Perdona si te llamo amor (55 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—Hace viento esta tarde. —Enrico entra en el coche y cierra de un portazo. En otro momento, a lo mejor Alessandro hubiese puesto mala cara por ese portazo. Pero esa tarde no.

—Mira, lo que…

—No, Alex, antes de que me digas nada, querría darte las gracias. En serio. Hay cosas que no tienen precio. Difíciles de pedir, y que pueden separar a las personas. Bueno, ésta podía haber sido una de ellas y en cambio tú haces que todo parezca más fácil. Toma…, —le da un sobre cerrado—. Aquí dentro está el dinero que has adelantado y un pequeño regalo para ti.

Alessandro lo mira con cierto embarazo. Junto al cheque hay dos entradas.

—¡Demonios! Son para el concierto de George Michael. ¡Son imposibles de encontrar!

—Sí, ha sido gracias a un colega. Su mujer trabaja para el
tour manager
. No fue difícil. Pensé en Niki y en ti. George Michael es uno que puede gustaros a los dos. ¡Bueno, también puedes ir con quien te parezca, ¿eh?!

Alessandro observa de nuevo las entradas. Vuelve a guardarlas en el sobre.

—No tenías por qué hacerlo.

—Lo he hecho con mucho gusto. —Entonces Enrico se pone serio—. Bien, cuéntamelo todo, ¿cómo te ha ido, qué es lo que hay que saber?

—No lo sé, preferí no dejar que me contase nada.

Enrico lo mira de repente a los ojos como si buscase desesperadamente el rastro de alguna mentira. Se relaja. No, Alessandro de verdad no sabe nada. O es un buenísimo actor.

Alessandro se echa hacia atrás y coge una sola carpeta. La de color azul.

—Toma, está todo aquí dentro.

Enrico la coge y la toca, la roza acariciándola. Ve ese pequeño lazo azul que tiene atrapados sus secretos.

Enrico mira a Alessandro.

—¿Puedo?

—Es tuya, la has pagado tú.

Enrico está a punto de deshacer el lazo.

—¡Un momento!

—¿Qué pasa, Alex?

—¿Estás seguro de que no prefieres abrirla a solas? Son tus cosas, las vuestras. Bueno… a lo mejor prefieres que yo no esté.

—No sé lo que me voy a encontrar. De modo que prefiero que estés conmigo.

—Vale, como quieras. —Alessandro lo deja hacer.

Enrico abre lentamente la carpeta. Luego, como enloquecido, ávido de noticias, de verdades, de mentiras finalmente desveladas, empieza a hojear esos documentos, a repasarlo todo. Recorre fechas, citas, días, horarios, lugares. Faltan las fotos. Abre el sobre. Ahí están. Camilla. Camilla sola. Camilla con una amiga. Camilla con él. Con otra amiga. Luego sola, sola, sola. Sola y con él. Ya está. Todo como hasta ayer. Enrico suelta un suspiro. Cierra la carpeta. Se la acerca a la cara. La aprieta con fuerza, la respira casi. Alessandro lo mira.

—Eh… Enrico, ¿te acuerdas? Estoy aquí.

Enrico se recupera.

—Sí, sí, todo en orden.

—¿Qué tal entonces?

—Bien, todo bien. En cada foto había mucho de lo que echo de menos cada día y no había nada más de lo que estoy feliz de tener. Está limpia.

—Dicho así, parecemos personajes de una película policíaca americana… Está limpia. ¿A qué te refieres? Entonces, ¿no está con nadie?

—Es honesta. Es sincera. El único hombre soy yo. Luego están sus amigas y todo lo que hace a lo largo del día.

—¿Estás por fin satisfecho? ¿Tranquilo? ¿No te sientes un poco sucio, no te molesta haber hecho que la siguieran, haber buscado una confirmación? Cuando se ama a alguien, ¿no tendríamos simplemente que fiarnos ciegamente? ¿Y si traicionan nuestra confianza, al menos enterarnos de un modo natural?

Enrico lo mira serio.

