Authors: Kerstin Gier
—¡Desde luego! —dijo malévolamente la tía Glenda—. No tenía ni un céntimo.
—Si vosotros lo decís, supongo que efectivamente no debió de ser demasiado —replicó mamá.
La inseguridad que había mostrado al ver a mister De Villiers había desaparecido con la misma rapidez con la que había surgido, igual que el enrojecimiento de su rostro.
—¿Por qué, entonces, la comadrona hizo lo que le pedisteis? —preguntó mister De Villiers—. Al fin y al cabo, estaba cometiendo un delito de falsificación documental, lo que no es ninguna insignificancia.
Mamá levantó la cabeza.
—Le explicamos que nuestra familia formaba parte de una secta satánica que tenía una fe enfermiza en el horóscopo. Le dijimos que un niño que hubiera nacido el 7 de octubre padecería terribles represalias y sería utilizado como objeto de rituales satánicos. Nos creyó. Y como era una mujer de buen corazón y estaba en contra de los satanistas, falsificó la fecha en el certificado de nacimiento.
—¡Rituales satánicos! ¡Qué impertinencia!
El hombre que estaba al lado de la chimenea siseó como una serpiente, y el niño se pegó aún más a él.
Mister De Villiers sonrió aprobatoriamente.
—La historia es verosímil. Veremos si la comadrona explica lo mismo.
—Me parece poco inteligente que perdamos el tiempo con estas comprobaciones —protestó lady Arista.
—Estoy de acuerdo —convino la tía Glenda—. Charlotte puede saltar en cualquier momento, y entonces quedará demostrado que Grace se ha inventado esta historia para ponernos palos en las ruedas.
—¿Y por qué no podrían haber heredado el gen las dos? —preguntó mister George—. Ya ocurrió una vez.
—Es cierto, pero Timothy y Jonathan de Villiers eran gemelos univitelinos —informó mister De Villiers—. Y también habían sido anunciados como tales profecías.
—Y en el cronógrafo están previstas dos coralinas, dos pipetas, dos compartimentos de entre los doce elementos y dos recorridos de rueda dentada —observó el hombre que estaba al lado de la chimenea—. El rubí está solo.
—También es cierto —convino mister George.
Su cara redonda tenía una expresión preocupada.
—Me parece que sería más importante analizar los motivos de la mentira de mi hermana. —La tía Glenda dirigió a mamá una mirada cargada de odio—. Si quieres que se registre la sangre de Gwendolyng en el cronógrafo para inutilizarlo, eres más ingenua de lo que creía.
—¿Cómo puede pensar siquiera esa mujer que vamos a creer ni una palabra de lo que dice? —preguntó el hombre que estaba al lado de la chimenea como si mamá y yo no estuviéramos presentes, lo que me pareció una arrogancia insufrible—. Recuerdo muy bien como Grace mintió entonces para proteger a Lucy y a Paul —continuó—. Les proporcionó una ventaja decisiva. Si no hubiera sido por ella, tal vez se podría haber evitado la catástrofe.
—¡Jake! —le reprendió mister De Villiers.
—¿Que catástrofe?—pregunté—. ¿Y quién era Paul?
—Ya solo la presencia de esta persona en esta habitación me parece increíble —prosiguió el hombre.
—¿Y usted es...?
La mirada y la voz de mamá eran extraordinariamente frías. Me impresionó ver como mantenía la calma y no se dejaba amedrentar.
—Eso no tiene que ver nada con el asunto.
El hombre no se dignó a dirigirle ni una sola mirada. El chiquillo rubio asomó la cabeza por detrás de su espalda y me miró. Por las pecas que tenía en la nariz me recordó un poco a Nick cuando era más pequeño, y por eso le sonreí. Al pobre crío le había tocado la china con ese abuelo. El niño respondió a mi sonrisa abriendo los ojos, asustado, y volvió a ponerse a cubierto detrás de la chaqueta.
