Regreso al Norte (56 page)

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Authors: Jan Guillou

BOOK: Regreso al Norte
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Cuando se demostró que era cierto el inquietante rumor de que el mismísimo Birger Brosa había proporcionado al rey de los Sverker una parturienta, los Folkung celebraron un concilio. La reunión tuvo lugar en Bjälbo, pues Birger Brosa se había refugiado en las excusas de la edad y la salud, aunque la mayoría pensaban que era porque prefería pelearse en su propia finca, donde él fuese el anfitrión, a hacerlo como invitado de sus parientes.

Tuvo que soportar muchas recriminaciones por este su último y obstinado arreglo de matrimonio. La mayoría de los que hablaron con él admitieron que muchos de los matrimonios que el viejo canciller había organizado habían sido sabios y garantes de la paz, pero esta vez había sido al revés.

Birger Brosa permaneció sentado, resignado y encogido en su sitial, intentando no defenderse demasiado al principio. Era así como lo había hecho siempre en sus días vigorosos, cuando sólo se entrometía al final de cada conversación y entonces resumía lo que habían dicho los demás y atravesaba con la afilada espada de su lengua la brecha que siempre solía descubrir entre los parientes contendientes.

Pero esta vez no parecía haber una brecha así y pronto tuvo que entrar a defender su propia causa. Intentó hablar como antes, en voz baja, para lograr un silencio absoluto en la sala, pero esta vez se le exigió que hablara más alto. Aumentó entonces el tono de voz a conciencia y dijo que si un rey enviudaba tan joven como Sverker, era del todo seguro que se le buscaría una nueva reina. Si eso iba a suceder de cualquier manera, ¿no era entonces mejor que esa reina fuera del linaje de los Folkung y no de uno extranjero?

Eso no estaba nada claro, dijo Magnus Månesköld, enfadado, porque si el rey enviudaba, se le podría haber ocurrido tomar por esposa a alguna reina viuda, y una vieja de Dinamarca habría sido más tolerable para todo el mundo que una joven fértil y saludable, recién sacada, frondosa y ardiente, de su encierro en el monasterio.

Eskil tomó entonces la palabra y dijo que la torpeza cometida ya no se podía enmendar. Intentar desdecirse ahora que ya se había tomado la cerveza de compromiso significaría un oprobio que podría conducir a la guerra, pues el rey Sverker podría argumentar que se habría roto el juramento de fidelidad que se le había hecho. De modo que deberían cumplir con la promesa y rezar para que Ingegerd diese a luz una larga sucesión de hijas hasta que el miembro de Sverker aflojase.

Varios de los parientes más jóvenes de la sala se excitaron al oír nombrar la palabra guerra y empezaron a murmurar entre ellos sobre la posibilidad de que fuese mejor anticiparse a ser anticipados y ahora se volvieron hacia Arn para escuchar su opinión. Eran tantos los mozos de tantas fincas diferentes de los Folkung que ya habían pasado por la instrucción en Forsvik, o que la recibían en la actualidad, que todos parecían seguros de que Arn Magnusson sería su caudillo en la próxima guerra.

Arn respondió despacio que todos ellos estaban obligados por su juramento a Sverker hasta el momento que él rompiese el suyo. Desde luego, Sverker no estaba rompiendo ningún juramento si decidía convertir a una Folkung en reina. Por tanto, no había ninguna razón aceptable para ir ahora a la guerra.

Además, no sería adecuado. Porque, ¿qué sucedería si viajaban ahora mismo a Näs y asesinaban al rey? Seguramente, eso no sólo significaría una guerra contra Dinamarca, sino también que el arzobispo Absalón de Lund conseguiría excomulgar a más de un Folkung. Un regicidio conllevaba la excomunión, ahora era así. Incluso las peleas sobre quién iba a ser arzobispo o quién coronaría al rey podían conducir a la excomunión. Como todos sabían, eso había afectado de manera muy seria al rey Sverre de Noruega, y a su vez había debilitado mucho la alianza entre los Folkung y los noruegos. Sólo si Sverker rompía su juramento podrían iniciar una guerra contra él librándose de esa clase de peligros.

