Secreto de hermanas (42 page)

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Authors: Belinda Alexandra

Tags: #Drama

BOOK: Secreto de hermanas
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Contemplé las palmeras que se encontraban en el exterior junto a la ventana. El cielo se estaba oscureciendo. Un camarero encendió la chimenea y avivó las llamas. Me resultaba increíble que el mejor director de Australia tuviera tantísimas dificultades para conseguir que se proyectaran sus películas y que viviera con unos ingresos precarios cuando sus obras obtenían ingentes beneficios. Reconsideré mi postura. Cuando le había preguntado a Freddy por la distribución, me había respondido que yo debía concentrarme en hacer la mejor película posible y que él se encargaría del resto.

—¿Y a
Fisher’s Ghost
? —le pregunté a Longford—. ¿Qué tal le ha ido?

Sus finos labios se curvaron en una sonrisa.

—La misma historia —me contestó—. Lottie y yo la hicimos por mil libras. Durante la proyección, los cines se llenaban totalmente y logramos que todos los demás se hicieran ricos. Nuestra productora se fue a la ruina.

—Pero ¿consiguieron que la distribuyeran?

—A través del Combinado, no —respondió Longford—. Stuart Doyle, de Union Theatres, dijo que era «truculenta».

—Yo pensé que tenía una atmósfera muy especial —le comenté—. En comparación con muchas películas estadounidenses, no me atrevería a decir que la suya fuera truculenta.

El señor Longford dejó su taza en la mesa.

—En todo caso, probablemente no fuera el señor Doyle el que tuviera esa opinión, sino el amigo de este, Frederick Rockcliffe. Todo el mundo sabe que Rockcliffe tiene una pobre opinión de los directores australianos.

Escuchar el nombre de Freddy fue como recibir un jarro de agua fría sobre la cabeza. Si lo que Longford decía era cierto, ¿por qué Freddy me estaba apoyando? Estuve a punto de confesarle quién producía mi película, pero dudé. Me gustaba Longford y pensaba que era un gran artista. Pero había otros directores australianos que también estaban haciendo un buen trabajo, por ejemplo, Beaumont Smith, que sí lograba que se proyectaran sus películas. Y sin embargo, cuando Longford hablaba, quien le escuchara habría podido pensar que él y Lottie Lyell eran los únicos directores australianos de cierta categoría. Durante mis conversaciones con Freddy, él parecía apoyar la idea de que existiera una producción nacional. Solamente había expresado desaprobación por los estudios antropológicos y las historias de marginados sociales, que eran exactamente los géneros en los que Longford se había especializado. ¿Era posible que aquello no se tratara de una gran empresa intentando acabar con un artista, sino de un choque de personalidades? Longford tenía carácter, pero también demostraba mucho ego. Y lo mismo sucedía con Freddy.

Tras otro té, el tema de conversación cambió del cine a mi país de origen.

—Apenas se le nota acento al hablar, aunque hay algo exótico en usted, señorita Rose —comentó Longford—. Sin embargo, resulta muy halagüeño ver que siente más pasión por ser australiana que la mayoría de mis compatriotas.

Le agradecí lo que consideré un gran cumplido. Sí, realmente me sentía apasionada por mi nueva patria y su belleza natural. No pude evitar pensar en Ranjana. Mi tía hablaba con un perfecto acento británico, pero hasta que no había vuelto a adoptar el sari como vestimenta no había sido aceptada.

Fuera estaba oscuro cuando Longford y yo nos pusimos de acuerdo para marcharnos a nuestros respectivos hogares. Él me ayudó a ponerme el abrigo y me acompañó hasta el muelle. Antes de que yo subiera a bordo del ferry, se tocó el ala del sombrero y me dijo:

—Es usted muy joven, señorita Rose. Tiene mucho que aprender y muchos desafíos por delante. La envidio... y en algunos sentidos también la compadezco.

Le dije adiós con la mano mientras el ferry se alejaba resoplando del muelle y dejaba una estela de espuma blanca sobre las oscuras aguas. La siguiente vez que lo vi, Lottie Lyell ya había fallecido y su carrera en el cine había llegado a su fin. Las palabras de Raymond Longford serían una premonición, aunque yo por entonces no lo sabía.

DIECIOCHO

Cuando les conté a Klára y Robert que Raymond Longford les había pedido a Lottie Lyell y a Arthur Tauchert que se pusieran en contacto con los pobres de Woolloomooloo para prepararlos para
The Sentimental Bloke
, Robert me sugirió que los actores de
En la oscuridad
se alojaran en su casa durante el rodaje.

—Así dará la sensación de que viven aquí —observó.

Freddy accedió cuando le transmití la sugerencia de Robert.

—La película parecerá más convincente si los actores se comportan de forma natural en su ambiente. Tendría que resultarles lo más normal del mundo que el servicio recogiera la mesa tras la comida o que les eligiera la ropa.

Encargó un traje hecho a medida para que Dolly ensayara con él puesto, en lugar de la blusa y la falda que había llevado hasta ese momento.

—No es demasiado cómodo —se quejó la actriz.