—Te presento al doctor Jakob White —dijo Falk de Villiers, que parecía casi divertido por la situación—. Un genio en el campo de la medicina y la bioquímica. Normalmente es un poco más cortés.
Jakob Grey habría sido más apropiado. Incluso el tono de su tez tiraba a gris.
Mister de Villiers se volvió un momento hacia mí, y luego su mirada volvió a posarse en mi madre.
—De un modo u otro, tenemos que tomar una decisión. ¿Deberíamos creerte, Grace, o realmente tienes alguna intención oculta?
Durante unos segundos, mamá le miró furiosa, pero luego bajo los ojos y dijo en voz baja:
—No estoy aquí para impedir que desarrolléis vuestra grandiosa misión secreta. Solo estoy aquí porque quiero impedir que a mi hija le pase algo. Con la ayuda del cronógrafo, los viajes en el tiempo podrían transcurrir sin peligro y ella podría llevar una vida más o menos normal. Eso es todo lo que quiero.
—¡Si, claro! —se mofó la tía Glenda.
Mi tía se acercó al sofá y se sentó junto a Charlotte. A mí también me hubiera gustado sentarme, porque se me empezaban a cansar las piernas; pero, como nadie me ofreció una silla, no tuve más remedio que seguir de pie.
—Lo que hice en otro tiempo no tenía nada que ver con... «vuestro asunto»—continuó mamá—. Para ser sincera, apenas sé nada de eso, y lo que sé solo lo entiendo a medias.
—Entonces puedo imaginar por qué motivo se atrevió a inmiscuirse de ese modo en cosas que no le competían en absoluto —dijo el oscuro doctor White.
—Solo quise ayudar a Lucy —afirmó mamá—. Era mi sobrina preferida, cuidé de ella desde que era un bebé, y me pidió ayuda. ¿Que hubiera hecho usted en mi lugar? Dios mío, los dos eran tan jóvenes y estaban tan enamorados...Sencillamente, no quería que les ocurriera nada.
—¡Pues estará satisfecha de su éxito!
—Quería a Lucy como a una hermana. —Mamá miro un instante a la tía Glenda antes de añadir—. Mucho más que a una hermana.
La tía Glenda cogió de la mano a Charlotte, que tenía la mirada clavada en el suelo, y le dio unas palmaditas.
—¡Todos queríamos a Lucy! —exclamó lady Arista—. ¡Por eso era más importante mantenerla alejada de ese joven y de sus inadecuados puntos de vista que apoyarla en su idea!
—¿Inadecuados puntos de vista? ¡Venga ya! ¡Fue esa intrigante pelirroja la que le puso a Paul en la cabeza esas estúpidas teorías conspirativas! —dijo el doctor White—. ¡Ella lo convenció para que realizara el robo!
—¡Eso no es cierto! —replicó lady Arista—. Lucy nunca hubiera hecho algo así. Fue Paul, que se aprovechó de su ingenuidad juvenil y la sedujo.
—¡Ingenuidad! ¡Permítame que me ría! —soltó el Doctor White.
Falk de Villiers levantó la mano.
—Ya hemos mantenido antes esta discusión. Creo que las distintas posturas son suficientemente conocidas. —Echó una ojeada al reloj—. Gideon estará de vuelta en cualquier momento y, para cuando llegue, deberíamos haber tomado una decisión sobre lo que vamos a hacer. Charlotte, ¿cómo te sientes?
—Sigo teniendo dolor de cabeza —sostuvo Charlotte sin apartar la mirada del suelo.
—Ya lo ve—recriminó la tía Glenda con una sonrisa malévola.
—Yo también tengo dolor de cabeza—replicó mamá—. Pero eso no quiere decir que vaya a saltar en el tiempo de un momento a otro.
—¡Eres...eres una víbora! —espetó la tía Glenda.
