Rubí (10 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Rubí
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—Otra vez he olvidado su nombre —dijo el joven sin dejar de sonreír.

—¡Mentiroso!

—El conde no es responsable del comportamiento de Rakoczy —explicó el joven, ahora muy serio—. Seguro que le castigará por ello. No hace falta que el conde te guste, ¿sabes?, solo debes respetarlo.

La chica resopló con desdén, un gesto que de nuevo me resultó extrañamente familiar.

—Yo no debo hacer nada —repuso, y se volvió bruscamente hacia la ventana es decir hacia mí.

Quise ocultarme detrás de la cortina, pero en mitad de movimiento me quedé petrificada.

¡No era posible!

La chica tenía mi cara. ¡Estaba contemplando mis propios ojos espantados!

La chica parecía tan desconcertada como yo, pero enseguida se recuperó del susto e hizo un gesto con la mano que solo podía significar: «¡Escóndete! ¡Desaparece!».

Respirando agitadamente, metí de nuevo la cabeza detrás de la cortina. ¿Quién era esa chica? Era imposible que existiera un parecido como aquel. Sencillamente, tenía que volver a mirar.

—¿Qué era eso? —oí la vox del joven.

—¡Nada! —respondió la chica.

¿No era también mi voz?

—En la ventana.

—¡Ahí no hay nada!

—Podría haber alguien detrás de la cortina espiándonos…

La frase acabó en una exclamación de sorpresa, tras la cual se hizo el silencio. ¿Qué había pasado?

Sin reflexionar, aparté la cortina a un lado. La chica que era igual que yo había apretado sus labios contra los del joven. Primero él se limitó a dejarse hacer, pero luego le rodeó la cintura con el brazo y la estrechó contra su cuerpo. La chica cerró los ojos.

De pronto sentí mariposas en el estómago. Era extraño mirarse a una misma besando a alguien, pero me pareció que lo hacía bastante bien. Me daba cuenta de que la chica solo había besado al joven para distraerle. Era un detalle por su parte, pero ¿por qué lo hacía? ¿Y cómo podía pasar a su lado sin que me vieran?

Las mariposas de mi estómago se transformaron en pájaros aleteantes y la imagen de la pareja besándose se difuminó ante mis ojos. Y entonces me encontré de pronto en la clase de mistress Counter y casi me dio un ataque de nervios.

Todo estaba en silencio.

Había contado con que mi aparición repentina viniera acompañada de un grito lanzado por un montón de gargantas juveniles y con que posiblemente alguien — ¿mistress Counter? — se desmayara del susto, pero la clase estaba vacía.

Lancé un suspiro de alivio. Al menos esta vez había tenido suerte. Me dejé caer en una silla y apoyé la cabeza sobre el pupitre. Lo que acababa de suceder superaba por el momento mi capacidad de entendimiento. La chica, el joven guapo, el beso….

La chica no solo tenía el mismo aspecto que yo.

La chica era yo.

No había equivocación posible, me había reconocido a mí misma por la marca con forma de media luna en la sien que la tía Glenda llamaba siempre «ese extraño plátano».

Era imposible que existiera un parecido como aquel.

Ópalo y Ámbar forman el primer par,

Ágata canta en si, del lobo el avatar,

Dueto —Solutio! — con Aguamarina.

Siguen poderosas las Esmeralda y la Citrina,

los gemelos cornalina en Escorpión,

y Jade, el número 8, digestión.

En mi mayor: negra Turmalina,

Zafiro en fa se ilumina.

Y casi al mismo tiempo el Diamante,

11 y 7, del León rampante.

¡Projecitio llega! Fluye el tiempo,

Y Rubí constituye el final y el comienzo.

De los
Escritos secretos del conde de Saint Germain
.

6

No. No podía ser yo.

Yo nunca había besado a un chico.

Bueno prácticamente nunca. En cualquier caso, no así. Estaba ese Mortimer del curso superior al nuestro con el que había salido el verano anterior, exactamente dos semanas y medio día; no tanto porque estuviera enamorada de él como porque era el mejor amigo de Max, el novio de Leslie en esa época, y de algún modo todo encajaba bien. Pero Mortimer no estaba especialmente interesado en los besos, sino que concentraba todos sus esfuerzos en hacerme chupetones en el cuello, mientras trataba de meter distraídamente la mano debajo de mi camiseta. Con treinta grados a la sombra, tenía que ir continuamente con pañuelos en el cuello, y me pasaba todo el día ocupada exclusivamente en apartar las manos de Mortimer (sobre todo, en la oscuridad del cine, donde le crecían como a un pulpo). Después de dos semanas habíamos roto nuestra “relación” de mutuo acuerdo. Para Mortimer, yo era “demasiado inmadura”, y para mí, Mortimer era demasiado…hummm…pegajoso.

Aparte de él, solo había besado a Gordon en la excursión con la clase a la isla de Wight, pero ese beso no contaba, porque
a)
era parte de un juego llamado Verdad o Beso (yo había dicho la verdad, pero Gordon había insistido en que era mentira), y
b)
no había sido en absoluto un auténtico beso. Gordon ni siquiera se había sacado el chicle de la boca.

