Relatos de Faerûn (4 page)

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Authors: Varios autores

BOOK: Relatos de Faerûn
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Xandra le describió con rapidez el Rito de Sangre, al cacería ritual a la que todo joven elfo oscuro debía someterse para convertirse en un verdadero drow. Mulander la escuchó con creciente aprensión.

—¿Y se supone que yo voy a ser su presa?

En los ojos de Xandra relució una furia tan ardiente como el fuego.

—No seas estúpido —espetó—. ¡Tienes que salir victorioso! En caso contrario, ¿te parece que habría invertido tanto tiempo y dinero en tu persona?

—Una lucha de conjuros... —musitó el, empezando a comprender—. ¿Me has estado preparando para una lucha de conjuros. ¿Y los encantamientos que me has enseñado?

—Son todos los encantamientos de agresión que conoce tu joven rival, junto con los contraencantamientos adecuados.— Xandra fijó los ojos en él y lo miró con la seriedad más absoluta—. No volverás a verme. A partir de hoy contarás con un nuevo tutor, durante unos treinta ciclos de Narbondel. Un guerrero mago. Trabajará contigo a diario y te instruirá en las tácticas de guerra de los drows. Tendrás que prestar atención y aprender bien sus enseñanzas.

—Pues no seguirá con vida para volver a impartir otro curso —razonó Mulander.

—Muy listo— dijo Xandra sonriendo—. ¡Para ser humano, abrigas una prometedora maldad! En todo caso, estás entre los drows, así que aún te queda mucho por aprender sobre la intriga y la traición.

El mago se enfureció.

—¡En Thay también estamos versados en la traición!— declaró—. No habría llegado a mi edad ni a mi posición si no lo hubiera estado.

—¿De veras?— apuntó la drow con sarcasmo evidente en la voz—. Si tal es el caso, ¿cómo es que te encuentras aquí?

Mulander se limitó a dirigirle una mirada sombría. Con todo, la hechicera no esperaba una respuesta.

—Tienes unas habilidades mágicas muy interesantes —observó—. Bastante superiores a las que yo esperaba encontrar en un humano y, a juzgar por tu orgullo, muy por encima de las que posee la mayoría de tus pares. Si es así tu derrota y tu condición de esclavo sólo pueden deberse a la traición ¿me equivoco?

Sin aguardar a la respuesta, Xandra se levantó del sillón.

—Éstas son las condiciones que te ofrezco —agregó, yendo a lo práctico—. Cuando llegue el momento, te llevaremos a los terribles túneles que rodean esta ciudad. Como parte de tu preparación, antes te daremos un mapa de la zona, que tendrás que memorizar. En los túneles deberás enfrentarte a una aspirante a maga, a una hembra drow de ojos dorados. Una drow que estará en posesión de la llave que te liberará de tu collar. Tendrás que derrotarla mediante una lucha de conjuros. Haz lo que sea preciso para asegurarte de que no salga con vida del encuentro.

Entonces podrás hacerte con la llave que llevará encima y marcharte a donde quieras. Quizá te las arregles para encontrar el camino de regreso a la superficie y a tu lugar de origen, si es que éste todavía sigue existiendo a esas alturas. Si no, los encantamientos que te he enseñado, junto con tu recobrada magia letal, te servirán para sobrevivir en la Antípoda Oscura.

Mulander la escuchó con la expresión impasible, esforzándose en ocultar el repentino destello de esperanza que las palabras de la drow habían hecho refulgir en su corazón. Por lo que él sabía, todo podría ser una trampa, de forma que se esforzó en ocultar sus emociones, pues no quería proporcionarle entretenimiento adicional a aquella detestable hembra.

¿O acaso ella estaba esperando verlo temblar de miedo?

Si tal era el caso, igualmente se iba a llevar un chasco. Mulander no conocía el miedo. El Mago Rojo no tenía la más mínima duda del resultado de aquel enfrentamiento, pues era consciente del alcance de sus poderes, por más que Xandra Shobalar no lo fuera.

Mulander era perfectamente capaz de derrotar a una joven elfa en una lucha de conjuros. Lo que era más, se proponía matar a aquella muchachita e instalarse en alguna remota caverna oculta en el mundo subterráneo, un lugar que envolvería en magia de protección y conjuros de desorientación, de forma que ni los poderosos elfos oscuros lograrían dar con ella.

Tal era su propósito, pues la hechicera de Shobalar tenía razón en un punto: Mulander no iba a ser bienvenido en Thay y los Magos Rojos no eran bienvenidos en ninguna región más que en Thay. Xandra tampoco se equivocaba en otra cuestión: la caída de Mulander tenía su origen el a traición. Mulander había sido traicionado por su joven discípulo, del mismo modo que, antaño, él había traicionado a su propio mentor. De pronto se preguntó por el carácter de la traición que la niña prodigio de Xandra tenía pensado dedicarle a su maestra.

—Veo que estás sonriendo —indicó la drow—. ¿Te parece bien mis condiciones?

