Perdona si te llamo amor (51 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—En mi opinión, ese tipo… Filippo… no está mal, pero me parece que es un poco monótono. Por cómo se viste, por lo que dice. Es como metódico.

Pietro mira a Enrico.

—Como Flavio.

—¿Quién es?

—Un amigo nuestro metódico.

—A propósito, ya se recuperó de lo de ayer.

—Ah, qué bien.

—Pero no se recupera de la vida. Su mujer lo tiene sometido, pasivo y preso.

—Pobrecillo. —Olly se ríe—. ¿Por qué no lo habéis traído? ¡A lo mejor lo salvaba yo!

—No, Olly, no puede salir.

—¿Del trabajo?

—No, de la cárcel.

—¿Está en la trena?

—Sí, en la Regina-Cristina-Coeli.

—Pobrecillo, en serio.

—Sí, pobrecillo. Gana bastante, pero invierte mal.

—Hay que saber invertir en la propia felicidad.

Niki apoya la cabeza en el hombro de Alessandro.

—Lo dice hasta Ligabue… «¿Y qué interés crees que te dará la vida que no gastes?». De hecho, mi Alessandro no lo dudó un momento. ¡En cuanto me vio se me echó encima!

Olly resopla y se sirve otra copa.

—Dios mío, qué almibarada resulta la familia Jazmines. Pobres de nosotras. Nuestra jefa perdida en un mar de melaza. ¡Viva el champán y la libertad hecha de burbujas, como diría Vasco Rossi! ¡Coca, casa e iglesia!

Pietro la mira.

—Esa canción es una maravilla. A tu edad, yo también la escuchaba. —Y apoya su mano en la de ella. Olly no la retira.

Enrico se da cuenta. Olly le sonríe a Pietro.

—¿Cómo? ¡¿Ahora ya has crecido?!

—No. —Coge la copa y la choca con la de Olly—. Brindemos por el tipo de treinta y nueve años más inmaduro que pueda existir. —Le sonríe y le guiña un ojo.

—A propósito —Erica los mira a todos—, hace unos días, leí un artículo en Internet. Decía que vuestra generación es la de los
middlescent
. O sea, que vais en moto, mandáis un montón de mensajes con el móvil, os vestís a la moda, habláis en plan colega. ¿Por qué creéis que os comportáis de esa manera?

Enrico reflexiona un momento.

—Por la inquietud que sentimos en el fondo.

Diletta sonríe.

—¡Como la de Pessoa!

Enrico le sonríe.

—Sí, pero la nuestra es más simple. Soñábamos con el amor, lo perseguimos, lo encontramos, y luego acabamos perdiéndolo. Día tras día, pensando que lo bueno estaba aún por llegar, esperando… y sin darnos cuenta acabamos perdidos en el presente.

Diletta lo mira suspicaz.

—¿En serio se vuelve uno así?

—Yo no soy así.

Enrico mira a Alessandro.

—¿De modo que no eres así? Sólo porque no tienes moto, porque no haces todo lo que ha dicho Erica. En cambio hay millones como tú…

—¿Qué quieres decir?

—Gente que no le hace frente a la vida. Que no crece. Dejan pasar el tiempo, trabajan sólo para distraerse. Y sin saber ni cómo, un día descubren que ya han cumplido los cuarenta.

Niki se abraza a Alessandro.

—Yo he taponado su clepsidra.

Erica toma su primer sorbo de champán.

—Yo soy abstemia, pero hoy he decidido emborracharme.

—¿Y eso por qué?

—Por Giorgio, mi novio. Tiene sólo veinte años, pero ya es así.

—¿Y por qué no lo dejas?

—No puedo. Es muy bueno.

—Te advierto que llegará un momento en que mirarás tu vida, la habrás visto pasar y te preguntarás dónde estuviste todo ese tiempo.

—¡A menos que Giorgio, al ver que te estás despertando, te deje embarazada! —exclama Pietro, momentáneamente atento, después de haberse eclipsado un poco con Olly al fondo de la mesa.

Enrico se ríe.

—Ya, justo lo que hizo Cristina con Flavio. Que sólo lo vemos en los partidos de futbito, y ni siquiera se queda después a cenar.

