Rito de Cortejo (42 page)

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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
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Esa noche Teenae visitó al viejo tejedor o'Maie para que la ayudase a comprender la vida de Lenin. Le llevó whisky y un abrigo nuevo.

—Te preocupa que, al haber aprendido a disparar un guijarro de plomo al ojo de un hombre, llegues a ser como Lenin —dijo él al rayar el alba—. Lenin era un cobarde que contrataba hombres para que matasen en su lugar.

—La violencia existe dentro de mí. Hablo de una fuerza mínima... pero no soy bondadosa.

—«Fuerza mínima» no es lo mismo que «fuerza cero». El pacifismo es para los idealistas como Oelita. El concepto de fuerza mínima resulta atractivo para las personas pragmáticas como tú. Un megalómano como Lenin estaría más interesado en la fuerza máxima.

—Tendré que matarlos —dijo Teenae—. Tres barcos. No veo otro camino. —Comenzó a llorar.

Él se compadeció de aquella mujer que le había brindado su amistad.

—Matar a un hombre es una carga muy pesada para la espalda de uno.

Ella rió entre las lágrimas.

—No es por eso que lloro. Tengo miedo de que me maten primero.

Capítulo 45

El hombre furtivo que planea tu muerte en los rincones secretos de la noche, mientras que a la luz del día te prodiga sus más dulces atenciones, desconfía del amor reflejado.

El Ermitaño Ki, de
Notas en una Botella

¡Sin duda, Soebo era la ciudad más magnífica de todo Geta! Humildad quería visitarlo todo. Varios canales de lo que alguna vez había sido el delta de un río atravesaban las calles, y resultaba difícil orientarse.

Al azar, eligió dos templos similares para guiarse y de pronto se encontró con que estaba perdida. Al fin descendió por una escalera de piedra y contrató a una guía con una pequeña embarcación.

—¿Podemos llegar al Templo del Viento desde aquí?

—Está en la confluencia de todos los canales —respondió la alta Ivieth mientras impulsaba su bote azul hacia el centro del canal—. La Plaza del Viento es el lugar donde pueden escucharse todos los chismes de Soebo.

Humildad pagó su viaje y se acomodó en el mullido asiento de la embarcación. De no haber sido por la basura que flotaba en el agua, le hubiese agradado refrescarse las manos.

—Estoy desesperada por escuchar algunos chismes. He pasado bastante tiempo en el mar.

—Sólo se habla del Concilio. Dicen que los pretendientes han acampado en las afueras de la ciudad, y que parecen reacios a acercarse por miedo a sufrir algún daño.

—Supongo que los Kaiel recibirán el castigo que se merecen —dijo Humildad, tratando de sacarle algo más.

—No creo que se acerquen lo suficiente para sufrir un rasguño —respondió la mujer con desprecio.

—Una vez escuché unas canciones Ivieth sobre la valentía de los Kaiel —insistió la pasajera.

—Nosotros tenemos canciones sobre la valentía de todos. Las entonamos cuando nos conviene ser elogiosos. Incluso tenemos canciones que advierten a los niños sobre el peligro de hablar mucho con una Liethe. Se dice que llevan las orejas de nuestros Amos como collar.

Al atardecer, Humildad se hallaba en la Plaza del Viento escuchando todos los rumores mientras observaba las travesuras de unos jugadores de balonhierro. Sentada ante una mesa, comió algunas frutas después de mondar cuidadosamente sus hollejos amarillos impregnados de veneno. Humildad conversó, provocó, sondeó. El clan marino era considerado invencible, aunque se notaba cierta corriente de odio subliminal. Hasta la Ivieth se había mostrado cautelosa con ella, pensando que podía ser una espía de los Mnankrei.

A la luz de aquella Plaza y del agitado poder de la ciudad, la imagen de Hoemei le parecía la de un sacerdote de pueblo. Humildad todavía estaba sorprendida por su sentimiento de amor, y por momentos lo rechazaba para luego volver a descubrirlo. Ella quería que Hoemei estuviese equivocado para poder reírse de él, y a la vez deseaba que tuviese razón para amarlo con más vehemencia aún. Lo más probable era que se equivocase. Soebo era demasiado sólida.

Alcanzó a ver a una Liethe que paseaba del brazo de un encanecido Amo de las Tormentas, atravesando la Plaza. ¡Ese sí que era un hombre poderoso! La joven corría para seguirle el paso, y por un momento posó la cabeza sobre su brazo con afecto. ¿Ella también querría que
él
tuviese razón? ¿Sería capaz de tolerar cualquier cosa con tal de que fuese así? ¿O simplemente se dejaría llevar por el que demostraba ser más fuerte?

El equipaje de Humildad llegó a la colmena mucho antes que ella. La colmena de Soebo era un antiguo edificio que había pertenecido a las Liethe desde que se iniciara la estirpe de las se-Tufi. Ya entonces había sido una vieja residencia abandonada en el barrio de los prostíbulos, los teatros y las casas de juego. Todo ello había desaparecido. El dinero lo había cambiado todo, incluso la colmena de las Liethe. Al prosperar, éstas habían construido un ala de altas torres en su antigua mansión, en torno a un jardín amurallado por donde antes pasaba una calle donde se reunían los marineros borrachos. Quizá, todavía los fantasmas de los marineros Vlak compraban mujeres huérfanas que se subastaban en el fantasmal viejo teatro, que había sido reemplazado por una fuente pública.

