Preludio a la fundación (31 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Preludio a la fundación
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Seldon, comprendiendo que iban a estar un buen rato con el viejo mycogenio, le tendió la mano.

–Soy Hari -se presentó-, y mi compañera es Dors. Lo siento, pero no empleamos números.

–A cada uno…, o una…, lo suyo -dijo el anciano, expansivo-. Yo soy Mycelium Setenta y Dos. Somos una gran cohorte.

–¿Mycelium? – repitió Seldon, dubitativo.

–Pareces sorprendido. Veo que sólo has tenido tratos con los miembros de nuestras grandes familias. Usan nombres como Nube, Luz Solar y Noche Estrellada…; todos astronómicos.

–Confieso que… -empezó Seldon.

–Bien, pues conoce ahora a uno de la clase baja. Tomamos nuestros nombres de la tierra y de los microorganismos que cultivamos. Perfectamente respetables.

–No me cabe la menor duda -aseguró Seldon-, y te agradezco que me ayudaras con mis…, mi problema en el gravi-bus.

–Oye -advirtió Mycelium Setenta y Dos-, te he librado de un buen tropiezo. Si una Hermana te hubiera visto antes que yo, se hubiera puesto a chillar, no lo dudes, y los Hermanos más cercanos te habrían echado fuera del gravi-bus…, quizá sin esperar siquiera a que se detuviera.

Dors se inclinó para poder mirar a Seldon de frente.

–¿Y cómo no lo has hecho tú?

–¿Yo? Yo no siento animosidad hacia las tribus. Soy un erudito.

–¿Un erudito?

–El primero de mi cohorte. Estudié en la escuela del
Sacratorium
y saqué buenas notas. He aprendido todas las artes antiguas y tengo licencia para entrar en la Biblioteca tribal, donde se guardan todos los libro-películas y los libros de autores tribales. Puedo ver cualquier libro-película y leer el libro que desee. Incluso tenemos una biblioteca de referencia, computarizada, y también puedo consultarla. Todo eso ensancha la mente. Y no me importa que se vea asomar un poco de cabello. He visto muchas imágenes de hombres con cabello. Y también mujeres. – Y echó una rápida mirada a Dors.

Comieron en silencio durante un rato.

–Estoy viendo que cada Hermano que entra o sale del
Sacratorium
lleva una banda roja -comentó Seldon de pronto.

–Oh, sí. Por encima del hombro izquierdo y alrededor del lado derecho de la cintura, profusamente bordadas en general -explicó Mycelium Setenta y Dos.

–¿Y eso por qué?

–Se llama
obiah
. Simboliza la alegría que se siente al entrar en el
Sacratorium
y la sangre que uno derramaría para conservarlo.

–¿Sangre? – repitió Dors.

–Es un símbolo. Nunca he oído hablar de nadie que derramara sangre por el
Sacratorium
. Además, tampoco hay tanta alegría. En general, uno se postra y gime y llora por el Mundo Perdido… -Su voz bajó de tono y musitó-: Una tontería.

–¿No eres… un creyente? – preguntó Dors.

–Soy un erudito -declaró Mycelium obviamente orgulloso. Su rostro, que se arrugó al sonreír, advirtió un mayor aspecto de vejez.

Seldon se encontró preguntándose cuántos años tendría. ¿Varios siglos acaso…? No, esto ya se había acabado. No podía ser, pero…

–¿Cuántos años tienes? – preguntó Seldon de pronto, involuntariamente.

Mycelium Setenta y Dos no pareció ofenderse por la pregunta, ni titubeó al contestar.

–Setenta y siete.

Pero la curiosidad acuciaba a Seldon: tenía que saber.

–He oído decir que vuestro pueblo cree que antiguamente todo el mundo vivía varios siglos.

Mycelium se le quedó mirando con expresión de curiosidad.

