Rito de Cortejo (38 page)

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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
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—¡Nada podrá salvar a ese imbécil! —gruñó Aesoe, recordando lo que le había causado tanta ira.

Hoemei le llevó el amuleto a Joesai, junto con las vengativas instrucciones de Aesoe. Joesai permanecía impasible ante la desaparición de Oelita, como si sólo se tratase de una alumna prometedora que se hubiese descarriado. Cuando Teenae regresó de su pesquisa lo reprendió duramente, culpándole de lo ocurrido, pero él no le prestó la menor atención.

—Esa mujer no tenía kalothi —dijo con verdadera tristeza, puesto que también había llegado a tomarle afecto.

Hoemei sabía lo que pensaba su hermano. Joesai sospechaba que Oelita se había cortado las venas en alguna parte. Y peor aún, se había ocultado para hacerlo, negando hasta a sus amigos el alimento de un Banquete Funerario. Ella había descubierto al Dios Temible y la magnitud del concepto la aterrorizó. Ésos debían de ser los pensamientos de Joesai. Aunque jamás sería capaz de decirlo, él la compadecía. ¿Qué era una mujer si el temor reverente no podía fluir por sus venas sin destruirla con su poder?

Oelita había fallado en la Sexta prueba. Hoemei recordó a su hermano Sanan. Al parecer, la víspera de cada victoria se desposaba con el dolor. En otro tiempo y en otro lugar, Sanan hubiese amado a Oelita. Soñó con que Sanan era un senador romano, y Oelita una princesa druida de la Galia.

Capítulo 39

Tu enemigo triunfa cuando comienzas a emplear su estrategia, como tuya, y sus medias como tus medios... ya que entonces te conviertes en tu propio enemigo. No te engañes empleando palabras suaves para describirte a ti mismo y duras para retratar a tu enemigo. Existen infinidad de palabras que pueden emplearse para definir la misma acción.

Dobu de los kembri, Arimasie ban-Itraiel en
Combate

Noé observó cómo Joesai abandonaba la ciudad con ochenta hombres, sólo diez de ellos experimentados, y su corazón se llenó de malos presagios. Había subido sola hasta el canal más elevado del Acueducto Norte, para poder ver a su esposo durante el mayor tiempo posible. No había vuelto a intentar encaramarse allá arriba desde que era una niña.

Entonces no estaba habituada a evaluar el peligro y la aventura le había parecido sencilla, pero al enterarse su padre-dos no pensó lo mismo y la azotó con una vara. En este momento, conservando su osadía, Noé se sujetaba al enladrillado y observaba la primera columna del Concilio, sin prestar atención al agua helada que corría junto a sus manos.

Joesai llevaba su columna por el camino del este, rodeando las Montañas de los Lamentos para evitar a los espías Mnankrei. Pensaba desviarse hacia la costa más adelante, cuando se encontrase al norte del Paso de la Barrera. Hoemei había tenido que cambiar completamente sus planes originales. Aesoe había anticipado tanto la partida que sólo portaban treinta rifles y carecían por completo de algunas provisiones. Quizás Aesoe lo había hecho deliberadamente para desbaratar los planes de Hoemei, porque ya había registrado en los Archivos su pronóstico de los resultados.

Noé estaba furiosa con Joesai por los problemas que les había causado, pero también recordaba que la familia lo había enviado a Congoja sin más compañía que la pequeña Teenae para disuadirlo de su idea del Rito Mortal. En definitiva, era una decisión compartida lo que había causado el problema. Hasta Oelita había contribuido. La vida no era una hoja seca en la corriente de un río. Como consecuencia de todo ello, Joesai había sido desterrado de Kaiel-hontokae para el resto de su (¿breve?) vida. ¿Debía cargar él solo con la ira de los expansionistas? Él era el más sensible de todos los maran, y por lo tanto ella estaba obligada a protegerlo.