Los argumentos de Arn eran tan imprevisibles y daban tanto que pensar que pronto se tranquilizó el concilio del linaje. Birger Brosa hizo entonces un intento de recuperar su antiguo poder y habló con autoridad sobre la importancia de que todos los presentes en la sala pensasen en que, aunque la guerra se hubiese adelantado, todavía tenían por delante una larga espera, y que ese tiempo debían utilizarlo para prepararse bien. Puso un énfasis especial en que debían enviar más mozos a ser instruidos en Forsvik y que de allí debían encargar más armas para cada una de las fincas de los Folkung.

No había nada de malo en el razonamiento de esas palabras, todo el mundo podía verlo, pero era como si el poder que Birger Brosa había ejercido largamente sobre el concilio del linaje se hubiese roto. Y ése fue también su aspecto cuando abandonó la sala el primero de todos, tal como exigía la costumbre. Sus manos y su cabeza temblaban como si estuviese asustado o como si el lecho de muerte se le estuviese acercando a toda prisa.

El año de gracia de 1202 fue el año de la muerte. Fue como si los ángeles del Señor hubiesen descendido para quemar la hierba seca y preparar la tierra para unos poderes nuevos. El rey Sverre de Noruega murió ese mismo año; fue llorado por muchos y otros muchos se alegraron. Esto hizo que la alianza de los Folkung y de los Erik con Noruega fuese cada vez más débil y más insegura.

También murió el rey Knut de Dinamarca, y fue coronado su hermano Valdemar, que había recibido el apodo de
el Victorioso
. El sobrenombre no era en vano: recientemente había conquistado Lübeck y Hamburgo, ahora subditos de la corona danesa, y había hecho varios viajes con sus soldados tanto a Livland como a Kurland. En todas partes, sus ejércitos habían salido victoriosos. Ciertamente sería un horror tenerlo como enemigo.

Pero como si Dios se burlase de los Folkung, los Erik y el resto de la gente de Götaland Occidental y Oriental, no había ningún peligro de que Valdemar
el Victorioso
avanzase saqueando e incendiándolo todo a su paso desde Escania. El rey Sverker era hombre de los daneses y mientras él fuese rey no había ninguna necesidad de conquistar su país. Para él no suponía ningún problema el hecho de que a partir de ahora todo su comercio con las tierras de Lübeck fuese gravado con aranceles daneses. Como Eskil Magnusson murmuró una vez a regañadientes mientras hacía la contabilidad, en esos tiempos la paz venía cargada de impuestos.

La mayor desgracia para los Folkung llegó en enero de aquel año con la muerte de Birger Brosa. No agonizó por mucho tiempo y pocos parientes pudieron llegar a tiempo para despedirse. Pero más de un millar de Folkung acompañaron al venerado canciller en su último viaje a Varnhem. Se reunieron en Bjälbo y, como un desfile militar azul, cruzaron los hielos del Vättern hasta Skövde y luego siguieron hasta Varnhem.

De la mayoría de las fincas de los Folkung acudieron sólo los hombres, pues el viaje se hizo bajo un frío severo. De Arnäs, Forsvik, Bjälbo y Ulvåsa fueron las familias completas. Mujeres y niños y algunos ancianos, como el viejo señor Magnus de Arnäs, viajaron en trineos enterrados bajo pellejos de lobo y oveja. Muchos de los jinetes desearían haber tenido su sitio en los trineos, pues la cota de malla era como llevar hielo sobre el cuerpo y cada parada representaba más una tortura que un descanso.

Desde Forsvik cabalgaba Arn Magnusson a la cabeza de cuarenta y ocho jóvenes jinetes, el único cortejo fúnebre que no parecía sufrir por el viento helado a pesar de ir armados por completo. Llevaban ropas de guerra especiales para el invierno y en ninguna parte rozaba el hierro o el acero contra sus cuerpos. Ni siquiera los pies revestidos de hierro parecían sufrir el frío.

