Han pasado los años. Caramos y Raistlin han entablado amistad con personajes tan dispares como un kender, un enano y un semielfo, quien, a su vez, conoce en un viaje a una hermosa guerrera, que no es otra que Kitiara, hermanastra de los jóvenes majere. Juntos corren sus primeras aventuras.
Una primavera, Raistlin recibe una misiva del Cónclave de Hechiceros en la que lo emplazan a acudir a la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth, donde deberá someterse a la Prueba a pesar de su juventud. Los dioses requieren una espada bien templada para la guerra que se avecina contra las fuerzas del mal, y par-Salian quiere que esa espada sea Raistlin, aunque existe el riesgo de que la hoja de acero -la vida del joven- se quiebre en el proceso.
Margaret Weis
Raistlin, crisol de magia.
La forja de un túnica negra - 2
ePUB v2.1
OZN
21.05.12
Título: Raistlin, crisol de magia
Autor/es: Margaret Weis
Traducción: López Díaz-Guerra, Milagros
Edición: 1ª ed., 1ª imp.
Fecha Edición: 01/2008
ISBN: 9788448722838
Publicación: Ediciones Altaya, S.A.
Dedicado con afecto y amistad
A Tracy Raye Hickman
AGRADECIMIENTOS
En reconocimiento por la ayuda de los amigos de Krynn del alt.fan.dragonlance newsgroup. Ellos han recorrido este mágico mundo más recientemente que yo, de modo que pudieron facilitarme una inestimable información. Gracias a todos.
Querría agradecer la labor de Terry Phillips, cuyo libro de juego de aventuras,
The Soulforge,
me sirvió como fuente de inspiración para esta historia.
«¿Quién necesita a los dioses? Yo no, desde luego. Ninguna fuerza divina controla mi vida y me gusta que sea así. Mi destino lo escojo yo. Si no soy esclava de hombre alguno, ¿por qué voy a serlo de un dios y dejar que un clérigo cualquiera me diga cómo tengo que vivir?»
Kitiara Uth Matar
Habían pasado dos años. Las suaves lluvias primaverales y el sol estival hicieron que los retoños de vallenwoods plantados en las tumbas se enderezaran y echaran nuevos brotes. Raistlin pasó los inviernos en la escuela y agregó otro conjuro elemental —uno con el que podía determinar si un objeto era mágico— a su libro de hechizos.
Caramon trabajó en el establo en las épocas invernales y los veranos en la granja del señor Juncia. Durante los meses fríos el joven apenas estaba en casa, ya que el hogar le parecía muy solitario con su hermano ausente y le daba repelús.
Empero, cuando Raistlin regresaba, los gemelos vivían en ella bastante satisfactoriamente.
La primavera trajo el periódico festival Primero de Mayo, una de las principales fiestas de Solace. Se había instalado una gran feria en el amplio espacio abierto que existía en el extremo meridional de la ciudad.
Por fin libres para viajar ahora que las calzadas estaban despejadas de los hielos invernales, los mercaderes llegaron de todas partes de Ansalon deseosos de vender los artículos que habían manufacturado a lo largo de todo el invierno.
Los taciturnos Hombres de las Llanuras, de aspecto salvaje, fueron los primeros en llegar procedentes de poblaciones con nombres extraños y bárbaros, tales como Quetah y Que-kiri. Vestían pieles de animales decoradas con adornos rústicos con los que, al parecer, honraban a sus antepasados, a los cuales adoraban; se mantenían aislados, evitando el contacto con otros habitantes de la comarca, si bien no andaban remisos en tomar las armas llegado el caso. Sus vasijas de barro cocido eran muy apreciadas, así como las maravillosas mantas tejidas a mano. Otras mercancías suyas, como los cráneos decorados de pequeños animales, eran codiciadas por los niños, para espanto de sus padres.
