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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (32 page)

BOOK: Preludio a la fundación
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54

Fue durante el desayuno del día siguiente, y no antes, cuando Dors planteó el asunto de una forma que Seldon encontró de lo más hiriente.

–Bien, lo de ayer supuso un buen chasco.

Seldon, que creía haberse librado de censuras, pareció malhumorado.

–¿Dónde estuvo el chasco?

–Nos echaron, así de sencillo. ¿Y por qué? ¿Qué sacamos en claro?

–Sólo la certeza de que allí hay un robot.

–Mycelium Setenta y Dos nos dijo que no había nada.

–Claro que lo dijo. Es un erudito, o cree serlo, y lo que él no sabe sobre el
Sacratorium
llenaría la biblioteca a donde va a leer. Ya viste la reacción del Anciano.

–Por supuesto que la vi.

–No habría reaccionado así si no hubiera un robot dentro. Estaba horrorizado de que nosotros lo supiésemos.

–Es pura suposición tuya, Hari. Pero, incluso si lo hubiera, no podríamos entrar.

–Pero sí intentarlo. Después del desayuno saldremos a comprar una banda para mí, una de esas
obiahs
. Me la pondré, mantendré los ojos devotamente bajos y entraré.

–¿Con cubrecabeza y todo? Te descubrirán en un micro-segundo.

–No, no lo harán. Entraremos en la biblioteca donde se guardan los datos tribales. De todos modos, me interesa verla. De la biblioteca, que es el anexo del
Sacratorium
, por lo que creo recordar, habrá una entrada a éste…

–Donde te cazarán al momento.

–En absoluto. Ya oíste lo que Mycelium Setenta y Dos nos dijo. Todos mantienen los ojos bajos y meditan sobre su gran Mundo Perdido, Aurora. Nadie mira a nadie. Probablemente, hacerlo sería una terrible infracción de disciplina. Entonces, buscaré el nido de los Ancianos…

–¿Y así de fácil?

–En un momento dado, Mycelium Setenta y Dos me aconsejó que no subiera al nido de los Ancianos. Subiera. Debe estar en alguna parte de esa torre del
Sacratorium
, la torre central.

Dors movió la cabeza.

–No recuerdo las palabras exactas del hombre y creo que tú tampoco. Nos basamos en una indicación demasiado débil para… Espera. – De pronto, calló, con el ceño fruncido.

–¿Y bien?

–Hay una palabra arcaica: «nido de águila», que significa «un lugar en lo alto de las rocas», ¡el nido de los Ancianos!

–¿Lo ves? Hemos aprendido cosas vitales como resultado de lo que tú llamas chasco. Y si puedo encontrar un robot que cuenta veinte mil años de edad, y si él puede decirme…

–Supón que semejante cosa exista, lo cual sobrepasa en mucho lo creíble, y que no es muy probable, ¿cuánto tiempo crees que podrás hablar con él antes de que tu presencia sea detectada?

–No lo sé, pero si puedo demostrar su existencia y puedo encontrarlo, entonces pensaré en la forma de hablarle. Ahora, bajo ninguna circunstancia puedo volverme atrás; es demasiado tarde. Hummin debió dejarme en paz cuando yo pensaba que no conseguiría desentrañar la psicohistoria. Ahora, que parece que puedo lograrlo, no dejaré que nada me lo impida…, a menos que me maten.

–No, Hari. Mi obligación es cuidar de ti, y no puedo permitírtelo.

–Debes dejarme. Encontrar la solución a la psicohistoria es más importante que mi seguridad. Ésta lo es porque puedo resolver la psicohistoria. Impídeme que lo haga y tu misión pierde su sentido… Piénsalo bien.

Seldon se sentía imbuido de un renovado sentido de obligación. La psicohistoria, su nebulosa teoría, que poco tiempo atrás había creído que jamás probaría, se veía más cerca, más real. Ahora, tenía que creer en su posibilidad; lo sentía en sus entrañas. Las piezas iban encajando y, a pesar de que todavía no podía ver la imagen completa, estaba seguro de que el
Sacratorium
le proporcionaría una pieza más a su rompecabezas.

–Bien, entonces, te acompañaré, idiota, para poder sacarte de allí llegado el momento.

–Las mujeres no pueden entrar.

–¿Y qué indica que soy una mujer? Sólo está la
kirtle
gris. No puedes ver mis senos debajo de ella. No voy peinada como una mujer debajo de este cubrecabeza. Tengo el mismo rostro, lavado, sin marcas, que tiene un hombre. Los hombres, aquí, son barbilampiños. Lo único que necesito es una
kirtle
blanca, y una banda roja, que me permitirán entrar. Cualquier Hermana podría hacerlo si el tabú no se lo impidiera. Pero esto no reza conmigo.

–Pero sí conmigo. No te dejaré. Es demasiado peligroso.

–No más peligroso para mí que para ti.

–Pero yo debo arriesgarme.

–Yo también. ¿Por qué tu imperativo es mayor que el mío?

–Porque… -Y Seldon reflexionó.

