—¡Me pido la habitación! —exclama Irene—. Tú, al sofá. Siempre he querido decir esto.
Las dos chicas ríen.
—Bueno, entonces, ¿queréis que juguemos a ver quién canta mejor?
En ese instante, esa noche de finales de junio, en otro lugar de la ciudad.
—¿Sí?
—Hola. ¿Estabas durmiendo?
—No, escuchaba un poco de música.
—¿Qué oías?
—Black eyed peas:
Where is the love?
—¿Tú lo sabes?
—¿El qué?
—Una pregunta no se contesta con otra pregunta. ¿Recuerdas?
—Capullo.
El chico y la chica sonríen.
—Te preguntaba que si sabías dónde está el amor.
Where is the love?
—Yo, sí. El que no lo sabe eres tú.
Touché
. Directo al corazón.
¿Por qué la ha llamado? Porque se sentía culpable y necesitaba contarle lo que ha pasado. Sin embargo, en ese instante, con Sandra al otro lado del teléfono, Ángel duda si decirle que mañana ha quedado con Paula.
—Tienes razón.
—Ya me gustaría no tenerla y creer lo que he creído en el tiempo que llevo contigo. Que tu amor soy yo.
—Y lo eres...
—No lo soy, Ángel.
El periodista se tumba en el sofá y mira hacia el techo. Desde que habló con Paula, curiosamente, en quien más ha pensado ha sido en Sandra. Toda esa historia es tan extraña y confusa. Un chico empieza a salir con una chica mayor que él, de la que cree estar enamorado, hasta que aparece la ex menor de edad que lo abandonó el día de su cumpleaños. Surgen entonces las dudas y se cuestiona sus sentimientos. Decide quedar con la ex para averiguar lo que realmente siente por una y por otra en una idea un poco descabellada. Y lo más sorprendente de todo: tanto la novia como la ex aceptan que se produzca ese encuentro. Un lío amoroso propio de una película de Hugh Grant.
El silencio previo a una importante confesión siempre es parecido. Se origina una tensión que se percibe en el ambiente, incluso en una conversación por teléfono.
—Mañana he quedado con ella —suelta Ángel, cerrando los ojos y frotando sus párpados con los dedos.
—Imaginaba algo así en cuanto he visto que me estabas llamando —responde Sandra con firmeza.
—Eres muy inteligente.
—Intuitiva. Aunque, en este caso, no tenía mucho mérito. Era bastante lógico.
El periodista suspira y se acaricia el pelo. La semana que viene irá a cortárselo.
—¿Y?
—Y nada, Ángel. Ya te dije que esto, aunque me duela, era lo más conveniente para todos.
—¿Estás enfadada?
—No.
—¿Triste?
—Eso, sí. Pero bueno, no me queda más remedio que esperar acontecimientos. Eso es lo que más cuesta. No poder hacer nada y depender de alguien.
—¿Me sigues queriendo?
—Cuántas preguntas. Pareces periodista.
Ángel ríe. Le encanta.
—Muy malo.
—Todo es mejorable.
—Entonces, ¿me sigues queriendo?
—Sí, pesado. Y aunque, después de todo lo que me estás haciendo sufrir, sientas que la chica de tu vida es Paula, te seguiré amando —dice con amargura—. Solo hasta que aparezca otro, claro.
Ambos sonríen. Le gusta su ironía. Hasta en los momentos más complicados saca a relucir su personalidad y su particular sentido del humor.
—¿Me llamarás mañana mientras esté con ella?
—No me preguntes eso.
—¿Por qué?
—Porque no lo sé.
—¿Quieres que te llame yo?
—Eso es cosa tuya —responde Sandra, fría—. Pero no creo que lo hagas.
—¿No?
—No.
Con los ojos cerrados, recostado sobre su lado derecho, estira las piernas. Aún está vestido. Ni siquiera se ha cambiado de ropa desde que regresó a casa. Elegantemente informal.
—Sandra, me voy a ir.
—Vale.
—Sé que te lo he dicho unas cuantas de veces, pero quiero volver a...
—No me pidas perdón otra vez.
—Es que...
—Mañana, si descubres que la quieres, me lo pides. Por últimama vez.
Su tono de voz desprende cariño, pero también dolor.
—Vale —contesta Ángel después de un suspiro.
Aquella llamada solo ha servido para que se sienta todavía más culpable.
—Mañana hablamos. No sé cuándo, pero hablaremos. Buenas noches.
—Hasta mañana. Buenas noches.
Cuelgan. Se quedan pensativos.
El futuro de su relación es incierto. Sin una respuesta clara. Solo saben una cosa: que mañana será un día muy intenso para los protagonistas de este triángulo tan complicado. Aunque ninguno sabía cuánto.
Esa noche de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
—¡Deja el ordenador y ven a la cama! —grita Bruno, algo impaciente por la tardanza de la chica.
—Enseguida. Estoy mirando a ver si me han enviado una cosa.