—Bueno —Pietro se levanta—, me parece un análisis cruel y despiadado de unos años que en realidad tuvieron su gracia. Como la cultura, las experiencias, los viajes que hicimos. De modo que… ¡me voy!… Adiós.

Olly también se levanta y se acerca a Pietro.

—Adiós, chicas, hablamos después.

Alessandro se queda petrificado al verlos salir del local.

—Eh, ¿adónde vais? —Luego sonríe, ligeramente preocupado—. Pietro…

—Tranquilo, sólo vamos a dar una vuelta en su ciclomotor. Hace veinte años que no me monto en uno, que no siento ese escalofrío que te produce el viento de cara. Cada día salgo por la mañana en mi monovolumen porque primero tengo que llevar a los niños al colegio. Por la noche tampoco porque si no, en moto, a mi mujer se le estropearía el peinado… ¡Y hoy habéis hecho que me vengan ganas! ¿Vale? ¿O es que no me puedo regalar un simple e inocente paseo en moto por mi ciudad? ¿Te parece excesivo? Además, Olly ya es mayor de edad, ella sabrá lo que hace, ¿no?

Y mientras lo dice, la coge de la mano y salen del reservado. Una vez fuera de la vista de los demás, Pietro se detiene en la barra.

—¿Me da la cuenta, por favor? —Y sonríe—. Me han hecho este regalo… —y mira a Olly con intensidad—, es lo mínimo que puedo hacer.

Olly se apoya lánguidamente en la barra.

—¿Ya sabes cómo conduzco?

—No, pero me lo imagino. Como me imagino el resto.

—No lo creo… —Olly sonríe con picardía—. Es imposible que tengas tanta imaginación.

Y, por un instante Pietro se vuelve a sentir joven, confuso, ligeramente inseguro. No sabe bien qué hacer. Qué decir. No encuentra su habitual respuesta rápida, irónica, cínica. Pero está excitado. Y mucho. Excitado como nunca. Paga de prisa, con su tarjeta de crédito.

Coge el resguardo, se guarda el billetero en el bolsillo y se lleva a Olly hacia la salida. Abre galante la puerta del restaurante. La deja pasar, fuera, en la calle, hasta el tráfico parece silencioso.

—Voy a buscar el ciclomotor y vuelvo. —Olly se aleja contoneándose divertida, más mujer de lo habitual ahora. Pietro se queda mirándola. Da un largo suspiro. Se saca del bolsillo de la chaqueta un paquete de cigarrillos. Coge uno. Se lo mete en la boca torcido, caído. Aspira y el cigarrillo se coloca en su lugar de golpe. Lo enciende. Da una calada larga, plena, degustando hasta el fondo, saboreando ese momento de imprevista libertad. Sin tiempo, sin meta, sin prisa. Ahhh. Hasta el cigarrillo sabe mejor que de costumbre. Olly llega con su ciclomotor y se detiene frente a él. Tiene otro casco apoyado entre las piernas. Se inclina para cogerlo, pero lo hace lentamente. Y una sonrisa. Una broma. Una mirada. Y esa mano, y ese casco entre las piernas. Y otra sonrisa convertida en promesa. Pero de repente se oye una voz.

—¡Pietro! ¿Eres tú? Me ha parecido ver tu coche.

Susanna y sus dos hijos están ante él. Lorenzo sonríe, está hecho todo un hombrecito para su edad.

—¡Hola, papá!

Carolina también lo saluda, más decidida. Pero es natural, tiene ya trece años. Pietro se acerca en seguida a Susanna y la besa en los labios.

—¡Hola! ¡Qué sorpresa! —Alborota un poco el pelo de Lorenzo. Luego besa rápidamente a Carolina que, rebelde, no le ofrece demasiado tiempo la mejilla. Olly observa la escena en silencio. Pietro se incorpora de nuevo. Ha recuperado su seguridad.

—¡Qué sorpresa tan agradable… en serio! —Entonces se vuelve hacia Olly—. Ah, sí, disculpe… —Señala la calle—. Como le decía, siga adelante, en el próximo semáforo gire a la derecha y todo recto llegará a via Veneto.