—Me parecen excelentes —respondió Mulander, a quien la prudencia aconsejaba mantener en secreto sus pensamientos

—En ese caso, déjame acrecentar tu alegría —musitó Xandra.

Xandra se acercó a él y puso la mano negra y delgada sobre su mandíbula. El instintivo retroceso de Mulander, mal disimulado, pareció divertirla.

Xandra se acercó todavía más: su cuerpo esbelto ahora estaba rozando la túnica de Mulander. Sus ojos rojizos se clavaron en los de él y Mulander sintió que una magia irresistible invadía su mente.

—Dime la verdad, Mulander —pidió ella, en tono burlón, pues ambos sabían perfectamente que el encantamiento lo obligaría a decir la verdad—. ¿Me odias tanto como imagino?

Mulander le sostuvo la mirada.

—Con toda mi alma— contestó, con mayor pasión de la que nunca pusiera en unas simples palabras, con mayor pasión de la que nunca había sospechado que albergara en su corazón.

—Eso es bueno— dijo ella. Xandra levantó los brazos y unió las manos tras el cuello de Mulander; a continuación levitó hasta que sus ojos estuvieron al mismo nivel que los del humano, bastante más alto—. En ese caso, acuérdate de mi cara cuando des caza a esa joven y acuérdate de esto también.

La drow apretó sus labios contra los de Mulander en una macabra parodia de un beso. Su pasión era idéntica a la de él: una mezcla de odio y orgullo.

Como tantos otros besos impuestos a los muchachos y muchachas de los que era mentora, el beso venía a ser una muestra de propiedad, un gesto de crueldad y desprecio absoluto que al hombre orgulloso le resultó más doloroso que la herida de una daga. Su rostro se contrajo con asco cuando los dientes de la drow se cerraron sobre su labio inferior.

Xandra lo soltó de repente y se alejó levitando, suspendida en el aire como un espectro oscuro. Sonriendo con frialdad, se limpió una gota de sangre de la boca.

—No lo olvides— le dijo, antes de esfumarse tan rápidamente como había venido.

A solas en su celda, Tresk Mulander asintió con la expresión sombría. Nunca se olvidaría de Xandra Shobalar y, durante tanto tiempo como viviera, rezaría a todos los dioses oscuros cuyo nombre conocía para que su muerte fuera tan lenta como dolorosa e ignominiosa.

Entretanto, tendría que contentarse con concentrar parte de su furibundo odio en la mocosa drow que se proponía tomarlo como presa. ¡A él, a un Mago Rojo maestro de nigromantes!

—Que empiece la cacería— murmuró Mulander.

Sus labios ensangrentados se curvaron en una sonrisa sin alegría al pensar en los secretos que había aprendido de Xandra Shobalar, unos secretos que no tardaría en descargar sobre la joven aspirante a hechicera.

3
Una gran aventura

L
a puerta del dormitorio de Bythnara Shobalar se abrió de golpe proyectada con un vigor que sólo podía pertenecer a una persona. Bythnara no se molestó en apartar la mirada del libro que estaba leyendo. Estaba demasiado acostumbrada al temperamento vivaz de la joven Baenre para prestar atención a ese detalle.

Pero era imposible hacer caso omiso de Liriel durante mucho tiempo. Con los brazos en alto y la espesa mata de cabellos blancos en movimiento, la joven elfa oscura entró en la habitación que compartían y empezó a girar sobre sí misma y dar saltitos.

Bythnara, la mayor, se la quedó mirando con resignación.

—¿Quién te ha sometido a un encantamiento de derviche? —preguntó con aspereza.

Liriel se detuvo en seco y se abalanzó sobre su compañera de cuarto con los brazos abiertos.

—¡Oh, Bythnara! —exclamó—. ¡Por fin me voy a someter al Rito de Sangre! ¡La Dama acaba de decírmelo!

La joven Shobalar se separó de ella con delicadeza, se levantó del sillón y trató de dar con una excusa que le permitiera liberarse del todo del impulsivo abrazo de su compañera. En el otro extremo de la habitación, un par de pantalones de lana descansaban arrugados en el suelo. Liriel tenía la manía de tratar sus ropas con la misma indiferencia que una serpiente mostraría ante una piel recién mudada. Bythnara se pasaba el día recogiendo las prendas tiradas con descuido por la pequeña diablilla. Los pantalones en el suelo le sirvieron para alejarse de las molestas muestras de afecto de su joven rival.

—Ya era hora— repuso la joven aprendiza de la casa Shobalar, mientras alisaba y doblaba la prenda—. Pronto cumplirás los dieciocho años y accederás a la Década Ascharlexten. Más de una vez me he preguntado por qué mi Ama ha esperado tanto tiempo.

—Yo también me lo he preguntado— apuntó Liriel con franqueza—. Pero Xandra me lo ha explicado. Según me ha dicho, el ritual no podía ponerse en práctica hasta que diera con la presa adecuada para poner a prueba mi capacidad. ¡Espléndido! ¡Una cacería preñada de emoción, una aventura en los terribles túneles del Dominio Oscuro! —se maravilló, dejándose caer en el camastro con un suspiro de satisfacción.