—Creo que deberíamos partir sencillamente de la idea de que mistress Sheperd y Gwendolyn dicen la verdad —anunció mister George mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo—. Si no, no haremos más que perder un tiempo precioso.
—¡No puedes decirlo enserio, Thomas!
El doctor White golpeó la repisa de la chimenea con tanta fuerza que volcó una copa de estaño.
Mister George se sobresaltó, pero enseguida continúo con voz serena:
—Si nos atenemos a los hechos que nos cuentan, el último salto en el tiempo se ha producido hace una hora y media o dos horas. Podríamos preparar a la chica y documentar el siguiente salto temporal de la forma más precisa posible.
—Yo también secundo su idea —dijo mister De Villiers—. ¿Alguna objeción?
—De todos modos, sería como hablar a una pared —dijo el doctor White.
—Tiene razón —le apoyó la tía Glenda.
—Propongo la Sala de Documentos —señaló mister George—. Allí, Gwendolyn estaría segura, y a su vuelta podríamos registrarla enseguida en el cronógrafo.
—¡Pues yo no permitiría que se acercara al cronógrafo! —dijo el doctor White.
—Por Dios, Jake, creo que ya es suficiente —dijo mister De Villiers—. ¡Es solo una muchacha! ¿Crees que lleva oculta una bomba debajo del uniforme escolar?
—La otra también era solo una muchacha —repuso el doctor White con desdén.
Mister De Villiers se volvió hacia Mister George en señal de aprobación.
—Lo haremos como has propuesto. Encargarte de ello.
—Ven, Gwendolyn —me indicó mister George.
Pero no me moví de donde estaba.
—¿Mamá?
—Todo irá bien cariño, te esperare aquí —me dijo esforzándose en sonreír.
Miré a Charlotte. Seguía con la mirada fija en el suelo. La tía Glenda había cerrado los ojos y se había inclinado hacia atrás en el sofá con aire resignado. Parecía como si también a ella le hubiera dado un fuerte dolor en la cabeza. Mi abuela, en cambio, me miraba fijamente, como si me viera por primera vez. Y es muy posible que en efecto fuera así.
El chiquillo volvió a asomar la cabeza por detrás de la chaqueta del doctor White. Pobre criatura. El viejo cascarrabias no había hablado con él ni una sola vez, y lo trataba como si no estuviera presente.
—Hasta luego, cariño —dijo mamá.
Mister George me cogió del brazo y me dirigió una sonrisa alentadora. De algún modo, aquel hombre me gustaba. Tímidamente, se la devolví. En todo caso, era la persona más amable de todas las que se encontraban allí. Y la única que parecía creernos.
De todas maneras, no me hacía ninguna gracia dejar a mi madre sola. Cuando se cerró la puerta detrás de nosotros y nos encontramos en el corredor, me entraron ganas de ponerme a gritar: «¡Quiero quedarme con mi madre!», pero me contuve.
Mister George me soltó el brazo y me precedió, primero recorriendo en sentido inverso el camino por donde había llegado, y luego, después de cruzar una puerta, a través de un corredor más amplio, bajando unas escaleras y cruzando una nueva puerta que daba a un nuevo corredor. Aquello era un auténtico laberinto. Aunque seguramente unas teas de pez hubieran encajado mejor con el estilo de la edificación, los corredores estaban iluminados con lámparas modernas que daban casi tanta luz como si fuera de día.
—Al principio resulta desconcertante, pero al cabo de un tiempo acabas familiarizándote con el lugar —observó mister George.
Bajamos de nuevo, esta vez por una escalera de caracol de piedra de muchos peldaños que se enroscaba interminablemente en el suelo y parecía no tener final.
—Los caballeros del Temple erigieron este edificio en el siglo XII. Antes habían estado aquí romanos, y antes de ellos, los celtas. Para todos fue un lugar sagrado, y eso no ha cambiado hasta el día de hoy. Uno puede sentir en cada centímetro cuadrado de este sitio que tiene algo especial, ¿no te parece? Como si de este pedazo de tierra surgiera una fuerza extraordinaria.