–¿De dónde habrán sacado eso? Alguien tiene que haberse ido de la lengua…, pero es verdad. Existe esa creencia. Sólo los no sofisticados lo creen, pero los Ancianos comentan la creencia porque demuestra nuestra superioridad. En realidad, nuestra esperanza de vida es algo mayor que la de otros mundos porque nos nutrimos mejor, pero es raro que se viva un siglo.

–Parece como si no consideraras superiores a los mycogenios.

–Los mycogenios están muy bien. Desde luego, no son inferiores. Sin embargo, yo creo que todos los hombres son iguales… Incluso las mujeres -terminó, mirando a Dors.

–Me temo que mucha de tu gente no estaría de acuerdo contigo.

–O mucha de la tuya -repuso Mycelium Setenta y Dos, vagamente resentido-. Pero yo lo creo así. Un erudito tiene que creerlo. He visto, e incluso leído, toda la gran literatura de las tribus. Entiendo vuestra cultura. He escrito artículos sobre ella. Puedo estar aquí sentado tan a gusto con vosotros como si fuerais…

–Pareces orgulloso de comprender las cosas de las tribus -le interrumpió Dors, con viveza-. ¿Has viajado alguna vez fuera de Mycogen?

Mycelium Setenta y Dos se apartó un poco.

–No.

–¿Por qué no? Podrías conocernos mejor.

–No me sentiría cómodo. Tendría que llevar peluca. Me daría vergüenza.

–¿Y por qué ponerte peluca? – exclamó Dors-. Podrías seguir calvo.

–No. No iba a ser tan loco. Sería maltratado por todos los peludos.

–¿Maltratado? ¿A santo de qué? – preguntó Dors-. En Trantor hay mucha gente, naturalmente, calva por todas partes, y en otros mundos también.

–Mi padre está calvo por completo -explicó Seldon con un suspiro-. Y temo que en las décadas futuras también yo lo estaré. Mi cabello ya no es abundante.

–Pero eso no es ser calvo -objetó Mycelium-. Tienes pelo alrededor y por encima de los ojos. Quiero decir calvo…, sin nada de pelo.

–¿En ninguna parte del cuerpo? – quiso saber Dors, interesada.

Esta vez, Mycelium Setenta y Dos pareció ofenderse y guardó silencio.

–Dime, Mycelium Setenta y Dos, ¿la gente de las tribus puede, entrar en el
Sacratorium
como espectadores? – preguntó Seldon, deseoso de mantener la conversación.

Mycelium sacudió vigorosamente la cabeza.

–Jamás. Sólo es para los Hijos del Amanecer.

–¿Sólo los hijos? – murmuró Dors.

Mycelium Setenta y Dos pareció escandalizado, y luego, generosamente, explicó:

–Pertenecéis a las tribus. Las Hijas del Amanecer entran en ciertos días y a ciertas horas. Así es como funciona esto. No digo que yo lo apruebe. Si dependiera de mí, les diría: «Entrad y disfrutad si podéis». Mejor otros que yo, la verdad.

–¿No entras nunca?

–Cuando era muy joven mis padres me llevaron, pero -y movió la cabeza- no había más que gente mirando el
Libro
, leyendo en él, y suspirando y llorando por los tiempos pasados. Muy deprimente. No se puede hablar. No se puede reír. Incluso no podemos mirarnos los unos a los otros. Hay que tener la mente completamente enfocada en el Mundo Perdido. Por completo -dijo, y agitó la mano como rechazándolo-. No es para mí. Soy un erudito y quiero que todo el mundo esté abierto para mí.

–Tienes razón -asintió Seldon-. Nosotros pensamos lo mismo. También somos eruditos, tanto Dors como yo.

–Lo sé.

–¿Lo sabes? ¿Cómo lo sabes?

–Tenéis que serlo. Los únicos tribales tolerados en Mycogen son funcionarios Imperiales y diplomáticos, comerciantes importantes y eruditos… Para mí, vuestro aspecto es el de eruditos. Esto es lo que me ha hecho interesarme por vosotros. Eruditos reunidos… -y sonrió complacido.