Noé aguardó con impaciencia los pocos días que necesitaron los og'Sieth para armar y probar veinte rifles más con la nueva recarga rápida y luego siguió a su marido a marchas forzadas con su propio grupo, extenuando implacablemente a los Ivieth para alcanzar a Joesai. Karval ngo-Ivieth, su portador principal, había reclutado a los mejores hombres para la travesía y el ritmo nunca aminoró. Algunas veces, cuando ella estaba a punto de caer de cansancio, él la alzaba y sin emitir una queja, la llevaba como un pañuelo alrededor del cuello.

—Karval —le preguntó Noé en cierta ocasión—, ¿qué opinas de este Concilio?

—Es un asunto entre los sacerdotes.

—¿Cómo gobernaremos sabiamente si no conocemos lo que piensan los clanes inferiores? ¡Vamos! ¡Si tu resistencia oculta alguna discrepancia, debo escucharla! Los Kaiel no tememos los reproches, ni tampoco castigamos a los disidentes.

Karval lo pensó unos momentos.

—Los Mnankrei interfieren con nuestros derechos de procreación —fue su único comentario, pero las palabras estuvieron cargadas de reprobación.

¡Ah, así que es posible que Hoemei esté en la pista correcta!,
se dijo. Si los Mnankrei ya no tenían influencia sobre los clanes inferiores de Soebo, tal como pensaba Hoemei, era posible que Joesai iniciase una revuelta y sobreviviese como cabecilla. Aesoe no imaginaba rencores semejantes en Soebo. Sus planes estaban construidos en torno a la muerte de un mártir. Los Mnankrei eran enemigos de Noé, pero también de Aesoe.

Al estudiar
La Fragua de la Guerra,
a Noé le extrañó que los clanes getaneses no hubiesen inventado la guerra por su cuenta. Las circunstancias eran similares: intrigas, conflictos, odios, rivalidades, la materia prima que había creado la guerra de Riethe. Tal vez la pista estuviera en la respuesta de su Ivieth. En Riethe los clanes tenían una organización vertical. Contaban con la inquebrantable lealtad entre inferiores y superiores, pero no ocurría lo mismo entre los que se encontraban al mismo nivel. Un clan sacerdotal de Riethe podía enviar a sus inferiores a matar a otros hombres, iguales que ellos, pero pertenecientes a otro clan sacerdotal. Sin embargo esto era inconcebible en Geta, donde la lealtad horizontal era inquebrantable y exigida por la ley.

Noé trató de imaginar qué ocurriría si los Ivieth de los Mnankrei recibían la orden de matar a los Ivieth de los Kaiel. ¿Qué harían? ¿Reír? ¿Enrojecer de ira? ¿Se quedarían boquiabiertos ante semejante tontería? ¿Desoír la orden? ¿Matar a los Mnankrei? Ningún Ivieth destruiría los puentes y caminos de sus congéneres, ni tampoco dañaría a los viajeros que su clan había jurado proteger. Noé sonrió. Unas semanas atrás ni siquiera hubiese podido concebir una idea tan ridícula. ¡Qué difícil se tornaba el conflicto cuando los sacerdotes debían enfrentarse a sus semejantes, y la ética prohibía matar a más enemigos de los que uno podía comer!

Esos gobernantes Riethe se habían echado a perder por culpa de explosiones de fuego solar, sus gases envenenados y sus clanes especializados en matar; ¡la inclinación a que el granjero matase al granjero, el hermano al hermano, la hermana a la hermana, el esposo a la esposa y la mano izquierda a la derecha!

¡Aquí, los sacerdotes y sacerdotisas tenemos que hacerlo todo solos! Y por las Alas de Dios, ¡tenemos que hacerlo a pie!,
exclamó para sí.

Al llegar a un manantial rodeado de colinas verdes, Karval dio la orden de descansar. Noé se dejó caer en el suelo junto a la carreta de los rifles. Recordó que Gaet tocaba aquellos instrumentos pero se negaba a utilizarlos. ¡Era tan cobarde ese esposo suyo!

