Relatos de Faerûn (35 page)

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Authors: Varios autores

BOOK: Relatos de Faerûn
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»Sin embargo, por mucho que tuviera la obligación legal de hacerlo, la tejedora no había enseñado a Stelly a leer y escribir. En principio, Belinda, la jefa de las Swanmays, estaba en contra de responsabilizarse de una muchacha analfabeta que sólo sabía tejer lana. Por lo demás, en Puerta Oeste era delito llevarse a una aprendiza de su hogar. Sin embargo, a Belinda le gustaba Stelly, así que pidió a Kasilith que enseñara a la joven tejedora a leer y escribir. Si lo hacía, ella prometía presentarse ante el concejo municipal de la ciudad, poner en cuestión los derechos de la vieja tejedora sobre Stelly y pedir que le dejaran llevarse a la joven como aprendiza de espadachín.

»A lo largo de aquel invierno, Kasilith enseñó a Stelly a leer y escribir. Stelly estaba convencida de que lo que la otra le estaba enseñando era pura magia; la chica encontraba increíble que unos garabatos en el papel pudieran tener significado. Kasilith la embromaba diciéndole que si aquello era magia, sin duda se trataba del conjuro más común en los Reinos.

»Aquel mismo invierno, una penanggalan empezó a atacar a las mujeres de Puerta Oeste. Ni la guardia ni los distintos aventureros de la ciudad fueron capaces de encontrar la guarida del monstruo. En vida, la penanggalan había sido una mujer noble cuya poderosa familia se las había ingeniado para ocultar a todos su verdadera naturaleza. El destino o la casualidad quisieron que aquella aristócrata espectral se presentase un día en el taller de Stelly para encargar que le remendaran la capa. El monstruo decidió que Stelly iba a ser su siguiente víctima. Alegando que no podría pasarse por el taller aquella tarde, la penanggalan convenció a la joven de que acudiera a reunirse con ella una vez cerrado el taller.

»Aquel mismo día, un poco más tarde, la vieja tejedora se enteró de que Belinda pensaba llevarse a Stelly con ella. Furiosa, la tejedora ordenó a Stelly que remendase la capa de la joven noble, tras de lo cual encerró a la muchacha con llave en el taller. Desde allí, Stelly oyó cómo la tejedora echaba a las Swanmays de su casa y luego atrancaba la puerta.

»La muchacha lloró con desconsuelo durante un rato y finalmente se aplicó a remendar la capa de la aristócrata. En el bolsillo de la prenda, Stelly entonces encontró un costoso relicario en el que había un nombre grabado. Como Stelly había aprendido a leer, al momento reconoció que el nombre era el de una chica que había sido asesinada por la penanggalan. Stelly llamó a gritos a su ama, pero ésta pensó que la joven tenía una simple pataleta, de forma que no hizo caso. Bastante rato más tarde, después de que hubiera oscurecido, la aprendiza oyó que su ama desatrancaba la puerta y, de repente, soltaba un grito de miedo. La penanggalan había venido a por la tejedora envuelta en su verdadera apariencia.

»Encerrada en el taller, Stelly oyó los gemidos de la tejedora cuando la bestia espectral finalmente empezó a chuparle la sangre. Muerta de miedo, Stelly acabó por perder el conocimiento.

»Por la mañana, la penanggalan, de nuevo humana en apariencia, abrió la puerta del taller con intención de recoger su capa. Fingiéndose apenada por la aprendiza, la espectral aristócrata prometió volver y liberar a Stelly después de que cayera la noche. Stelly se las arregló para ocultar su miedo y su conocimiento de la auténtica naturaleza de aquella mujer. Sabedora de que la penanggalan se proponía matarla, como sin duda había hecho con la vieja tejedora, Stelly ideó una estratagema desesperada. En la parte posterior de la capa del monstruo escribió la palabra "pnngalin" con tiza. Luego dobló la capa con cuidado, de forma que se viera bien el arreglo efectuado en la prenda pero no la leyenda marcada con tiza. Al presentarse a recogerla, la espectral noble se mostró satisfecha con el remiendo y permitió que Stelly le pusiera la capa sobre los hombros. Y luego se marchó, dejando a Stely encerrada en el taller. Fue la última vez que Stelly la vio.

