Regreso al Norte (36 page)

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Authors: Jan Guillou

BOOK: Regreso al Norte
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Dijo que no estaba seguro de si se podría mantener el agua corriente durante todo el invierno, aunque la mayor parte del conducto había sido bien enterrado. Pero justo en el punto donde el agua entraba en una casa había que conducirla por un muro hueco para el que Arn no tenía palabra nórdica pero que en latín llamaba
aquaeductus
. No obstante, la dificultad estaba en cómo se hacía para que el frío del invierno no afectase la corriente de agua cuando salía del suelo. A medio invierno ya verían qué tal iba el asunto y, si no lo lograban a la primera, tendrían que rehacerlo.

Cecilia se excitó tanto con esta primera novedad en la casa que olvidó entrar en el dormitorio, y en lugar de eso salió corriendo para ver cómo estaba construida la canalización de agua. Arn la siguió sacudiendo la cabeza y riéndose se lo explicó.

Era como en Varnhem o Gudhem, la misma idea de usar una corriente de agua y el desnivel. Aquí en Forsvik el agua del Bottensjön estaba más abajo que la del Viken y todo lo que se cavase en ese trazado se convertiría en nuevos torrentes. En Varnhem, quienes construían los conductos podían hacerlo directamente con plomo, allí se hacía entrar el agua en las casas a través de tubos de plomo. En lugar de eso, aquí se había tenido que utilizar ladrillo, pero a cambio las corrientes de agua eran mayores y sería más fácil que resistiesen el frío. Tampoco quedaban bloqueadas con tanta facilidad por los excrementos.

Cecilia tenía muchas preguntas acerca de esa agua maravillosa y tenía muchos recuerdos del convento, de ir un frío día de invierno al
lavatorium
y encontrarse con que el agua estaba helada. De modo que aquí podría levantarse de la cama y dar tan sólo unos pasos. Y si tenía urgencia de hacer sus necesidades ya no tendría que levantarse en plena noche, calzarse y abrirse paso en la nieve en busca del palo y del hoyo.

Tras pronunciar en voz alta sus pensamientos sobre levantarse del calor del lecho en plena noche de frío invierno recordó que se le había olvidado ver el resto de la casa y, riendo, regresó corriendo al interior para ver el dormitorio.

En esa habitación, uno de los laterales había sido construido por completo en piedra y en el centro de la pared había un gran hogar con dos salidas de humo y una campana redonda sobre soportes de hierro forjado en espiral que sostenían toda la chimenea. El suelo era de madera, sellada con pez y brea, lino y musgo, al igual que las paredes de madera. Sin embargo, el suelo no se veía demasiado, pues estaba cubierto por enormes alfombras rojas y negras, tupidas y con dibujos exóticos.

Arn explicó que había traído consigo bastantes tapices como ésos en el barco de regreso a casa, no sólo para uso propio, sino también porque en las noches del invierno nórdico sus hombres de Tierra Santa se alegrarían más de lo que ellos mismos se podían imaginar de tener los suelos cubiertos como se hacía en su tierra natal.

Por el momento, el espacio que rodeaba el hogar era sólo un hueco en la madera y Arn explicó encogiéndose de hombros que la piedra caliza que cubriría esa parte de la habitación no había llegado todavía. Pero dado que el hogar se encendería a menudo cuando cambiase el tiempo, lo mejor sería que todo el suelo que lo rodeaba estuviese cubierto de piedra.

En la habitación había un gran lecho parecido al lecho de novios de Arnäs, como si Arn hubiese hecho construir uno igual. Las paredes estaban casi desnudas, a excepción de la pared que daba hacia el este y al Bottensjön. Allí había una abertura alargada y bastante grande con postigos que podían ser cerrados por dentro y por fuera. Arn explicó que eso también mejoraría en cuanto pusiesen en marcha la producción de cristal. La ventaja de una ventana tan grande era la luz que entraba en la habitación y el sol del amanecer, que llamaba al trabajo del día; la desventaja era fácil de ver si se pensaba en el frío del invierno y en las corrientes de aire. Pero con cristal y sellando la ventana, la cosa mejoraría de forma considerable y de todos modos todavía era verano.

En toda la casa había un fuerte olor a madera nueva, brea y pez.

En la parte exterior, el olor a pez era aún más fuerte, pues todas las casas nuevas habían sido cubiertas con una gruesa capa. No era sólo para evitar la putrefacción ni para construir para la eternidad como construían los noruegos sus iglesias, explicó Arn; lo importante era tapar cualquier pequeño hueco entre los troncos de las paredes. Había que tener un cuidado especial cuando se construía con madera nueva, que no era lo mejor, pues la madera se contraía al secarse. Pero en ese caso no habían tenido mucha elección, o casas de madera nueva o no había casas, y de todos modos, las gruesas capas de pez hacían que las paredes permaneciesen aisladas.