Los enanos, bien vestidos y luciendo cadenas de oro al cuello, viajaron desde su reino subterráneo, Thorbardin, para llevar una amplia gama de productos manufacturados con hierro que gozaban de gran fama y que abarcaba desde ollas y sartenes a hachas, brazales y dagas.
Estos enanos de Thorbardin provocaron el primer incidente de la feria estacional. Habían ido a la posada El Ultimo Hogar para degustar la cerveza de Otik y empezaron a hacer comentarios despectivos sobre ella, asegurando que su calidad era muy inferior a la de las suyas. Un Enano de las Colinas, afincado en la ciudad, se dio por ofendido en nombre de Otik a causa de estas observaciones e hizo otras pertinentes respecto al hecho de que un Enano de las Montañas no sabría distinguir una buena cerveza aunque se la vertieran por encima de la cabeza, cosa que ocurrió a continuación.
Varios elfos de Qualinesti, que habían llevado algunos exquisitos trabajos de orfebrería en oro y plata, señalaron que todos los enanos eran una pandilla de brutos peores que los humanos, que ya era decir.
Se organizó una reyerta y hubo que llamar a la guardia.
Los residentes de Solace se pusieron de parte del Enano de las Colinas, mientras que el nervioso Otik, que no quería perder clientela, apoyaba a los dos bandos. Pensó que quizá la cerveza no tenía la alta calidad que le era habitual y se vio compelido a admitir que los caballeros de Thorbardin podrían tener razón en sus protestas. Por otra parte, Flint Fireforge era un gran entendido en el tema ya que había degustado muchas cervezas a su edad, por lo que el posadero se sentía en la obligación de descubrirse ante un experto como él.
Finalmente, se dispuso que, si el Enano de las Colinas se disculpaba con los Enanos de las Montañas y éstos a su vez pedían excusas a Otik, todo el incidente quedaría olvidado.
Mientras se limpiaba la nariz ensangrentada, el cabecilla de los enanos de Thorbardin manifestó en tono hosco que la cerveza «se podía tomar». El Enano de las Colinas rezongó, al tiempo que se frotaba la mandíbula magullada, que un Enano de las Montañas debía de saber algo de cerveza puesto que se pasaba muchas noches tendido de bruces en el suelo de las tabernas. Al enano de Thorbardin no le hizo
mucha gracia cómo sonaba ese comentario y sospechó que era otro insulto. En ese momento, Otik se apresuró a invitar a todos a una ronda para celebrar su recién descubierta amistad.
Jamás un enano había rechazado una cerveza gratis, y los dos bandos regresaron a sus asientos, cada cual convencido de que era el suyo el que había salido victorioso. Otik retiró las sillas rotas, las camareras recogieron la loza hecha añicos, los guardias se echaron un trago a la salud del posadero, los elfos contemplaron a todos con aire prepotente y el incidente se zanjó.
Raistlin y Caramon se enteraron de la pelea al día siguiente, mientras se abrían paso a codazos entre la multitud que se apiñaba alrededor de puestos y tenderetes.
—Ojalá hubiera estado allí. —Caramon soltó un sonoro suspiro y apretó su enorme puño.
Raistlin no dijo nada, ya que no estaba prestando atención.
Observaba el ir y venir de la muchedumbre con intención de establecer el lugar mejor situado donde instalarse. Al cabo, reparó en un sitio localizado en la convergencia de dos de las calles formadas por los puestos. A un lado estaba una encajera procedente de Haven, y al otro, un mercader de vinos que venía de Pax Tharkas.
Tras poner un gran cuenco de madera delante de un tocón, Raistlin le dio ciertas instrucciones a Caramon:
—Camina hasta el extremo de esta fila, da la vuelta y regresa hacia aquí. Eres el hijo de un granjero que ha venido a pasar el día en la ciudad, no lo olvides. Cuando llegues aquí, te detienes, miras de hito en hito, señalas y lanzas exclamaciones de admiración. Cuando la gente empiece a arremolinarse a mi alrededor, te sales hacia afuera del círculo y paras a las personas que pasen y las instas a que echen una ojeada.
