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Authors: E. F. Benson

Tags: #Humor

Reina Lucía (15 page)

BOOK: Reina Lucía
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—Permita que le haga una sugerencia —dijo Georgie—. Venga a comer conmigo primero, y demos un paseo por los alrededores, y luego puede ir a la fiesta en el jardín, y si no le gusta, la saco de allí otra vez.

—¡Hecho! —dijo Olga—. Pero luego no intente desdecirse, mi marido es testigo. ¡Georgie, dame un cigarrillo!

En un segundo, el Georgie de Riseholme tuvo su cigarrera abierta.

—Coja uno de los míos —dijo—. Yo también me llamo Georgie.

—¡No me diga! Debería usted informar a la Asociación de Investigaciones Psíquicas
[24]
, o a cualquiera de esas gentes que coleccionan coincidencias y que dicen que son
misterios
. Y una cerilla, por favor, cualquiera de los Georgies. Oh, cómo me gustaría no volver a pisar el escenario de una ópera jamás. ¿Por qué no puedo envejecer entre los muros de un jardín como este, o mejor aún, por qué no podría tener yo una casa y un jardín propios aquí, y cantar en el jardín de la plaza del pueblo, y pedir la voluntad? ¡Cuénteme cómo se vive aquí! Siempre he vivido en ciudades, desde que un judío con nariz aguileña, muy parecida a la de lady Ambermere, por cierto, me sacara del arroyo…

—¡Por Dios, querida…! —dijo el señor Shuttleworth.

—Bueno, en realidad me sacó de un orfanato en Brixton, pero yo habría preferido con mucho el arroyo. Eso es todo lo que puedo decir de mis primeros años por ahora, porque me lo estoy reservando para mis memorias, las cuales escribiré cuando mi voz se convierta en el silbato de un tren. Pero no se lo diga usted a lady Ambermere, porque le daría un ataque; al revés, dígale que se ha enterado usted por casualidad de que yo pertenezco a los Bracely de Surrey. Y yo también lo haré. Brixton está en la parte de Surrey. ¡Oh, Dios mío, mira el sol! Es como los mejores de Claude.
Heile Sonne!
[25]

—Tuve ocasión de escucharla en una actuación el pasado mayo —dijo Georgie.

—Entonces asistió usted a una representación de segunda categoría —dijo ella—. Pero realmente, ser liberada por esa Cosa, ese enorme prusiano gordo y libertino, fue demasiado para mí. ¡Y el dueto! Pero si acudió, fue muy amable por su parte, y lo haré mejor la próxima vez. ¡Sigfrido! ¡Brunilda! ¡Sigfrido! ¡Miau! ¡Por favor, traigan otro canastillo de gatos! Querido Georgie, ¿no fue espantoso? ¡Y resulta que tú me habías pedido matrimonio justo el día anterior!

—Yo salí absolutamente encantado —dijo el Georgie de Riseholme.

—Sí, pero usted no tuvo encima a esa Cosa apestando a cerveza y arrojando efluvios en su inocente cara.

Georgie se levantó: se daba por supuesto que la primera visita a un forastero en Riseholme no duraba nunca más de media hora, por mucho que te estuvieras divirtiendo, y jamás menos, por muy aburrido que pudieras estar, y Georgie estaba seguro de que ya había excedido el tiempo con creces.

—Debo marcharme —dijo—. Es delicioso pensar que usted y el señor Shuttleworth vendrán a comer conmigo mañana. ¿A la una y media, digamos?

—¡Excelente! Pero… ¿dónde vive usted?

—Justo al otro lado de la plaza. ¿Quieren que venga a buscarles? —preguntó.

—Por supuesto que no. ¿Por qué habría de tomarse esa molestia? —dijo Olga Bracely—. Ah, permítame acompañarle a la puerta del hotel y tal vez pueda usted enseñarme dónde vive desde ahí.

La
prima donna
cruzó el vestíbulo del hotel con Georgie, y ambos emergieron juntos a la vista de todo Riseholme, que paseaba alrededor de la plaza a esa hora, igual que a la mayoría de las horas, de hecho. Automáticamente todos los rostros se volvieron en su dirección, como un montón de girasoles siguiendo el curso de la luz del sol, mientras Georgie señalaba con el dedo su morera particular. Cuando estuvo seguro de que todo el mundo había obtenido ya una buena perspectiva de la escena, se quitó el sombrero.


