Authors: VV.AA.
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E PARAÍSOS FISCALES, CORRUPCIÓN Y CORRUPTORES
No fue demasiado original Carlos Solchaga cuando, inmerso en el proceso de reconversión y privatización, dijo algo así como que «España era el país en el que uno podía hacerse rico más rápidamente». Como comentaba Michael Krätke, seguía la consigna de la gran burguesía francesa de la primera mitad del siglo
XIX
: «Enrichissez vous!» («¡Enriquézcase!»), un programa imbatible en su genial laconismo que no perdió poder de convocatoria. También los que escucharon con atención a Solchaga podían creer que prestaban un servicio inestimable a la patria moderna y modernizada mientras sus cuentas corrientes engordaban. Sin embargo, esta moral abrió las puertas de la corrupción. Krätke se apoya en la literatura para resaltar que buena parte del atractivo de las novelas de Flaubert y de Balzac va más allá de sus innegables méritos literarios: nos enseñan cómo el capitalismo socavó la sociedad civil.
No se trata de una excepción o de una desviación a la norma intachable. Los expedientes por fraude y manipulación recorren Europa de la mano de empresas o instituciones que deberían estar por encima de toda sospecha: Volkswagen, Siemens, BMW, Gescartera y el Palau de la Música. Tampoco se trata del folclorismo aceptado de una Marbella de charanga y pandereta o de las revelaciones que pueda hacer algún sastrecillo más o menos valiente. Los escándalos se acumulan, se repiten, en todas las ramas, en todos los países. Y no se trata de ovejas negras ocasionales, sino del gran rebaño negro cuya transmutación en bandadas de cuervos está a la orden del día.
El conocido informe, hecho público en 2011, del Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa
[7]
demostraba que directamente o a través de sus dueños más importantes todas las empresas del IBEX 35 tienen vinculación patrimonial con empresas domiciliadas en paraísos fiscales. Y, como Arcadi Oliveres nos recuerda, buena parte de lo que paga ExxonMobil a Teodoro Obiang por la explotación del petróleo no beneficia a la población de Guinea, sino que acaba (supuestamente) en Madrid, en el Banco de Santander del señor Emilio Botín.
Desde Marx sabíamos que el capitalismo ha sido desde sus comienzos una economía de la expropiación, pero con el paso del tiempo ha refinado su engaño, su
creatividad
financiera, ha perfeccionado la capacidad de compra o chantaje de los
lobbies,
la compra de medios de comunicación, de sindicalistas, ONG y políticos, aumentando la desazón y la sensación de estafa que aleja las personas de la política. Como afirma Krätke, el capitalismo de nuestros días tiene las manos sucias: es la corrupción cotidiana, el fraude sistemático, el crimen internacionalmente organizado.
C
ONSECUENCIAS DE LA CORRUPCIÓN EN
E
SPAÑA
La crisis del Estado español es más intensa, más difícil de superar y provoca mayor desempleo porque la construcción ha sido, durante demasiado tiempo, uno de los refugios preferidos de los capitales especuladores. Recompensó comportamientos mafiosos con beneficios rápidos, hasta que llegaron los desequilibrios bursátiles provocados, en gran medida, por ellos mismos: por haberse transmutado en una inmensa
lavadora
de dinero negro. Aquella época registró consecuencias negativas nada desdeñables: una alta tasa de accidentes de trabajo y el destrozo del paisaje y del medio. Tras desencadenarse la crisis podemos ver además la desesperación de las personas que pierden su vivienda al no poder hacer frente a la hipoteca. Una injusta ley entrega la propiedad a los bancos manteniendo la deuda de las personas hipotecadas. Todos los riesgos son para los compradores.