–Métete esto en la cabeza -dijo Dors con voz dura como la piedra-. No permitiré que vayas sin mí. Si lo intentas, te dejaré inconsciente de un golpe y te amarraré. Si la idea no te gusta, abandona cualquier intención de ir solo.

Seldon vaciló y masculló algo entre dientes. Abandonó la discusión, momentáneamente.

55

Casi no había nubes en el cielo, que se veía de un color azul muy pálido, como si estuviera envuelto en leve bruma. Eso, en opinión de Seldon, no estaba mal pero echó en falta el sol. Nadie en Trantor veía el sol del planeta a menos que subiera a
Arriba
, e incluso entonces, sólo cuando la capa de nubes se rasgaba.

¿Echarían los trantorianos en falta el sol? ¿Pensaban en él alguna vez? Cuando uno de ellos visitaba otro mundo donde el sol natural estaba a la vista, ¿se lo quedaba mirando medio cegado, impresionado?

¿Por qué, se preguntó, había gente que pasaba sus vidas sin intentar encontrar respuesta a sus preguntas? ¿Ni siquiera pensando en sus preguntas? ¿Había algo mejor en la vida que buscar respuestas?

Su mirada bajó a nivel del suelo. La gran avenida estaba bordeada de edificios bajos, tiendas en su mayoría. Numerosos vehículos individuales circulaban a ras de suelo en ambas direcciones, cada uno de ellos ceñido a su derecha. Parecían una colección de antigüedades, pero estaban movidos por electricidad y no hacían el menor ruido. Seldon se preguntó si «antigüedad» era siempre una palabra de la que había que burlarse. ¿No compensaría el silencio la lentitud? Después de todo, ¿había algo en la vida que justificara la velocidad?

Muchos niños jugaban por la calle y Seldon apretó los labios, fastidiado. Resultaba muy claro que una larga duración de vida para los mycogenios era imposible a menos que se permitiera el infanticidio. Los niños de ambos sexos (aunque era difícil distinguir los niños de las niñas) llevaban
kirtles
que les llegaban hasta por debajo de las rodillas, permitiendo así la alocada actividad infantil.

Los niños también tenían cabello, de unos centímetros de longitud en su mayoría, pero los mayores llevaban capuchas acopladas a sus
kirtles
y las llevaban levantadas, cubriendo por completo la parte superior de la cabeza. Era como si fueran lo bastante mayores para que su cabello ya pareciera obsceno…, o suficientemente mayores para desear ocultarlo, suspirando por el día del paso del rito en que serían depilados. De pronto, se le ocurrió una idea.

–Dors, cuando salías de compras, ¿quién pagaba, tú o las Hermanas Gota de Lluvia?

–Yo, naturalmente. Las Gotas de Lluvia jamás enseñaron su tabla de créditos. ¿Por qué iban a hacerlo? Lo que se compraba era para nosotros, no para ellas.

–Pero tú tienes una tabla de crédito trantoriana…, una tabla de crédito tribal.

–Pues claro, Hari, pero no hubo el menor problema. Los mycogenios pueden mantener su propia cultura, modos de pensar y hábitos de vida como les parezca. Pueden destruir su cabello cefálico y llevar
kirtles
. Sin embargo, deben utilizar los créditos del mundo. De no hacerlo así, pondrían fin al comercio y ninguna persona sensata haría algo como eso. Los créditos mandan, Hari. – Alzó la mano como si sostuviera una invisible tabla de crédito.

–¿Y aceptaron tu tabla?

–Sin rechistar. Ni dijeron nada sobre mi cubrecabeza. Los créditos lo sanean todo.

–Bien, magnífico. Así puedo comprar…

–No, las compras las haré yo. Los créditos pueden sanearlo todo, pero será más fácil con una mujer forastera. Están tan acostumbrados a prestar poca o ninguna atención a las mujeres que, automáticamente, harán lo mismo conmigo. Aquí está la tienda de ropa donde he estado comprando.

–Te esperaré fuera. Consígueme una bonita banda roja…, una que luzca impresionante.

–No hagas como que se te ha olvidado nuestra decisión. Compraré dos. Y otra
kirtle
blanca, también, a mi medida.

–¿No les parecerá raro que una mujer compre una
kirtle
blanca?

–Claro que no. Pensarán que la estoy comprando para un compañero varón, quien, por casualidad, tiene mis medidas. En realidad, no creo que se molesten en imaginar nada, siempre y cuando mi dinero sea bueno.

Seldon esperó, medio temiendo que alguien se le acercara y le saludara como a miembro de tribu o, más probable, lo denunciara como a tal, mas no ocurrió nada de eso. Los que pasaban por su lado lo hacían sin mirarle y los que miraban en su dirección seguían sin inmutarse. Las
kirtles
grises le ponían especialmente nervioso, sobre todo las que circulaban por parejas o, peor aún, las que iban con un hombre. Se las veía cansadas, ignoradas, despreciadas. ¿Cuánto mejor era ganar una pequeña notoriedad aunque sólo fuera chillando a la vista de un miembro de tribu? Incluso las mujeres pasaban de largo.

