Authors: Kerstin Gier
Caroline estaba radiante.
—Pues quizá pronto tu deseo se haga realidad.
—¿Han dicho algo lady Arista y Glenda? —preguntó mamá.
—Tu madre ha llamado por la tarde para decir que no estarían para cenar —respondió la tía Maddy—. En nombre de todos le he expresado nuestro gran pesar por la noticia; espero que os parezca bien.
—Oh, claro —convino Nick soltando una risita.
—¿Ya Charlotte? ¿Ya ha…? —preguntó mamá.
—Hasta ahora no, supongo. —La tía Maddy se encogió de hombros—. Pero esperan que pase en cualquier momento. La pobre chica tiene vértigos constantemente y ahora, además, padece migrañas.
—Realmente, es digna de lástima —dijo mamá, y después de dejar su tenedor a un lado se quedó embobada mirando el artesonado oscuro de nuestro comedor, el cual a veces me hacía pensar que alguien había confundido las paredes con el suelo y las había forrado con parquet.
—¿Y qué pasa si al final Charlotte no da el salto en el tiempo? —pregunté.
—¡Tarde o temprano llegará! —afirmó Nick, imitando la voz solemne de la abuela.
Todos, excepto mamá y yo, rieron.
—Pero ¿y si no pasa? ¿Y si se han equivocado y en realidad Charlotte no tiene el gen? —pregunté.
Esta vez Nick imitó a la tía Glenda:
—Ya de bebé podía verse que Charlotte había nacido para hacer grandes cosas. Ella no puede compararse con unos chicos normales como vosotros.
De nuevo volvieron a reír todos, excepto mamá.
—¿Se puede saber cómo se te ha ocurrido eso, Gwendolyn? —me preguntó.
—Bueno, solo era una idea… —conjeturé.
—Ya te he explicado que es imposible que haya ningún error —contó la tía abuela Maddy.
—Sí, porque Isaac Newton era un genio que nunca podría haberse equivocado, lo sé —dije—. De hecho, ¿por qué calculó Newton la fecha de nacimiento de Charlotte?
—¡Tía Maddy!
Mamá dirigió una mirada cargada de reproche a mi tía abuela que chaqueó la lengua y replicó:
—No paraba de hacer preguntas. ¿Qué querías que hiciera? Es exactamente como cuando tú eras pequeña, Grace. Además, me prometió que no diría ni una palabra de nuestra conversación.
—Sólo a la abuela —puntualicé—. ¿Y también fue Isaac Newton el que inventó ese cronógrafo?
—Chivata —masculló la tea abuela Maddy—. No pienso explicarte nada más.
—¿Qué es eso del cronógrafo? —preguntó Nick.
—Es una máquina del tiempo con la que enviarán a Charlotte al pasado —le expliqué—. Y la sangre de Charlotte es, por así decirlo, el carburante para la máquina.
—Bestial —exclamó Nick.
—¡Ay, sangre! —chilló Caroline.
—¿También se puede viajar al futuro con ese cronógrafo? —preguntó Nick.
Mamá lanzó un gemido.
—Mira la que has montado, tía Maddy.
—Son tus hijos, Grace —dijo la tía abuela Maddy sonriendo—. Es normal que quieran estar al corriente.
—Si, supongo que si. —Mamá nos miró uno a uno—. Pero no tenéis que hacerle nunca estas preguntas a vuestra abuela, ¿me oís? —nos advirtió.
—Probablemente es la única que conoce las respuestas —repliqué yo.
—Pero tampoco os las daría.
—Y tu, mamá, ¿cuánto sabes de todo esto?
—Más de lo que quisiera. —Mama sonrió al decirlo, pero era una sonrisa triste—. Por otra parte, no se puede viajar al futuro, Nick, justamente porque el futuro aún no ha tenido lugar.
—¿Cómo? —Soltó Nick—. ¿Qué clase de lógica es esa?
Llamaron a la puerta y mister Bernhard entró con el teléfono. Seguro que Leslie se hubiera quedado alucinada si hubiera visto como traía el aparato sobre una bandeja de plata. Realmente, a veces mister Bernhard exageraba un poco.