La guió hacia la casa siguiente, que era una casa principal igual de grande que la antigua casa principal de Forsvik. Para su sorpresa le pidió que esperara fuera mientras él entraba un momento. Pronto salieron dos extranjeros haciendo reverencias y Arn tomó a Cecilia de la mano y la hizo entrar.

Aquí se había construido como en Arnäs, con una pared completamente de piedra y un enorme hueco para el fuego y campanas para el humo construidas de la misma manera que en su propia casa. También había agua en un muro de ladrillos y también el suelo estaba cubierto casi por completo por alfombras de un profundo color rojo sangre y negro. A lo largo de las paredes se habían construido literas de tres plazas, cubiertas por tapices que colgaban desde la cama más alta hasta tocar el suelo. Algunas de estas coberturas eran coloridas como las alfombras, mientras que otras eran grises y sosas. Arn la condujo hasta una de esas mantas grises y le pidió que la tocara con la mano. Eso era fieltro, explicó, el primer artículo que se había empezado a fabricar en Forsvik.

Para sorpresa de Cecilia, el siguiente caserío no era para gente, sino para animales. Allí pasarían el invierno los más de treinta caballos y era como si cada animal tuviese su propia habitación. La parte más alejada de la casa era para las vacas y toda la parte superior de la casa sobre el bajo techo era para conservar el forraje del invierno. De momento, el suelo era de tierra apisonada, le enseñó Arn, pero sería sustituido por suelo de piedra, pues era más fácil de mantener limpio.

Esas tres casas nuevas estaban a un lado del viejo cuadrado de casas que era la antigua Forsvik.

La llevó fuera, al patio, y pasó de largo con rapidez las casas viejas explicando que allí no había mucho que ver y que la antigua casa grande sería el hogar de invierno de los siervos y los criados pero que todavía no tenían casa para banquetes ni invitados.

Tenía más interés en mostrarle la sucesión de casas nuevas y pequeñas que habían aparecido en una hilera al otro lado de la casa vieja. Allí había tres herrerías en marcha, una para la forja pesada, otra para la forja doméstica y otra para armas y fabricación de alambres. Lo siguiente en la hilera era el taller de cristal que pronto estaría terminado, un taller de fieltro donde dos extranjeros trabajaban produciendo ruidos sordos y una música rítmica, luego dos casas en las que se realizarían trabajos delicados con las manos, algo que a Cecilia le pareció una descripción bastante vaga, una alfarería y luego un lugar donde en esos momentos se estaban derribando unas casas viejas para hacer sitio.

Arn dijo que había pensado que en alguna de las casas nuevas llevaría sus cuentas la
yconoma
de Forsvik, a menos que prefiriese hacerlo en su propia casa, preguntó rápidamente como para demostrar que desde luego ella era la dueña de la hacienda y quien decidía. Cecilia hizo un gesto de rechazo con las manos ante la idea de realizar trabajos en la casa donde se dormía y entonces él, aliviado, continuó avanzando por la hilera de casas pequeñas donde ya empezaba a resonar el tintineo del trabajo.

Porque allí llegaban a la gran transformación en Forsvik, explicó él, orgulloso. Junto a la nueva hilera de talleres estaba la huerta de Forsvik con manzanos y cebollas plantadas, puerros y nabos rojos y blancos. Era una vergüenza que todo eso tuviese que desaparecer, explicó él con una mirada esquiva. La cuestión era encontrar la manera de que una persona que supiera de horticultura, según él tenía entendido que era ella, pudiese salvar la mayor parte posible de todo eso para llevarlo a otro sitio cuando llegase la época de sembrar.

Cecilia opinaba que ahora se estaba excediendo en sus ilusiones y le dijo que la mayoría de esos viejos manzanos se echarían a perder si intentaban trasladarlos y que sería una pena y una desconsideración hacia los muchos años de trabajo de todos los desconocidos que ahora descansaban con sus antepasados pero cuyo espíritu trabajador seguía presente en el jardín. Fuese lo que fuese lo que allí quería construir, tendría que hacerlo en otra parte, dijo ella con firmeza.

Arn suspiró y explicó que lo que pensaba construir allí no era algo tan fácil de hacer en cualquier otro sitio. Aquí no sólo habría casas nuevas, sino que también se construiría un canal empedrado.

La depresión que ocupaba el jardín era el sitio apropiado y por mucho que habían meditado y hecho pruebas cavando no habían sido capaces de hallar otro lugar donde construir el canal.

Cecilia quería preservar el jardín pero se sintió insegura, pues no comprendía la relevancia de ese canal y por eso le pidió a Arn que se lo explicara con mayor paciencia y precisión.

A él se le iluminó el rostro, de nuevo la tomó de la mano y se encaminaron primero al pequeño torrente donde giraban unas ruedas de molino del monasterio de Lugnås, entraron en los molinos y le enseñó lo que podía conseguirse con la fuerza del agua. Aquí no sólo se podía moler el trigo del pan, no sólo había una trituradora para hacer polvo de la piedra caliza para usar en la argamasa, sino también muelas giratorias de diversos tipos, desde grandes, lentas y pardas piedras de arenisca hasta pequeñas y veloces de color negro que ella desconocía.