Olly arranca su ciclomotor y se va, sin dar las gracias. Pietro la mira mientras se aleja. Mueve la cabeza.

—¡Es increíble! Parece que te hagan un favor. Les indicas el camino y ni siquiera te dan las gracias. Bah, los jóvenes de hoy…

Susanna sonríe.

—También tú eras así entonces… Qué digo, ¡eras mucho peor! De joven ser educado está casi mal visto. ¿Te acuerdas de lo que hacías? Preguntabas una dirección y a la que lo tenías más o menos claro, arrancabas de golpe sin esperar a que el otro acabase de explicártelo.

—¡Anda que no ha llovido desde entonces! ¿Qué hacéis por aquí?

—Hemos ido a ver a la abuela. Ha venido también mi hermana, pero tenía que irse temprano, de manera que pensábamos ir a casa dando un paseo. ¿Y tú? —Susanna señala hacia el restaurante.

—Estaba comiendo con Enrico y con Alex.

—¿En serio? Hace tiempo que no veo a Alex. Voy a entrar, así por lo menos lo saludo.

—Pues claro. —Sólo que, en ese momento, Pietro piensa en toda la mesa. Sobre todo en las tres comensales jovencísimas; demasiado parecidas a la que acaba de irse en su ciclomotor—. No, mira, Susanna, es mejor que no lo hagas. Hemos salido a comer porque tenía ganas de hablar. Está mal, ¿sabes?, echa de menos a Elena. Y si ahora te ve a ti a nosotros, una pareja, vaya, y encima con Lorenzo, Carolina, nuestros hijos… una familia, todo lo que él hubiese deseado tener.

—Tienes razón. No lo había pensado. —Susanna le sonríe—. Qué bueno eres.

—¿Por qué?

—Porque eres sensible.

—Bah. ¡Venga que os llevo a casa! Rápido, que luego tengo que volver a la oficina.

Se montan todos en el coche. Pietro arranca.

Olly está parada en la esquina. Ha seguido toda la escena desde lejos. Vuelve atrás, aparca el ciclomotor y entra de nuevo en el restaurante.

—¡Eh, mirad quién es!

—¿Qué ha ocurrido? ¿Ya os habéis peleado?

Alessandro se vuelve preocupado hacia Enrico.

—Debe de haber intentado algo en cuanto salió.

—No seas tan mal pensado.

Niki se acerca a Olly.

—¿Y bien? ¿Se puede saber qué ha pasado?

—Se ha acordado de que estaba casado.

—¿Cómo? ¿Qué te ha dicho?

—Nada… Me ha indicado la dirección para ir a via Veneto. Primero a la derecha y luego todo recto.

—¡Qué bruto!

—¡Es mentira! Ha preferido acompañar a casa a su mujer y a los niños.

—¡¿Qué?! —Alessandro casi se cae de la silla—. ¿Susanna estaba afuera?

Olly asiente con la cabeza. Enrico también palidece.

—Dios mío, imagina que hubiese entrado y nos hubiese visto así. Comiendo con tres chicas de diecisiete años.

Diletta levanta la mano.

—Yo ya tengo dieciocho.

—¡Y yo también!

—Y yo. La única que tiene diecisiete es Niki.

—No creo que para Susanna hubiese mucha diferencia, ni tampoco para mi mujer. Si llegara a enterarse.

Justo en ese momento, suena el móvil de Alessandro. Lo saca de la chaqueta. Mira la pantalla, pero no reconoce el número.

—¿Sí? ¿Quién es…? Ah, sí, descuide. —Alessandro escucha lo que le dicen por teléfono—. Sí, perfecto, gracias. —Y cuelga. Vuelve a guardarse el teléfono en el bolsillo y mira a Enrico—. Ya están listas las fotos que me pediste. Puedo pasar a buscarlas mañana.

Enrico se sirve un poco de champán. Se lo bebe de un solo trago. Deja la copa en la mesa y mira a Alessandro. Qué suerte que Susanna no haya entrado en el restaurante. Susanna no ha descubierto nada. No sabe nada todavía. En cambio, Enrico, al día siguiente lo sabrá todo. Pero ¿qué es todo?