–En efecto. Yo soy matemático; Dors, historiadora. ¿Y tú?

–Me especializo en… la cultura. He leído todas las grandes obras de la literatura de las tribus; Lissauer, Mentone, Novigor…

–Y nosotros hemos leído las grandes obras de vuestro pueblo, por ejemplo, he leído el
Libro
… Sobre el Mundo Perdido.

Mycelium abrió los ojos, sorprendido. Su tez olivácea pareció palidecer.

–¿Los has leído? ¿Cómo? ¿Dónde?

–En nuestra universidad tenemos copias que podemos leer si se nos autoriza.

–¿Copias del
Libro
?

–Sí.

–Quién sabe si los Ancianos están enterados.

–Y he leído sobre los robots -insistió Seldon.

–¿Robots?

–Sí. Es por lo que me gustaría entrar en el
Sacratorium
. Me gustaría ver al robot.

Dors dio una ligera patada a Seldon, pero éste la ignoró.

–No creo en estas cosas -dijo Mycelium Setenta y Dos, inquieto-. Los eruditos no creen en ello. – Pero, por su expresión, parecía como si temiera que lo oyeran.

–He leído que un robot se encuentra aún en el
Sacratorium
.

–No quiero seguir hablando de tanta tontería.

–Y si realmente estuviera en el
Sacratorium
, ¿dónde lo tendrían?

–Incluso suponiendo que hubiera uno, no podría decírtelo. No he entrado ahí desde que era niño.

–A pesar de ello, estarías enterado si hubiera un lugar especial, un escondrijo.

–Está el nido del águila de los Ancianos. Sólo los ancianos pueden subir. Pero allí no hay nada.

–¿Has estado alguna vez?

–No, claro que no.

–Entonces, ¿cómo lo sabes?

–No sé que no hay un granado allí. No sé que no hay un órgano-láser allí. No sé que no hay ni una muestra de un millón de cosas allí. ¿Acaso mi falta de conocimiento de su ausencia, demuestra que están presentes?

De momento, a Seldon no se le ocurrió nada que decir.

Una sonrisa dulcificó la expresión preocupada de Mycelium Setenta y Dos.

–Esto no es más que un razonamiento de erudito -dijo-. No soy un hombre fácil de embarullar; de todos modos, os aconsejaría que no intentarais subir al nido de los Ancianos. No creo que os gustara lo que os pasaría si encontraban un tribal dentro… Bien. Lo mejor del Amanecer para vosotros. – Se levantó de pronto, sin previo aviso, y desapareció apresuradamente.

Seldon lo contempló, pensativo, algo sorprendido.

–¿Qué le ha hecho dispararse así?

–Creo que porque alguien se acercaba -dijo Dors.

Y alguien se estaba acercando. Un hombre alto con una lujosa
kirtle
blanca y una no menos lujosa y adornada banda roja, se deslizaba con aire solemne hacia ellos. Tenía el aspecto inconfundible de alguien que está descontento.

53

Hari Seldon se puso en pie al acercarse el nuevo mycogenio. No tenía la menor idea de si aquél era el comportamiento correcto, pero tuvo la instintiva sensación de que no quedaría mal. Dors Venabili se levantó al mismo tiempo y mantuvo los ojos cuidadosamente bajos.

El desconocido se plantó ante ellos. También era un anciano, pero de una vejez más sutil que la de Mycelium Setenta y Dos. La edad parecía prestarle distinción a su rostro todavía hermoso. Su cabeza calva estaba perfectamente formada y sus ojos eran de un sorprendente tono azul, que contrastaba con el resplandeciente rojo de la banda.

–Veo que sois tribales -le dijo el recién llegado. Su voz era más aguda de lo que Seldon esperaba, pero hablaba despacio, como consciente del peso de su autoridad en cada palabra que pronunciaba.

–Eso somos -respondió Seldon, correcto pero con firmeza. No veía razón para no conocer la posición del otro, pero él no tenía intención de abandonar la suya.