Humildad se alojó en una pequeña habitación de una de las torres. Tres ancianas la interrogaron puntillosamente. Una de ellas, una madre superiora de la estirpe nas-Veda que había sido descontinuada por irregularidades inmunológicas aparecidas en la vejez, la llevó hasta una habitación sellada y esterilizada que había en el taller genético de la colmena, donde Humildad conoció a la se-Tufi que Propina Palmadas. La joven era mayor que ella pero no lo parecía. Ambas se saludaron con una ligera inclinación e intercambiaron sus gestos de reconocimiento.

—Compartirás a los dos hombres de Palmadas. Ella interpreta el personaje de la intrigante Consuelo, consorte de Gran Ola Ogar tu'Ama, y también a la servil Radiante, para el Amo de las Tormentas Invernales Nie t'Fosal. Te ejercitará en la Matriz de Nueve Filas de Comprensión inmediatamente, de modo que estés preparada para reemplazarla al amanecer del Día de la Sota en cualquiera de los dos papeles. Por favor, desnúdate y vístete con estas prendas esterilizadas. La máscara también.

La nas-Veda condujo a ambas jóvenes al otro lado de las puertas selladas, hasta un pasillo que desembocaba en una pequeña habitación donde no les permitió entrar. Había una ventana. Dentro estaba sentada una joven o'Tghalie, que al parecer no ejercía ningún control sobre sus ojos, su cuello o sus manos.

—¿También está demente? —preguntó Humildad.

—Sí. En los registros Mnankrei figura que murió y fue quemada. Nosotras la recogimos y la ocultamos. Nos hemos estado preguntando qué hacen los Mnankrei con estas
mujeres.
No utilizan hombres para esta clase de experimentos. —La anciana nas-Veda se volvió hacia Palmadas—. Ahora es posible que comprendas por qué te hemos asignado al Amo de las Tormentas Invernales Nie t'Fosal.

En la memoria de Humildad se abrió un archivo.

—¡Es el creador del escarabajo aberrante!

La se-Tufi que Propina Palmadas observaba los movimientos de la muchacha idiota. Nada de aquello coincidía con el mapa de intrigas políticas que le habían enseñado a percibir.

—¿Se recuperará?

—No.

—Es horrible. ¿Fosal crea estos monstruos?

—Ésta debía de ser la razón por la cual Gran Ola Ogar tu'Ama se había opuesto a Fosal a un coste tan alto para él mismo.

—Fosal tiene talento. Lo horrible no es que existan hombres como él, sino que otros les permitan escalar al poder.

—Me consume la curiosidad —dijo Palmadas—. ¿Cómo es posible que los o'Tghalie hayan permitido algo semejante con sus mujeres? Una venta no es un contrato abierto.

—No saben nada de lo que le ha ocurrido, y tú no se lo dirás. Hemos averiguado que fue vendida en la lejana Osairin, y que su clan cree que murió en una tormenta del desierto, mientras era llevada al Njarae. —Entonces la anciana agregó—: ¡Fosal también ha usado Liethe!

—¡Madre! ¡Y usted me ha entregado a él! exclamó Palmadas.

Cien mil arrugas esbozaron una sonrisa. —Humildad compartirá tu carga.

Las pupilas negras, engastadas en unos iris azules, se miraron sobre las blancas máscaras estériles.

—¿Cómo le han hecho esto? —preguntó Humildad. —¿Te han hablado de la microvida que, en ocasiones, irrumpe con su furiosa carga de muerte sobre lo profano? Nie t'Fosal ha descubierto métodos para que estas dolencias profanas invadan el mundo sagrado.

—¡Está
enferma!
—exclamaron ambas se-Tufi a la vez, perplejas. —No hemos sido capaces de descifrar el mecanismo. Tenemos una muestra de su cerebro, y todo parece normal salvo por el desarrollo neural axiónico y dendrítico, el cual es inusitadamente prolífico. Creemos que fue producido por un doble proceso. Se han empleado virus alojados en células invasoras para jugar con los controladores genéticos. El contacto bucal puede transmitir la enfermedad.

De pronto, Humildad experimentó un fuerte arrebato de lealtad hacia los Kaiel. ¡Ella no podía olvidar tan fácilmente a Hoemei! ¡Era su despreciable criada!

—¡Los Kaiel tienen
razón
al convocar un Concilio! La anciana se volvió con desprecio, y señaló a la o'Tghalie demente.

—Los Kaiel serán destruidos antes de llegar a Soebo. ¡
Eso
los destruirá!

—¡Debemos ponerlos sobre aviso! —exclamó Humildad—. ¡Podemos comunicarnos por rayófono!