—Porque la gente vio aquella leyenda en la espalda y mató al penanggalan —terció Jewel con entusiasmo.

—Así acababa la historia de Alias —asintió Kith—. El conjuro común de la lectura y la escritura salvó la vida a Stelly.

—¿Eso es todo? —inquirió Mari, a todas luces descontento con el final del relato.

—No, hay más —reconoció Kith, cuya voz se tornó más seria—. El final que Alias dio a la historia era mentira.

Los ojos de los alumnos se abrieron con sorpresa.

—¿Y por qué iba a mentir Alias? —preguntó Lisaka.

Kith se encogió de hombros.

—Porque ella supo la historia de labios de su padre, el bardo Finder Espolón de Wyvern, y así es como éste se la contó. Los bardos son conocidos por su disposición a manipular los hechos según su voluntad. Pero yo sé que ése no era el verdadero final de la historia. Yo me encontraba en la posada de Vado de la Serpiente cuando Alias narró la historia —dijo Kith—. Cuando terminó de relatarla, una mujer que había estado escuchando la acusó de mentirosa y le soltó una bofetada en el rostro.

Todos, incluido Mari, dieron un respingo.

—Esa mujer era la antigua aprendiza de magia Kasilith, la que había estado con las Swanmays —indicó la maestra—. Aunque en realidad sólo tenía veintisiete años, parecía que tuviera cincuenta por lo menos. Kasilith entonces contó el auténtico final de la historia.

—¿Qué sucedió? —intervino Mari.

—Kasilith tenía la misión de enseñar a la muchacha a leer y escribir —respondió Kith con un punto de amargura en la voz—. Sin embargo, las dos muchachas pasaron el invierno jugando frívolamente con sus espadas de juguete y sus ropas, con sus cabellos y sus trucos de magia. Cuando Stelly encontró el relicario de la penanggalan, fije incapaz de leer lo que en él estaba grabado. La joven aprendiza no se enteró de que la aristócrata era el monstruo y, si lo adivinó al oír los gritos de la vieja tejedora por la noche, fue incapaz de escribir palabra alguna en la capa del monstruo. La noche siguiente, la noble volvió a liberar a Stelly. Efectivamente la liberó de la vida, pues chupó toda la sangre de su cuerpo.

—¡Oh, no! —susurró Jewel.

—Oh, sí —respondió Kith.

—¿Alguien capturó finalmente a la penanggalan? —preguntó Todd, el hijo del panadero—. ¡Un momento! —exclamó al punto—. Seguro que esa penanggalan de Vado de la Serpiente era la misma que se encontraba en Puerta Oeste. Y que Kasilith seguía tras su rastro con intención de vengar la muerte de Stelly. ¿Cierto?

—Eso es lo que Kasilith dijo a Alias y su compañera Dragonbait —contestó Kith.

—Pero ¿el monstruo fue atrapado o no? —inquirió Mari.

—Alias llevaba consigo una esquirla de una piedra buscadora, un viejo y roto objeto mágico —dijo Kith—. Al levantar la esquirla en alto, bastaba con que una concentrase sus pensamientos en algo o en alguien para que el añico proyectara un rayo de luz en la dirección en que se encontraba ese algo o alguien. Como Kasilith afirmaba que había visto la envoltura humana de la penanggalan en cierta ocasión, Alias le dio la esquirla. Su rayo de luz las condujo a una guarida subterránea en la que el torso de la penanggalan yacía sobre un lecho de ramas de pino recién cortadas. La cabeza del monstruo no estaba allí; volvería antes del amanecer, pero en aquel momento se encontraba de cacería.