Yo no sentía nada parecido. Al contrario, me sentía más bien apática y cansada: echaba en falta las horas de sueño que había perdido las últimas noches.
Al girar bruscamente a la derecha al final de las escaleras, nos tropezamos con un joven con el que estuvimos a punto de chocar.
—¡Cuidado! —gritó mister George.
—Mister George.
El joven tenía unos cabellos oscuros y rizados que le llegaban casi hasta los hombros y unos ojos verdes tan luminosos que pensé que debía de llevar lentes de contacto. Aunque no lo había visto antes, ni su cabello ni sus ojos, enseguida lo reconocí. También el timbre de su voz era inconfundible. Era el hombre que había visto en mi último viaje en el tiempo.
Para ser precisos, el joven al que había besado mi doble mientras yo, detrás de la cortina, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos.
No podía hacer otra cosa que mirarle fijamente boquiabierta. Visto de frente y sin peluca, era mil veces más guapo. Olvidé por completo que a Leslie y a mí no nos gustaban los chicos con el pelo largo. (Leslie opinaba que los chicos se dejaban crecer el pelo para poder ocultar mejor sus orejas de soplillo.)
El joven me miró a su vez, bastante desconcertado, me examinó brevemente y luego dirigió una mirada interrogativa a mister George.
—Gideon, esta es Gwendolyn Sheperd —dijo mister George con un ligero suspiro—. Gwendolyn, este es Gideon de Villiers.
Gideon de Villiers. El jugador de polo. El otro viajero del tiempo.
—Hola—dijo cortésmente.
—Hola.
¿Por que de pronto mi voz había enronquecido?
—Creo que ustedes dos ya tendrán tiempo de conocerse mejor. —Mister George rió nerviosamente—. Es posible que Gwendolyn sea nuestra nueva Charlotte.
—¿Cómo?
Los ojos verdes me sometieron a una inspección, esta vez limitada al rostro. Por desgracia, solo fui capaz de mirarle a mi vez con cara de boba, con los ojos abiertos de par en par.
—Es una historia muy complicada—dijo mister George—. Lo mejor será que vayas a la Sala Del Dragón y le pidas a tu tío que te lo explique todo.
Gideon asintió. —De todos modos, ya iba hacia allí. Hasta ahora, mister George. Adiós, Wendy.
¿Quien era Wendy?
—Gwendoly —le corrigió mister George, pero Gideon ya había doblado la esquina.
Sus pasos resonaron en la escalera.
—Seguro que tienes un montón de preguntas que hacer —conjeturó mister George—. Intentare responderlas lo mejor que pueda.
Estire las piernas, contenta de poder sentarme al fin. La Sala De Documentos resultó ser un lugar muy agradable, a pesar de que estaba profundamente enterrada en un sótano abovedado y no tenía ventanas. En una chimenea ardía un fuego, y había estanterías y muebles con libros en todas las paredes, así como unos sillones de orejas que parecían muy confortables y el ancho sofá en que estaba sentada en ese momento. Cuando entramos, un hombre joven se levantó de su silla detrás de un escritorio, inclinó la cabeza y abandonó la habitación sin decir palabra.
—¿Es mudo ese hombre? —Fue lo primero que me vino a la cabeza preguntar.
—No —contestó Mister George—, pero ha hecho un voto de silencio. No hablara en las próximas cuatro semanas.
—¿Y de que servirá eso?
—Es un ritual. Los adeptos deben superar toda una serie de ejercicios antes de ser admitidos en nuestros círculos exteriores. Uno de los objetivos fundamentales de estas pruebas es demostrar que saben callar. —Mister George sonrió—. Debes de encontrarnos realmente extraños, ¿no? Ten, coge la linterna y cuélgatela del cuello.