Mientras todos descansaban, Noé desempaquetó una de las armas, la cargó con curiosidad y, tendida boca abajo en el suelo, se la apoyó contra el hombro. Después de respirar dos veces, profundamente, apretó el gatillo metálico. Su sorpresa hizo que olvidara inmediatamente adonde había apuntado. Ni siquiera supo dónde había ido a dar el guijarro. Cinco guijarros de plomo más tarde, meticulosamente clavados en la corteza de un viejo árbol, estaba lista para atacar a cualquier hombre que agrediese a su esposo. Lamentaba no poder ir a Soebo con él. Tendría que quedarse varada en la costa, donde trabajaría con sus familiares marinos ocupándose de mantener despejada la ruta de aprovisionamiento del Concilio.

Encontraron a Joesai acampado en las afueras de la aldea Tai. Estaba en la colina sobre las granjas, adiestrando a una joven de la guardería en el arte de arrojar y recibir cuchillos. Ella llevaba el cabello recogido en un moño, y mostraba unos senos brillantes por el sudor y una pequeña herida en el hombro. La joven gritó y empezó a correr hacia las carretas de Noé, que apareció agitando un rifle con gesto triunfante y el hontokae tallado en su rostro distorsionado por una sonrisa.

Sin dilación, Noé llevó a Joesai hasta su tienda y le ofreció un poco de agua mientras acariciaba su cuerpo con ansiedad.

—Tengo aquí un puñado de niños sedientos de sangre —le dijo él.

—Debemos prohibirles ser Riethe —respondió Noé—. Es importante.

Capítulo 40

¿Quién juzgará a los sacerdotes? Ellos no son controlados por el Dios de los Cielos, ya que Él transita sobre nosotros en silencio. Los sacerdotes gobiernan por la gracia de los clanes inferiores.

La nas-Veda que se Sienta sobre Abejas, Juez de Jueces

Así que la anciana madre había detectado la rebelión que Humildad percibía. El discurso de la vieja había sido como un latigazo de furia. Los pensamientos de Humildad estaban llenos de irritación.

¿Por qué debo ocuparme de los que mueren y de los condenados? ¡Soy joven! ¡No tengo que quedarme en una colmena a pensar!,
se dijo con irritación.

Ser joven tenía sus desventajas. Para empezar, estaba sujeta a la voluntad absoluta de las ancianas. Y a la anciana madre se le antojaba obligarla a practicar las Cuatro Justicias, el Enrejado de Evidencia y todo el resto, dejándole poco tiempo para cualquier otra cosa, incluso para el amor. La estaban preparando para algo. Ellas siempre preparaban la vasija antes de llenarla. La cocían mediante el fuego de su aliento hasta que alcanzaba la dureza del gres. ¡Brujas con bufido de metano!

Humildad sabía que nunca sería nada sin la Práctica Interminable: no habría palacios, ni maestría de la gracia, ni hombres que la adorasen, ni poder, ni tampoco los placeres de cazar y matar. El precio era la Práctica. Incluso se aprendía a amar su rigor. Pero, ¿por qué tanta prisa de pronto? ¡Todo eso la mantenía alejada de Hoemei!

La colmena era gris, el suelo de su celda estaba frío, y el jergón le raspaba la piel con sus fibras rotas, aunque todo aquello eran torturas menores en comparación con el dolor que verdaderamente sufría. Humildad permanecía despierta en la cama, imaginando a la se-Tufi con Pezones Atrevidos que reía, cabalgando sobre el miembro de Hoemei mientras interpretaba el personaje de Miel.
¿Por qué le importaba tanto?
Humildad únicamente sabía que, después de estar alejada de Hoemei sólo una semana, deseaba desesperadamente volver al Palacio con él.

¿Pezones Atrevidos sabría llevarle un pétalo por las noches para hacerle aspirar su perfume?

