Regreso al Norte (54 page)

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Authors: Jan Guillou

BOOK: Regreso al Norte
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La vieja torre grande de Arnäs se había convertido en almacén para las armas y los objetos de valor. En la cámara alta se amontonaban los barriles de madera con más de diez mil flechas, la cámara inferior estaba llena de ballestas, espadas y lanzas. Arnäs ya estaría preparado para resistir un asedio de un enemigo muy fuerte. Pero por ahora no se aproximaba una guerra y, por tanto, había tiempo de sobras para terminarlo todo como estaba planificado desde el principio. Pronto Arnäs sería una fortaleza inexpugnable en la que muchos cientos de Folkung podrían estar protegidos, fuese quien fuese el que amenazase fuera de los muros.

Torgils, que no había estado en casa desde Navidad, decidió quedarse unos días con su padre, Eskil, cuando la comitiva de Arn continuó su viaje a Forsvik. Salieron de madrugada para llegar en un solo día en lugar de pernoctar en Askeberga.

Al acercarse a Forsvik aquella tarde tocaron alarma en la gran campana y, después de unos instantes, todos los jóvenes y mozos de cuadra se abalanzaron sobre sus caballos. Cuando Arn, Cecilia y la comitiva entraban en Forsvik se alineaban tres escuadrones en fila recta a lo largo de toda la calle del pueblo. Bengt Elinsson, el único alto mando que se había quedado, había colocado su caballo tres pasos por delante de los demás. Primero alzó su espada, luego los demás hicieron lo mismo y así saludaron el regreso del señor Arn y la señora Cecilia.

Arn, en su caballo, se acercó a Bengt, le dio las gracias con brevedad, tomó el mando y ordenó a todos los aprendices que volviesen a los servicios o al trabajo que estaban realizando antes de la señal de alarma.

Los días siguientes en Forsvik estuvieron cargados de la pena agridulce de la despedida. Habían llegado a su fin los cinco años por los que Arn había alistado a sus hombres sarracenos. Los que querían marcharse lo harían pronto, porque se esperaba la llegada a Lödöse de la gran nave cargada de pescado seco de Lofoten. En ella navegarían hasta Björgvin, la ciudad más grande de la costa oeste de Noruega. Desde allí salían barcos continuamente rumbo a Lisboa, en Portugal, y después faltaría poco para llegar al país de los fieles.

Sólo la mitad de los extranjeros querían regresar a casa, entre ellos los dos médicos, Ibrahim y Yussuf, ya que estaban seguros de que apreciarían sus servicios mucho más en el reino de los almohades en Andalucía. Los dos ingleses también querían marcharse, pero para ellos sería más sencillo, puesto que ocasionalmente viajaban barcos entre Lödöse e Inglaterra, país al que Eskil había extendido su comercio durante los últimos años.

La mitad de los constructores que habían trabajado en Arnäs querían seguir los pasos de Ibrahim y Yussuf, ya que opinaban que era difícil vivir con la verdadera fe en un país de cuya existencia, al parecer, Dios se había olvidado. La otra mitad de los constructores tal vez tenía una opinión más permisiva acerca de la memoria del Señor, aunque su voluntad de quedarse en lugar de marcharse estaba más bien motivada porque algunos de ellos ya se habían echado mujer e hijos, como por ejemplo Ardous de Al Khalil.

Los dos maestros del fieltro Aibar y Bulent también estaban indecisos; creían que irían seguros desde Björgvin hasta Lisboa, pero desde allí había un camino interminable hasta Anatolia. Además, sus pueblos ya estaban quemados y saqueados tanto por cristianos como por fieles. No tenían un hogar al que regresar.

Los hermanos Wachtian empezaban a ser como los nórdicos, y ambos hablaban ya el idioma de los lugareños perfectamente.

