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Authors: Javier Casado

Rumbo al cosmos (40 page)

BOOK: Rumbo al cosmos
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Con este objetivo se iniciaron en 1976 los estudios que llevarían al desarrollo del Sonda IV, un nuevo cohete de sondeo que principalmente debería servir como paso intermedio en el dominio de las tecnologías críticas para desarrollar un verdadero lanzador de satélites. El Sonda IV suponía un gran salto con respecto a los anteriores cohetes de sondeo brasileños: con sus 11 metros de longitud y un metro de diámetro en su base, tenía ya una capacidad más que considerable para un cohete de sondeo, al conseguir elevar una masa de 500 kg a una altura de 600 km. De hecho, el Sonda IV podría ya considerarse como un posible lanzador de minisatélites.

Imagen: Cohete de sondeo Sonda IV, el paso previo al primer lanzador espacial brasileño. (
Foto: AEB
)

El culmen de este programa de cohetes llegaría en noviembre de 1979, con la presentación de la propuesta de desarrollo del que debía ser el primer lanzador brasileño de satélites, el VLS-1 (siglas de
Veículo Lançador de Satélites
), y de la infraestructura de lanzamiento necesaria.

El salto a primera línea: un lanzador propio

Pero la puesta en marcha de este programa de desarrollo no sería nada fácil, y no sólo por las dificultades técnicas inherentes al caso, sino por los obstáculos impuestos por la comunidad internacional, especialmente los Estados Unidos. Liderados por los norteamericanos, los países firmantes de los tratados de no-proliferación nuclear vetaron todo tipo de asistencia técnica al programa espacial brasileño, incluido el embargo en la venta de los componentes más básicos, por considerar que el desarrollo de un vehículo lanzador podía ser utilizado igualmente como misil estratégico. Afirmación en principio cierta, pero que en realidad parece que respondía a otros intereses ocultos, como se vería algo más tarde.

Evidentemente, desarrollar un lanzador partiendo de cero sin asistencia técnica de expertos, es una tarea enorme. De hecho, todos los países poseedores de lanzadores espaciales hoy día han recibido ayuda de uno u otro de los dos países pioneros en la materia, Rusia o los Estados Unidos. Por ello, para evitar suspicacias, Brasil decidió convertirse también en uno de los países firmantes de los tratados de no-proliferación nuclear, a la vez que pasaba el control de sus actividades espaciales al ámbito civil, de forma externa al Ministerio de Aeronáutica (militar) del que había dependido hasta entonces. Es preciso señalar, no obstante, que el programa espacial brasileño nunca había tenido un objetivo militar, y su dependencia de este ministerio era similar a la que se producía o aún se produce en otros países (en España, por ejemplo, el INTA, o Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, responsable de los programas nacionales de cohetes de sondeo, depende también del Ministerio de Defensa).

Tras estas acciones, el veto internacional se relajó ligeramente, pero de hecho nunca desapareció del todo. Por parte sobre todo de los Estados Unidos, había una especial preocupación por no permitir ninguna transferencia de tecnología, lo que en la práctica obligó a los técnicos brasileños a trabajar prácticamente solos en el logro de su objetivo. Según algunos periodistas brasileños especializados, muchos responsables del programa espacial brasileño aún no han perdonado a los Estados Unidos y otros países por haberles puesto la tarea tan difícil. El mismo Ministro de Defensa brasileño José Viegas lo expresaba así recientemente en un discurso ante un grupo de senadores:

El programa de cohetes de Brasil produce un gran descontento entre algunas poderosas naciones. Siempre ha existido una oposición internacional y unas restricciones muy fuertes hacia cualquier tipo de transferencia de tecnología hacia nuestro programa, y no olvidemos que Brasil ha tenido que desarrollar su cohete por sí solo, al encontrar unas tremendas dificultades incluso para comprar los componentes más básicos fuera del país.

Muy probablemente lo que existe es el temor de que el sector espacial brasileño pueda convertirse en un peligroso competidor en el lanzamiento de satélites comerciales, como ha ocurrido con la empresa aeronáutica brasileña EMBRAER: empezando también casi de la nada, es hoy día el tercer fabricante mundial de aviones, después de los gigantes Airbus y Boeing, teniendo gran parte de su mercado en los Estados Unidos. La posible repetición de este panorama en el terreno de la comercialización del espacio posiblemente inquiete a más de uno.

Pero finalmente, a pesar de todos los problemas, en 1997 se conseguía tener terminado el primer prototipo del que debía ser el primer lanzador brasileño de satélites: el VLS-1. Con 19,5 metros de longitud y una masa al despegue de casi 50 toneladas, el VLS-1 es un lanzador de cuatro etapas capaz de poner en órbita baja (250 a 1000 kilómetros) satélites de hasta 350 kg de peso. De sus cuatro etapas (todas ellas de propulsante sólido), tres se hallan dispuestas en tándem, mientras que la cuarta (en realidad, la primera etapa) está compuesta por cuatro cohetes aceleradores dispuestos en paralelo o “
cluster
” alrededor de la segunda etapa.

Problemas técnicos… y políticos

El primer vuelo del VLS-1 tendría lugar el 2 de diciembre de 1997, pero desde el momento mismo de la llegada de la cuenta atrás a cero, se supo que el lanzamiento era un fracaso: uno de los propulsores de la primera etapa había fallado en encenderse, lo que obligó a la destrucción del cohete por parte de los técnicos de tierra poco después de su despegue. Casi exactamente dos años después del primer intento, el 11 de diciembre de 1999 tenía lugar el lanzamiento del segundo prototipo, pero para desconsuelo de los técnicos, a los tres minutos del ascenso el cohete resultaba destruido por una explosión.

