—¡Un momento! ¡Espere a que me siente y me ponga el arnés de seguridad!
—No corre ningún riesgo, señorita Malone.
—Por lo menos deje que me siente.
—Pues siéntese.
Jennifer comenzó a retroceder, pero entonces notó que Singleton permanecía de pie junto a la puerta de la cabina de mando. Mirándola fijamente. Jennifer se sintió como una idiota y volvió junto a Singleton.
—Estoy extendiendo los
slats
.
Rawley bajó la palanca. La periodista oyó un rugido sordo que duró apenas unos segundos. Nada más. El morro del avión se inclinó ligeramente y se estabilizó de inmediato.
—Los
slats
están extendidos. —Rawley señaló el panel de instrumentos—. ¿Ve la velocidad? ¿Ve la altitud? ¿Y ve el indicador que dice SLATS? Acabamos de reproducir las condiciones exactas que, según el señor Barker, provocaron la muerte de tres personas en este mismo avión. Como puede comprobar, no ha ocurrido nada. La posición del avión permanece completamente estable. ¿Quiere que pruebe otra vez?
—Sí —dijo Jennifer. No se le ocurría qué otra cosa podía decir.
—De acuerdo. Ahora retraemos los
slats
. Quizá esta vez quiera hacerlo usted misma, señorita Malone. O puede que prefiera mirar el ala para ver cómo se extienden los
slats
. Es divertido.
Rawley apretó un botón.
—Estación Norton, aquí cero uno. ¿Puedo hacer una comprobación por el monitor? —Escuchó un momento—. Bien, de acuerdo. Señorita Malone, acérquese un poco para que sus amigos puedan verla por esa cámara de ahí arriba. —Señaló al techo de la cabina de mando—. Salúdelos.
Jennifer saludó con la mano, sintiéndose como una idiota.
—Señorita Malone, ¿cuántas veces más quiere que extendamos y repleguemos los
slats
para contentar a sus cámaras?
—Bueno, no lo sé… —Cada vez se sentía más tonta. Tenía la sensación de que la prueba de vuelo había sido una trampa. La película haría que Barker quedara como un idiota. Haría que todo el reportaje pareciera ridículo y que…
—Podemos seguir haciéndolo todo el día —decía Rawley—. Lo cierto es que el hecho de que se extiendan los
slats
a velocidad de crucero no plantea ningún problema en el N-22. El avión puede apañárselas perfectamente.
—Pruebe una vez más —pidió Malone con terquedad.
—Ahí tiene la palanca. Levante la cubierta de metal y baje la palanca unos dos centímetros.
Jennifer comprendió qué se proponía el piloto. Quería que la filmaran.
—Será mejor que lo haga usted.
—Sí, señora. Lo que usted diga.
Rawley bajó la palanca. Volvió a oírse un rugido y el morro se levantó ligeramente, igual que antes.
—Bien —dijo Rawley—, el avión de control filmará la extensión de
slats
para que usted pueda ver la acción desde todos los ángulos. ¿De acuerdo? Replegamos los
slats
.
Jennifer lo miró con impaciencia.
—Bueno —dijo—. Si los
slats
no causaron el accidente, ¿qué pasó?
Singleton habló por primera vez:
—¿Cuánto tiempo llevamos, Teddy?
—Hace veintitrés minutos que despegamos.
—¿Es suficiente?
—Tal vez. Puede ocurrir en cualquier momento.
—¿Qué es lo que puede ocurrir? —preguntó Jennifer.
—El primer elemento de la secuencia que provocó el accidente —respondió Singleton.
—¿El primer elemento de la secuencia?
—Sí —respondió Singleton—. Casi todos los accidentes aéreos son consecuencia de una serie de hechos. De lo que llamamos una cascada de hechos. Nunca es una sola cosa. Hay una cadena de acontecimientos, uno detrás del otro. Creemos que en este avión lo que inició el incidente fue un error de lectura, causado por una pieza defectuosa.
—¿Una
pieza defectuosa
? —repitió Jennifer, asustada. Comenzó a cortar la cinta mentalmente para evitar ese tema. Singleton había dicho que era el primer elemento. No tendría por qué darle importancia, sobre todo si era sólo un eslabón en una cadena de acontecimientos. Quizá el siguiente eslabón fuera igualmente importante… o más importante. Al fin y al cabo, lo sucedido en el 545 era aterrador y espectacular, y sería una insensatez achacarlo a una
pieza defectuosa
.
—Ha dicho que se produjo una cadena de acontecimientos…
—Así es —afirmó Singleton—. Varios hechos en serie que, según creemos, condujeron al resultado final.
Jennifer encorvó los hombros.
Esperaron.
No pasó nada.
Pasaron cinco minutos. Jennifer tenía frío. No dejaba de mirar el reloj.
—¿Qué estamos esperando exactamente? —preguntó.
—Paciencia —dijo Singleton.