—No les avisaremos
de nada
—replicó la anciana nas-Veda con ira—. Con algo tan espantoso como esto, ¿crees que pensarán en nosotras? Iniciarán un holocausto que devorará esta ciudad con todos los que vivimos en ella... en un fuego absoluto y purificador. ¡Todos los clanes quedarán reducidos a carbón, como cuando los Kaiel castigaron a los Arant! ¿Crees que mostrarán alguna piedad? ¿Tú serías piadosa si estuvieras en su lugar, si conocieras este horror que podría propagarse como esporas venenosas con el viento, a cada región habitada de Geta? No, niña Liethe, no pondrás sobre aviso a los Kaiel. ¡Te lo prohíbo bajo pena de muerte!

Capítulo 46

Tiende a un hombre a tus espaldas para escuchar los susurros del viento.

Poema personal de Noé maran-Kaiel

El olor penetrante de las algas marinas flotaba desde la playa. Los pequeños muelles estaban muy concurridos. Esa mañana había llegado un barco con refugiados de Soebo. Según decían todos eran ocho en total, y Noé ya se había enterado de la llegada de tres. Traían a personas temerosas del Concilio, y lo bastante ricas para permitirse escapar. Negociaban con los mercaderes en los muelles mientras ella los observaba desde lejos, preguntándose cómo podría interrogarlos. Ansiaba cualquier información que pudiese obtener, pero desconfiaba de los espías.

¿Cuánto sabía el enemigo? Ella esperaba que los Mnankrei atacasen la costa en cualquier momento. Allí había provisiones para los barcos que surcaban el Njarae hasta Mnank, cargados con mercancías y, ahora, con sacerdotes de clanes lejanos.

Los rumores que la perturbaban no se habían confirmado. Aquellos indicios no eran más claros que una expresión fugaz en el rostro de un jugador, o que el gesto de acercarse un poco los naipes al pecho. Era el desamparo de Joesai lo que producía reflejos siniestros sobre cada rumor. Allí estaba Joesai, en medio de territorio enemigo, apenas al límite de la ciudad, y no se le permitía hacer nada mientras, día a día, los Mnankrei preparaban su contraataque. Los sacerdotes marinos no acostumbraban sondear y probar. Ellos acometían.

La presciencia de la mente Kaiel le indicaba lo que aquello significaba. Joesai estaba condenado, cualquiera que fuese el resultado de la aventura para los Kaiel. Él siempre había estado rodeado por el aura de la muerte. La desafiaba, vivía con ella, la burlaba... porque no podía escapar de ella. Había nacido para ser un héroe trágico; su momento había llegado, pero Noé no quería perderlo. De todos sus esposos, era el único que compartía con ella la emoción ante el peligro.

Con lágrimas en los ojos, Noé recordó que en un principio él no le agradaba. Con toda frialdad, Joesai la había puesto a estudiar cirugía genética porque se sentía decepcionado ante su ignorancia, y culpaba a Gaet por escoger a una esposa tan poco instruida. Ella lo había odiado durante toda una órbita de Geta, ansiosa por jugar
y
fastidiada ante el trabajo. Luego, un día salió a caminar por las colinas sobre Kaiel-hontokae, buscando a Joesai sin saber por qué, y lo encontró junto a los restos de un planeador.

Él le puso alas y la obligó a arriesgar su vida sobre los valles. A su lado, Noé descubrió que amaba el peligro y que no podía vivir sin él. Aquella actividad creó un lazo entre ellos, y por alguna razón a partir de entonces los defectos de Joesai ya no le importaron más. Era extraño considerando que alguna vez había querido verlo muerto para tener a Gaet y a Hoemei para ella sola.

Después de interrogar a los refugiados y no averiguar nada nuevo excepto que en la ciudad crecían las especulaciones y temores, Noé se sentó a comer pan con budín de miel en la plaza de la aldea. Un hombre robusto se le acercó.

—Es del clan Geineira —le susurró su compañero.

—¿Estás seguro?

—Sí. Ya hace varios días que recorre la aldea solo, sin hablar prácticamente con nadie.

El hombre se detuvo ante Noé con una pequeña reverencia. Llevaba unas ropas raídas pero limpias. Sus ojos observaron la escena con desconfianza pero sin miedo. Respetuosamente, esperó a que Noé hablara primero.

—¿Puedo ayudarte?

—Eso me agradaría mucho, pero no lo creo probable. ¿Eres una Kaiel?

—Todos somos Kaiel, huéspedes del Twbuni que gobierna Tai.

—¿Habéis convocado un Concilio para atacar Soebo?

—Sólo para conocer la verdad —respondió ella con formalidad.

—Yo veo la duna, pero cada grano de arena es la verdad. —Su respuesta fue el amable desprecio de un hombre práctico que no creía en tonterías tales como la verdad—. ¿Has interrogado a esos sujetos que escaparon? ¿Te han contado historias tan desdichadas como las que alberga este corazón?

—¿Eres el único culpable de tus desdichas o es la maldad ajena lo que las ha causado?

El Geiniera se echó a reír y dio una palmada sobre sus harapos.

—¡Imposible responder a esa pregunta!

—Comparte nuestro pan.

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