Davinia entra en su correo electrónico y lo revisa. Sonríe satisfecha. Por fin tiene la respuesta que deseaba. El
e-mail
está escrito en francés, aunque lo comprende perfectamente. Saber cuatro idiomas tiene sus ventajas.
Oh. Muchísimas gracias. ¿Cómo puedo pagártelo! Eres una gran persona. ¡Me hace tanta ilusión! Estoy deseando volver a ver a mi Alan y darle una gran sorpresa. ¿Tú sabes por qué no ha contestado a mis llamadas, ni ha respondido a mis e-mails? Oh, lo echo tanto de menos. Cómo le quiero.
Por cierto, tu padre, ¿cómo está?
De verdad, Davinia, millones de gracias por la invitación y millones de besos.
Monique.
Una sonrisa de oreja a oreja ilumina el rostro de la chica. ¿Qué mejor manera de agradar a su querido primo que invitando a su casa a su novia, o ex novia, suiza?
Seguro que será muy divertido.
Esa noche de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
Para ellos es una suerte que no haga frío. A pesar de encontrarse a la intemperie y sin demasiada ropa, la temperatura no es una de sus preocupaciones.
Diana tiene apoyada la cabeza en el hombro de Mario, que con una ramita dibuja palitos en el suelo. Eso le ha recordado a una historia que leyó una vez en un blog. Un chico y una chica discutían por quién de los dos quería más al otro. Para resolver la duda, acordaron pintar una rayita cada vez que alguno de los dos pensara en su pareja. La chica estaba convencida de que ella lo amaba más. Extrañamente, el chico no apareció esa noche. Ni tan siquiera le cogía el móvil. Celosa y enfadada, se autoproclamó ganadora. Ella había dibujado nada menos que 54 rayitas en un cuadernito. Pero ahora se arrepentía de haber pensado tanto en él. Sin embargo, pasadas las doce, la llamaron por teléfono y la avisaron de que su novio había tenido un accidente. Muy asustada corrió al hospital donde le contaron que lo había atropellado un coche. Estaba grave pero fuera de peligro. Era un milagro. Pero lo que más sorprendió a los médicos es que el chico llevaba un bolígrafo en la mano que no soltó ni en el momento del accidente y los brazos llenos de rayitas de tinta. Habían contado 123.
—¿En qué piensas? —pregunta Diana, que ha intentado dormir en un par de ocasiones sin éxito.
—En nada. Recordaba una historia.
Apenas se ven. Aunque es una noche estrellada y con luna, la oscuridad en aquel lugar es inmensa. Prácticamente, total.
—¿Me la cuentas?
—Claro.
Mario comienza a relatar la historia de las rayitas. Durante linos minutos la chica no dice nada. Escucha relajada e intrigada. Y, cuando termina, siente una gran emoción en su interior.
—¡Qué bonito...! —comenta mientras se aparta una lágrima de la mejilla.
—Y cruel. Que te tengas que enterar así de que tu novio te ama tanto debe ser muy duro.
—Peor sería saber que no te quiere.
Mario capta la indirecta, pero en esta ocasión no tiene ganas de discutir. Bastantes sobresaltos llevan ya a lo largo del día.
—¿Por qué no duermes un rato?
—No tengo sueño —miente—. Y tú, ¿por qué no duermes?
—Tengo que vigilar el campamento —dice, sonriendo.
—Sí, hay que tener cuidado de que no se vuele la tienda de campaña —apunta irónica Diana, que sigue apoyando la cabeza en el hombro de Mario.
—Nunca se sabe lo que puede pasar. Hay que estar alerta.
La chica resopla. Aunque le gusta estar en contacto permanente con él, protegida, no se siente bien. Daría lo que fuese por estar en su cama y no salir de allí en una semana. Está siendo un día muy duro. A todo lo que tiene acumulado, se ha sumado la ruptura con Mario. Eso es lo que más le duele, aunque ha sido ella misma la que ha tomado la decisión. Además, ahora él sabe lo que le pasa y eso le preocupa.
La noche avanza y, cuanto más tarde es, más ruidos se oyen. Han escuchado el vuelo de un ave por encima de ellos. También como si algún pequeño animal se moviese entre las matas. Y los ruidos de los insectos, los más inquietantes. El no ver, el no saber qué es cada cosa, el no poder hacer nada, pone muy nerviosa a Diana. Más que miedo es tensión.
—¿Te puedo pedir una cosa?
—Sí.
—¿Me abrazas?
Mario sonríe tristemente. Está muy preocupado por ella. Y no sabe de qué manera afrontar el asunto. Quizá ahora no es el mejor momento para hablar de lo que le pasa. Simplemente debe estar junto a Diana y apoyarla.
—Claro.
El chico le pasa sus manos por detrás de los hombros y las apoya en su espalda. Ella aprieta su cuerpo contra el suyo y cierra los ojos. Recuerda cuando antes le acariciaba el abdomen y se estremecía. Y querría que todo volviera a ser como antes.
Pero Diana sabe que eso no es posible. Un gran problema la ha atrapado y ellos han roto.