«No cuentan con ver a un miembro de la tribu -pensó Seldon-, así que no se fijan».

Esto, se dijo, era un buen augurio para su futura invasión del
Sacratorium
. ¡Qué poco podían esperar ver tribales allí y cuánto más, por consiguiente, dejarían de verles!

Cuando salió Dors lo encontró de bastante buen humor.

–¿Lo tienes todo?

–Todo.

–Entonces, volvamos a casa para que puedas cambiarte.

La
kirtle
blanca no le sentaba tan bien como la gris. Pero, claro, no había podido probársela o incluso el comerciante más obtuso se hubiera alarmado.

–¿Qué tal estoy, Hari?

–Como un muchacho. Ahora, probemos las fajas…, o, mejor dicho,
obiahs
. Será preferible que me acostumbre a llamarlas así.

Dors, sin el gorro, sacudía agradecida su melena. Advirtió vivamente:

–No te la pongas ahora -advirtió ella-. No vamos a circular por todo Mycogen con la banda puesta. Lo último que deseamos es llamar la atención.

–No, no. Sólo quiero ver cómo se pone.

–Bien, pero ésta no. La otra es de mejor calidad y más elaborada.

–Tienes razón, Dors. Tengo que atraer toda la atención sobre mí. No quiero que nadie descubra que eres una mujer.

–No pensaba en esto, Hari. Sólo quiero que estés guapo.

–Un millón de gracias, pero sospecho que eso es imposible. Ahora, veamos…, ¿cómo se pone esto?

Juntos, Hari y Dors, practicaron la disposición de sus
obiahs
, quitándoselas y poniéndoselas, una y otra vez, hasta que pudieron hacerlo en un sólo movimiento natural. Dors enseñó a Hari cómo debía ponérsela, tal como había visto hacerlo a un hombre el día anterior, delante del
Sacratorium
.

Cuando Hari la felicitó por sus dotes de observación, ella se ruborizó.

–No es nada, Hari -murmuró-, sólo me fijé.

–Entonces, eres un genio de la observación.

Satisfechos por fin, se separaron un poco, observándose mutuamente. La
obiah
de Hari resplandecía, tenía un dibujo parecido a un dragón de un rojo brillante sobre un fondo ligeramente más claro pero del mismo tono. El de Dors era algo menos atrevido, una sencilla línea en el centro y de un color algo más claro.

–Bien -suspiró, satisfecha-, lo bastante para demostrar buen gusto.

Y se la quitó.

–Ahora -dijo Seldon-, vamos a doblarla y guardarla en uno de los bolsillos interiores. Mi tabla de crédito (la de Hummin, en realidad) y la llave de la casa en este otro bolsillo, y aquí, a este lado, el
Libro
.

–¿El
Libro
? ¿Debes llevártelo?

–Sí. Supongo que cualquiera que vaya al
Sacratorium
debe llevarlo consigo. Puede que entonen cánticos, y tengan lecturas. Si fuera necesario, compartiremos el libro y tal vez nadie se fije. ¿Estás dispuesta?

–Nunca lo estaré, pero voy contigo.

–Será un trayecto aburrido. ¿Quieres comprobar mi cubrecabeza y asegurarte de que no asoma ni un cabello esta vez? Y no te rasques la cabeza.

–No lo haré. Estás muy bien.

–Tú también.

–Y pareces nervioso.

–¿Por qué será? – repuso Seldon, sarcástico.

Dors alargó la mano impulsivamente y apretó la de Hari, mas la retiró al instante como sorprendida por su arrebato. Se miró y enderezó los pliegues de su
kirtle
. Hari, un poco sorprendido pero curiosamente complacido, se aclaró la garganta y anunció:

–Bien, vámonos.

12. Aerie
[2]

Robot. – … Un término empleado en las antiguas leyendas de varios mundos para lo que se suele llamar «autómatas». Generalmente, los robots están descritos como de forma humana y fabricados en metal, aunque se supone que algunos han sido de naturaleza seudo-orgánica. Se supone que Hari Seldon, en el curso de La huida, vio un verdadero robot, pero la historia es de origen dudoso. En ninguno de los abundantes escritos de Seldon se menciona un robot, aunque…

Enciclopedia Galáctica

[2] El nido.

56

Nadie se fijó en ellos.

Hari Seldon y Dors Venabili repitieron el trayecto del día anterior y, esa vez, nadie se les quedó mirando por segunda vez. Tampoco los miraron por primera vez. En varias ocasiones, tuvieron que encoger las rodillas hacia un lado para dejar que alguien sentado en un asiento interior pasara ante ellos para salir. No tardaron en darse cuenta de que tenían que correrse si quedaba algún asiento libre junto a ellos cuando alguien entraba.

Esa vez, no tardaron en cansarse del olor de las
kirtles
, que no estaban lavadas, porque ya no estaban pendientes de lo que se veía en el exterior.

Poco más tarde llegaron.

–Esto es la biblioteca -anunció Seldon en voz baja.

–Eso creo. Por lo menos, éste es el edificio que Mycelium nos indicó ayer.

Y, sin apresurarse, se dirigieron hacia allí.

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