—Una llamada para miss Grace —anunció.
Mamá cogió el teléfono de la bandeja y mister Bernhard dio media vuelta y abandonó el comedor. Mister Bernhard sólo cenaba con nosotros cuando lady Arista se lo pedía expresamente, lo que sólo sucedía un par de veces al año. Nick y yo sospechábamos que se hacía traer la comida en secreto de algún restaurante italiano o chino y se la comía tranquilamente a solas.
—¿Si? ¡Ah, madre eres tú!
La tía abuela Maddy nos guiñó un ojo.
—¡Vuestra abuela puede leer el pensamiento! —susurró—. Intuye que estamos conversando sobre temas prohibidos. ¿Quién va a recoger la mesa? Necesitamos espacio para el pastel de manzana de mistress Brompton.
—¡Y para la crema de vainilla!
Aunque me había comido una montaña de patatas al romero con zanahorias caramelizadas y medallones de lomo, aún no estaba llena.
Tanta excitación me había dado hambre. Me levanté y empecé a colocar los platos sucios en el montaplatos.
—Si Charlotte viaja a la época de los dinosaurios, ¿me podría traer una cría pequeñita? —preguntó Caroline.
La tía abuela Maddy sacudió la cabeza.
—Los animales y personas que no tienen el gen no pueden ser transportados en el tiempo. Y, además, tampoco se puede viajar tan atrás.
—Lástima —se quejó Caroline.
—Pues yo encuentro que está muy bien así —señalé—. Imagínate la que se armaría si los viajeros en el tiempo estuvieran trayendo continuamente dinosaurios y tigres de diente de sable, o, peor todavía, a Atila el rey de los hunos o a Adolfo Hitler.
Mamá colgó el teléfono.
—Pasarán la noche allí —dijo—. Por razones de seguridad.
—¿Dónde es allí? —preguntó Nick.
Mamá no respondió.
—¿Tía Maddy? ¿Te encuentras bien?
Doce columnas soportan el castillo del tiempo.
Doce animales gobiernan el castillo.
El águila está ya lista para alzarse.
El cinco es la llave y también es la base.
Así, en el Círculo de los Doce, es el dos el doce.
Y al halcón, que ocupa el séptimo lugar,
el número tres hay que asignar.
De los
Escritos secretos del conde de Saint Germain
.
La tía Maddy estaba sentada en su silla en una postura extrañamente rígida, con una mirada perdida en el vacío. Sus manos se aferraban con fuerza al reposabrazos y su rostro había perdido el color.
—¿Tía Maddy? Mamá, ¿le ha dado un ataque? ¡Tía Maddy! ¿Me oyes? ¡Tía Maddy!
Quise cogerle la mano pero mamá me detuvo.
—¡No la toques! No hay que tocarla.
Caroline empezó a llorar.
—¿Qué le pasa? —gritó Nick—. ¿Se ha atragantado con algo?
—Tenemos que avisar al médico de urgencias —dije—. ¡Mamá, haz algo, por favor!
—No ha tenido ningún ataque. Y tampoco se ha atragantado. Tiene una visión —explicó mamá—. Enseguida se le pasará.
—¿Seguro?
La mirada fija de la tía Maddy daba miedo. Se le veían las pupilas enormes y los párpados totalmente inmóviles.
—De repente ha empezado a hacer mucho frío —susurró Nick—. ¿No lo notáis?
Caroline sollozaba en voz baja.
—Haced que pare —suplicó.
—¡Lucy! —gritó alguien.
Todos pegamos un brinco, sobresaltados, y entonces nos dimos cuenta de que había sido la tía Maddy la que había gritado. Realmente hacía mucho frío. Miré a mi alrededor, pero no había ningún fantasma en la habitación.
