Preludio a la fundación (34 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Preludio a la fundación
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–¡Es el robot! – exclamó Seldon, impresionado-, pero es metálico.

–Mucho peor que eso -dijo Dors, quien había pasado de un lado a otro-. Sus ojos no me siguen. Sus brazos no se mueven. No está vivo, si uno puede hablar de los robots como de objetos con vida.

Un hombre, indudablemente un hombre, salió de detrás del robot.

–Quizá no. Pero yo estoy vivo -aseguró el anciano.

Y casi automáticamente, Dors se adelantó y se colocó en su puesto, es decir, entre Seldon y el hombre que había aparecido de repente.

58

Seldon apartó a Dors a un lado, tal vez con más rudeza de la que él se proponía.

–No necesito protección. Es nuestro viejo amigo Amo del Sol Catorce.

El hombre que tenían delante, luciendo una banda doble que quizás era el emblema de su rango de Gran Anciano, contestó:

–Y tú eres el Miembro de Tribu Seldon.

–Desde luego -asintió Seldon.

–Y ésta, pese a su ropa masculina, es la miembro de tribu Venabili.

Dors guardó silencio.

–Tienes razón, hombre de tribu -le aseguró Amo del Sol Catorce-. No corres peligro de que te haga daño físicamente. Pero sentaos, los dos. Dado que no eres una Hermana, no precisas retirarte. Ahí tienes un asiento que, si sabes apreciar la distinción, eres la primera mujer que lo utiliza.

–No, no aprecio esa distinción -declaró Dors separando bien las palabras para darle mayor énfasis.

–Sea como deseas -asintió Amo del Sol Catorce-. Yo también me sentaré porque debo dirigiros unas cuantas preguntas y no quiero hacerlo de pie.

Estaban sentados en una esquina de la habitación. Los ojos de Seldon no podían apartarse del robot metálico.

–Es un robot -afirmó Amo del Sol.

–Lo sé.

–Sé que lo sabes -dijo Amo del Sol con la misma brevedad-. Y una vez confirmado esto, ¿por qué estáis aquí?

Seldon miró fijamente a Amo del Sol Catorce.

–Para ver el robot -contestó.

–¿Sabes que nadie, excepto un anciano, está autorizado a entrar en el «nido»?

–No lo sabía, aunque lo sospechaba.

–¿Sabes que los tribales jamás son autorizados a entrar en el
Sacratorium
?

–Me lo dijeron.

–Y tú has ignorado el hecho, ¿no es cierto?

–Como ya he dicho, queríamos ver el robot.

–¿Sabes que ninguna mujer, ni siquiera una Hermana, está autorizada a permanecer en el
Sacratorium
excepto en ciertas, raras y ya establecidas, ocasiones?

–También se me dijo.

–¿Sabes que ninguna mujer, en ningún momento, por ninguna razón, está autorizada a vestir ropas masculinas? Y esto, dentro de los límites de Mycogen, sirve lo mismo para tribales que para Hermanas.

–No se me dijo, pero tampoco me sorprende.

–Bien. Quiero que lo comprendáis. Ahora bien, ¿por qué querías ver el robot?

–Pura curiosidad -dijo Seldon encogiéndose de hombros-. Nunca había visto un robot, ni siquiera estaba enterado de que semejante objeto existiera.

–¿Cómo llegaste a enterarte de su existencia y, sobre todo, de su existencia aquí?

Seldon guardó silencio.

–No deseo contestar a esta pregunta -acabó por decir.

–¿Fue ésta la razón de que el miembro de tribu Hummin te enviase a Mycogen? ¿Para investigar los robots?

–No. El miembro de tribu Hummin nos trajo aquí a fin de que estuviéramos a salvo. Sin embargo, la doctora Venabili y yo somos eruditos. El conocimiento es nuestro campo y obtenerlo, nuestro propósito. Mycogen es poco comprendido fuera de sus límites y deseamos saber más sobre vuestras costumbres y métodos de pensamiento. Se trata de un deseo natural y, en nuestra opinión, inofensivo…, incluso digno.