De uno de los viajes a Lübeck, adonde viajó por cuenta de Eskil y Arn, Jacob, sorprendentemente, había regresado con una mujer con la que se había casado ante Dios, según afirmaba. Se llamaba Gretel y se rumoreaba que había sido abandonada por su futuro esposo en Lübeck el mismo día de su boda, pero de todas formas rápidamente se dejó consolar por Jacob, el comerciante armenio. Esa historia encerraba algún misterio, le faltaba más de una pieza, pero nadie en Forsvik encontró razones para cuestionar el asunto. Por parte de Jacob no cabían pensamientos sobre la marcha ya que, por algún motivo, su Gretel no quería volver a su país por nada del mundo, y aún menos quería ir a Armenia; además, estaba en estado de buena esperanza.

Marcus no quería ir solo a casa. Ciertamente no tenía una mujer con la que divertirse, como su hermano, cosa que de vez en cuando le insinuaba a Arn, pero la vida en Forsvik era buena y se lo pasaba muy bien buscando continuamente una nueva manera de usar la fuerza del agua o de construir nuevas armas o herramientas para el trabajo. Aunque eso sería más fácil en compañía de una mujer.

Arn decidió acompañar a los fieles y a los ingleses hasta Lödöse para que su último viaje por el país de los infieles fuese seguro. Contaba con que los fieles estarían a salvo en cuanto estuviesen a bordo de la nave que los llevaría a Björgvin, y no le preocupaba en absoluto dejar a los ingleses solos una temporada en Lödöse.

Era una despedida difícil, y los amigos que tan duramente habían trabajado juntos durante cinco años lloraban abiertamente cuando los viajeros subieron a bordo de los barcos fluviales que los llevarían al lago Vänern y después en barcos más grandes hacia el río Gota. De todos modos fue un alivio para todos cuando se acabó la despedida y los barcos desaparecieron detrás del primer recodo del río hacia el lago Viken. Arn y Cecilia se alegraron de que muchos de los extranjeros hubiesen decidido quedarse, ya que su trabajo y sus conocimientos eran inestimables y los siervos liberados tardarían muchos años aún en aprender a hacer bien el trabajo.

Arn se sentía melancólico al volver de Lödöse una semana más tarde. Lo más duro había sido la despedida de Ibrahim y Yussuf, y de los turcópolos Alíy Mansour. Jamás podría sustituirse en Forsvik el arte de esos médicos, y aunque los aprendices que más tiempo habían estado de servicio ya habían conseguido una habilidad loable en el caballo, especialmente si se comparaban con otros hombres del Norte, aún les faltaba mucho para llegar a la altura de Alí y de Mansour, los guerreros sirios cuyo sustento eran las armas y el arte ecuestre.

Un acuerdo era un acuerdo y había que cumplirlo. Tal vez habría que alegrarse más porque la mitad de los sarracenos hubiesen preferido quedarse en lugar de sentir pena por la mitad que se marchaban después de cinco años. También había que pensar en todo lo que se había conseguido para asegurar la paz durante ese tiempo.

De todos modos, Arn no estaba de muy buen humor mientras comía cuando Gure fue hacia él con dos chicos de los talleres a los que no conocía. Al principio dudó mucho de lo que los oía musitar, tartamudos y enrojecidos, de que él mismo les hubiese prometido acudir como aprendices a Forsvik. No eran Folkung, se veía a la legua que eran hijos de siervos o liberados. Les preguntó primero de dónde habían sacado esos sueños y si se daban cuenta del grave pecado que sería jurar en falso. Pero cuando finalmente lograron explicar la historia de cómo él había llegado a Askeberga por vez primera y ellos habían llamado a la puerta y él salió al patio y les habló, entonces lo recordó. Eso lo dejó pensativo y calló y reflexionó un buen rato antes de tomar la decisión. Sigge y Orm esperaron angustiados; Gure, más bien sorprendido.

—Gure, lleva a estos niños a Sigfrid Erlingsson —dijo finalmente—. Dile que van a empezar en el grupo más joven de principiantes y vela para que tengan ropa y armas adecuadas.