Esto, dijo al regresar al huerto, sería el canal empedrado por donde fluiría el agua con fuerza constante tanto en primavera, verano y otoño como en la mayor parte del invierno. Y esa fuerza también haría funcionar los fuelles y los martillos de varios de los talleres. Entre sus hombres de Tierra Santa había todo tipo de conocimientos, continuó diciendo. Eran capaces de hacer milagros si se les daba más fuerza, y aquí era donde estaba, desafortunadamente en medio del jardín. Pero esto sería el futuro de Forsvik, aquí había riqueza y prosperidad y aquí estaba la gran obra que conduciría a la paz.

Cecilia intentó detenerse para no dejarse llevar por su momentánea euforia. Ella comprendía bien que para él no era nuevo pensar como un
yconomus
, que comprendía muy bien la diferencia entre deber y haber.

Tal vez parecía demasiado ansioso al explicar sus nuevas ideas, pero a sus oídos parecía que no había ni orden ni concierto. Aún más extraña le sonaba la idea de que en Forsvik edificarían y construirían para crear paz. Poco tenía que ver lo que conservaba la paz o conducía a la guerra con las forjas y los canales, ¿acaso no tenía más que ver con las ideas de las personas?

Ella le pidió que se sentara a su lado sobre un viejo banco de piedra del jardín y que volviese a explicárselo todo otra vez, pero despacio y paso a paso. Pero en lugar de eso, él empezó a dar vueltas a su alrededor, agitando los brazos excitado, mientras volvía a explicarlo igual de desorganizadamente que antes. Mezclaba cosas importantes y nimias, toneles de mantequilla con barras de hierro de Svealand, forraje para caballos con fabricación de puntas de flecha, cristal con harina y lana, pieles propias de Forsvik con aquello que había que comprar, arcilla para alfarería con la fabricación de toneles, hasta que acabó casi tan mareado de explicar como ella de intentar escuchar.

De nuevo le pidió que se sentara a su lado y respondiese a sus preguntas en lugar de intentar decirlo todo de golpe. Porque si ella no comprendía lo que él le decía, podría serle de muy poca ayuda.

Aquellas palabras parecieron serenarlo y se sentó dócilmente a su lado, le acarició la mano y sacudió la cabeza sonriente como pidiendo disculpas.

—Bien, empecemos por el principio —dijo ella—, Dime primero qué es lo que llegará a Forsvik en los barcos de Eskil, sólo eso, ¡sólo lo que tenemos que comprar!

—Barras de hierro, lana, sal, forraje para animales, grano, un poco de arena para cristal, pieles y diferentes tipos de piedra —enumeró él, obediente.

—¿Y todo eso tendremos que pagarlo? —preguntó ella con severidad.

—Sí, así es. Pero no tiene por qué ser siempre con plata…

—¡Lo sé! —interrumpió ella—. Se puede pagar de muchas maneras, pero esa pregunta más adelante. En lugar de eso, dime ahora qué saldrá de Forsvik.

—Todo aquello que se haga con hierro y acero —respondió él—. Todo tipo de armas que seguro que podremos fabricar mejor que otros en el reino, pero también rejas de arado, y ruedas forjadas. La harina podemos molerla a todas horas, día y noche, todo el año, y el grano llega con tantos de los barcos de Eskil que nunca escaseará. Fabricaremos todo lo que tiene que ver con cuero y talabartería. Si solucionamos el problema del barro, que en estos momentos está demasiado lejos, los alfareros podrán trabajar con la misma constancia que el molinero. Pero el cristal será lo que al principio nos reportará los mayores ingresos.

—Todo esto junto no suena en absoluto a ingresos —señaló Cecilia con el ceño fruncido—; suena a pérdidas. Porque también debemos tener en cuenta la cuantiosa manutención de la finca, aquí ya hay muchas almas y, si he entendido bien tus planes, serán todavía más en invierno. Y aquí tenemos la misma cantidad de caballos como el rey en Näs, y no tenemos tanto forraje en nuestras propias tierras. ¿Estás completamente seguro, amado mío, de que no estás siendo excesivamente pretencioso?

Él se quedó primero parado por estas palabras y tomó la mano de ella entre las suyas, la llevó hacia su boca y la besó varias veces. Ella sintió el calor en su interior pero en cualquier caso eso no la tranquilizaba en cuanto a lo que a los negocios se refería.

—En una cosa eres diferente de la Cecilia de la que me despedí delante de Gudhem, amada mía —dijo él—. Ahora eres mucho más sabia que entonces. Ves rápidamente cosas que ninguno de tus parientes podría llegar a comprender. No existe mejor esposa que tú en todo el reino.

—También es eso lo que querría ser, tu buena esposa —respondió ella—, pero para serlo también debo intentar controlar todos tus planes ambiciosos, porque, por tu parte, parece que te dediques más a construir que no a pensar.

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