–¿Vuestros nombres?

–Yo soy Hari Seldon, de Helicón. Mi compañera es Dors Venabili, de Cinna. ¿Y el tuyo, hombre de Mycogen?

Los ojos del desconocido se entrecerraron con disgusto, pero también sabía reconocer un aire de autoridad cuando se encontraba ante él.

–Soy Jirón de Cielo Dos -respondió, irguiendo la cabeza-, un Anciano del
Sacratorium
. ¿Y tu posición, hombre de tribu?

–Nosotros -y Seldon hizo hincapié en el pronombre- somos eruditos de la Universidad de Streeling. Yo soy matemático y mi compañera historiadora; nos hallamos aquí para estudiar las costumbres de Mycogen.

–¿Con permiso de quién?

–De Amo del Sol Catorce, que vino a recibirnos a nuestra llegada.

Jirón de Cielo Dos guardó silencio durante unos instantes y, después, una leve sonrisa iluminó su rostro, que adoptó una expresión casi benigna.

–El Gran Anciano -dijo-. Lo conozco bien.

–Como debe ser. ¿Algo más, Anciano?

–Sí -respondió, tratando de recobrar el terreno perdido-. ¿Quién era el hombre que estaba con vosotros y que se alejó cuando yo me acercaba?

–No le habíamos visto antes, Anciano. Y no sabemos nada de él. Le encontramos por pura casualidad y le preguntamos sobre el
Sacratorium
.

–¿Qué le preguntasteis?

–Dos cosas, Anciano. Le preguntamos si el edificio era el
Sacratorium
y si los tribales estaban autorizados a entrar. Contestó que sí a la primera pregunta y no a la segunda.

–Bien. ¿Qué interés tenéis en el
Sacratorium
?

–Señor, como estamos aquí para estudiar las costumbres de Mycogen, y el
Sacratorium
es el corazón y el cerebro de Mycogen…

–Es enteramente nuestro y nos está reservado a nosotros.

–¿Incluso si un Anciano, el Gran Anciano, nos consiguiera un permiso en vista de nuestra función erudita?

–¿Tenéis, en verdad, permiso del Gran Anciano?

Seldon vaciló unos segundos mientras los ojos de Dors lo miraban de soslayo. Decidió que no podía arriesgarse con una mentira de tal magnitud.

–No, todavía no.

–Ni nunca- afirmó el Anciano-. Estáis aquí en Mycogen, con permiso de la Autoridad, pero ni siquiera la máxima Autoridad puede ejercer un control absoluto sobre el público. Damos gran valor a nuestro
Sacratorium
y el populacho puede soliviantarse con gran facilidad por la presencia de tribales en Mycogen y, de manera muy especial, si se hallan cerca del
Sacratorium
. Bastaría el grito de un exaltado, un grito de «¡Invasión!», para que un pueblo tranquilo como éste se transformara en una masa sedienta de destrucción, de vuestra destrucción. Y lo afirmo, literalmente. Por vuestro propio bien, incluso si el Gran Anciano os ha demostrado tolerancia, marchaos. ¡Ahora mismo!

–Pero el
Sacratorium
… -insistió Seldon, obcecado, a pesar de que Dors le tiraba suavemente de la
kirtle
.

–¿Qué hay en él que te pueda interesar? Ya lo ves. En su interior no hay nada para ti.

–Está el robot -repuso Seldon.

El Anciano se le quedó mirando, escandalizado y sorprendido; luego, acercó sus labios al oído de Seldon.

–Márchate ahora mismo -murmuró, fiero- o seré yo quien lance el grito de «¡Invasión!». Si no fuera por el Gran Anciano, ni siquiera te daría la oportunidad de desaparecer.

Dors, con fuerza inusitada, casi arrancó a Seldon del suelo, apartándose de allí apresuradamente. Lo arrastró hasta que él recobró el equilibrio y anduvo rápidamente tras ella.

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