A domani
, entonces —dijo Olga—. Muchísimas gracias.

Y se pudo observar muy claramente que ella le lanzó un beso con la mano mientras Georgie se alejaba…

«Así que también habla italiano», pensó Georgie mientras iba regalando pequeñas migajas de información a sus conocidos de camino a su casa. «
Domani…
sí, eso significa ‘mañana’. Oh, sí: ¡la comida!».

Apenas será necesario añadir que en su casa, en la mesa del vestíbulo, había una nota, de las más comunes de Lucía, una simple media cuartilla doblada por la mitad, en su estilo más doméstico. Georgie pensó que casi ni valía la pena molestarse en leerla, porque estaba completamente seguro de que contenía alguna excusa para no acudir a su casa a las seis con el fin de visitar al señor y a la señora Bracely. Pero le echó una ojeada antes de hacer con ella una pelota con la que
Tipsipoozie
pudiera jugar, y descubrió que su contenido era exactamente el que había previsto; la excusa era que no había realizado sus ejercicios diarios de piano. Pero la postdata era interesante, porque le decía que le había pedido a Foljambe que le entregara a su mensajero la partitura de
Sigfrido

Georgie pasó caminando junto a The Hurst antes de cenar. En esos momentos Mozart guardaba silencio, pero de las ventanas abiertas emergía un asombroso batiburrillo musical, que pudo reconocer de inmediato como el arreglo para piano del dueto entre Brunilda y Sigfrido del último acto. Se habría sentido verdaderamente deprimido si no hubiera adivinado de inmediato qué significaba
aquello
.

7

U
na nueva emoción saturó el ambiente, ya de por sí hipersaturado de excitación, cuando, a la mañana siguiente, todos los amigos de Lucía que habían sido invitados a su fiesta en el jardín
(titum)
recibieron una llamada de teléfono en la que se les informaba de que la fiesta había sido ascendida a
hitum
. Aquello originó una buena cantidad de trabajo extra, porque los invitados tuvieron que recoger las ropas
titum
y airear, cepillar y adecentar las
hitum
. Pero bien valía la pena, pues no resultó nada complicado para Riseholme deducir que Olga Bracely iba a estar entre los invitados. En una población cultivada y artística, la presencia de una estrella que refulgía tan majestuosamente en el mismísimo cénit del firmamento del Arte requería sin lugar a dudas una indumentaria
hitum
; unas galas que ni siquiera la mismísima presencia de la pobre lady Ambermere (aunque no le habría gustado enterarse) habría sido capaz de sacar de los armarios. Toda aquella emocionada expectación adquirió tintes de ruborizada alegría cuando nada menos que dos observadores independientes, sin connivencia alguna entre ellos, vieron al afinador de pianos entrando y luego saliendo de The Hurst, mientras que un tercero, testigo auditivo, inequívocamente escuchó cómo se estaba llevando a cabo el consiguiente afinado del piano. Así pues, era prácticamente seguro que Olga Bracely cantaría esa tarde. Además, se sabía que algo estaba pasando entre ella y Georgie, porque la señorita Antrobus la había oído preguntar por el número de teléfono de Georgie en el Ambermere Arms. La educación le impidió quedarse a averiguar qué pasó después, pero no pudo evitar oír a Olga riéndose por algo que (presumiblemente) Georgie le había dicho. El propio Georgie no participó en el parlamento de la plaza aquella mañana, pero se le había visto entrando precipitadamente en la frutería y saliendo acto seguido, antes de dirigirse apresuradamente a The Hurst. Eso había sido poco después de las doce y media. Las clases de filosofía oriental, bajo la tutoría del indio de la señora Quantock, ya estaban comenzando a convertirse en tema de conversación, pero aquel día, con el nerviosismo cardíaco causado por la súbita aparición de la
prima donna
en el pueblo, a nadie le importaban las sesiones de yoga; podrían haber estado dando clases de canibalismo. Por fin, alrededor de la una, uno de los coches en los que había llegado el cortejo el día anterior se detuvo a la puerta del Ambermere Arms, y al rato el señor Bracely —no, por Dios,
señor Shuttleworth
— se metió en él y partió solo. Era una conducta extrañísima en un recién casado. Todo el mundo esperaba que la pareja no hubiera discutido.

