Relatos de Faerûn (39 page)

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BOOK: Relatos de Faerûn
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—El archimago no se atreverá a emplear un conjuro mortal muy potente en una habitación tan pequeña —razonó el capitán—. Lo más probable es que trate de paralizarnos, como hizo con Cy, o de hipnotizarnos a todos y hacernos creer que es nuestro aliado, para después acabar con nosotros uno a uno. Pero no vamos a permitirlo. Nada más verlo, lo acribillaremos con las ballestas. Los dardos de las ballestas están dotados de poderes especiales que garantizan que darán en el blanco. Sólo hay un dardo por hombre porque sólo tendremos una ocasión de disparar. Si logramos que no tenga tiempo de recurrir a la magia, saldremos con vida. —Lume escudriñó los rostros de sus hombres—. Una vez hayamos matado a Sombra, nos haremos con su vara. Y después lo celebraremos a lo grande.

Los salteadores lanzaron vítores y hurras, animados por las palabras del capitán. Cy se mantuvo en silencio. Las cosas no iban a ser tan fáciles. Muchos no volverían con vida, acaso él tampoco. Cy esperaba que, por lo menos, uno de los que no volvieran fuese el capitán Lume.

Al llegar a la entrada del lujoso hogar de Sombra, Lume hincó levemente la punta de su sable en las costillas de Cy.

—Ahora sé buen chico y enséñanos cómo podemos entrar —le ordenó.

Cy condujo a la muda y casi invisible partida de asesinos por el largo corredor hasta llegar a la amplia sala de decoración abigarrada. En silencio absoluto, el grupo dejó atrás a los rubios gólems femeninos y enfiló la escalera que llevaba a la habitación subterránea.

Como en la ocasión anterior, la puerta del cuarto estaba entreabierta y se veía luz en el interior. Cy hizo una señal a los demás, invitándolos a pasar adelante, y se apretó contra la pared. Los bandoleros dieron un paso al frente y se posicionaron a ambos lados de la puerta. A un lado de Cy, Lume hizo un gesto con la cabeza dirigido a sus hombres. Uno de ellos levantó la mano y empezó a contar en silencio. Al llegar a tres, todos irrumpieron en el cuarto al unísono.

Desde el lugar en que se encontraba, Cy sólo pudo ver cómo los bandoleros dejaban atrás la antesala. Sus botas mágicas hicieron que su avance se realizara en completo silencio. El capitán Lume y él esperaron a oír el ruido de la lucha, los sonidos de algún conjuro mágico pronunciado por Sombra. Sin embargo, nada se oyó. Tras unos momentos que se hicieron eternos, uno de los hombres apareció en la puerta y, con una señal, instó a ambos a pasar al interior. Lume agarró a Cy por el hombro y lo hizo entrar por delante.

El dormitorio seguía en desorden, si bien la pared destruida cuando los ogros aparecieron en él ahora volvía a estar en buen estado. Los asesinos se miraron nerviosos los unos a los otros, como si temieran ser atacados de un momento a otro por algún elemento invisible. Cy se acercó a la pared y fijó la mirada en la cómoda, sobre la que seguía descansando su daga encantada.

«Prefiero morir con un arma en la mano», se dijo. Sus dedos se cerraron en torno a la empuñadura.

Tras acercarse al lugar de la pared donde había estado la puerta secreta, su mano buscó el marco de la puerta bajo el estucado. Sus dedos de pronto atravesaron la pared. El archimago no se había molestado en restaurar la pared, contentándose con someterla a un embrujo de ilusión. Bastaría con atravesar dicha ilusión para acceder a la escalera que había al otro lado.

Cy dio media vuelta y se dirigió a la otra puerta, haciendo una señal a Lume para que lo siguiera.

El capitán le dedicó una mirada furiosa.

—¿Qué está pasando aquí?

