garbancito! —dijo mi padre, con un aspecto considerablemente más joven que la última vez que le había visto—. ¿Te han presentado a
lady
Hamilton?

—Hemos tomado una copa juntas —dije insegura—. Pero… estás… estás…
¡vivo!

Me acarició la barbilla y respondió.

—¿Debería estar en algún otro estado?

—No… quiero decir, digo… Pero ya había caído en la cuenta.

—¡No me lo digas! ¡No quiero saberlo!

Se situó junto a mamá y le pasó el brazo por la cintura. Era la primera vez que los veía juntos en casi diecisiete años.

—Pero…

—No seas tan
lineal
—dijo mi padre—. Aunque intento visitarte sólo en tu orden cronológico, en ocasiones no es posible. —Hizo una pausa—. ¿Sufrí mucho dolor?

—No… nada —mentí.

—Es curioso —dijo mientras rellenaba la tetera—, puedo recordarlo todo hasta que cayó el telón menos diez minutos, pero más allá todo es un poco nebuloso… Apenas logro entrever una costa agreste y la puesta de sol sobre un océano tranquilo, pero, aparte de eso, nada. He hecho y visto muchas cosas, pero mi entrada y mi salida
siempre
han sido un misterio. Es mejor así. Impide que tenga miedo e intente cambiarlas. —Llenó de café la cafetera. Me alegraba comprobar que sólo había presenciado la muerte de papá y no el final de su vida… ya que esos dos aspectos, descubrí, apenas estaban relacionados—. Por cierto, ¿cómo van las cosas? —preguntó.

—Bien —empecé, sin saber muy bien por dónde hacerlo—, el mundo no terminó ayer.

Miró el sol bajo de invierno que entraba por la ventana de la cocina.

—Ya veo. Buen trabajo. Un armagedón ahora mismo hubiese sido un incordio. ¿Has desayunado?

—¿Un incordio? ¿La destrucción del mundo entero hubiese sido un
incordio?

—Segurísimo. Una
pesadez
—respondió mi padre pensativo—. El final del mundo podría alterar
de veras
mis planes para recuperar a vuestros maridos, y eso no te gustaría, ¿verdad? Dime, ¿conseguiste mis entradas para el concierto de las hermanas Nolan de anoche?

Pensé con rapidez.

—Eh… no, papá… lo siento. Estaban agotadas.

Otra pausa. Mamá dio un manotazo a su marido, quien la miró de forma rara. Daba la impresión de que ella quería que él dijese algo.

—Thursday —dijo ella en cuanto quedó claro que papá no se daba por aludido—, tu padre y yo creemos que deberías marcharte hasta que nazca nuestro primer nieto. A algún lugar seguro. A algún
otro
lugar.

—¡Oh, sí! —añadió papá sobresaltado—. Con la Goliath, Aornis y Lavoisier detrás de ti, el aquiahora no
es precisamente
el mejor lugar en el que estar.

—Sé cuidarme.

—Yo también lo creía —gruñó
lady
Hamilton, mirando con deseo el aparador donde se guardaba el jerez.


Recuperaré
a Landen —respondí con resolución.

—Quizás
ahora
seas físicamente capaz… pero ¿cómo estarán las cosas dentro de seis meses? Te hace falta un descanso, Thursday, y tiene que ser ahora. Claro está, debes luchar… pero luchar en un campo de batalla equilibrado.

—¿Mamá?

—Tiene sentido, querida.

Me froté la cabeza y me senté en la silla de la cocina.
Parecía
una buena idea.

—¿Qué teníais en mente?

Mamá y papá se miraron.

—Podría llevarte al siglo XVI o algo así, pero sería difícil conseguir buena atención médica. Ir tiempoarriba es demasiado arriesgado; y además, OE-12 daría pronto contigo. No, si vas a ir a alguna parte, tendrá que ser
lateralmente.

Vino y se sentó junto a mí.