La alta carga de corrupción política permitió algo tan sui géneris como que en la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre llegara al poder gracias al transfuguismo recompensado (también presuntamente) del señor Tamayo y la señora Sáez. La traición dio tan buenos rendimientos que el PP sigue en el poder en la Comunidad madrileña desde entonces, ensayando incesantemente fórmulas privatizadoras en la sanidad e ideando ahora cómo hacerlo con el Canal de Isabel II, el agua de la ciudadanía madrileña, una empresa pública con ganancias a pesar de la progresiva externalización de sus servicios.
L
OS POLÍTICOS
«
REHENES
»
DEL MERCADO Y LAS GRANDES EMPRESAS
Aunque no debe leerse de manera alguna como fórmula exculpatoria, las grandes empresas han conseguido convertir en rehenes a los propios gobiernos del Estado y las Comunidades, y no sólo en España. El argumento para justificar sus grilletes es que sin sus
obsequios
fiscales, sus políticas contra los trabajadores, sus privatizaciones y su manga ancha con los chanchullos del mercado negro y los paraísos fiscales el capital y sus gestores se fugarían en masa al extranjero. Pero ni subvenciones ni prebendas ni desgravaciones han logrado impedir que las grandes fortunas y empresas depositaran dinero a manos llenas en los paraísos fiscales. De hecho la evasión fiscal organizada es un fenómeno cotidiano. Algunos países —en Europa, de manera destacada Suiza, Liechtenstein, Mónaco y Andorra— empezaron cobrando bajos impuestos sobre la renta y el patrimonio para atraer las fortunas. Y ya, durante la crisis de la década de 1930, Suiza y Liechtenstein instituyeron su sistema de secreto bancario para facilitar la fuga de capitales. Pero sólo durante el largo
boom
de posguerra, después de 1945, y con el ascenso de las corporaciones empresariales transnacionales empezó a ser un negocio lucrativo y cada vez más naciones aprendieron la manera de crear sus paraísos fiscales interiores. ¿Qué otra cosa no son, si no, las SICAV
[8]
?
El G8 se atiene a una lista oficial de 42 oasis fiscales (la OCDE habla de 47), pero los especialistas fiscales suponen que al menos existen 70 refugios para los grandes fraudes. Krätke considera que, como media, los ricos y los muy ricos tienen más de un 30 por ciento de su patrimonio colocado en refugios fiscales. Se calcula que un 23 por ciento de todos los depósitos bancarios del mundo se halla en los paraísos fiscales. Entre 11 y 13 billones de dólares en capital y patrimonios de todo tipo están escondidos en centros
offshore:
islas como las Caimán, las Vírgenes, las Cook, pero también la isla de Man, en las costas británicas. Casi el 50 por ciento de las transacciones financieras transfronterizas mundiales pasan por ellos (las islas Caimán son el quinto centro bancario del mundo). De hecho una estimación cautelosa considera que las fugas de capitales a los paraísos fiscales suponen que los Estados dejen de ingresar entre 250 y 300.000 millones de dólares anuales. Es el gran robo organizado a gran escala. Y consentido. Incluso
bendecido
por el Vaticano, a su vez también paraíso fiscal. Es difícil pensar que la Unión Europea pueda combatirlos, porque tiene como miembros de pleno derecho países que juegan fuerte a los
paraísos,
como Luxemburgo, Austria, Holanda, Gran Bretaña y Francia por su protectorado sobre Mónaco.
L
OS DESARRAIGOS OCULTOS
,
LA INVISIBILIDAD DE LOS CUIDADOS
El neoliberalismo no sólo oculta sus piraterías, también se esfuerza por hacer invisible el mundo imprescindible, fundamental y complejo, de los trabajos de cuidados, afectos, solidaridades y redes sociales. En él las mujeres actúan como imprescindibles estabilizadores sociales al aportar calidad de vida a una convivencia cada vez más imposible. Se agudiza la división del empleo por género a nivel internacional en la que las mujeres de los países más expoliados (Ecuador, Filipinas, Perú...) han abandonado el cuidado de sus hijos y sus mayores para ir a cuidar de los hijos y los mayores de las personas de países más ricos. Y muchas veces en las peores condiciones.