—Pero, señor, estas criaturas no son en absoluto Folkung —objetó Gure, atónito.

—Lo sé muy bien —repuso Arn—, Sólo son hijos de un siervo liberado. Pero teníamos un acuerdo y los acuerdos son para cumplirlos, y un Folkung más que nadie.

Gure se encogió de hombros y se llevó a Sigge y a Orm, ambos con aspecto de querer gritar y saltar de alegría, y sólo con mucho esfuerzo lograron dominarse.

Arn se quedó un buen rato delante de su plato todavía sin acabar. Se había formulado una curiosa pregunta a sí mismo sobre algo que nunca antes se le había ocurrido. Lo que se preguntaba era si sólo se podía nacer Folkung o bien si se podía llegar a serlo. Porque, ciertamente, no todos los nacidos Folkung eran los mejores ni los demás los peores.

La norma de los caballeros templarios decía que únicamente podría aceptarse como hermano de la orden a quien tuviese un padre con un escudo heráldico. Los demás tenían que contentarse con ser sargentos. En más de una ocasión había visto hermanos caballeros que hubiesen sido mejores como sargentos y también al revés.

¿Y quién decía que no podría convertirse gente buena en Folkung, al igual que podría introducirse sangre nueva en la cría de caballos? Cruzando los caballos godos, fuertes y pesados, con los rápidos y finos caballos árabes estaban consiguiendo una raza nueva más adecuada para la caballería pesada, que sería la próxima cosa importante que habría que realizar en Forsvik. Era posible cruzar lo mejor de lo árabe y de lo godo, como se trabajaba con diferentes capas de hierro y de acero en la fabricación de las espadas. Así pues, ¿por qué no formar a los Folkung de la misma manera?

Aunque naturalmente tendría que hacer que los dos muchachos fueran rebautizados, en caso de que estuvieran bautizados; unos jinetes Folkung no podrían llevar por nombre Sigge u Orm.

Sverker Karlsson llegó desde Dinamarca con una comitiva espléndida de cien jinetes a Näs, donde tenía pensado instalarse con su gente. Había retrasado su viaje hasta final de año, cuando el hielo era grueso y seguro en el lago Vättern.

Después de Año Nuevo llamó a Näs a todos los proceres que había entre los Folkung, los Erik y los svear para que lo eligiesen una vez pronunciado su juramento. A continuación se celebraría un festín de tres días.

Nunca antes en Näs se habían visto tantos mantos rojos, ni siquiera durante el tiempo del rey Karl Sverkersson. No sólo era el color de los Sverker, ya que entre los daneses el rojo era el color más común, y el príncipe Erik, que había estado presente en Näs a la llegada de Sverker, susurró con disgusto a Arn que le había parecido como un río de sangre fluyendo por el hielo.

Birger Brosa, su hermano Folke y el príncipe Erik fueron los únicos seglares en el nuevo consejo del rey que no eran daneses o del linaje de los Sverker. Eskil había tenido que dejar su sitio en el consejo, ya que Sverker opinaba que los asuntos tan importantes como el comercio del reino tenían que ser dirigidos por daneses, más entendidos en el tema. Como mariscal eligió a su amigo Ebbe Sunesson, que estaba emparentado con los Folkung de Arnäs, dado que su pariente Konrad estaba casado con Kristina, hermanastra de Arn y de Eskil. Sverker decía que ese parentesco era como un puente entre lo danés y lo Folkung.

El arzobispo Petrus rebosaba de alegría dando una y otra vez las gracias al Señor porque Él, en Su inmensa bondad y justicia, había traído al hijo del asesinado rey Karl a la corona de los godos y los svear. Con eso se cumplía la voluntad del Señor, aseguró Petrus.

Sin embargo, Sverker no pudo ponerse la corona ante todo el consejo y el concilio de proceres del reino antes de jurar que, con la ayuda de Dios, mantendría la ley y la justicia. También tuvo que jurar que renunciaría a toda pretensión a la corona por parte de sus parientes, puesto que era al príncipe Erik a quien le correspondía la corona después de él. Y después de Erik seguirían Jon, Joar y Knut, los hermanos más jóvenes, que ahora vivirían en el reino con todos los derechos de los infantes reales.