—Lucy, mi niña. Me lleva hasta un árbol. Un árbol con bayas rojas. Oh, ¿dónde está ahora? Ya no puedo verla. Hay algo entre las raíces. Una piedra preciosa enorme, un zafiro tallado. Un huevo. Un huevo de zafiro. Qué hermoso es. Qué valioso. Pero ahora se está agrietando; oh, se rompe, y hay algo dentro… Un pajarito sale del huevo. Un cuervo. Ahora salta al árbol.
Pese a que la tía Maddy rió, no desapareció la mirada fija de su rostro, y sus manos seguían aferradas a los brazos de la silla.
—Empieza a soplar viento. —La risa de la tía Maddy se desvaneció—. Es una tormenta. Todo gira. Vuelo. Vuelo con el cuervo hacia las estrellas. Una torre. En lo alto de la torre, un enorme reloj. Hay alguien sentado ahí arriba, sobre el reloj, balanceando las piernas. ¡Baja enseguida, niña atolondrada! —De pronto su voz traslucía miedo y empezó a gritar—. La tormenta te derribará. Es demasiado alto. ¿Qué está haciendo allí? ¡Una sombra! Un gran pájaro traza círculos en el cielo! ¡Allí! Se precipita hacia ella. ¡Gwendolyn! ¡Gwendolyn!
Aquello era insoportable. Aparté a mamá y cogí a la tía Maddy por los hombros.
—¡Estoy aquí, tía Maddy! ¡Por favor! ¡Mírame! —exclamé sacudiéndola suavemente.
La tía Maddy volvió la cabeza y me miró. Poco a poco, su rostro fue recuperando el color.
—Angelito —susurró—, ¡ha sido una locura trepar tan alto!
—¿Te encuentras bien, tía? —Miré a mamá—. ¿Estás segura de que no le pasa nada malo?
—Era una visión —repuso mamá—. Está bien.
—No, no estoy bien. Era una mala visión —masculló la tía Maddy—, a pesar de que el principio era muy agradable.
Caroline había dejado de llorar. Mis dos hermanos miraban fijamente a la tía Maddy con cara de extrañeza.
—Ha sido espeluznante —confesó Nick—. ¿Os habéis fijado en como de repente ha empezado a hacer frío?
—Imaginaciones —repuse.
—¡No es verdad!
—Yo también lo he notado —convino Caroline—. Se me ha puesto la carne de gallina.
La tía abuela Maddy cogió a mamá de la mano.
—He visto a tu sobrina Lucy, Grace. Tenía el mismo aspecto de entonces. Esa sonrisa tan dulce…
Me dio la sensación de que mamá se iba a poner a llorar de un momento a otro.
—Creo que el resto no lo he entendido bien, como de costumbre —continuó la tía Maddy—. Un huevo de zafiro, un cuervo, Gwendolyn en el reloj de la torre y luego ese pájaro maligno. ¿Tú entiendes algo?
Mamá suspiró.
—Claro que no, tía Maddy. Son tus visiones —respondió, y se dejó caer a su lado en una de las sillas del comedor.
—Pero eso no me ayuda a entenderlas —replicó la tía Maddy—. ¿Lo has anotado todo para que después podamos explicárselo a tu madre?
—No, querida tía, no lo he hecho.
Maddy se inclinó hacia delante.
—Entonces tendríamos que anotarlo enseguida. Primero estaba Lucy, luego el árbol. Bayas rojas… ¿podrías ser un serbal? Y ahí estaba la piedra preciosa, pulida como un huevo… ¡Dios mío, qué hambre tengo! Espero que no nos haráis comido el postre sin mí. Hoy me he ganado al menos dos pedazos. O tres.
✿✿✿
—Realmente ha sido horripilante —dije.
Caroline y Nick ya se habían ido a dormir y yo estaba sentada con mamá en el borde de la cama, tratando de encontrar una forma apropiada de introducir el tema.
Mamá, esta tarde me ha pasado algo y tengo miedo de que me vuelva a pasar.
Mamá estaba concentrada en sus tratamientos de belleza nocturnos; en concreto, ya estaba acabando con la cara. Era evidente que todos aquellos cuidados daban sus frutos, porque nadie hubiera dicho que mi madre tenía más de cuarenta años.