Un informe de UNIFEM de 2006 denuncia que una de las actividades más rentables del mundo es el tráfico de personas con todas sus derivaciones: inmigración para mano de obra barata (ya sea con o sin papeles) y trasiego de mujeres. Según datos de las Naciones Unidas, una de cada seis personas en el mundo son trabajadoras inmigrantes, un 73 por ciento de los inmigrantes asiáticos son mujeres y en la misma Unión Europea la feminización de la inmigración es un hecho relevante. La inmigración representó, hasta el estallido de la crisis, el 80 por ciento del crecimiento global de la población de la Unión Europea y en los tramos de edad más productivos de la pirámide de la población. Y mientras los movimientos de capitales disfrutan de total libertad y se mueven sin cortapisas por el mundo, las migraciones se suceden con peligro de exclusión y xenofobia, mostrando la cara más hipócrita de legisladores y políticos y las consecuencias más turbias de la explotación sobre las personas a las que no se les reconocen sus derechos.
Es tarea urgente reconocerlo: el trabajo no remunerado, las redes sociales y los cuidados son una parte fundamental de la economía y aportan calidad de vida a las personas y sustentan a la misma democracia. Cuando los beneficios crecen de forma desmesurada sobre los salarios —como es el caso—, las mujeres deberán dedicar muchas más horas a sus tareas en el hogar para compensar la pérdida de ingresos salariales. Las mujeres son, pues, quienes con su responsabilidad y sus trabajos insuficientemente valorados representan un amortiguador importante de las tensiones sociales. Hasta que el abuso del sistema llega también a su límite y no dudan en llenar también las plazas Tahrir de todas las revoluciones importantes que en el mundo son o han sido (desde la Comuna de París hasta Túnez, Egipto, Marruecos... y sigue).
A
MANERA DE LLAMADA A LA INVERSIÓN Y LA INSURGENCIA
Vivimos en un mundo dominado por un capitalismo sin frenos ni cortapisas, desigual e inestable, muy lejos del equilibrio que pretende y sujeto a dramáticas tensiones que desemboca en desarraigos, violencia, separaciones de familias y de afectos... y un indudable incremento de la explotación.
Un pequeño número de instituciones financieras y corporaciones multinacionales manipulan el mercado y determinan el nivel de vida y la supervivencia de millones de personas en todo el mundo. Con el visto bueno de los principales organismos supranacionales que han sido, además, agentes activos a su servicio. Las directrices neoliberales que dan cobertura política a la coyuntura económica de crisis se confunden peligrosamente con la xenofobia y el racismo y significan retrocesos casi centenarios en los derechos sociales, las conquistas obreras y del feminismo, los derechos humanos y el proceso civilizador.
La clase obrera industrial —que lideró movimientos de cambio hasta hace unas pocas décadas— se agrieta y transforma con las deslocalizaciones, los cambios del modelo productivo, las nuevas tecnologías, la segmentación de los mercados de trabajo. Mientras, la formación se confunde con un buscado equívoco en «capital humano» (¿por qué «capital»?), introduciendo mayores desigualdades y segmentación. Imponiendo también costosos requisitos que deben asumir las personas jóvenes, con esfuerzo y créditos que les aseguran deudas antes que trabajo.
Toca reaccionar. Y quiero en este libro hacer un llamamiento concreto a las mujeres. Porque ahora, más que nunca, el hilo rojo del movimiento obrero de nuestros tiempos se une al verde y al violeta que trenzan las mujeres, los colectivos altamente feminizados de trabajos y contratos en precario que tienen pleno derecho a pan y rosas mientras cubren las vergüenzas del sistema trabajando por sueldos indignos en los servicios privatizados. Es preciso que las mujeres —que se mueven en el difícil equilibrio entre la marginalidad y la conciencia de clase— sigan tejiendo autonomía y solidaridad con las personas jóvenes, con las más explotadas, con los pueblos del mundo. En pie por la dignidad y una vida sin explotación. Ahora tienen más que nunca su lugar, como colectivo, en la vanguardia plural, radical, insurgente, por otro mundo posible.