El arzobispo Petrus, que era quien dictaba el juramento, intentó saltarse algunas cosas repetidas veces, y fue inmediatamente regañado tanto por los svear como por los godos. Sólo cuando se dijo todo de la forma correcta, todo el mundo del concilio del reino juró su lealtad al rey Sverker mientras viviese y mantuviese su juramento.

Durante los días que duró el festín, los daneses dieron muestras de cómo se celebraban las fiestas reales en el gran mundo con refriegas entre caballeros, que se enfrentaron los unos a los otros con lanzas y escudos. Sólo los daneses tomaron parte en esos nuevos juegos, puesto que los nuevos señores dieron por sentado que ningún hombre en el atrasado Götaland Occidental o Svealand podía luchar sobre un caballo. Y a juzgar por las caras admiradas y atónitas de sus súbditos, el rey Sverker comprendió que esas artes ecuestres, que ya llevaban tiempo en Dinamarca, eran algo jamás visto arriba en el Norte.

Arn contempló muy atento y con rostro impasible la actuación de los caballeros daneses. Algunas cosas no estaban nada mal, otras eran tan sencillas como había esperado. Ninguno de ellos ni siquiera habría sido capaz de ser sargento en la orden de los caballeros del Temple, pero en los campos de batalla nórdicos costaría combatir con ellos. Si quisieran vencer a esos daneses a campo abierto, necesitarían unos años más de práctica en Forsvik. Pero su ventaja no era mucho mayor.

Durante el festín, el rey Sverker y su mariscal Ebbe Sunesson se quedaron principalmente en la sala grande, rodeados de cortesanos daneses, e hicieron llamar a los hombres importantes del reino de uno en uno para mantener diversas conversaciones, en las que Birger Brosa era el encargado de explicar quién era quién. El rey Sverker procuraba ser amable y tratar a los Folkung y a los Erik igual que a sus parientes Sverker.

Cuando llegó el turno de Eskil y de Arn de presentarse ante el rey y sus cortesanos daneses, Birger Brosa dijo que Eskil era comerciante y que antes había pertenecido al consejo del rey Knut, y que era el futuro señor de la finca de Arnäs. De Arn contó solamente que había vivido muchos años en un monasterio, así como en Dinamarca, y que ahora era el señor de la finca forestal de Forsvik.

Arn intercambió una mirada rápida con Birger Brosa interrogándolo en silencio por la descripción un tanto incompleta de lo que le había sucedido a Arn entre la infancia en el monasterio y la edad adulta en Forsvik, pero Birger Brosa sólo le devolvió un guiño rápido e imperceptible.

El rey Sverker se alegró de hablar con alguien que entendiera sin dificultad el idioma de los daneses, contrariamente a lo que sucedía con muchos de los torpes svear. Para Arn era fácil recuperar el idioma que había hablado de niño. Todavía tenía el acento más parecido a un danés que a un hombre godo.

La conversación al principio rondaba asuntos inofensivos, como la belleza del fiordo Limfjorden y de los alrededores del monasterio de VitskØl, o acerca de los mejillones que se habían cultivado en el monasterio sin éxito, puesto que la gente de los alrededores del fiordo pensaba que comer mejillones sería ir en contra de Dios. Actualmente ya no era así, aseguró el rey Sverker. Luego invitó a Arn y a Eskil a visitar Dinamarca llevando su salvoconducto, para que pudiesen ver a su hermanastra Kristina, y cuando los dos hermanos pusieron cara de que ese viaje no sería de su agrado, cambió de idea y prometió invitar a Näs a Kristina y a su marido Konrad Pedersson el próximo verano. Se esforzó mucho en mostrar que toda enemistad anterior estaba olvidada.

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