—Sombra tiene un laboratorio en el sótano y ha proyectado una ilusión sobre el lugar donde está la puerta, para hacer creer que la pared es sólida. Pero lo más probable es que cuente con otras defensas. Yo creo que lo mejor es ocultarse aquí y esperar a que llegue.

Lume asintió y, con un empujón, hizo que Cy volviera a entrar en el cuarto. El capitán entonces ordenó a sus asesinos que se apartaran de forma estratégica en el dormitorio, tras lo cual volvió a salir a la antesala agarrando a Cy del brazo.

Pasaron varías horas. Los asesinos aguardaron en silencio. Por fin, la pared se estremeció, y una figura entró mágicamente en el cuarto. Sin prestar atención al entorno. Sombra tenía la mirada fija en un objeto que llevaba en las manos. Su varita mágica estaba prendida bajo el cinto de su túnica. Su cuerpo no parecía mostrar ningunas de las heridas o moratones previsibles en quien había sido repetidamente golpeado por dos ogros enormes.

A los dos pasos, el mago pareció intuir que algo andaba mal. Al instante empezó a pronunciar un conjuro. Los asesinos respondieron con la cerrada descarga de sus ballestas. El mago soltó un grito de dolor y trastabilló en dirección a la cama, soltando el objeto que llevaba en las manos, sin terminar de pronunciar el conjuro.

Cy vio cómo Sombra caía de rodillas. Lanzando un aullido salvaje, Lume irrumpió. Con las manos en el pecho. Sombra estaba sangrando profusamente y tenía la mirada fija en el suelo.

—Bien, bien, bien... —aprobó Lume, quien se encontraba a pocos pasos del archimago y exhibía una ancha sonrisa en el rostro—. Mi querido archimago Sombra... ¿Tienes idea del tiempo que llevo intentando acabar contigo?

El otro alzó la mirada del suelo y terminó de pronunciar las últimas palabras de un nuevo encantamiento. Sus ojos miraron furibundos al capitán en el momento preciso en que unas saetas mágicas salieron disparadas de su propio cuerpo y fueron a clavarse en los cuerpos de los asesinos a sueldo de Lume. Todos cayeron muertos en el acto, con un dardo clavado en la frente. Sin dejar de sangrar. Sombra trató de incorporarse. Su faz estaba cada vez más pálida.

—Pues no, no lo sé —espetó en respuesta a las palabras de Lume—. La verdad, son incontables los que han intentado matarme.

Lume no perdió más tiempo. Se acercó al hechicero y lo empujó al suelo, le quitó la varita mágica del cinto y acercó su daga a su garganta.

—Pues bien, permíteme que me presente. Me llamo Lume y trabajo para Olostin.

—Sí... —Sombra tosió dificultosamente—. Me suena tu nombre... Encantado de conocerte.

—El placer es mío, y lo digo muy en serio. —Lume se volvió hacia Cy—. ¿Ésta es la varita de que me hablaste? —preguntó, alzando la varita con una piedra cristalina en la punta.

—Eso creo, sí.

El capitán dio un paso atrás y miró al archimago.

Cy aprovechó que ningún asesino lo vigilaba ya y arremetió contra Lume con su daga.

—¡Muere de una vez, cerdo!

El capitán esquivó el tajo, pero resbaló al hacerlo y perdió el equilibrio.

Cy se lanzó sobre la espalda del capitán. Su daga encantada atravesó con facilidad la coraza de cuero de Lume, abriendo una herida roja y profunda en su costado.

—¡Maldito estúpido...! —barbotó Lume.

El capitán desenvainó su sable en el acto y lanzó dos rápidas estocadas contra Cy.

Éste consiguió bloquear la primera, pero la segunda fue a dar bajo su muñeca, haciéndole soltar la daga. Lume de nuevo arremetió contra él. Cy retrocedió, esquivando la afilada hoja, si bien al hacerlo tropezó con la cama y cayó de espaldas al suelo, junto a Sombra. Con la mano buena, el joven apretó la roja herida que Lume acababa de abrirle en la muñeca.