Rosa María Artal es periodista y escritora. Fue una de las reporteras clásicas de
Informe semanal
de RTVE, para el que cubrió, entre otros asuntos, la histórica apertura del Muro Berlín o el fin de la URSS. Corresponsal de
El País
en Aragón durante la Transición. Presentadora de telediarios y de
Informe semanal
. Dirigió y participó en programas en RNE. Colabora con tribunas de opinión en
El País
y
Público
. Es autora de seis libros, entre los que destacan:
11M-14M, Onda expansiva
(2004) y
España, ombligo del mundo
(2008). Con activa presencia en Internet, ha participado como ponente en congresos de periodismo digital.
Blog.
El periscopio:
www.rosamariaartal.com
Resulta paradójico, casi inverosímil, contemplar la despreocupación o el conformismo con los que la sociedad española vive la merma paulatina y constante de sus derechos. La crisis, como recurso comodín, pretende justificar cualquier medida, pero el punto de partida previo ya nos situaba en desventaja, y no es serio exigir más sacrificios a los paganos de un sistema injusto y de los errores de otros. ¿O es que no lo sabíamos?
Los sueldos más bajos de la UE anterior a la ampliación a los desfavorecidos países del Este europeo —siempre en compañía de Grecia y Portugal— jalonan nuestra estadística. Ni los precios, ni los desiguales impuestos —en nuestro país los ricos apenas los pagan— compensan la ecuación. España, por tanto, no ha conocido ni en sueños el Estado del Bienestar del que buena parte de los países de la UE —encabezados por Suecia, Francia o Dinamarca— disfruta. Y que se traduce en bajas maternales remuneradas hasta de más de un año en Suecia, por citar un solo ejemplo. España, en cambio, es el país europeo que menos ayudas presta a la maternidad. Invertimos mucho menos en gasto social que nuestros socios, aun con el esfuerzo hecho en las dos últimas legislaturas. La mayor parte, sin embargo, se la llevan los subsidios a los cuantiosos desempleados de nuestro inadmisible paro.
Si los grandes directivos españoles no fueran los mejor retribuidos de Europa —con una revisión anual del 15 por ciento en sus emolumentos— o las grandes fortunas no incrementaran sus beneficios de año en año una media de un 20 por ciento —y con cifras que cuentan por miles de millones los euros—, entenderíamos a los que apelan a nuestra pobreza como país, tratando de hacernos engullir ruedas de molino.
Luego llegaron las mermas. Homologarse (con Europa o con quien sea) es establecer una relación de igualdad y no sólo en los sectores que convienen a los «ajustes». Nadie pediría a un mendigo que pagara la misma factura de electricidad que el dueño de un palacete (alemán, pongamos por caso), apelando a que ellos, los alemanes, lo ingresan sin rechistar. Y eso es lo que nos están imponiendo con sus cifras. «Si torturas los datos lo suficiente, terminarán por confesar lo que quieras», reza un dicho popular. Deme salarios europeos y empezamos a hablar. Buena parte de nuestros vecinos han erradicado el
mileurismo.
Como dejados a la intemperie, los españoles pagamos las tarifas bancarias y las de telefonía móvil e Internet más caras de Europa. En términos absolutos, no en relación a nuestros ingresos. Y numerosos estudios atestiguaron que la burbuja especulativa inmobiliaria que nos estalló en la cara nos llevó a tener el acceso a la vivienda más caro y atenazador de Europa. Aquella ley liberalizadora del suelo 6/1998 del Partido Popular infló una bomba que no atemperó el Gobierno socialista, aferrado a los brillantes y equívocos datos macroeconómicos que proporcionaba. Entonces sí nos querían los mal llamados
mercados
y sus portavoces mediáticos. Basta repasar las hemerotecas para encontrar alusiones al
milagro económico español
, como ejemplo que había que imitar. Junto, casualmente, a Irlanda o Islandia, en cabeza de los países caídos en la bancarrota a causa del neoliberalismo.