«Agitada al máximo, Kasilith recurrió a la magia para prender fuego a aquel cuerpo descabezado. Sin su torso, la penanggalan ya no podría volver a ocultar su verdadera naturaleza. A la vez, si los rayos de sol iluminaban la cabeza y ésta no volvía junto al torso antes de unas pocas horas, terminaría por pudrirse, de forma que la penanggalan tampoco podría moverse durante el día. Las aventureras entonces se escondieron y esperaron a que volviera la penanggalan.

—¿Y volvió? —preguntó Mari, ansioso.

Kith negó con la cabeza.

—¿Qué sucedió entonces? —quiso saber Jewel.

—Alias, Dragonbait y los aldeanos buscaron en todas partes. Durante días y noches seguidos, trataron de dar con la penanggalan o sus restos. No encontraron ninguna otra guarida secreta, como tampoco encontraron ninguna otra víctima del monstruo. Los aldeanos suponían que acaso se había podrido tras ser alcanzada por los rayos del sol, pero Alias se negaba a dejar la búsqueda hasta que tuviera la certeza absoluta de la muerte de la penanggalan.

»Kasilith, sin embargo, lo dejó. Cuando ya estaba a punto de marcharse del pueblo, una tempestad de nieve llegó del nordeste. Iba a ser imposible salir del valle antes de una semana, de forma que tuvo que quedarse unos días más. La maga empezó a volverse taciturna y a marchitarse físicamente. Cuando la tempestad por fin pasó, Kasilith estaba tan enferma que la debilidad la obligaba a guardar cama. Su compañera de viaje, una hermosa expósita llamada Jill, se quedó a cuidarla.

»Una noche, cuando Alias y su compañera Dragonbait iban a salir otra vez de la posada en busca del monstruo, Dragonbait de pronto volvió el rostro y soltó un violento bufido. Dragonbait provenía de una extraña raza de seres similares a los lagartos conocidos como los sauriales, aunque físicamente era muy parecida a mí o a vosotros. Dragonbait era una verdadera paladina, una defensora del dios de la justicia, y como un paladín humano, tenía el poder de detectar la presencia del mal. Al momento echó a correr hacia el cuarto de Kasilith, seguida de cerca por Alias. Entre las dos, echaron la puerta abajo.

»Había algo en el pecho de Kasilith, algo que se pegaba a su cuello. Por un momento, Alias lo tomó por un bebé dormido. Aquello tenía un pelo rubio y sedoso que Kasilith estaba acariciando con una mano. Su mano libre estaba cerrada en torno a lo que parecía el bracito de un niño. En aquel momento, el posadero llegó corriendo con un candil, y Alias vio que lo que había sobre el cuerpo de Kasilith era la penanggalan. El monstruo estaba sorbiendo toda la sangre que manaba de dos pequeñas heridas en la garganta de la maga, mientras su cola negra y viscosa se retorcía como una serpiente en la mano de la maga.

El posadero dejó caer el candil y huyó a todo correr. Alias tuvo que hacer esfuerzos para no vomitar. La penanggalan entonces alzó la cabeza hacia ellas y emitió un silbido maligno. Su rostro era el de la compañera de viaje de Kasilith. El rostro de Jilly, cuyo torso descabezado yacía en la cama junto a la maga. El monstruo se alzó de la cama, con los ojos rojizos y brillantes, con la sangre manando de su garganta abierta. Con una voz chillona, gritó el nombre de su víctima y salió volando hacia la ventana, si bien su huida se vio bloqueada por la paladina saurial y su espada llameante. Alias cerró la puerta de golpe, atrapando al monstruo en el cuarto con su víctima y las dos aventureras.

»La penanggalan podía volar, pero el techo de la habitación era muy bajo, y el filo de espada de Alias muy largo. Alias acorraló a la bestia en un rincón y ya iba a asestarle una estocada mortal cuando su espalda estalló presa de un dolor intensísimo, equiparable al que habrían causado cinco saetas mágicas clavadas en su carne. Atónita, se volvió en redondo y descubrió que quien así la había atacado no era otra que Kasilith. La maga no sólo era la víctima del monstruo espectral; también era su protectora.