El rey Sverker no fue a Varnhem. Sobre esto había opiniones divididas. Sólo había logrado reunir un séquito de doscientos hombres y habría parecido poco al lado de los Folkung. Y en las cervezas funerarias la gente solía descontrolarse y quién podía decir qué habría pasado si alguno de manto rojo se hubiese ido de la lengua hasta que se alzasen las primeras espadas. Visto de esta manera, el rey Sverker había sido sabio y precavido al no aparecer en el entierro del viejo canciller.

Sin embargo, era difícil no pensar que el rey mostraba una falta de respeto hacia Birger Brosa y, por consiguiente, hacia todos los Folkung al ver la muerte del canciller como un asunto que sólo incumbía a su linaje.

Birger Brosa fue enterrado cerca del altar, no muy lejos del rey Knut, a quien sirvió por el bien de la paz y del reino durante tantos años. Su misa de réquiem fue larga, en especial para aquellos parientes que no cupieron dentro de la iglesia y tuvieron que permanecer fuera en la nieve durante dos horas.

No pasó mucho tiempo hasta que trescientos de los que acompañaron a Birger Brosa a Varnhem tuvieron que regresar para algo parecido. El viejo señor Magnus soportó mal el frío viaje al funeral de su hermano. Tosió y tembló desde el primer día que regresó a Arnäs y lo tumbaron junto a una gran hoguera de troncos en la planta superior de la nueva vivienda. Nunca se recuperó, apenas tuvieron tiempo de llamar al cura de Forshem para que le diera la extremaunción y el perdón de sus pecados antes de que falleciera, pues no dejó de negarse a aceptar los temores de que sucediese lo peor. Aseguró una y otra vez que a un Folkung no le afectaba un poquito de frío. Alguien dijo que ésas fueron sus últimas palabras.

El luto pesaba sobre Forsvik durante los cuarenta días de Cuaresma antes de la Pascua. El trabajo seguía su ritmo en los molinos y los talleres, pero no se oían risas y bromas como de costumbre. Era como si la pena de los señores se contagiase a todos los demás.

Arn pasaba menos tiempo del habitual en el adiestramiento de los jóvenes. En cierta manera era normal, pues muchos de ellos se habían convertido en hombres adultos y tenían ya varios años de experiencia en instruir a sus parientes más jóvenes. Sune, Sigfrid y Bengt habían preferido permanecer en Forsvik como instructores a regresar a su propia finca, algo que al menos Bengt y Sigfrid habían tenido la opción de hacer.

El hecho de que hubiese instructores nuevos para los jóvenes había hecho también que el vacío tras el hermano Guilbert entre los jinetes y en los juegos con la espada se notase menos ahora que al principio. Él pasaba la mayor parte del tiempo en la sacristía de la pequeña iglesia recién construida, donde enseñaba a Alde y a Birger Magnusson. Ya daban todas las
lectionis
en latín.

La enseñanza del hermano Guilbert no había estado del todo exenta de injerencias desde aquella vez que Cecilia descubrió que había visitado los talleres y había fabricado dos pequeños arcos para los niños, y ahora estaba detrás de la iglesia animándolos a disparar a una pequeña bola de cuero que había colgado de una cuerda fina. Se había defendido ante Cecilia diciendo que el tiro al arco era un arte que agudizaba el ingenio y que era de gran utilidad por lo que se refería a penetrar en la lógica de la filosofía o en la gramática. Cuando Cecilia, llena de reticencias, fue a consultar a Arn sobre el asunto, él aprobó con tanto entusiasmo las palabras del hermano Guilbert que sólo logró provocar en Cecilia una reticencia todavía mayor.