Entonces se oyó un pitido electrónico y vio unas letras amarillas parpadeando en el panel anunciador. Decía: ERROR DE SLATS
—Ahí está —anunció Rawley.
—¿Qué? —preguntó Jennifer.
—La indicación de que la unidad de adquisición de datos de vuelo considera que los
slats
no están donde deberían estar. Como ve, la palanca está arriba, de modo que los
slats
deberían estar retraídos. Y nosotros sabemos que lo están. Pero el avión registra una señal que dice que no lo están. En este caso, nosotros sabemos que el aviso procede de un sensor de proximidad defectuoso en el ala derecha. El sensor de proximidad debería advertir que el
slat
está replegado, pero la pieza está dañada. Y cuando el sensor se enfría, actúa de forma caprichosa. Le dice al piloto que los
slats
están extendidos cuando no lo están.
Jennifer sacudía la cabeza.
—El sensor de proximidad… No acabo de entenderlo. ¿Qué tiene que ver todo esto con el vuelo 545?
—La cabina de mando del 545 recibió el aviso de que había un fallo de
slats
. Estos avisos de avería son bastante frecuentes. El piloto no puede saber si algo va realmente mal o si el sensor está fallando. De modo que el piloto debe comprobar si se trata de una lectura fidedigna, y para ello, extiende los
slats
y vuelve a replegarlos.
—De modo que el piloto del 545 extendió los
slats
para confirmar el aviso.
—Sí.
—Pero la extensión de
slats
no provocó el accidente…
—No. Acabamos de demostrárselo.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Si quieren tomar asiento, señoras —dijo Rawley—, procuraremos reproducir el incidente.
En la parte central de la cabina de pasajeros, Casey extendió las correas del arnés por encima de sus hombros y tiró de ellas para ajustarlas. Miró a Malone, que estaba pálida y sudorosa.
—Más apretado —dijo Casey.
—Ya lo he…
Casey extendió los brazos, cogió la correa de la cintura del arnés de Malone y tiró con todas sus fuerzas.
—Eh, por el amor de Dios —protestó la periodista.
—Usted no me cae bien —dijo Casey—, pero no quiero que se lastime su precioso culo delante de mis narices.
Malone se enjugó la frente con el dorso de la mano. Aunque en la cabina de pasajeros hacía frío, tenía la cara empapada en sudor.
Casey sacó una bolsa de papel y la metió debajo del muslo de Malone.
—Tampoco quiero que me vomite encima —dijo.
—¿Cree que voy a necesitarla?
—Se lo garantizo —respondió Casey.
Malone movía los ojos de un lado a otro.
—Oiga —dijo—, quizá deberíamos suspender esto.
—¿Cambiar de cadena?
—Mire —dijo Malone—, puede que yo estuviera equivocada.
—¿En qué?
—No deberíamos haber subido al avión. Tendríamos que habernos limitado a mirar.
—Ya es demasiado tarde —dijo Casey.
Sabía que estaba siendo dura con Malone para disimular su propio miedo. No creía que Teddy hubiera hablado en serio cuando dijo que la estructura podía desmontarse; no era tan estúpido como para subirse a un avión que antes no hubiera pasado una revisión exhaustiva. Había acudido a observar todas las pruebas, el trabajo de estructura y el test de ciclos eléctricos porque sabía que en pocos días tendría que pilotar el avión. Teddy no era ningún idiota.
Pero era un piloto de pruebas, pensó.
Y todos los pilotos de pruebas estaban locos.
Clic.
—Muy bien, señoras, iniciamos la secuencia. ¿Están bien sujetas?
—Sí —respondió Casey.
Malone no respondió. Sus labios se movían, pero las palabras no salían de su boca.
Clic.
—Avión de control alfa, aquí cero uno, iniciando oscilaciones de cabeceo.
Clic.
—Roger, cero uno. Lo tenemos. Iniciamos el control.
Clic.
—Norton, tierra, aquí cero uno. Comprobación de monitores.
Clic.
—Comprobación confirmada. Uno a treinta.
Clic.
—Aquí vamos, muchachos.
Casey miró el monitor que mostraba a Teddy en la cabina de mando. Sus movimientos eran tranquilos, confiados. Su voz serena.
Clic.
—Señoras, he recibido la señal de fallo de
slats
, y voy a extender los
slats
para comprobar el aviso. Los
slats
ya están extendidos. Ahora desconecto el piloto automático. El morro se eleva, la velocidad disminuye… y entramos en pérdida…
Casey oyó la estridente alarma electrónica una y otra vez. Luego el aviso de audio, con una voz insistente y sin inflexiones:
Stall… Stall… Stall…
Entrada en pérdida.
Clic.
—Voy a bajar el morro para evitar la entrada en pérdida…
El morro cambió de posición y el avión comenzó a descender en picado.
Era como si bajaran verticalmente.