—Las damas de la alta sociedad nunca van cómodas —repuso Freddy—. Pero siempre lucen un aspecto elegante.

Andy y Don dedicaban sus descansos a jugar al tenis con Robert, y terminaban el día investigando las etiquetas de las botellas del mueble bar.

Durante la pausa de uno de los almuerzos me percaté de que Esther, que se encargaba de servir la comida, se había arreglado el cabello en ondas. Estaba preciosa. Robert y Freddy la alabaron por su aspecto, pero Hugh no dijo nada. Esther se quedaba mirando fijamente a Hugh más de lo necesario cada vez que pasaba un plato o un cubierto hacia donde él se encontraba, pero Hugh la ignoraba por completo.

«Está loca por él», pensé, suspirando. Durante el tiempo que habíamos vivido con Esther, había dejado de ser simplemente nuestra casera. Ya era parte de nuestra familia y Esther, al ser hija única, solía decir que se sentía como si de repente estuviera viviendo con hermanos. Yo no había tenido demasiada suerte en el amor, pero eso no significaba que no deseara lo mejor para aquellos que me importaban. ¿Y qué pasaba con Hugh? ¿Acaso ignoraba el interés que Esther sentía por él o simplemente es que era tímido?

Una tarde, mientras Hugh y yo celebrábamos una reunión de producción, Esther entró disimuladamente en la habitación con una bandeja de té y pastas. La colocó en la mesa junto a nosotros sin pronunciar palabra y salió sigilosamente de la habitación. Hugh ni siquiera levantó la vista. Yo no pude soportarlo más.

—Hugh, quiero hablarte sobre Esther —le dije.

—¿Quién? —preguntó mientras proseguía tomando notas en su guion.

—¡Esther! —repetí.

Giallo saltó desde el hombro de Hugh hasta la mesa.

—¡Esther! —graznó.

Hugh levantó la mirada.

—Ah, Esther —dijo—. ¿Qué pasa con ella?

—Le gustas..., le gustas mucho. Como hombre.

Hugh me contempló fijamente con tal falta de comprensión que al principio hasta me resultó cómico. Entonces, se le oscureció la mirada.

—No quiero la compasión de ninguna mujer. Sé que perdió a su prometido durante la guerra y que fue un héroe, y todo eso. Bueno, pues yo no soy él.

—No creo que piense que lo seas —repuse—. Le recuerdas a él, pero, por supuesto, ella sabe que tú eres una persona totalmente diferente.

Hugh volvió a centrar su atención en el guion y no contestó.

—¿No crees al menos que Esther es agradable, Hugh?

—Yo no creo nada en absoluto —respondió, dándole un carpetazo al guion sobre la mesa.

Hugh solía hacer gala de unos modales bruscos, pero nunca lo había visto perder los estribos. Tardé unos segundos en recuperarme.

—¿Por qué te enfadas? —le pregunté—. Solamente estoy tratando de ayudar. ¿Acaso quieres pasarte el resto de tu vida solo?

Hugh me dio la espalda y murmuró.

—Bueno, muy bien, entonces yo no diré nada sobre Freddy y tú.

—¿Qué acabas de decir? —le pregunté, sin estar segura de si lo había oído bien.

¿Acaso Hugh se sentía celoso de lo mucho que se había involucrado Freddy en la película?

—Estoy aquí para hacer una película contigo —me espetó—. No para que nadie se meta en mi vida. ¿Podemos volver al trabajo?

Sentí que me ruborizaba. Hugh jamás me había hablado así. Siempre nos habíamos tratado de igual a igual. «Cuatro ojos ven mejor que dos» había sido siempre nuestro lema. Me había reprendido como si fuera una colegiala porque le había señalado el interés que Esther sentía por él. Ella era una persona encantadora y él sería afortunado si la aceptaba.

—Yo soy la directora de esta película —le recordé—. Ten cuidado con el tono que empleas al hablarme.

Hugh no me respondió. Un silencio glacial cayó sobre nosotros mientras él proseguía garabateando en el guion. Levantó la mirada y se percató de la existencia de la bandeja del té.

—Vamos —dijo acercando la bandeja hacia nosotros y sirviéndome una taza—. No volvamos a hablar sobre este tema y concentrémonos en la película, ¿de acuerdo?

Se me pasó un poco el enfado cuando escuché su tono conciliador.

—De acuerdo —contesté.

Me alegré de que la buena voluntad volviera a reinar entre nosotros, pero cuando miré las galletas recién horneadas sobre la bandeja, no pude evitar sentir lástima por Esther.

Unos días después de que termináramos de rodar, tío Ota nos escribió para decirnos que regresaba a Sídney con Ranjana y Thomas. Mi tío había encontrado un director para el cine de Balgownie y Freddy le había propuesto que fuera su socio. Los dos hombres contaban con hacerle una oferta al señor Tilly por su cine, que tío Ota dirigiría personalmente y así podría estar con nosotros. Me entusiasmaron aquellas noticias. Echaba de menos a tío Ota y a Ranjana, y especialmente a Thomas. La casa no era la misma sin su alegre parloteo.

Aquella misma noche también regresó otro ser querido.