–Ah, pero nosotros no queremos que las tribus exteriores y los mundos nos conozcan -repuso el anciano-. Es nuestro deseo natural y nosotros somos los jueces de lo que es o no inofensivo para nosotros. Así que vuelvo a preguntarte: ¿Cómo sabías que existía un robot en Mycogen y que se encontraba en esta estancia?

–El rumor general -terminó, al fin, Seldon.

–¿Insistes en ello?

–Rumor general. Insisto en ello.

Los vivos ojos azules de Amo del Sol Catorce se hicieron más penetrantes.

–Miembro de tribu Seldon -dijo sin levantar la voz-, hemos cooperado con el miembro de tribu Hummin durante largo tiempo. Pese a ser un hombre de tribu, nos pareció decente y digno de confianza. ¡Un hombre tribal! Cuando os trajo a los dos y os dejó bajo nuestra protección, lo aceptamos. Pero el tribal Hummin, sean cuales quieran sus virtudes, sigue perteneciendo a una tribu y entramos en sospechas. No estábamos seguros de lo que su verdadero propósito, o el vuestro, podían ser.

–Nuestro propósito era el conocimiento. Conocimiento académico. La doctora Venabili es historiadora y yo me intereso también por la historia. ¿Por qué no íbamos a sentir interés por la de Mycogen?

–En primer lugar, porque no deseamos ese interés… En todo caso, os enviamos a dos de nuestras más interesantes Hermanas. Debían cooperar con vosotros, tratar de descubrir lo que queríais, y (¿cuál es la frase que los tribales suelen emplear?) seguiros el juego. Pero no de modo que os dierais cuenta de lo que ocurría.

Amo del Sol Catorce sonrió, pero su sonrisa era implacable.

–Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco fue de compras con Venabili -prosiguió Amo del Sol Catorce-, pero en aquellas salidas no ocurrió nada fuera de lo habitual. Por supuesto, recibíamos un informe completo. Gota de Lluvia Cuarenta y Tres te enseñó, Seldon, las microgranjas. Podía parecer sospechosa su disposición a acompañarte, sola, algo que es absolutamente impensable entre nosotros, pero le razonaste que lo que se aplicaba a los Hermanos no se aplicaba a los tribales y presumiste que aquel pobre razonamiento la ganara a tu causa. Consintió a tus deseos, a costa de su tranquilidad de espíritu. Y más tarde, le pediste el
Libro
. Habértelo entregado con demasiada facilidad hubiera despertado tus sospechas, así que simuló un deseo perverso que sólo tú podías satisfacer. Su sacrificio no será olvidado… Me figuro, miembro de tribu, que aún tienes el
Libro
y sospecho que lo llevas contigo. ¿Me lo das?

Seldon seguía sentado, sumido en amargo silencio.

La mano arrugada de Amo del Sol Catorce, permaneció extendida, visiblemente, al decirle:

–Cuánto mejor será que no tenga que arrancártelo a la fuerza.

Y Seldon lo entregó. Amo del Sol lo hojeó rápidamente como para asegurarse de que no había sufrido daños.

–Tendrá que ser cuidadosamente destruido -comentó con un breve suspiro-, según la costumbre aprobada. ¡Qué pena! Pero una vez con el
libro
en tu poder, no nos sorprendió, claro, que vinierais al
Sacratorium
. Os vigilamos en todo momento, porque no pensaréis que cualquier Hermano o Hermana, que no estuviera distraído, no os reconocería a primera vista como tribales. Sabemos lo que es un cubrecabezas cuando lo vemos y en Mycogen hay menos de setenta…; casi todos pertenecen a tribales con cargos oficiales que permanecen siempre en edificios seculares, pertenecientes al Gobierno, mientras están aquí. Así que fuisteis no sólo vistos, sino indiscutiblemente identificados, una y otra vez.