¿Por qué estoy celosa de mi propia hermana?,
se preguntó. En todo lo que había memorizado sobre las se-Tufi, no existía ninguna referencia a los celos. ¿Sería que al experimentarlos, una se-Tufi se sentía tan avergonzada que ni siquiera compartía el secreto con sus hermanas?

Cumpliendo órdenes, una vez Humildad había tenido que asfixiar a una Liethe sin estirpe por culpa de los celos. La joven había abofeteado a la esposa de su amante. Fue bastante triste darse un banquete con semejante belleza. Semanas después, lo único que quedaba del hermoso cuerpo eran los abrigados borceguíes que llevaba la anciana madre. Los celos eran un sentimiento execrable, letal para la causa de las Liethe. El castigo siempre era la muerte.

Al amanecer del día pleno, Humildad se levantó y acudió a la llamada de la vieja se-Tufi. Juntas compartieron un panecillo con miel.

—¿Nunca descansa? —le preguntó Humildad, tratando de parecer natural.

—Cuando viajo. —Una expresión nostálgica apareció en los ojos de la anciana—. Pero ya estoy demasiado vieja para viajar. Moriré aquí, en Kaiel-hontokae, y aquí se celebrará mi Banquete. Conserva un dedo para ti. Tengo un sitio especial para mí en tu vientre. Te envidio. Todavía te quedan muchos viajes por realizar.

De inmediato, Humildad comprendió que la referencia a los caminos no era casual. Su corazón se detuvo un instante.

—¿Me está diciendo que viajaré en su lugar?

La vieja sonrió.

—Te he estado adiestrando para que seas mi embajadora en Soebo, ante la Corte de las Ancianas. Allí verás lo maravillosamente bien que se filtran las pruebas de un crimen con el Enrejado de Evidencia. Sabrás que te he educado bien.

—¡Pero yo no quiero ir a Soebo! —exclamó Humildad.

—¡Ah! Has cambiado. —La anciana emitió una risita, y entonces suspiró—. Debes ir. Se está preparando un gran escándalo. Las Liethe observamos todos los Concilios. Participamos a nuestro modo. Sabrás qué hacer cuando llegues allí. Tu juventud se ha acabado. Ya estás lista para decidir por tu cuenta quién debe morir. No seas impulsiva. Nunca olvides que actúas en mi lugar, y que yo te estaré juzgando. Te marcharás esta noche.

—¿No volveré a ver a Hoemei?

—No.

Sólo la Mente Blanca logró secar sus lágrimas. Debía inclinarse ante el deber. Humildad posó la frente en el suelo, jurando lealtad a la madre, la colmena y el clan.

E hizo trampa. Pezones Atrevidos era su amiga y su hermana. Acordaron cambiar de lugar durante un breve encuentro, de tal modo que ella pudiese despedirse de Hoemei que ni siquiera sabría que se había marchado. Humildad estaba loca de entusiasmo. Se bañó dos veces y rompió pétalos de flores sobre su piel. Incluso leyó los poemas de amor del Salmo Erótico para preparar su mente.

Hoemei estaba cansado, pero a ella no le importó. Lo abrazó y disfrutó de su proximidad, pero no lo retuvo demasiado ya que para él sólo habían estado separados desde el amanecer. Él estaba cansado así que ella le dio de comer, lo desvistió y lo tendió de espaldas para masajear su cuerpo. Luego, mientras él yacía cómodamente, lo montó para proporcionarle el placer de sus caderas.

—Eres el amor de mi vida —le dijo ella mientras lo apretaba entre sus piernas.

Hoemei sólo rió, porque las Liethe siempre decían cosas como aquéllas a los sacerdotes.

—¡Hoemei! —se escuchó un susurro en la puerta. Era la voz de una mujer apresurada, asustada, nerviosa.

Él sujetó a Miel para que dejase de moverse.

—¿Sí? ¿Quién es?

—¡Yo, por supuesto! ¡Kathein! Estás tan solo... con Joesai y Noé en el norte, Gaet y Teenae en la costa. Pensé en ti todo el día, así que he venido a verte.

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