El abrazo finaliza. La chica lo mira, aunque no le ve.
—¿Y un beso? —susurra—. ¿Me das un beso?
Ni ella misma sabe por qué ha dicho eso. Pero, antes de arrepentirse de lo que ha pedido, encuentra los labios de Mario en su boca. Suaves, dulces, sinceros. Y no quiere pensar. Solo sentir. Por un minuto va a permitirse volver a ser feliz.
Esa noche de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
Ha intentado llamar a sus amigos, pero sus móviles siguen apagados. ¿Dónde se habrán metido? Quizá estén reconciliándose y han decidido apagar los teléfonos para que nadie les moleste. O, simplemente, se han quedado sin batería y no se han dado cuenta. Aunque no deja de ser muy raro que lleven tanto tiempo desconectados. De todas las maneras, no debe preocuparse. Estain juntos y eso es lo más importante. Estén donde estén, Mario seguro que cuida de Diana.
¡Cuántas cosas pasan! Paula no puede pensar con claridad. Le duele la cabeza del tequila, y eso que solo se ha bebido cinco chupitos. A saber cómo estarán los demás. Menos mal que ella se retiró a tiempo. Si hubiera seguido, no imagina qué podría haber pasado con Alan cerca y al acecho.
¿Qué estará haciendo el francés ahora? Ese chico le tiene muy despistada. Le gusta, no le gusta. Le gusta, no le gusta. Estar con él es como deshojar una margarita continuamente. Lo mismo le sorprende con algún comentario fuera de lugar como, a continuación, le atrapa con la mirada. Con esos ojos verdes tan increíbles. Nunca ha visto una mirada como la suya. Solo la de Ángel es comparable, aunque la de su ex novio es mucho más limpia.
Ángel...
¿Qué pasará mañana?
No. No debe pensar en eso ahora. No quiere. Y no puede, ¡la cabeza le duele si piensa! Lo mejor es irse a dormir de una vez.
Destapa la cama, acomoda la almohada y elige lado en el que dormir. Para Cris, el otro.
Y a todo esto, ¿dónde está su compañera de habitación?
Esa noche de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
El agua de la piscina no está demasiado fría. Dos grandes columnas de luz, procedentes de dos focos situados en el fondo, proporcionan el ambiente idóneo para una noche de verano. Ambiente para parejas, para románticos, para novios... Ellos no son nada de eso. Pero nadan juntos.
—No tengo sueño —le dice Armando a Cris, acercándose a ella lentamente.
—A mí me duele un poco la cabeza, pero tampoco tengo mucho sueño.
La chica mueve los pies y los brazos en círculos para mantenerse a flote. No deja de mirarlo, constantemente, cómo se aproxima y se aleja de ella, haciendo surcos en el agua, deslizándose.
—El agua está buenísima.
—Sí. Es una pena que Miriam se haya quedado dormida.
—Tiene muy poco aguante. No es como tú.
Armando ahora está junto a ella. Tan próximo que puede verle los ojos y cómo sonríe. El calor de la noche es más intenso con él a su lado.
—No es eso. Es que ella ha bebido mucho más que yo.
—Siempre le pasa lo mismo —sigue diciendo el chico, que no está muy de acuerdo con Cristina—. El día que nos liamos por primera vez, se pilló una buena.
—Me lo contó.
—¿Sí? ¿Y eso?
—No sé. No recuerdo bien.
—¿Vosotras os lo contáis todo?
La chica se sonroja cuando oye la pregunta. Miriam le ha confesado algunas cosas, pero ¿qué puede decir y qué no?
—No, todo no.
—¿Te ha hablado mucho de mí?
—Pues... no demasiado. Algo.
Armando sonríe y se coloca aún más cerca de ella.
—Mientes. Es fácil pillarte en una mentira.
—¿Qué dices? ¿Cómo puedes saber eso?
—Porque has mirado hacia abajo cuando has contestado —señala sonriendo—. Puede que no sea muy listo, pero sé que no me has dicho la verdad.
Nervios. Está más cerca. Dice que miente... y tiene razón. Observa sus labios. Deseables. Seductores.
—Bueno, ya sabes que entre las chicas nos contamos cosas. Pero no todo. Yo soy más reservada.
—¿Sí? Cuéntame algo que no sepan tus amigas.
—¿Qué?
Sin darse cuenta, Cris ha ido retrocediendo hacia una de las esquinas de la piscina. Su espalda contacta con el bordillo y se detiene. Él está delante, sonriendo. Con la luna detrás. Atractivo, imponente. Deseable.
—Venga, cuéntame un secreto.
—No tengo secretos.
—Vuelves a mentir.
Los dos sonríen. El corazón de la chica está cada vez más acelerado. Sus rodillas se rozan.
—¿Llevas un polígrafo encima?
—Son tus ojos los que te delatan —dice tras una pequeña carcajada—. Que, por cierto, son muy bonitos vistos desde cerca.
Es la segunda vez que le dice que tiene los ojos bonitos. Y eso le hace sentirse bien, especial.