—Tú no tienes este problema. Quizá no estés enamorado de verdad de Niki. Puede que ni siquiera lo estuvieses de Elena si das por terminada así sin más una historia como la vuestra. Querías casarte con ella, ¿no?

—Sí.

—Y en cambio ahora estás con una chiquilla. Y, por encima de todo, no pareces desesperado por la manera en que se acabó con Elena. Así, de golpe. Se acabó, adiós muy buenas.

—Te equivocas, Enrico, yo amo el amor. La belleza del amor. La libertad del amor. Amo la idea de que nada es obligado, que el amor de los demás, su tiempo, su atención, son regalos que se deben merecer y no sólo pretender. También cuando somos una pareja. Se está juntos por elección, no por obligación. Y sí, me hubiese gustado tener a Elena para siempre. Pero se ha ido. Ha elegido marcharse. Y ahora podría estar incluso con otro. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino seguir adelante? ¿Seguir amándola por lo que me dio y me dejó probar y que ahora ya no existe?

—Yo creo que si hubieses esperado, en lugar de empezar de inmediato con Niki, a lo mejor hubiese vuelto.

—Enrico, han pasado ya más de tres meses. Nunca me ha llamado. En más de tres meses.

—Respeto tu manera de pensar, Alex, y no tengo nada contra Niki. Espero que seas feliz con ella. Pero no te metas conmigo y mis miedos. Yo amo a Camilla, pero también necesito sentirme seguro. —Enrico se baja del Mercedes—. Adiós, Alex y gracias de nuevo por todo, espero no tener que volver a necesitarte nunca más para este tipo de cosas.

Alessandro sonríe.

—¡También yo! Ah, el investigador me dijo que te dijera una cosa: cuando se encuentra una mujer que vale la pena no hay que perder más tiempo. Vete a casa, Enrico.

Su amigo vuelve al coche y le da un abrazo. Luego se va sin decir nada más. Llega rápidamente a su Golf. Pero primero se detiene ante un contenedor. Lo abre con el pie. Coge la carpeta, la rompe en varios trozos y la arroja dentro. Luego se sube al coche. Mira a Alessandro una última vez y se aleja.

Alessandro se queda un rato más allí, en silencio. Vuelve a encender el lector de CD. Se deja llevar por el
Sandra's Theme
de Danny Elfman y recuerda la escena final de la película, la salida de escena, el salto al río. Alessandro baja la ventanilla. Una brisa ligera anuncia ya el verano, pero en voz baja. Cierra los ojos. Se deja ir. Los japoneses. Elena. El trabajo. El amor. Y lo imprevisto. La chica de los jazmines. Niki. Esa falta absoluta de red de seguridad. Ese excitante caminar por el filo, colgado sobre el abismo. El rojo y el negro. Un salto donde el agua es más azul. Nada más. Pero ¿de verdad hay agua allí abajo?

Alessandro abre el compartimiento del salpicadero. La segunda carpeta, la roja, sigue allí, cerrada. Con su lazo lateral bien apretado. La mira un momento. ¿Qué habrá dentro? ¿Nada? ¿Todo? Alessandro se baja y se acerca al contenedor. Por un instante, juguetea con el lazo. Luego apoya la carpeta, se saca un encendedor de la chaqueta y le prende fuego. Rápidamente, las hojas empiezan a arrugarse y a quemarse. Crepitan pequeñas llamas, mientras un humo ligero se alza hacia el cielo, lento, danzando al viento, casi divertido, llevándose consigo todos esos secretos. ¿Saber o no saber? Ésta es la cuestión. Alessandro artífice de la vida de otro de sopetón. Pequeño Dios de quién sabe qué inútil o gran verdad. ¿Le hubiese tenido que dar o no esa segunda carpeta? Otras fotos, otros secretos, tal vez dolor, tal vez traición… Quién sabe. Y entretanto sigue ardiendo. Y sigue, y sigue. Y esa llama burlona se agita al viento, se ríe casi divertida, silenciosa. De alguna manera está leyendo. Sabe. Y se lleva consigo cualquier posible revelación. Después nada más. Cenizas. Y el amor. Verdaderamente, el amor puede dar las respuestas apropiadas.