¿E
L PERIODISMO COMO CAUSA
?
En un ordenamiento social basado en el dinero, en la obtención de beneficios económicos como fin prioritario, todos los ámbitos de la vida —el cuerpo social en sí— se resienten en la crisis. Por más que no sea sino
la crisis de los pobres
. Este libro contiene datos abrumadores sobre ello, globales y pormenorizados por sectores.
A veces me pregunto: ¿son conscientes los ciudadanos de su realidad? Y termino por concluir que la mayoría no, o no mostrarían tamaña abulia. Y que en esa anomalía tienen un alto grado de responsabilidad los medios informativos, siquiera por no constituirse en remedio. La información es elemento esencial para una existencia plena, responsable, para la toma de decisiones. Nadie compraría un piso sólo por el color de las paredes y sin saber si le caben los muebles o dispone de baño y cocina. Todo usuario necesita contar con los detalles básicos. ¡Cuánto más lo que afecta a su vida! y, lo que es todavía de mayor trascendencia, a la de sus conciudadanos. Educación e información son las llaves. No destacamos por ser el país más culto, cívico e instruido de la Tierra, ni nos cabe presumir de limpieza y ética cuando un número nada desdeñable de personas soporta y aun apoya la corrupción y el liderazgo de la economía sumergida. Y el periodismo —tanto en España como a escala planetaria— atraviesa una profunda crisis.
El viejo lema de los medios, de todos los medios, «informar, formar y entretener» pasó a convertirse en «entretener para vender». Entretener, deformar y vender si se quiere. La ola azul neoliberal nos invadió a todos y aquellos periodistas románticos que fundaban un periódico casi pasaron a la historia para devenir en grandes emporios empresariales, sujetos a las inexorables leyes del mercado y sus servidumbres. Su consigna prioritaria: trivializar, fabricar productos asequibles que rentabilicen la inversión.
Una multiplicidad agobiante de fuentes de comunicación nos rodea para terminar desinformando por saturación. Y, en la pugna, reina la urgencia, la prisa por llegar el primero a la audiencia a costa incluso de la falta de comprobación de los datos. Juicios mediáticos sumarísimos declaran culpables de asesinato y violación a personas que, a veces, en pocas horas salen libres sin cargos. O tras purgar erróneamente cárcel por una condena influida por el sensacionalismo sin escrúpulos. Y apenas nadie se inmuta. La libertad —tristemente manoseada palabra— de información se resumió en una única libertad: la de negocio. Y no les faltó más que la irrupción masiva de Internet con su aumento de focos de noticia, reglas independientes e incremento de la competencia.
Q
UÉ ES UNA NOTICIA
Tuve el inmenso privilegio de pertenecer a una joven generación que, al salir de la Dictadura, hubo de prácticamente inventarse el periodismo en España, bebiendo de escasas fuentes locales y del universo exterior. Quizá porque nos sentíamos acuciados por una realidad que era esencial cambiar, por el afán de construir y sedimentar, no fuera a ser que volviera a hundirse el edificio. Hoy nos encontramos en un punto crítico de similar envergadura y, como a muchos de mis colegas, me preocupa si se mantienen siquiera los conceptos elementales de la profesión, incluso el de «qué es noticia».
Noticia es un hecho novedoso o atípico, que interesa a una comunidad y que se divulga, se comunica. Hay quien añade «algo que alguien está interesado en que no se dé a conocer», aludiendo al alma imprescindible del periodismo: la crítica al poder y el servicio a la sociedad. Un hecho, no una opinión, salvo que ésta sea insólita, relevante o altamente aportativa. La noticia precisa una verificación y un contexto para explicar por qué se ha producido. Nunca el rumor es noticia, ni los «podría» que tanto proliferan.