El capitán apuntó con la varita mágica a sus dos enemigos indefensos.

A pesar de su respiración dificultosa, el archimago soltó una risa fatigada.

—La varita de nada te va a servir —afirmó—. No sabes cuál es la palabra mágica necesaria para...

—Estás muy equivocado, mago, y lo voy a demostrar liquidándote con tu propia arma. —Una sonrisa pérfida apareció en el rostro de Lume—. Me divierte que te hayas pasado la vida perfeccionando un arma como esta varita, la varita con que voy a acabar contigo.

—No sabes con qué clase de fuerzas te la estás jugando... —tosió el mago con voz ronca. Un hilillo de sangre apareció en la comisura de su boca.

—Ni tú tampoco. —Lume apuntó con la varita y pronunció la mágica palabra que Cy le había repetido en el campamento—:
Shadominiaropalazitsi
.

Una vez más, un rayo grisáceo brotó de la vara. El rayo se dirigió hacia el archimago encogido en el suelo, a quien envolvió con su luminosidad, una luminosidad que empezó a desgajarse en pequeñas formas negruzcas. De forma instintiva, Sombra levantó el brazo para protegerse el rostro, pero esta vez las sombras se fraccionaron todavía más y empezaron a volar en torbellino por la habitación entera, hasta sumir aquel espacio en una oscuridad absoluta.

Un instante después, las sombras empezaron a reagruparse, formando un pequeño ciclón en torno al capitán Lame.

—¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? —chilló éste.

—¿No lo comprendes, necio? —apuntó el archimago—. ¿No reconoces esas sombras?

—¡No sé de qué me hablas! —gritó Lume, tratando de defenderse del acoso de las sombras a sablazo limpio—. ¡Dejadme en paz de una vez, malditas! ¡Dejadme!

Sombra se levantó del suelo.

—¿Te parece bonito tratar así a las sombras de los anteriores asesinos que enviaste contra mí?

Lume se quedó boquiabierto, paralizado por un segundo.

—Justamente. —Sombra sonrió—. Castigué a tus asesinos convirtiéndolos en sombras y atrapándolos por siempre en la varita. Pero ahora tú mismo los has liberado, y se proponen vengarse de la eternidad de sufrimientos a la que les condujo tu maldad.

Sin perder un segundo, las sombras seguían cerniéndose amenazadoras sobre el capitán, que continuaba anonadado ante aquella revelación.

—Pero... tú fuiste quien les causó la muerte —barbotó finalmente.

—Las sombras entienden que yo me limité a defenderme. Por eso te culpan a ti, por haberlas enviado a un final ignominioso. Mejor habrías hecho en no jugar con fuerzas que escapaban a tu control.

Crecientemente fatigado, Lume apenas podía defenderse ya del acoso de las sombras. Las estocadas de su sable eran cada vez más lentas e inefectivas. Las sombras empezaron a adherirse a su cuerpo. Lume finalmente cayó al suelo.

—Que seas tú precisamente quien haya dicho estas palabras... —le espetó a Sombra.

Su cabeza entonces cayó desmadejada, golpeando en el piso de madera. Las sombras se lanzaron en masa sobre su cuerpo inerte. Una forma oscura se formó en torno al cadáver del capitán, hasta unirse en una gran sombra humana que de pronto se elevó en el aire, arrastrando consigo a aquella masa en torbellino. Al momento, la confusa masa en suspensión se dirigió al extremo de la varita que Lume seguía aferrando con su mano muerta. El grisáceo ciclón en miniatura se fue estrechando al acercarse a la piedra cristalina, donde desapareció como por ensalmo.

El archimago rebuscó en un bolsillo de su túnica y sacó una botella de cristal rojizo, que descorchó al momento y de la que bebió con avidez. Una extraña aura blanca brotó en torno a su cuerpo, y al punto dejó de sangrar. Su aspecto mejoró considerablemente.