Por supuesto, a Olga no se le había dado instrucción alguna respecto al
hitum
y al
titum
, así que cuando se dirigió a casa de Georgie, poco después de la una y media, sólo la señora Weston, que estaba regresando a toda velocidad a casa para comer, se percató de que iba vestida con un sencillísimo vestidito azul oscuro que casi habría pasado por
scrub
. Es verdad que estaba maravillosamente bien cortado, y no tenía pinta de haber estado hecho un rebujo hasta hacía poco y haber sido planchado después apresuradamente, que era lo que habitualmente distinguía la indumentaria
scrub
de las otras, y también llevaba un collar de perlas particularmente delicadas al cuello, la clase de adorno que en Riseholme sólo podría verse en las veladas
hitum
, y eso sólo en el caso de que alguien en Riseholme hubiera tenido ese tipo de joyas. Lucía, no mucho tiempo atrás, había expresado la opinión de que «las joyas son vulgares, salvo por la noche», y ella, por su parte, no se ponía ninguna en absoluto, prefiriendo en cambio un camafeo griego de incierta autenticidad.

Georgie recibió a Olga Bracely solo, pues Hermy y Ursy aún no habían regresado de su partida de golf.

—Es muy amable por su parte haberme permitido venir sin mi marido —dijo Olga—. Su excusa es un dolor de muelas, así que se ha ido en coche a Brinton…

—Cuánto lo siento —dijo Georgie.

—No lo sienta, porque ahora le contaré la verdadera razón. Pensaba que si comía con usted, tendría que acudir luego a la fiesta del jardín, y estaba absolutamente decidido a no hacerlo. Así que, en realidad, usted es el causante de todas mis desgracias. ¡Dios mío, qué casa tan preciosa! Toda revestida de madera, con ese adorable jardín en la parte de atrás. Y un campo de
croquet
… ¿Podemos jugar al
croquet
después de comer? Siempre intento hacer trampas, y si me pillan me pongo como loca. Georgie nunca quiere jugar conmigo, así que juego con mi criada.

—Este Georgie sí jugará —dijo.

—Qué encantador por su parte. ¿Y sabe qué hicimos esta mañana, antes de que le comenzara el dolor de muelas? Fuimos hasta esa casa que hay tres puertas más abajo, la que están reformando. Pertenece al propietario del Ambermere Arms. Y… oh, ¿puedo preguntarle si puede guardar un secreto?

—Sí —dijo Georgie. Probablemente jamás había guardado ninguno hasta entonces, pero no había razón alguna para que no pudiera empezar a guardarlos a partir de ese momento.

—Bueno, estoy absolutamente decidida a comprarla, pero no me atrevo a decírselo a mi marido hasta que no lo haya hecho. Tiene un carácter muy raro. Cuando una cosa está hecha, decidida, y ya no puede evitarse, le parece maravillosa pero, por otro lado, encuentra objeciones imposibles para hacer cualquier cosa si se le consulta sobre ello antes de que se haga. ¡Así que ni una palabra! Yo la compraré, diseñaré el jardín, la decoraré hasta el más mínimo detalle, y contrataré a los criados, y luego él me la ofrecerá como regalo de cumpleaños… Tenía que contárselo a alguien o habría estallado.

Georgie casi se desmayó de fervor y admiración.

—¡Pero qué plan tan ideal! —dijo—. ¿De verdad le gusta nuestro pequeño Riseholme?

—No es una cuestión de gustar: es que sencillamente soy incapaz de pasar sin él. Tampoco me gusta respirar, pero me moriría si no lo hiciera. Necesito algo encantador, un escondite, un lugar que sea como un remanso de paz, donde no ocurra nunca nada, y nadie haga nunca nada tampoco. Me he pasado la mañana observando a la gente del pueblo, y sus costumbres son encantadoras. Aquí no ocurre nunca nada, y eso es precisamente lo que me conviene cuando estoy lejos de mi trabajo.