»El anciano Hermano que conocisteis tuvo buen cuidado de hablaros de la biblioteca, así como del
Sacratorium
, pero también tuvo buen cuidado de advertiros lo que os estaba prohibido hacer, porque no queríamos tenderos ninguna trampa. Jirón de Cielo Dos también os advirtió… con insistencia. Sin embargo, vosotros no renunciasteis.

»La tienda donde adquiriste la
kirtle
blanca y las dos bandas nos informó enseguida. Entonces dedujimos lo que pretendíais hacer. La biblioteca se mantuvo vacía y se advirtió al bibliotecario que mantuviera la vista baja, el
Sacratorium
se mantuvo medio inutilizado. El único Hermano que, distraído, vino a hablaros, casi lo descubre, pero cuando se dio cuenta de con quién estaba hablando se apresuró a alejarse. Después, subisteis.

»Veis, pues, que vuestra intención era subir y que no fuisteis de ningún modo atraídos hacia aquí. Habéis venido como resultado de vuestra propia acción, vuestro propio deseo, y lo que quiero preguntaros, una vez más, es: ¿por qué?

Fue Dors la que contestó esta vez, con la voz firme y ojos acerados.

–Volveremos a repetírtelo, mycogenio. Somos eruditos, que consideran sagrado el conocimiento, y sólo buscamos conocimiento. No nos habéis atraído aquí, eso desde luego, pero tampoco nos lo habéis impedido, como pudisteis hacer mucho antes de que nos acercáramos a este edificio. Nos habéis allanado el camino, nos lo habéis facilitado y esto podría ser considerado como una atracción con señuelo. ¿Qué mal hemos hecho? No hemos perturbado en absoluto este edificio, o esta habitación, o a ti, o a eso. – Y señaló al robot.

»Es un pedazo de metal oculto aquí, y ahora sabemos que está muerto. Éste es el único conocimiento que buscábamos. Creímos que sería más significativo y nos sentimos decepcionados, pero ahora que sabemos qué es, nos retiraremos. Y, si lo deseas, abandonaremos Mycogen también.

Amo del Sol Catorce la escuchó sin la menor expresión en su semblante. Cuando ella hubo terminado, se volvió a Seldon.

–Este robot, es un símbolo, como has podido ver; un símbolo de todo lo que hemos perdido y de todo lo que ya no tenemos, de todo lo que, a través de millares de años, no hemos olvidado y a lo que pensamos regresar algún día. Porque es todo lo que nos queda, material y auténtico a la vez, y lo amamos…, aunque para tu mujer no sea más que un «pedazo de metal muerto». ¿Estás de acuerdo con ese juicio, Seldon?

–Somos miembros de sociedades que no se aferran a un pasado que cuenta millares de años -repuso Seldon-, y que no tienen contacto con lo que ha existido entre el pasado y nosotros. Vivimos en el presente, al que reconocemos como producto del pasado, de todo el pasado, y no de un momento perdido en el tiempo que estrechamos sobre nuestro pecho. Comprendemos, bajo el punto de vista intelectual, lo que un robot puede significar para vosotros y estamos dispuestos a que continúe siendo así. Pero nosotros sólo podemos verlo con nuestros ojos, como vosotros podéis verlo con los vuestros. Para nosotros, es un pedazo de metal muerto.

–Y ahora -concluyó Dors-, nos iremos.

–No os iréis. Al venir aquí, habéis cometido un crimen. Es un crimen ante nuestros ojos, como acabáis de indicar. – Sus labios se curvaron en una extraña sonrisa-. Pero éste es nuestro territorio y, dentro de él, nosotros marcamos las reglas. Y este crimen, según nuestras reglas, se castiga con la muerte.

–¿Vas a fusilarnos? – preguntó Dors con altivez.

La expresión de Amo del Sol fue de puro desprecio y siguió dirigiéndose a Seldon solamente.