«Dragonbait se abalanzó sobre Kasilith, impidiendo que pudiera volver a recurrir a la magia. A todo esto, el monstruo aprovechó la momentánea distracción para lanzarse contra Alias y enroscar la cola en torno al cuello de la espadachina. Mientras sostenía la espada en alto con una mano. Alias trató de quitarse de la garganta la cola de aquel ser que amenazaba con asfixiarla. La cola era viscosa, como un pedazo de carne podrida, y hedía a sangre coagulada. Comprendiendo que no le quedaba mucho tiempo. Alias dejó caer la daga al suelo y empuñó el estilete que llevaba oculto en la caña de la bota.

»Un segundo más tarde, rebanó la cola de la penanggalan. La sangre caliente salpicó su rostro, impidiéndole ver por un segundo. La penanggalan hincó los colmillos en su mejilla. Alias dejó caer el estilete y tiró de los cabellos del monstruo, obligándolo a soltarse, y estrelló aquella cabeza de pesadilla contra la pared una y otra vez, hasta romperle el cráneo. La cola, que seguía medio enroscada en torno a su cuello, de pronto quedó inerte. Alias arrojó a la bestia al suelo y, tras hacerse de nuevo con su espada, descargó un tajo que cortó la cabeza en dos mitades.

»Una nube negruzca se elevó de la cabeza del monstruo, se encogió hasta convertirse en un punto minúsculo y negrísimo, y se esfumó. En el lecho, Kasilith sollozó un nombre, el de Stelly. Alias entonces comprendió lo que había sucedido.

Kith hizo una pausa, agachó la cabeza y respiró con fuerza.

—¡Jilly era Stelly! —exclamó Todd—. El cuerpo de Stelly no había sido incinerado —especuló el muchacho—. Así que se convirtió en una penanggalan. Pero ¿qué fue de la otra penanggalan? ¿Aquella cuyo cuerpo fue destruido por Kasilith? —preguntó—. ¿Fue ella quien mató a Stelly?

Kith negó con la cabeza.

—No, Las Swanmays finalmente dieron con ella y la destruyeron. No había otra penanggalan. Kasilith creó un ilusorio cuerpo del monstruo y lo destruyó, para que Alias creyera que el monstruo había muerto y dejara de seguir buscándolo.

—Pero Alias era una cazadora demasiado paciente para abandonar su presa —comentó Mari.

—Y cuando Kasilith y Stelly se vieron bloqueadas por la nieve en Vado de la Serpiente, Stelly tuvo que empezar a alimentarse de Kasilith para no ser atrapada —agregó Todd.

—Kasilith ayudó a Stelly porque era su amiga del alma, por mucho que fuese una penanggalan —intervino Lisaka.

—Una penanggalan no tiene por qué ser la persona que era en vida. Lo que sucede es que la fuerza maligna que anima su cuerpo hace que sepa lo que esa persona sabía —arguyó Mari—. ¿Cierto?

—Cierto —musitó Kith.

—Pero Kasilith no lo sabía, ¿verdad? —preguntó Jewel.

—Sí que lo sabía—respondió Kith.

—La penanggalan seguramente la hipnotizó hasta convertirla en su esclava —aventuró Mari.

Kith negó con la cabeza.

—Kasilith le sirvió libre y voluntariamente. Porque tenía remordimientos de que Stelly hubiera muerto por su causa, por no haberle enseñado a leer. Kasilith entonces se prometió servir durante el resto de sus días a aquel ser maligno a fin de remediar en lo posible el mal que ella misma había prometido.

—¿Y qué fue de ella? —preguntó Jewel ansiosamente.

Kith suspiró.

—Se pasó un tiempo chillando, llorando y maldiciendo. Juró que nunca perdonaría a Alias y Dragonbait que la liberasen de ser esclava de la penanggalan. A pesar de ello, las aventureras cuidaron de sus heridas hasta que sanó.

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