¿Comprendido?
—¡Claro! —respondió su hermano, sonriendo. Se estaba divirtiendo de lo lindo.
—Y, cuando pida un voluntario entre los reunidos, ya sabes lo que tienes que hacer.
—Aja —asintió Caramon—. Decir que no te he visto en MI vida y que dentro de esa caja no hay nada.
—Actúa sin exagerar —advirtió Raistlin.
—No lo haré, descuida. Puedes confiar en mí —prometió Caramon.
Raistlin tenía sus dudas al respecto, pero no había nada más que pudiera hacer para mitigarlas. La noche anterior lo había aleccionado, y sólo cabía esperar que Caramon recordara su papel.
Su gemelo se marchó hacia el final de la fila de puestos, como le había indicado. Apenas se había alejado cuando un hombre bajo y fornido, que vestía un chaleco de color rojo chillón, lo paró y lo arrastró hacia una tienda, prometiéndole que dentro de ella Caramon contemplaría a la belleza hecha mujer, una fémina famosa desde allí hasta el Mar Sangriento que iba a ejecutar la danza ritual de unión, originaria de Ergoth del Norte, un baile del que se decía que enardecía a los hombres. Y Caramon podía presenciar este fabuloso espectáculo por sólo dos monedas de acero.
—¿De verdad? —El joven estiró el cuello intentando atisbar algo a través de la solapa de la tienda.
—¡Caramon! —La voz de su gemelo fue como un pescozón.
El joven se apartó de un salto, con gesto culpable, y reanudó su camino con gran disgusto del rechoncho hombrecillo, que asestó a Raistlin una mirada funesta antes de agarrar a otro pazguato y comenzar de nuevo con su trola.
Raistlin colocó el cuenco de madera de forma que ofreciera su mejor aspecto, echó dentro una moneda de acero por lo de «dinero llama a dinero», y después extendió los útiles a sus pies. Tenía bolas para juegos malabares; monedas que aparecerían en las orejas de la gente; un trozo largo de cuerda que cortaría y reconstruiría de inmediato, intacto; pañuelos de seda que saldrían de su boca para pasmo de los espectadores; y una caja pintada con fuertes colores de la que sacaría un iracundo y despeinado conejo.
El joven vestía una túnica de color blanco que él mismo se había confeccionado diligentemente con una vieja sábana.
Las partes desgastadas estaban cubiertas con estrellas y lunas rojas y negras. Ningún hechicero de verdad se habría puesto ni en sueños un atavío tan estrafalario, pero la gente corriente lo ignoraba y los colores fuertes llamaban la atención.
Con las bolas de juegos malabares en las manos, Raistlin se subió al tocón y empezó su actuación. Las bolas multicolores —juguetes de cuando Caramon y él eran niños— giraron velozmente en el aire impulsadas por sus ágiles dedos.
De inmediato, varios pequeños se acercaron corriendo para mirar, arrastrando con ellos a sus padres.
Caramon llegó y se puso a lanzar exclamaciones —en exceso altas— sobre el fabuloso espectáculo que contemplaba.
Se acercó más gente para mirar y maravillarse. Las monedas tintinearon en el cuenco de madera.
Raistlin empezaba a divertirse. Aunque lo que hacía no era verdadera magia, sí que tenía hechizadas a estas personas.
El sortilegio funcionaba mejor debido a que querían creer en él, a que estaban dispuestas a creer en su magia. Al joven le gustaba sobre todo la expresión maravillada de los niños, quizá porque le recordaban a sí mismo a esa edad, su propio asombro y su pasmo, y adonde había conducido aquella fascinación.
—¡Caray! ¡Fíjate en eso! —gritó entre el gentío una vocecilla penetrante—. ¿De verdad te has tragado todos esos pañuelos? ¿No te hacen cosquillas al salir?