En ese momento, Georgie estuvo más cerca que nunca de desmayarse. Apenas podía creer lo que escuchaban sus oídos cuando Olga hablaba de Riseholme como de un remanso de paz, y casi pensó que debía de estar hablando de Londres, donde, como Lucía había observado agudamente, la gente se sentaba en Hyde Park toda la mañana y hablaba de los asuntos de los demás, y pasaba la tarde en galerías de pintura, y bailaban toda la noche. Aquello sí que era una existencia relajada y frívola.

Pero Olga se encontraba demasiado absorta en su proyecto como para darse cuenta de su estupefacción.

—Pero si dice usted una sola palabra —dijo ella—, todo se echará a perder. Tiene que ser una sorpresa absoluta para Georgie… Oh, y hay otra morera en su jardín, además de la que hay a la entrada. ¡Es demasiado!

Sus ojos siguieron a Foljambe al otro lado de la puerta.

—Y apostaría cualquier cosa a que su camarera se llama Paravicini, o Grosvenor… —dijo.

—No, se llama Foljambe —contestó Georgie.

Ella se echó a reír.

—Sabía que no me equivocaba —dijo—. Es prácticamente lo mismo. ¡Oh, y lo de anoche! Nunca pasé una velada tan espantosa. ¿Por qué no me advirtió usted, y así mi marido habría tenido el dolor de muelas anoche en vez de esta mañana?

—¿Qué ocurrió?

—Me refiero a esa loca, a esa cacatúa de Ambermere. Georgie y yo llegamos diez minutos tarde, y ella llevaba una tiara azabache en la cabeza: ¿por qué nos dijo que cenábamos a las ocho menos cuarto si quería decir
a las ocho menos cuarto
, en vez de decirnos a las siete y media? De hecho, ellos ya estaban sentándose a la mesa cuando llegamos: una lastimera procesión de hombres apolillados con tres mujeres bigotudas. Entonces la procesión se disolvió, como si nos estuvieran leyendo la cartilla, y se organizó de nuevo como un cortejo fúnebre, y Georgie y lady Ambermere eran como la carroza del funeral. Cenamos en el panteón familiar, y hablamos sobre la
naricilla
[26]
de lady Ambermere. Ella habló también sobre usted, y dijo que usted pertenecía a una familia aristocrática rural, y que la señora Lucas era una mujer muy decente, y que hoy iba a pasarse a echar un vistazo a la fiesta del jardín en casa de la señora Lucas. Entonces miró mis perlas y preguntó si eran auténticas. Así que yo le miré los dientes y no tuve necesidad de preguntar por ellos.

—No se salte usted nada —dijo Georgie con avidez.

—Cada vez que lady Ambermere hablaba, todos los demás se callaban. Al principio no entendí el mecanismo, porque nadie me había explicado las reglas. Así que ella se paraba a mitad de la frase y esperaba a que yo la terminara. Entonces continuaba, precisamente donde lo había dejado. No había reproches, entiéndame, ni reprimendas, pero me di cuenta… Luego, cuando pasamos al salón, las tres mujeres bigotudas y yo descubrimos que había una especie de mujercilla allí sentada, con aspecto de ratón, pero no fuimos presentadas. Así que, naturalmente, yo quise entablar conversación con ella. Tras lo cual, la Gran Cacatúa dijo: «¿Quiere ir usted a buscarme el punto de cruz, señorita Lyall?», y la tal señorita Lyall se levantó, cogió una bolsa de un rincón, y en el interior estaba el lienzo sagrado. Y luego yo esperaba que sirvieran un poco de café y cigarrillos, y esperé y esperé, y todavía estoy esperando. La Cacatúa dijo que el café no la dejaba dormir, y que por eso no lo servía. Y entonces apareció Georgie con los demás, y yo pude notarle en la cara que él tampoco había fumado. Eran ya las nueve y media. Y entonces cada hombre se sentó entre dos mujeres, y
Pug
se sentó en el medio y empezó a buscarse las pulgas. Entonces lady Ambermere se levantó, cruzó el círculo mágico hasta llegar a mí y dijo: «Espero que se haya traído usted su música, señora Shuttleworth. Tenga usted la amabilidad de abrir el piano, señorita Lyall. ¡Siempre ha sido considerado un instrumento extraordinariamente bien afinado!».

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