Alessandro coge su teléfono móvil. Aprieta una tecla. Recorre la lista a toda prisa. Lo encuentra. Llama.

—¿Dónde estás? Ah sí, ya sé donde es. En seguida paso a buscarte.

Ochenta y cuatro

Madi, una joven filipina, está limpiando a toda prisa varios objetos que están en la mesa baja que hay frente al sofá. La puerta se abre de repente. Alessandro entra besando a Niki. Ávido, ávido de besos. De rabia, de confusión, de deseo, de hambre, de…

—¿Madi? ¿Qué hace todavía aquí?

—Señor, yo el viernes estoy hasta las ocho, ¿no recuerda? Usted y la otra señora dice que yo aquí tres veces semana. Lunes, miércoles y viernes. Hoy viernes. —Madi mira su reloj—. Hora siete y media.

Alessandro se mete las manos en los bolsillos, encuentra veinte euros y se los alarga a Madi.

—Hoy vacaciones. Ahora vacaciones, fuera… Paseo con una amiga, una vuelta por las tiendas, cualquier cosa, pero fuera. —Y la escolta hasta la puerta de servicio, en la cocina, la que da a la escalera de emergencia. Al pasar, Madi coge su bolso y la chaqueta de la cocina y luego es amablemente expulsada. Alessandro pone el seguro en la cerradura, luego va hacia el salón y cierra también la puerta de la calle.

—Eh, ¿dónde estás?

En el silencio de la casa, Alessandro busca divertido a Niki. Seguramente se ha escondido. Abre una habitación. Y un baño. Mira detrás de un sofá, en el dormitorio, debajo de la mesa. Pero un armario grande que ha quedado medio abierto la delata. Alessandro pone un CD:
Confessions On A Dance Floor
.

Luego alza la voz.

—¿Dónde está la chica de los jazmines? ¿Dónde se habrá escondido? —Y poco a poco se acerca al armario. Desnudándose. Deja caer al suelo la camisa, después los pantalones—. ¿Dónde está? Noto su perfume, su respiración, su corazón, noto su deseo, sus ganas, su sonrisa divertida… —Ahora Alessandro está desnudo. Apaga las últimas luces y enciende una pequeña vela. Luego se mete en el armario—. ¿Dónde está el traje más bonito que yo puedo ponerme?

Y Niki se ríe, cubriéndose la boca con ambas manos. Asustada, excitada, sorprendida, incrédula acerca del hecho de haber sido descubierta. Y en un momento se deja besar, desnudar, con hambre, con rabia, con deseo, entre ropas que se caen de las perchas, conjuntos ligeros de color liso que la acarician como hojas lentas que una vez en el suelo forman un único y gran manto variado. Gris, gris claro, gris oscuro, azul cobalto, y también color azúcar de caña, en un momento tan dulce. Y resbalan casi entre toda esa ropa. Y Niki tira al suelo más. Camisas, y chaquetas, y pantalones; una confusión excitante. Alessandro la atrae hacia sí, rueda con ella, siente sus piernas, la toca, la aprieta y se arroja a su cuello, y lo besa, y más besos y pequeños mordiscos y piernas que no se acaban nunca. Y sabores, y olores, y suspiros, y humores, y huidas, y retornos… Y un mar tempestuoso.

—No, no, por favor. Por favor no… —Y luego una sonrisa—. Sí, sí, por favor. Por favor sí…

Y su boca y sus dedos y más. Y perderse en cada uno de sus recovecos, sin límites, sin pudor, mirando, espiando, resistiendo… Abandonándose, después de la marejada. Acabados, relajados, abatidos, suaves, amados, consumados entre las sábanas, un poco más allá.

—Eh, ¿qué te ha pasado?

Alessandro emerge de entre las sábanas, entre los colores de aquella primera hora de la noche. Sonríe.

—¿De qué? ¿Dónde?

—No te digo, aún no has vuelto en ti. No parecías tú. Me has hecho el amor de una manera…

—¿De qué manera?

—Salvaje, hambrienta. Un poco desesperada incluso. De todo modos, muy bien. ¿Ha sido por la reunión de esta tarde?