El periodismo español se ha llenado, sin embargo, de opiniones. El cliente se surte de ellas, según su gusto, no su razón. Se ha roto la frontera, antaño infranqueable, entre información y opinión. La opinión también es periodismo, pero el destinatario ha de identificar de qué vertiente, tenemos que aclararle si informamos asépticamente o damos nuestra visión subjetiva sobre unos hechos. Todo hoy es opinable, todo se diluye en una maraña. No es objetividad, sino equidistancia (en el significado peyorativo, acuñado en Internet por cierto, de contraposición de opiniones «equidistanís» pesadas con báscula) servir el parecer contrapuesto de uno y otro sin ofrecer los datos reales. Por eso se hace imprescindible para el receptor saber cuál es el juego y reaccionar frente a la desinformación.
L
A NOTICIA Y LOS POLÍTICOS
Tras haberme criado viendo a Franco inaugurando pantanos y a todos sus ministros y altos cargos en actos de propaganda mis ojos se anegaron de emoción al escuchar de los entonces responsables de los telediarios en la Transición —y de ideologías tan distintas como Ladislao Azcona, Eduardo Sotillos, Pedro Macía y Luis Mariñas—: «El hecho es la noticia, si hay un político y, lo encuentras justificado, lo citas al final del texto». Los políticos tenían que ganarse su aparición en televisión. La experiencia apenas duró. El sabroso caramelo se volatilizó a las puertas de la escuela del poder.
Hoy sus comparecencias son diarias. No es noticia lo que opinen —por muy jocoso o patético que a veces resulte—, lo son sus hechos. No lo es en absoluto la repetición machacona de su ideario —sabemos qué van a decir antes de que abran la boca, ¿cómo va a ser eso una noticia?—. Los medios no son oficinas de prensa de los partidos en permanente campaña electoral. Pero así parecen actuar —las televisiones sobre todo—. De hecho los políticos intervienen medidos y pesados según sus votos. Y, como no hay tiempo, la opinión se reduce al bipartidismo (al que refuerzan) cuando España es plural y, en justa lógica, tendrían que habilitar espacio para todos los partidos y colectivos sociales... en informativos eternos y tediosos. ¿Sería eso periodismo? No.
La clase política representa el tercer problema para los españoles, quizá porque los vemos y oímos demasiado. ¿Sabemos de este modo lo que piensan en realidad? Escasamente. Ahí tenemos el simulacro de los debates en los que el periodista es mero controlador de tiempos y de temas pactados sin su intervención; a diferencia de lo que ocurre en otros países, donde el moderador inquiere y precisa. El periodista debe incomodar, insistir, buscando la verdad. Los políticos se han acostumbrado asimismo a la insólita figura de la «rueda de prensa sin preguntas». ¿Cómo se atreven? ¡Son servidores públicos! Se deben a la sociedad. Y sus ojos, sus oídos y su cerebro en esas comparecencias son los periodistas... que se ven obligados a asistir para tomar nota sin abrir la boca.
Con la Televisión Digital Terrestre, TDT, llegó la invasión de cadenas entregadas por los políticos (autonómicos sobre todo) a medios de ultraderecha de forma mayoritaria. Aquí realizan programas
low cost
. Lo más barato es sentar a tertulianos en una mesa y, de la mañana a la noche, destripar al gobernante opositor, incluso al propio si no manifiesta una extrema radicalidad reaccionaria. El manual de la manipulación exhibiría como prototipo a estas cadenas.
Los debates pueblan los medios. El que contrapone a Rajoy y Zapatero (o cualquiera que ocupe la cúpula de los partidos), cargando sobre uno de ellos todos los males de la humanidad, es estéril cuando manda la UE y el reinado neoliberal está garantizado por vocación genética o por pragmatismo. Apenas se diferencian —y no es poco— en el rancio conservadurismo ideológico del PP, necesitado de una urgente modernización al servicio del progreso de todos.