Setenta y siete

Un poco después. Por la tarde. Un sol alegre entra por la ventana del despacho. Alessandro está sentado en su sillón. Mañana iré solo a buscar las fotos. Enrico me ha dado el dinero. No se ve con fuerzas para venir conmigo. No quiere enfrentarse con la mirada del investigador privado. Ya. ¿Cómo lo habría mirado Tony Costa? ¿Habría sonreído? ¿Habría hecho como si nada? Él lo ha visto todo. Lo sabe todo. No alberga duda alguna. Y, por encima de todo, tiene las fotos.

—Alex, Leo quiere verte en su despacho. —La secretaria pasa corriendo junto a él cargada de carpetas.

—¿Sabes qué quiere?

—A ti.

Alessandro se estira la chaqueta. Mira su reloj. 15.30. Bien, ha sido una comida de trabajo. Sí, vaya, trabajo, tenía que saldar una deuda. Y ahora he contraído otra con Niki por haber traído a sus amigas. Mejor no se lo recuerdo. El problema es que, como decía Benjamin Franklin, los acreedores tienen mejor memoria que los deudores.

Alessandro llama a la puerta.

—¡Adelante!

—Con permiso.

La peor sorpresa que hubiese podido imaginar está cómodamente sentada en el sofá de su director. Tiene un café en la mano y sonríe.

—Hola, Alex.

—Hola, Marcello.

En un instante, Alessandro lo entiende todo. Los japoneses han respondido. Y no les ha gustado. Es como decir: Lugano.

—¿Quieres también tú un café?

Alessandro sonríe, intentando aparentar tranquilidad.

—Sí, gracias. —No hay que perder jamás el control. Concentrarse en pensamientos positivos. No existen los fracasos, tan sólo oportunidades de aprender algo nuevo.

—Por favor, ¿me trae otro café? Y un poco de leche fría aparte —Leonardo sonríe y apaga el interfono—. Siéntate.

Alessandro lo hace. Está incómodo en ese sofá. Se ha acordado de la leche. Pero quizá se haya olvidado de golpe de todos mis éxitos anteriores. De lo contrario, ¿por qué iba a ponerme de nuevo frente a este
copywriter
irritante y falso?

Leonardo se apoltrona en su sillón.

—Bueno, os he llamado porque, desgraciadamente…

Alessandro gira ligeramente la cabeza.

—… la partida vuelve a estar abierta. Alex, tus espléndidas ideas no han sido aceptadas.

Marcello lo mira y sonríe, fingiendo sentirse apenado. Alessandro evita su mirada.

Llaman a la puerta.

—¡Adelante!

Entra la secretaria con el café. Lo deja en la mesa y sale. Alessandro coge su vasito y le añade un poco de leche. Pero antes de bebérselo, mira con seguridad a Leonardo.

—¿Puedo saber por qué?

—Por supuesto. —Leonardo se echa hacia atrás y se apoya en el respaldo—. Les ha parecido un óptimo trabajo. Pero, allí, ya otros han hecho productos de ese tipo, ligados a la fantasía. Ya sabes que Japón es la patria del manga y de las criaturas fantásticas alejadas de la realidad. Pero lo cierto es que, lamentablemente, esos productos no funcionaron. Han dicho que éste no es momento para sueños extremos. Es el momento de soñar con realismo.

Alessandro se termina su café y lo deja sobre la mesa.

—Soñar con realismo…

Leonardo se pone en pie y empieza a caminar por la habitación.

—Sí, necesitamos sueños. Pero sueños en los que podamos creer. Una chica subida en un columpio sujeto de las nubes o que hace surf entre las estrellas en la ola azul del cielo es un sueño increíble. No nos lo podemos creer. Rechazamos ese tipo de sueño. Y, en consecuencia, también el producto. —Leonardo se vuelve a sentar—. ¿Qué queréis?, son japoneses. Inventad un sueño para ellos que sean capaces de creerse —Leonardo se pone serio de repente—. Un mes. Tenéis un mes para hacerlo. De lo contrario, nos dejarán definitivamente fuera.

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