De modo que, con excepción del “
affaire
de los chupetones” (como lo llamaba Leslie) y el beso de menta de Gordon, seguía totalmente “imbesada”. Y posiblemente también “inmadura”, como decía Mortimer. A mis dieciséis años y medio, era consciente de que iba atrasada; pero Leslie, que había salido con Max durante todo un año, opinaba que el besar, en general, estaba sobrevalorado. Decía que tal vez solo era cuestión de mala suerte, pero que los chicos a los que había besado hasta el momento definitivamente no le habían cogido el truco al asunto. Leslie decía que en realidad debería haber una asignatura llamada “Besar”, preferiblemente en lugar de la religión, que de todos modos nadie necesitaba.

Hablábamos bastante a menudo de cómo tenía que ser el beso perfecto, y había un montón de películas que veíamos una y otra vez solo por sus escenas de besos fantásticas.

—Ah, miss Gwendolyn, ¿desea hablar conmigo hoy, o tal vez prefiere ignorarme de nuevo?

James me había visto salir de la clase de mistress Counter y se acercó a mí.

—¿Qué hora es?

Miré a mi alrededor buscando a Leslie.

—¿Acaso soy un reloj de pared?—James me miró ofendido—. Debería conocerme lo suficiente para saber que el tiempo no tiene ninguna importancia en mi existencia.

—Cuánta razón tiene.

Doblé la esquina para echar una ojeada al gran reloj que había al extremo del pasillo. James me siguió.

—Solo he estado fuera veinte minutos—puntualicé.

—¿Fuera de dónde?

—¡Imagínate, James, creo que he estado en tu casa! Muy bonito todo, de verdad. Mucho oro. Y la luz de las velas... Muy acogedor.

—Sí, no tan triste y falto de gusto como aquí—convino James, e hizo un gesto con la mano que abarcó todo el pasillo, en el que predominaba abrumadoramente el color gris.

De pronto James me dio mucha pena. No era mucho mayor que yo, y ya estaba muerto.

—James, ¿ya has besado alguna vez a una chica?—le pregunté.

—¿Cómo dice?

—¿Si has besado alguna vez?

—No es correcto hablar de este modo, miss Gwendolyn.

—¿De modo que no has besado nunca?

—Soy un hombre—dijo James.

—¿Qué clase de respuesta es esa?—Se me escapó la risa al ver la cara de indignación que había puesto—. ¿Sabes cuándo naciste en realidad, James?

—¿Quieres ofenderme? Naturalmente que conozco la fecha de mi propio nacimiento. Es el 31 de marzo.

—¿De qué año?

—De 1762. —James sacó pecho con aire retador—. Hace tres semanas cumplí los veintiuno. Celebré una gran fiesta con mis amigos en el White-Club y mi padre, en honor a la ocasión, pagó todas mis deudas de juego y me regaló una preciosa yegua para la caza del zorro. Y luego me dio esa estúpida fiebre y tuve que acostarme, solo para luego descubrir al despertar que todo había cambiado y encontrarme ante una chiquilla impertinente que dice que soy un fantasma.

—Lo siento—murmuré—. Seguramente moriste por la fiebre.

—¡Qué tontería! Solo era un ligero malestar—señaló James, pero su mirada reflejaba inseguridad—. El doctor Barrow afirmó que era poco probable que me hubiera infectado de viruela en casa de lord Stanhope.

—Hummm… —musité. Tendría que buscar “viruela” en Google.

—¿”Hummm”? ¿Qué significa “hummm”?

James me miraba irritado.

—¡Oh, por fin estás aquí!—Leslie vino corriendo desde los lavabos de las chicas y me saltó al cuello—. Estaba muerta de angustia, ¿sabes?

—No me ha pasado nada. Al volver fui a parar a la clase de mistress Counter, pero estaba vacía.

—Se han ido a hacer una visita al observatorio de Greenwich—aclaró Leslie—. ¡Oh, Dios mío, qué contenta estoy de verte! Le dije a mister Whitman que estabas en el lavabo sacando hasta la última papilla. Y me dijo que volviera para apartarte el pelo de la cara.

—Repugnante—dijo James, tapándose la nariz con el pañuelo—. Dile a la pecosa que una dama nunca habla de esas cosas.

Dejé de prestarle atención.

—Leslie…pasó una cosa muy rara allí… Algo que no puedo explicarme.

—No me extraña nada.—Leslie me puso el móvil ante las narices—. Lo he cogido de tu taquilla y ahora llamarás inmediatamente a tu madre.

—Leslie, está en el trabajo. No puedo…

—¡Llámala! Ya has saltado tres veces en el tiempo y la última vez he podido comprobarlo con mis propios ojos. ¡De repente has desaparecido sin más! ¡Ha sido realmente alucinante! Por favor, tienes que explicárselo enseguida a tu madre para que no te pase nada.

¿Eran imaginaciones mías o realmente Leslie tenía lágrimas en los ojos?

—La pecosa está melodramática hoy—observó James.

Cogí el móvil e inspiré hondo.

—Por favor—suplicó Leslie.