Fuera, el rumor de los motores se convirtió en un pitido estridente. El cuerpo de Casey tiraba con fuerza de las correas del arnés. A su lado, Jennifer Malone abrió la boca y comenzó a gritar: un único grito uniforme que se fundía con el rugido de los motores.
Casey estaba mareada. Quiso contar cuánto tiempo duraba. Cinco… seis… siete… ocho segundos. ¿Cuánto había durado el primer descenso?
Poco a poco, el avión comenzó a nivelarse, a salir del picado. El rugido de los motores se acalló, cambió a un registro más grave. Casey sintió que su cuerpo se hacía más pesado, luego más pesado aún y por fin increíblemente pesado… Sus mejillas colgaban, sus brazos se pegaban a los del asiento. Las fuerzas G. Estaban a más de dos G. Casey ahora pesaba ciento veinticinco kilos. Se hundió en el asiento, como si la empujara una mano gigantesca.
A su lado, Jennifer había dejado de gritar, pero ahora emitía un gemido continuo y grave.
La sensación de peso disminuyó en cuanto el avión comenzó a ascender otra vez. Al principio la subida fue razonable, luego incómoda y finalmente tuvo la sensación de que ascendían en vertical. Los motores silbaban. Jennifer gritaba. Casey procuró contar los segundos, pero no pudo. Era incapaz de concentrarse.
De repente, sintió un nudo en el estómago, seguido de náuseas. Vio que el monitor sujeto con correas se levantaba ligeramente del suelo. Al final de la subida eran totalmente ingrávidas. Jennifer se llevó la mano a la boca. Luego el avión cambió de posición… y volvió a bajar.
Clic.
—Segundo ciclo de oscilaciones.
Otra bajada pronunciada.
Jennifer se quitó la mano de la boca y comenzó a gritar más fuerte que antes. Casey trató de sujetarse a los brazos del asiento, intentó ocupar su mente. Había olvidado contar, había olvidado…
Otra vez el peso.
Hundiéndola. Apretándola contra el asiento.
Casey no podía moverse, no podía girar la cabeza.
Luego iniciaron una subida más pronunciada que antes. El ruido de los motores era ensordecedor. Sintió que Jennifer la tocaba, le cogía el brazo. Se volvió para mirarla y la vio pálida y asustada, gritando:
—¡Basta! ¡Basta!
¡Basta!
El avión llegó al punto más alto de la subida. Casey sintió náuseas; su estómago parecía a punto de escapársele por la boca. Jennifer parecía aterrorizada. Tenía la mano apretada contra la boca y el vómito se filtraba por entre sus dedos.
El avión cambió de posición.
Otro picado.
Clic.
—Soltaré los compartimientos de equipaje para que se den una idea de lo que ocurrió.
A lo largo de los dos pasillos, los compartimientos de equipaje se abrieron y se desató una lluvia de bloques blancos de sesenta centímetros de lado. Eran inofensivos trozos de gomaespuma, pero se desperdigaron por la cabina de pasajeros como una densa nevisca. Casey sintió varios impactos en la cara y en la nuca.
Jennifer hacía arcadas otra vez y tiraba desesperadamente de la bolsa que estaba debajo de su muslo. Los bloques daban tumbos hacia adelante, volaban hacia la cabina de mando. Oscurecieron la vista a ambos lados, hasta que comenzaron a caer al suelo uno a uno, rodando. El gemido de los motores cambió.
La pavorosa sensación de peso otra vez.
El avión volvía a subir.
El piloto del F-14 observó cómo el reactor Norton de fuselaje ancho atravesaba las nubes, ascendiendo a veintiún grados.
—Teddy —dijo por radio—. ¿Qué diablos haces?
—Reproducir los datos del registrador de vuelo.
—¡Dios! —exclamó el piloto.
El enorme reactor de pasajeros subió con estruendo, atravesando la masa de nubes a treinta y un mil pies de altura. Subió otros mil pies antes de disminuir la velocidad, aproximándose a la entrada en pérdida.
Luego volvió a cambiar de posición.
Jennifer vomitó explosivamente dentro de la bolsa. El vómito le salpicó las manos, se deslizó sobre su regazo. Con la cara verde, macilenta, crispada, se giró hacia Casey.
—Paren,
por favor…
El avión comenzaba a descender otra vez.
Casey la miró.
—¿No quiere reproducir todo el incidente ante las cámaras? Serán unas imágenes fabulosas. Sólo quedan dos ciclos.
—¡No!
No…
El avión caía en picado. Sin apartar la vista de Jennifer, Casey dijo:
—¡Teddy! ¡Teddy! ¡Suelta los mandos!
Horrorizada, Jennifer abrió los ojos como platos.
Clic.
—Roger. Estoy soltando los mandos.
El avión se niveló de inmediato, suave, dulcemente. El rugido de los motores se convirtió en un zumbido constante y regular. Los bloques de gomaespuma cayeron sobre la alfombra, dieron unos cuantos tumbos y se detuvieron.