El periodismo de declaraciones (vacías y repetitivas en su mayoría) y tertulias con el mismo espíritu tiene un efecto devastador. Porque —no nos confundamos— la Política es imprescindible en un sistema democrático. Con tropiezos, avances y errores la humanidad persigue disfrutarla desde los griegos, cinco siglos antes de la era cristiana. Para dignificar el papel del ciudadano, de un ser libre sujeto a derechos y deberes. Para regular una actividad humana cuyo fin es gobernar y dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad. Hemos de obligar a nuestros representantes a regenerar la Política.
L
A IDEOLOGÍA EN PÍLDORAS
Diagnostica Fermín Bouza, catedrático de Sociología y Opinión Pública: «La televisión ha contribuido a un proceso de debilitamiento de las ideologías porque ha impedido el discurso ideológico. Es un discurso de píldoras, sintético, rápido, y ha formateado al resto de la sociedad a su manera». Así es. El tiempo en televisión es caro —salvo en el
modus operandi
de buena parte de las TDT—. Las declaraciones han de ser cortas, cada vez más cortas. De un minuto y medio o un minuto que ocupaban cuando sólo existía TVE han llegado a los veinte o a los diez segundos. El tiempo vuela para emplearlo en otros menesteres y la ciudadanía se aburre hoy antes que ayer. Los políticos y cualquier entrevistado saben que han de dar titulares y nada más. Incluso prevén cuándo conectarán los medios con su mitin, pongamos por caso, y preparan la frase rotunda. Reaccionemos. Es desinformación. Es vaciar el juicio, la elaboración mental. Es adormecer, perder la memoria. Resulta difícil de entender que tantos ciudadanos olviden declaraciones o antecedentes, hechos sucedidos poco tiempo antes. No arraigan. Nada parece real. Una sucesión de
flashes
desfilan ante nuestros ojos. El mejor caldo de cultivo para engullir la manipulación.
La clave
de José Luis Balbín no podría existir en la televisión actual. Se aproximó el
Hoy
de Iñaki Gabilondo de la fenecida CNN+. Conversaciones para clarificar, no rifirrafes —odiosa y tópica palabra— con el único afán de entretener, sin buscar el esclarecimiento real de nada. El espectáculo se enseñorea hasta en la selección y la presentación de noticias, en tratar incluso asuntos trascendentales como productos de consumo a sustituir de inmediato por nuevos impactos. Las noticias —por muy importantes que sean— mueren cuando se agota su novedad extrema. En caso contrario... nos aburrimos y cambiamos de canal. Somos la sociedad más entretenida de la historia. Como si no tuviéramos nada de qué preocuparnos.
R
ECUPERAR LA FUNCIÓN DE LOS MEDIOS
¿Tienen solución los problemas del periodismo actual? Los ciudadanos —periodistas y no— ¿habremos de buscarnos, o seguir buscándonos, la vida fuera de los medios tradicionales? Sin duda aportan noticias pero han alterado en buena medida los términos del «informar, formar y entretener», y algunos se muestran bastante más relajados en la crítica independiente al poder. ¿Serán capaces de cambiar? Algunos lo hacen. ¿Lograremos provocarles una reacción?
Comiencen los periodistas en activo. A pesar de sus justas quejas laborales y profesionales necesitan ir más al fondo, al contenido que al medio de difusión que emplean, vibrar (muchos no lo hacen) con la labor que realizan y no espantarse de la relación estrecha entre periodismo y compromiso. Veo a algunos que, entretenidos con los juguetes nuevos que surgen sin freno —iPod, iPad, Quora, o lo que quiera que sea—, con la visión estrictamente laboral de una profesión que, ante todo, es una vocación de servicio, terminan siendo manejados por el sistema. Ellos son los primeros que deben reaccionar. En bien de todos.