Mi madre trabajaba como administrativa en el Bartholomew´s Hospital. Marqué el número directo y miré a Leslie, que asintió y esbozó una sonrisa.

—¿Gwendolyn?—Mamá debía de haber reconocido mi número de móvil en la pantalla. Su voz sonaba preocupada. Nunca antes la había llamado al trabajo desde la escuela—. ¿Te pasa algo?

—Mamá…no me encuentro bien.

—¿Estás enferma?

—No lo sé.

—Tal vez has cogido esa gripe que tiene todo el mundo. Mira, ahora te irás a casa y te meterás en la cama, y yo intentaré salir antes del trabajo. Entonces te exprimiré un zumo de naranja y te prepararé compresas calientes para el cuello.

—Mamá, no es la gripe. Es peor. Yo…

—Quizá es la viruela—propuso James.

Leslie me dirigió una mirada de ánimo.

—¡Adelante!—susurró—. ¡Díselo ya!

—¿Cariño?

Respiré hondo.

—Mamá, creo que soy como Charlotte. Acabo de estar…no tengo ni idea de cuándo. Y esta noche también…, en realidad ya empezó ayer. Quería decírtelo, pero tuve miedo de que no me creyeras.

Mi madre calló.

—¿Mamá?

Miré a Leslie.

—No me cree.

—No haces más que balbucir frases incomprensibles—susurró Leslie—. Venga, prueba otra vez.

Pero no hizo falta.

—Quédate donde estás—dijo mi madre en un tono de voz completamente distinto—. Espérame en la puerta de la escuela. Cogeré un taxi y estaré ahí tan pronto como pueda.

—Pero…

Mamá ya había colgado.

✿✿✿

—Tendrás problemas con mister Whitman—dije.

—Tanto da—respondió Leslie—. Esperaré hasta que llegue tu madre. No te preocupes por la ardilla. Lo tengo todo controlado.

—¿Qué he hecho, Leslie?

—Has hecho lo correcto—me aseguró mi amiga.

Yo ya la había informado en detalle de mi breve viaje al pasado, y Leslie opinaba que la chica que tenía el mismo aspecto que yo podía haber sido una antepasada mía.

En mi opinión, era imposible que dos personas se parecieran tanto, a no ser que fueran gemelos univitelinos. Leslie opinaba que esa teoría también era digna de tenerse en consideración.

—¡Claro! Como en
Tú a Boston y yo a California
—indicó—. Cuando pueda, alquilaré el DVD.

Me entraron ganas de llorar. ¿Cuándo podríamos volver a ver Leslie y yo tranquilamente un DVD?

El taxi llegó antes de lo que había pensado. Paró ante el portal de la escuela y mi madre abrió la puerta del coche.

—Sube—dijo.

Leslie me apretó la mano.

—Mucha suerte. Llámame cuando puedas.

Yo estaba a punto de echarme a llorar.

—Leslie… ¡gracias!

—De nada—respondió Leslie, que también se esforzaba en contener las lágrimas. (Cuando veíamos películas también llorábamos siempre juntas en las mismas escenas.)

Subí al taxi con mamá. Me hubiera gustado abrazarla, pero ponía una cara tan rara que renuncié a hacerlo.

—Temple—dijo al taxista.

El vidrio que separaba el asiento trasero de la cabina del conductor subió y el taxi arrancó.

—¿Estás enfadada conmigo?—pregunté.

—No. Claro que no, cariño. No es culpa tuya.

—¡Totalmente cierto! El culpable es ese estúpido de Newton… —dije tratando de bromear, pero mamá no estaba de humor para bromas.

—No, él no tiene la culpa. Si hay culpable, esa soy yo. Confiaba en que no tuviéramos que pasar por esto.

La miré con los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué quieres decir?

—Yo…pensaba…esperaba…no quería que tú…—Lo de tartamudear no era nada propio de ella. Parecía tensa y nunca la había visto tan seria desde la muerte de papá—. No quería reconocerlo. Todo el tiempo he estado esperando que fuera Charlotte.

—¡Todos lo creían! A nadie se le podía ocurrir que Newton se hubiera equivocado. Seguro que a la abuela le dará un ataque.

El taxi se unió al denso tráfico de Piccadilly.

—Olvídate de tu abuela ahora—dijo mamá—. ¿Cuándo pasó por primera vez?

—¡Ayer! De camino a Selfridges.

—¿Y a qué hora?

—Debían de ser poco después de las tres. No sabía qué debía hacer, de modo que volví a casa y llamé a la puerta. Pero antes de que pudieran abrirme volví a saltar de vuelta. La segunda vez ha sido esta noche. Me escondí en un armario, pero había alguien durmiendo dentro, un criado, que, por cierto, se puso bastante histérico. Me persiguió por toda la casa, y todos me buscaban porque pensaban que era una ladrona. Gracias a Dios, volví a saltar antes de que pudieran encontrarme. Y la tercera vez ha sido hace un momento. En la escuela. Esta vez debí saltar aún más atrás, porque la gente llevaba peluca… ¡Mamá, si esto me va pasar cada pocas horas, nunca podré llevar una vida normal! Y todo porque ese maldito Newton…

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