Me encontraba en la cocina pensando en nuevas ideas para otro guion cuando oí un golpe en el tejado. Hasta ese momento la casa había estado en silencio, excepto por algún que otro crujido de las paredes. Escuché atentamente. Unos pasos sonaron a lo largo del tejado y se detuvieron repentinamente. Me imaginé que se trataba de un gato. Aquel sonido era demasiado fuerte como para ser una rata o un ratón.

Algo saltó sobre el árbol que estaba junto a la ventana. Las hojas crujieron y dos ojos brillantes me contemplaron desde la oscuridad. Un pósum con una oreja lisa sacó la cabeza de entre el follaje.

—¡Ángeles!

Cogí una manzana del frutero y corrí al exterior. Aquel pósum era dos veces más grande que la Ángeles que yo recordaba, pero no huyó cuando me acerqué a ella.

—Ángeles —murmuré—. ¿Dónde te habías metido?

Arranqué con los dientes un trozo de manzana y se lo pasé. Lo cogió con firmeza entre sus patas y lo masticó ruidosamente. Algo se movió en el interior de su vientre. De repente, apareció una naricilla carmesí con bigotillos que olfateó el aire, después una minúscula cabeza con orejitas puntiagudas y ojos brillantes emergió del marsupio.

—¡Tienes una cría! —exclamé.

Me senté en las escaleras del porche trasero y contemplé a mi antigua mascota y su bebé. La cría salió gateando del marsupio y se acomodó sobre el lomo de su madre. Mordisqueó las yemas de las hojas mientras Ángeles se comía las más maduras. La puse al día de todo lo que había sucedido desde que ella desapareció.

—Y tú has inspirado mi primera película..., aunque tuve que cambiar tu personaje y convertirlo en un koala.

Cuando llegó el alba, la cría se metió de cabeza en el marsupio. Ángeles me contempló fijamente antes de encaramarse al gomero plateado y desaparecer por un hueco entre las ramas.

—Bienvenida a casa —murmuré.

Con Ranjana de regreso en Sídney, yo volvía a contar con alguien de confianza que se encargara de editar
En la oscuridad
. Sin embargo, mientras que el rodaje de la película había sido el resultado de un esfuerzo conjunto, la edición no fue precisamente un camino de rosas.

—Corta eso —le indicó Freddy a Ranjana después de que ella hubiera reproducido una escena de un coche desplazándose por una carretera comarcal.

Era una escena compuesta de un modo muy hermoso con una superposición de luces y sombras.

—No —repuso Hugh—. Tienes que dejarla. Contribuye a crear atmósfera.

—Es espectacular visualmente —añadí yo en defensa de Hugh.

—Es aburrida —respondió Freddy—. Ralentiza el desarrollo de la historia.

A todos nos gustaba trabajar juntos, pero no queríamos ceder en nuestras opiniones. Hugh y yo no dábamos nuestro brazo a torcer. Ranjana se ajustó el sari que llevaba puesto, confeccionado con tela escocesa, y puso los ojos en blanco.

—Vamos a ver —dijo—. Voy a pasar la escena anterior y entonces quiero que os tapéis los ojos y los abráis cuando yo os diga. Así veréis cómo queda la película sin la escena del coche.

Hicimos lo que nos propuso y comprendimos que Freddy tenía razón. Hugh y yo pensábamos con visión artística, pero la forma en la que Freddy la quería editar hacía que la acción saltara de la pantalla. Me di cuenta de que tenía que distinguir la diferencia entre lo que parecía una idea genial en su momento y lo que en realidad funcionaba.

Moví la cabeza en señal de asentimiento mirando a Freddy y él me sonrió. Me resultaba gracioso pensar que en el pasado me hubiera parecido una persona irritante. Por aquel entonces ya se vestía de forma más elegante y, después de que Klára le dijera que su jardín me parecía un páramo baldío, había contratado a un jardinero nuevo, Rex, para que consiguiera hacerlo más frondoso.

El día que terminamos de poner el último intertítulo llegué a casa por la tarde y me encontré a tío Ota sentado solo en la sala de estar. Al ver sus mejillas húmedas me quedé clavada en el sitio. Nunca antes había visto llorar a mi tío.

—¿Qué sucede? —le pregunté, con el miedo agarrándoseme al estómago por que algo hubiera podido sucederles a Klára, Esther o Thomas.

Sabía que Ranjana estaba a salvo. La acababa de dejar en el cine.

Entonces mi mirada se clavó en la carta que tío Ota tenía entre las manos. Reconocí la letra del doctor Holub.

—¿Es tía Josephine? —pregunté—. ¿Le ha pasado algo?

Tío Ota trató de pronunciar palabra, pero no pudo. Le cogí la carta de las manos y lo único que vi fueron las siguientes palabras:

Todo sucedió en cuestión de días. Le aseguro que su querida hermana no sufrió durante mucho tiempo. La enterramos con una fotografía suya y una de sus sobrinas junto con sus padres. Frip ya está muy mayor, pero mi esposa lo está cuidando bien. Aunque añora a su ama, tiene a mis cuatro hijas para adorarlo, así que se encuentra bastante cómodo en su nuevo hogar...

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