—Es la primera vez que estoy presente en el momento en que la tía Maddy tiene una visión —confesé.
—También ha sido la primera vez que tiene una durante la cena —replicó mamá, mientras se ponía crema en las manos. (Siempre decía que la edad se reconocía sobre todo en las manos y en el cuello.)
—¿Y crees que hay que tomarse sus visiones en serio?
Mamá se encogió de hombros.
—Bueno… Ya has oído las historias que explica. Es todo muy confuso. De algún modo, siempre se puede interpretar como mejor te convenga. Tres días antes de que muriera tu abuelo, tuvo una visión de una pantera negra que se lanzaba contra su pecho.
—Entonces encaja con la visión, porque el abuelo murió de un infarto.
—Es lo que decía: en cierto modo, siempre encaja. ¿Quieres crema para las manos?
—¿Tú crees en eso? No me refiero a la crema, sino a las visiones de la tía Maddy.
—Creo que la tía Maddy ve realmente lo que dice. Pero eso no significa, ni mucho menos, que lo que ve prediga el futuro. O que tenga ningún significado.
—¡No lo entiendo!
Alargué las manos, y mamá empezó a frotármelas con la crema.
—Pasa como con tus fantasmas, cariño. Estoy convencida de que puedes verlos, igual que creo que la tía Maddy tiene visiones.
—¿Quieres decir que, aunque crees que veo fantasmas, no crees que existan? —grité y retiré la mano, indignada.
—No sé si existen realmente —dijo mamá—. Lo que yo crea no tiene ninguna importancia.
—Pero, si no existen, entonces me los imagino, lo cual significa que estoy loca.
—No —repuso mi madre—. Eso solo significa que… ¡Ay, cariño!, no lo sé; a veces tengo la sensación de que sencillamente en esta familia todo el mundo anda un poco sobrado de imaginación. Y que viviríamos mucho más felices y tranquilos si nos limitáramos a lo que la gente normal cree.
—Entiendo —murmuré.
Tal vez no fuera tan buena idea anunciarle la noticia…
Oye, mamá, esta tarde mi imaginación desbordada y yo hemos viajado al pasado.
—Ahora no te ofendas, por favor —me rogó mamá—. Sé que hay cosas entre el cielo y la tierra que no podemos explicarnos. Pero, posiblemente, cuanto más nos ocupamos de estas cosas, más exageramos su importancia. Yo no creo que estés loca. Y tampoco que lo esté la tía Maddy. Pero, hablando en serio, ¿de verdad crees que la visión de la tía Maddy tiene algo que ver con tu futuro?
—Quizá.
—Ah, ¿sí? ¿Es que tienes intención de trepar a una torre, sentarte en el reloj y ponerte a balancear las piernas?
—Claro que no. Pero tal vez sea un símbolo.
—Sí, tal vez —repuso mamá—. Y tal vez no. Ahora ve a dormir, cariño. Ha sido un día muy largo. —Miró el reloj de su mesita de noche—. Esperemos que Charlotte ya lo haya pasado todo. Dios mío, me gustaría tanto que por fin lo hubiera conseguido…
—Tal vez lo que le pasa a Charlotte es que tiene demasiada imaginación —dije.
Me levanté y le di un beso. Al día siguiente volvería a intentarlo.
Tal vez.
—Buenas noches.
—Buenas noches, grandullona. Te quiero.
—Yo a ti también, mamá.
Cerré la puerta de mi habitación y me acosté. Me sentía mal por no habérselo explicado todo a mi madre. Sabía que tendría que haberlo hecho, pero lo que me había dicho me había dado que pensar. Seguro que yo tenía demasiada imaginación, pero tener imaginación era una cosa, e imaginarse que viajaba en el tiempo era otra muy distinta. Las personas que se imaginaban este tipo de cosas recibían tratamiento médico. Justificadamente, en mi opinión. Tal vez, a fin de cuentas, yo era como uno de esos tipos que aseguran que han sido secuestrados por extraterrestres y sencillamente me faltaba un tornillo.