—Henshaw de OE-3 me debe un favor. Entre los dos podríamos deslizarte lateralmente a un mundo donde Landen
no
se ahoga a los dos años.

—¿Podríais? —respondí, de pronto interesada.

—Claro. Pero calma. No es tan simple. Muchas cosas serían…
diferentes.

Mi euforia duró muy poco. Sentí un hormigueo en el cuero cabelludo.

—¿Cómo de diferentes?

—Muy
diferentes. No pertenecerás a OE-27. Es más, no existirá OpEspec. La Segunda Guerra Mundial terminará en 1945 y el conflicto de Crimea no durará mucho más allá de 1854.

—Comprendo. ¿No habrá guerra en Crimea? ¿Significa eso que Anton seguirá con vida?

—Exacto.

—Entonces hagámoslo, papá.

Me agarró la mano y me la apretó.

—Hay más. La decisión es tuya y tienes que saber
conprecisión
lo que implica.
Todo
habrá desaparecido. Todo el trabajo que has hecho, todo el trabajo que
harás.
No habrá dodos ni neandertales, ni máquinas Will-Speak, ni Gravetubo…

—¿No hay Gravetubo? ¿Cómo se desplazan?

—En unas cosas llamadas
reactores.
Grandes naves de pasajeros que vuelan a diez kilómetros de altura y a tres cuartas partes de la velocidad del sonido… algunas incluso más rápido.

Era una idea ridicula y así se lo dije.

—Sé que es difícil de creer, garbancito, pero no lo sabrás… allí el Gravetubo parece tan imposible como aquí los reactores.

—¿Qué hay de los mamuts?

—No habrá… pero habrá
patos.

—¿La Goliath?

—Con otro nombre.

Guardé silencio un momento.

—¿Habrá
Jane Eyre?

—Sí —dijo mi padre—. Sí, siempre habrá
Jane Eyre.

—¿Y Turner? ¿Seguirá pintando
El último viaje de El Temeraire?

—Sí, y Carravaggggio también existe, aunque deletrean su nombre de forma más razonable.

—Entonces, ¿a qué esperamos?

Mi padre guardó un momento de silencio.

—Hay un problema.

—¿Qué tipo de problema?

Suspiró.

—Landen habrá vuelto, pero él y tú no nos habréis conocido. Landen ni siquiera te
conocerá.

—Pero yo le conoceré a él. Puedo presentarme, ¿no?

—Thursday, no formas parte de
eso.
Estás en el exterior. Todavía llevarás el hijo de Landen pero no sabrás que el ladeo se ha producido. No recordarás nada de tu antigua vida. Si quieres desplazarte lateralmente para verle, entonces tendrás un nuevo pasado y un nuevo presente. Perversamente, para poder verle
no podrás
tener ningún recuerdo de él… ni él de ti.

—Es un buen problema —comenté.

—Es el segundo peor problema —admitió papá.

Pensé un momento.

—¿Así que no estaré enamorada de él?

—Me temo que no. Puede que te quede un diminuto recuerdo residual… sentimientos que no puedas explicar por alguien a quien nunca conociste.

—¿Estaré confusa?

—Sí.

Me miró con expresión seria. Todos me miraban así. Incluso
lady
Hamilton, que se había estado desplazando muy lentamente hacia el jerez, se detuvo y me miró fijamente. Estaba claro que salir de allí era algo que debía hacer. Pero ¿quedarme sin ningún recuerdo de Landen? No me hacía falta pensar mucho.

—No, papá. Gracias, pero no.

—Creo que no lo comprendes —entonó, usando su voz paterna de «a tu cuarto, señorita»—. Dentro de un año podrás regresar y todo volverá a estar bien…


No.
No voy a perder más de Landen de lo que he perdido ya. —Tenía una idea—. Además. Tengo un lugar al que puedo ir.

—¿Sí? —preguntó mi padre—. ¿A qué lugar podrías ir donde La—voisier no te encontrase? Atrás, adelante, de lado, alterno… ¡no hay ningún otro lugar!