Cecilia decía que, de cualquier modo, debía haber una diferencia entre Alde y Birger. Con el tiempo ella se convertiría en la señora de Forsvik o de cualquier otra hacienda. Lo que le depararía el futuro a Birger no estaba del todo claro, pero siendo el hijo mayor de una de las casas más distinguidas de los Folkung y teniendo por madre a una hija de familia real, era fácil imaginar que el manejo del arco, el caballo y la lanza tendrían una gran importancia en su vida. Pero eso no significaba que su hija Alde fuese a ser educada para la guerra.

Arn intentó tranquilizar a Cecilia diciendo que el tiro al arco no servía sólo para la guerra, sino también para la caza, y que había muchas señoras que eran buenas cazadoras. Ninguna señora tenía por qué avergonzarse de poder llevar a la mesa una liebre o un pato que ella misma hubiese cazado. Y por lo que se refería a Birger, su escuela de la vida cambiaría mucho a partir del día en que cumpliese trece años y entrase en el grupo de jóvenes principiantes.

Cecilia se dejó satisfacer con esta explicación hasta que descubrió que el hermano Guilbert había fabricado unas pequeñas espadas de madera que Alde y Birger usaban para atacarse el uno al otro en cuerpo y alma mientras el profesor hablaba y gesticulaba entusiasmado.

Arn admitió que tal vez no considerase la espada como lo más importante que debía aprender su hija, pero la enseñanza de los niños no era cosa fácil y el hermano Guilbert era un profesor exigente, lo sabía por propia experiencia. Y desde luego no había nada malo en que, de vez en cuando, pasasen de la gramática a un poco de juego. Porque una alma sana requería un cuerpo sano, ésa era una máxima bien conocida.

También hubo lágrimas y rabia cuando Birger recibió su primer caballo a los siete años y Cecilia prohibió a Alde montar a caballo hasta que tuviese al menos doce. Los caballos no representaban un juego exento de peligro y eso lo sabían en particular en Forsvik, donde a lo largo de los años hubo muchas heridas y lamentos al caer los jóvenes jinetes y hacerse daño, a veces tanto que tenían que permanecer en cama durante un tiempo. Para los hombres jóvenes que aprendían a ser guerreros, ése era un peligro al que debían exponerse. Pero eso desde luego no era igual para Alde.

Arn se había visto acorralado entre una hija igual de decidida que su madre, ambas acostumbradas a lograr de él lo que quisiesen. Pero en la cuestión sobre cuándo Alde tendría su primer caballo sólo podía vencer una de las dos, y ésa fue Cecilia.

Su padre intentó consolar a Alde llevándola delante de él en la silla de montar, despacio y tranquilo cuando estaban al alcance de la vista de Forsvik y a la velocidad vertiginosa de la que sólo los caballos árabes eran capaces de alcanzar cuando no los veía nadie. Entonces Alde gritaba entusiasmada y su desilusión era aplacada al menos por el momento. Sin embargo, Arn tenía la conciencia un poco intranquila al tentar a Alde con tanta velocidad. Existía un claro riesgo de que ella misma lo intentara en cuanto tuviese su propio caballo, y la velocidad era lo último que uno debía probar cuando aprendía a montar a caballo.

Al llegar la Pascua, la pequeña iglesia de madera de Forsvik fue forrada de tapices oscuros tejidos por Suom que mostraban el sufrimiento de Nuestro Redentor en el Gólgota, el vía crucis y la última cena con sus discípulos. Arn todavía tenía dificultades en aceptar una Jerusalén con el aspecto de Skara y a los discípulos de Jesús como sacados de un tribunal cualquiera de Götaland Occidental. Cometió el error de pronunciarse sobre el asunto y a cambio tuvo que escuchar de nuevo todo el discurso de Cecilia acerca de que el arte no estaba en lo que se veía en la imagen en sí, sino en la verdad que surgía en el interior del espectador. Cedió a regañadientes en la disputa, más para escabullirse que no por estar convencido. Todavía le costaba aceptar imágenes en la casa de Dios, pues era de la opinión que esas cosas dañaban la pureza del pensamiento.

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