El mago miró a Cy, que seguía tendido en el suelo apretándose la herida de la muñeca con la mano.

—Como te dije una vez, me parece que eres demasiado joven para ser un asesino a sueldo —repuso Sombra—. Lo mejor sería que te buscaras otra ocupación.

Dicho esto, el archimago se dio media vuelta y desapareció por la pared ilusoria.

Cy contempló el cadáver del capitán Lume y asintió con la cabeza. Luego se levantó, subió por las escaleras y esquivó a un rubio y hermoso gólem femenino mientras se dirigía a la salida. 

Sube la marea...

Keith Francis Strohm

Keith Strohm vive y trabaja en Seattie, Washington. Mientras colaboró con Wizards of the Coast, estuvo empleado como gerente comercial de Dungeons & Dragons, y como gerente responsable de juegos y miniaturas. Tras convertirse en vicepresidente del Pokemon Product Group, dejó la empresa. Si alguien le pregunta por sus actuales proyectos, lo normal es que responda con una sonrisa enigmática.

Publicado por primera vez en

Realms of the Deep.

Edición de Philip Athans, marzo de 2000.

Cuando escribí este relato yo estaba fascinado por todo cuanto tiene que ver con la cultura celta. Hacía poco que había visto El secreto de la isla de las focas, y estaba enfrascado en la lectura de un libro llamado Island Cross Talk, una fascinante colección de recuerdos e historias narradas por un pescador de las islas Blasket, situadas al suroeste de la costa irlandesa. Como es natural, las imágenes y los acentos de los pescadores irlandeses por entonces estaban muy presentes en mi conciencia.

En el momento en el que el argumento de The Threat from the Sea llegaba a su punto culminante, se me ocurrió pensar en las consecuencias que el estallido de la guerra tendría en las gentes sencillas de Faerun, en cómo el heroísmo muchas veces no es patrimonio de los caballeros enfundados en cotas de malla. El relato resultante, uno de los primeros que escribí, todavía me lleva hoy a pensar en fuegos de turba e islas envueltas en la niebla.

K
EITH
F
RANCIS
S
TROHM

Abril de 2003

7 de Eleint, Año del Guantelete.

L
os últimos rayos del sol poniente relucían sobre las aguas del mar Interior, transformando las ondas en una lámina centelleante. Fuego de Umberlee, denominaban los marineros a tal ilusión, que consideraban buena señal, muestra de que la Reina del Mar bendecía su trabajo. De pie, en la proa del viejo barco pesquero que había pertenecído a su familia durante tantos años, Morgan Kevlynson hacía caso omiso de tan espectacular panorama. Con aire ausente, se apartó un mechón de pelo negrísimo del rostro que los salados dedos del viento habían empujado contra sus facciones. Sus pensamientos estaban muy lejos del fiero pellejo del mar.

Envueltas en una oscuridad profunda, en lo más profundo, unas jornias verdes y azuladas se movían allí donde la luz de sol apenas acariciaba los abismos marinos.

Allí había misterios. Morgan lo sabía con tanta seguridad como conocía su propio nombre. El mar albergaba una sabiduría antiquísima, una sabiduría libre y por domeñar, cuyas anchas espaldas estaban impregnadas de promesas. Unas sombras que a voces lo llamaban cuando surcaba las aguas en silencio.

Como sucedía hoy.

Morgan cerró los ojos, absorto en el baile del viento, las olas y la espuma. Sentía un vacío al que estaba acostumbrado, como si una marea se estuviera retirando en su interior. Su corazón latía al ritmo de las pulsaciones marinas, lentas e insistentes, como las olas coronadas de espuma que batían las amuras del navío, hasta que todo formaba parte de un mismo ritmo —el corazón, el barco, el cielo—, y el mundo entero encontraba definición en aquel momento líquido y único.

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