Sonreí.

—Te equivocas, papá.
Hay
otro lugar. Un lugar donde nadie me encontrará… ni siquiera tú.

—¡Garbancito…! —imploró—. ¡Es
imprescindible
que te tomes esto en serio! ¿Adónde irás?

Respondí lentamente.

—Voy a perderme en un buen libro.

A pesar de sus ruegos, me despedí de mamá, de papá y de
lady
Hamilton, salí de la casa y corrí al apartamento en la motocicleta de Joffy. Aparqué en la puerta delantera, desafiando a los agentes de la Goliath y OpEspec que esperaban por mí. Entré despacio; les llevaría veinte minutos o más informar a la base y luego subir y echar la puerta abajo… y yo sólo tenía que guardar unas cuantas cosas. Todavía tenía mis recuerdos de Landen y ellos me sostendrían hasta que le recobrase. Porque le
recobraría…
Pero necesitaba tiempo para descansar y recuperarme, y traer a nuestro hijo al mundo con el mínimo de problemas, molestias o interrupciones. Metí cuatro latas de comida para gatos Mininoliciosa, dos paquetes de caramelos mentolados, un bote grande de Marmite y dos docenas de pilas AA en una enorme bolsa de mano junto con algo de ropa, una fotografía de mi familia y el ejemplar
de Jane Eyre
con la bala alojada en la portada. Coloqué a la adormilada y confundida
Pickwick
y su huevo en la bolsa y la cerré de forma que sólo le sobresalía la cabeza. A continuación me senté en una silla, delante de la puerta, con un ejemplar de
Grandes esperanzas
en el regazo. Yo no era una saltadora de libros nata y sin la guía de viajes me iba a hacer falta el miedo a ser capturada para ayudarme a catapultarme más allá de las barreras de la ficción.

Comencé a leer con la primera llamada a la puerta y seguí leyendo durante la andanada de gritos exigiéndome que abriese, durante los golpes sordos y el sonido de la madera astillándose hasta que, finalmente, cuando la puerta caía, me fundí con el interior lúgubre de
Grandes esperanzas
y Satis House.

La señorita Havisham se trastornó un poco cuando le expliqué lo que precisaba, y aún más cuando vio a
Pickwick,
pero aceptó mi petición y lo arregló con Bellman… con la condición de que siguiese con mi entrenamiento. Me admitieron a toda prisa en el Programa de Intercambio de Personajes y me ofrecieron un papel secundario en un libro inédito de las profundidades del Pozo de las Tramas Perdidas. La mujer a la que reemplacé hacía tiempo que quería hacer un curso en la Academia de Arte Dramático de Reading, así que a ella le venía genial también. Mientras vagaba por el subsótano seis, con el impreso del Programa de Intercambio en la mano dirigido a alguien llamado Briggs, me sentí más relajada que durante las últimas semanas. Encontré el libro encajado entre el primer borrador de una aventura en el mar de Tasmania y una idea vaga para una comedia ambientada en el Mando de Bombardeo. Saqué el libro, lo llevé a una de las mesas de lectura y, tranquilamente, me leí en mi nuevo hogar.

Me encontré en las orillas de un embalse, en algún lugar de los alrededores de Londres. Era verano y el aire era cálido y dulce en contraste con las condiciones invernales de casa. Yo estaba de pie en un embarcadero de madera, delante de un enorme y aparentemente ruinoso hidroavión, que se agitaba suavemente con la brisa, tirando de las cuerdas. Una mujer acababa de salir de la puerta del casco elevado; sostenía una maleta.

—¡Hola! —grito, corriendo hacia mí y ofreciéndome la mano—. Soy Mary. Tú debes de ser Thursday. ¡Por el amor del cielo! ¿Qué es eso?

—Un dodo. Se llama
Pickwick.

—Pensaba que se habían extinguido.

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