–¿Qué has creído que somos, miembro de tribu Seldon? Nuestra cultura es tan antigua como la vuestra, tan compleja, civilizada y humana. No voy armado. Seréis juzgados y, como sois manifiestamente culpables, seréis ejecutados de acuerdo con la ley, con rapidez y sin dolor.

»Si intentarais iros ahora, yo no os lo impediría, pues abajo hay muchos Hermanos, muchos más de los que parecía haber cuando entrasteis en el
Sacratorium
, y airados por vuestra acción, podrían poneros las manos violentamente encima. En nuestra historia, ha ocurrido que unos tribales hayan muerto en manos de la chusma; no es una muerte agradable… y, ciertamente, nada placentera.

–Fuimos advertidos por Jirón de Cielo Dos -aclaró Dors-. No puedo decir, que ello hable mucho en favor de vuestra cultura compleja, civilizada y humana.

–La gente se deja llevar por la violencia en momentos de emoción, tribal Seldon -expuso plácidamente Amo del Sol Catorce sin hacer el menor caso a Dors-, por humanitarios que puedan comportarse en ocasiones de calma. Y esto es real en todas las culturas, como tu mujer, que se dice historiadora, sin duda conoce.

–Sigamos siendo razonables, Amo del Sol Catorce -dijo Seldon-. Tú serás la ley en Mycogen sobre asuntos locales, pero no eres la ley respecto de nosotros, y lo sabes. Ambos no somos ciudadanos de Mycogen, eso significa que pertenecemos al Imperio, y son el Emperador y sus funcionarios legales quienes deben hacerse cargo de toda ofensa capital.

–Puede que sea así en los estatutos, en los periódicos y en las pantallas de holovisión -alegó Amo del Sol Catorce-, pero ahora no hablamos de la teoría. Desde mucho tiempo atrás, el Gran Anciano tiene poder para castigar los crímenes de sacrilegio sin interferencias por parte del trono Imperial.

–Si los Criminales pertenecen a vuestro pueblo. Sería diferente al tratarse de forasteros.

–En este caso concreto, lo dudo. Hummin os trajo aquí como fugitivos y no somos tan imbéciles en Mycogen que no sospechemos que sois fugitivos de las leyes del Emperador. ¿Por qué iba a objetar si hacemos el trabajo por él?

–Porque objetaría -insistió Seldon-. Aun suponiendo que fuéramos fugitivos de las autoridades imperiales, incluso si su deseo fuera sólo el de castigarnos, seguiría queriendo tenernos. Permitirte matar, por la razón que fuera o los medios que quieras, a personas no-mycogenias sin el debido proceso imperial sería igual que desafiar su autoridad y ningún Emperador puede permitir semejante precedente. Por ansioso que estuviera de ver que el comercio de microalimentos no se interrumpiera, seguiría considerando necesario reestablecer la prerrogativa imperial. ¿Deseas, en tu ansia por matarnos, que una división del Ejército Imperial arrase tus granjas y tus viviendas, profane tu
Sacratorium
y se tome libertades con las Hermanas? Piénsalo.

Amo del Sol Catorce volvió a sonreír pero no se enterneció.

–La verdad es que lo he pensado y existe una alternativa. Después de condenaros, podríamos retrasar vuestra ejecución para permitiros apelar al Emperador en una petición de revisar vuestro caso. Él agradecería esta prueba de nuestra sumisión a su autoridad; también, la posibilidad de apoderarse de vosotros, por alguna razón personal, y, con ello, Mycogen se beneficiaría. ¿Es eso lo que queréis? ¿Apelar al Emperador a su debido tiempo y que os entreguemos a él?

Seldon y Dors cruzaron sus miradas y guardaron silencio.

–Tengo la impresión -prosiguió Amo del Sol Catorce- de que preferiríais ser entregados al Emperador antes que morir; pero, ¿por qué creo que dicha preferencia lo es sólo por un escaso margen?

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