—La señora Xandra— corrigió Bythnara con frialdad.

Como todos quienes vivían en la casa Shobalar, Bythnara era consciente de que a Liriel Baenre había que tratarla con consideración especial. Sin embargo, incluso la propia hija del archimago tenía que observar el protocolo.

—La señora Xandra —convino la muchacha. Liriel rodó sobre el lecho hasta situarse boca abajo y se llevó las dos manos a la barbilla—. Me pregunto qué voy a cazar —apuntó con voz soñadora—. Hay tantos seres maravillosos y temibles en la superficie... He estado leyendo acerca de ellos —confió, sonriente—. Acaso se trate de un gran felino salvaje con el pelaje negro y dorado o de un enorme oso pardo similar a un quaggoth de cuatro patas. ¡Puede que incluso se trate de un dragón que escupa fuego! —añadió, echándose a reír ante lo absurdo de la idea.

—Eso sería fantástico— murmuró Bythnara.

Liriel no dio muestra de haber oído el sarcástico matiz en la voz de su compañera de cuarto.

—Sea cual sea la presa, me propongo enfrentarme a ella como es debido —prometió—. Haré uso de lo necesario para contrarrestar sus armas y defensas naturales: una daga contra sus garras, una flecha contra su embestida frontal. No pienso recurrir a las bolas de fuego ni a las nubes ponzoñosas, y no pienso transformarla en una estatua de ébano.,,

—¿Es que conoces ese encantamiento? —preguntó la Shobalar, con la voz y el rostro demudados.

Se trataba de un conjuro que requería un poder considerable, una transformación irreversible. También era una de las herramientas punitivas preferidas por las sacerdotisas Baenre que regían la Academia. La posibilidad de que aquella niña impulsiva pudiera conjurar un encantamiento tal resultaba estremecedora, más aún al tener en cuenta que Bythnara había insultado a la joven Baenre en dos ocasiones desde que había entrado en la habitación. De acuerdo con las costumbres de Menzoberranzan, dos desplantes que justificaban el recurso a dicho conjuro.

Con todo, Liriel se contentó con dedicar una sonrisa traviesa a su compañera de cuarto. La otra arrugó el entrecejo y apartó la mirada. Aunque hacía doce años que conocía a Liriel, nunca había terminado de aceptar sus bromas bien intencionadas.

A Liriel le encantaba reír, como le encantaba que los demás participasen de su risa. Como eran pocos los drows que compartían su mismo humor, en los últimos tiempos gustaba de lanzar pequeñas bromas con las que divertir a los demás alumnos.

Bythnara nunca había sufrido sus bromas, pero tampoco las encontraba divertidas. La vida era una cuestión demasiado seria, del mismo modo que el Arte era una materia de arduo aprendizaje y no un pasatiempo para niños. El hecho de que esa niña en particular contara con mayores habilidades mágicas que ella molestaba profundamente a la orgullosa drow.

Los celos de Bythnara iban más allá. La Dama Xandra, su madre, siempre había mostrado preferencia por la pequeña Baenre, una preferencia que en ocasiones bordeaba el afecto. Circunstancia que Bythnara no podía comprender ni perdonar. Tampoco la complacía el hecho de que sus compañeros masculinos se mostraban visiblemente alterados cuando aquella mocosa se encontraba junto a ellos.

Bythnara tenía veintiocho años y estaba en el punto álgido de la adolescencia. Liriel seguía siendo una niña en muchos sentidos. A pesar de ello, en el rostro y la silueta de la muchacha había la suficiente promesa para atraer las miradas masculinas. Se rumoreaba que Liriel empezaba a devolver las atenciones tenidas con ella, cosa que hacía con el habitual entusiasmo que impregnaba todas las facetas de su existencia. Lo que a Bythnara le agradaba bien poco, aunque no habría sido decir por qué.

—¿Asistirás a mi ceremonia de iniciación? —preguntó Liriel, con un deje melancólico en la voz —. Una vez haya pasado por el ritual, quiero decir.

—Por supuesto. Pero lo primero es que pases por el ritual.

Las ásperas palabras de Bythnara finalmente obtuvieron una respuesta: una mueca casi imperceptible de decepción en el rostro de Liriel. Sin embargo, ésta no tardó en rehacerse, de forma que su compañera mayor de edad apenas tuvo tiempo de saborear su victoria. La muchacha Baenre adoptó un aire inexpresivo y se encogió de hombros.

—Lo primero es lo primero— dijo Liriel sin alterarse—. Creo recordar que muchaos años atrás asistí a tu ceremonia de iniciación. ¿Cuál fue tu presa?

—Un goblin — contestó Bythnara, incómoda.

A Bythnara no le gustaba mencionarlo, pues los goblins no era considerados ni muy inteligentes ni particularmente peligrosos. Le había sido fácil acabar con él con un embrujo paralizador y un cuchillo bien afilado. En su caso, el Rito de Sangre había sido puro trámite, las antípodas de la gran aventura con que Liriel fantaseaba.

¡Una gran aventura! ¡Aquella muchacha era ingenua a más no poder!

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