—¡Más o menos!

—Bien, por una vez y sin que sirva de precedente… ¡Vivan las reuniones! Quiero enseñarte algo.

—¿¡Después de todo lo que ya he visto!?

—¡Idiota!

—¿Hay más estrellas?

Niki se levanta y enciende el ordenador de la mesa.

—Hoy, mientras estaba estudiando en casa de Erica, hemos buscado una cosa en Internet, y mira adónde hemos ido a parar… —Su espalda desnuda, vista por detrás es muy hermosa.

Alessandro se le acerca. La acaricia con dulzura. Baja sin prisa hasta su lado más suave. Se detiene.

—Eh, así no sé lo que estoy buscando y clico en todas partes. ¡Ya está, lo he encontrado! www.ilfarodellisolablu.it. ¡Mira qué cosa tan bonita!

Alessandro se sienta a su lado. Niki ríe divertida, señala feliz, viaja soñadora por aquellas páginas que por un instante dejan de ser virtuales.

—¿Lo ves? Ahí te puedes convertir en un
lighthouse keeper
, en vigilante del faro. Imagínate, quinientos euros a la semana y te puedes quedar ahí. Vigilando tú solo toda la Isla Azul.

Y en la pantalla del ordenador aparecen una serie de imágenes. Un pequeño claro verde se sumerge en un mar azul un poco más abajo. Algunos acantilados. Más arriba, entre las rocas, un enorme faro blanco. Alguna ola rompe contra los escollos. Un cartel. Indicaciones Para excursiones. Y un sendero que conduce hacia arriba, hacia el faro, flanqueado por cactus y árboles marinos bajos, marcado por tantos pies de personas que a lo largo de los tiempos han querido llegar hasta allí arriba.

—¿Lo ves? Desde allí vigilas los barcos, sus rutas en las corrientes dependen de ti. Tú iluminas su viaje, tú eres el faro… —Niki se apoya en él. Desnuda por completo, cálida, suave.

Alessandro la respira toda.

—Del mismo modo que tú eres un faro para mí.

Niki sonríe y se vuelve. Lo besa con esa boca que sabe todavía a amor, como una niña pequeña y caprichosa que busca un beso y sabe que lo encontrará. Alessandro le toma la cara entre las manos y la mira a los ojos. Y mil palabras recorren esa mirada. Silenciosas, alegres, románticas, enamoradas. Palabras ocultas, palabras que se persiguen, palabras que empujan para salir como un río subterráneo como el eco lejano de un valle apenas descubierto, como el escalador que ha llegado con fatiga hasta la cima de una montaña y desde allí, él solo, le grita al viento, a las nubes que lo rodean, toda su felicidad.

Niki baja los ojos, luego lo vuelve a mirar.

—¿En qué estás pensando?

Alessandro le sonríe.

—En nada. Perdona, pero estoy en mar abierto. Tú eres mi faro. No te apagues.

Después una ducha. Más tarde un aperitivo en albornoz. Luego un paseo por la terraza, hablando de esto y de aquello. En seguida algún que otro beso. A continuación alguna broma. Y un grito. Y una pequeña escapada jugando. Después de que el vecino haya salido a su terraza a vigilar. De que ellos se hayan escondido. Luego una carcajada. Luego. Después de todo eso, Niki está hambrienta.

Alessandro sonríe.

—Yo también. Tengo una idea. Vamos…

—¿Adónde?

—No hasta el faro de la Isla Azul, pero sí a un lugar muy agradable.

Y rápidamente, sin arreglarse mucho, se meten en el coche y llegan delante de un local. Orient Express. Barrio de San Lorenzo.

—¡No lo conocía! —Niki mira a su alrededor—. Pero ¡es una locomotora de verdad! Y se come dentro de los vagones. ¡Qué pasada! Y tú de qué lo conoces, ¿eh? —Lo mira suspicaz—. ¿No será que te estás viendo con alguna otra chica de diecisiete años, o quizá un poco mayor y que por lo tanto ya ha aprobado la Selectividad y no tiene nada que hacer?

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