Imagen: VLS-1 (
Foto: AEB
)

Pero estos fracasos en el desarrollo del VLS-1 no disminuían la voluntad de Brasil de consolidar su programa espacial, como demostraban sus actuaciones también en otros campos. Así, durante los últimos años del siglo XX, Brasil se convertía en un socio más de la Estación Espacial Internacional, para la que se iban a desarrollar los distintos equipos que comentábamos al principio, a la vez que se daba comienzo a la formación de astronautas. Y al mismo tiempo se iniciaban maniobras encaminadas a la comercialización internacional de sus instalaciones de lanzamiento.

En particular, el Centro de Lanzamiento de Alcántara constituye un emplazamiento privilegiado para el lanzamiento de satélites comerciales, por su proximidad al Ecuador. Situado a sólo 3º de latitud sur, su situación geográfica lo hace idóneo para el lanzamiento de satélites geoestacionarios, principalmente, con un considerable ahorro de propulsante o un incremento proporcional de la carga útil.

Con esta intención de comercializar la utilización de su centro de lanzamiento, Brasil inició acuerdos con los Estados Unidos para que satélites y lanzadores norteamericanos pudiesen operar con base en Alcántara. Pero para ello antes se verían obligados a firmar un restrictivo acuerdo que prevenía cualquier posible transferencia de tecnología norteamericana a Brasil; Estados Unidos no estaba dispuesto bajo ningún concepto a que el país sudamericano se beneficiase tecnológicamente de este acuerdo comercial.

El tratado, firmado por el presidente Cardoso en 2000, originó fuertes debates en el seno de la sociedad brasileña. Algunos políticos denunciaron incluso que el tratado vulneraba la soberanía de Brasil al establecer zonas restringidas de uso exclusivamente norteamericano en la base de Alcántara, llegando a prohibir a las autoridades brasileñas el control aduanero de las mercancías llegadas a dicha zona. Y lo que era aún más humillante: el tratado prohibía a Brasil la utilización de los beneficios económicos logrados con el alquiler de su centro de lanzamiento para el desarrollo de un vehículo lanzador propio.

El tratado había sido firmado por el Presidente de la República, pero para ratificarlo faltaba el apoyo del Congreso, proceso durante el cual se levantaron duras críticas por considerarlo no ya desventajoso, sino incluso humillante para Brasil. La ratificación por parte del Congreso se alargó así hasta producirse el relevo en la presidencia del país: tras la toma de posesión del nuevo presidente Lula da Silva, se decidió retirar este principio de acuerdo con los Estados Unidos. Por el contrario, poco tiempo después se firmaría otro acuerdo de colaboración para el uso del Centro de Lanzamiento de Alcántara con Rusia y Ucrania; en este caso, el acuerdo era mucho más equitativo, previéndose incluso la transferencia futura de tecnología rusa a Brasil para el desarrollo de motores cohete de propulsante líquido.

Un duro golpe

Pero casi al mismo tiempo que esto sucedía, el 22 de agosto de 2003 el naciente programa espacial brasileño recibía un duro golpe: mientras se ultimaban los preparativos para el lanzamiento del tercer prototipo del primer lanzador brasileño, el cohete explotaba repentinamente envolviendo en una gran bola de fuego toda la plataforma y la torre de lanzamiento, y causando la muerte a 21 técnicos que trabajaban en aquellos momentos en diferentes tareas de preparación del lanzador.

Imagen: En agosto de 2003, una explosión del prototipo del lanzador brasileño terminaba con la vida de 21 técnicos, ocasionando un serio parón en el programa de cohetes del país sudamericano. (
Foto: AEB
)

Un accidente fortuito como el ocurrido con el tercer prototipo del VLS-1, era algo prácticamente descartado hasta ese momento en lanzadores equipados con motores de propulsante sólido, altamente estables. Por esta razón, la sombra de un posible sabotaje planeó inicialmente sobre las posibles causas del accidente. Esta posibilidad fue incluso defendida por ciertos políticos y militares brasileños, que vertían sus sospechas sobre los servicios secretos norteamericanos. No obstante, esta posibilidad fue prontamente desmentida por la comisión investigadora, establecida con el apoyo de técnicos rusos en virtud del nuevo acuerdo de cooperación, y sería también descartada públicamente por el propio gobierno de la república.

Un tercer fallo, y esta vez con víctimas, suponía un serio revés para las aspiraciones espaciales brasileñas. Pero el gobierno de la nación se apresuraría a dejarlo claro: el accidente no haría cambiar la voluntad de Brasil de contar con un programa espacial propio. El proyecto continuaría adelante, con el objetivo de ensayar el cuarto prototipo del VLS-1 en 2006. El calendario, sin embargo, se iría alargando con el paso del tiempo, como consecuencia de las medidas correctoras tomadas tras el accidente. El consecuente retraso técnico unido al escaso presupuesto asignado al programa espacial brasileño, provocaría que hubiera que esperar hasta 2008 para la realización de los primeros ensayos, esta vez en banco, de los nuevos propulsores desarrollados para el lanzador. Tras la finalización con éxito de estas pruebas, un primer vuelo está previsto para 2011, aunque se limitará en este caso a un ensayo suborbital, con tan sólo las dos primeras etapas activas; para el primer vuelo de pruebas completo habrá que esperar a 2012, si todo se desarrolla según lo previsto. A partir de entonces, el lanzador estaría listo para poner en órbita el primer satélite de fabricación nacional. Tras los fracasos anteriores, parece que los responsables brasileños han decidido avanzar paso a paso y con seguridad, aunque sin duda la modesta asignación económica con la que cuenta el programa es también una importante responsable de estos retrasos.

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