Secreto de hermanas (43 page)

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Authors: Belinda Alexandra

Tags: #Drama

BOOK: Secreto de hermanas
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Se me nubló la vista y no pude seguir leyendo.

Tío Ota me contempló.

—Ha sido la gripe. Hay un brote que ha barrido toda Europa de nuevo.

Me eché en brazos de tío Ota y sollocé. De golpe me vinieron a la memoria los recuerdos de cuando tía Josephine y Frip venían a visitarnos en Praga. Milos no había asesinado a tía Josephine, como habíamos temido en el pasado que intentaría, pero nos había robado el tiempo que nos quedaba por pasar junto a ella. Recordé su carta desde Mariánské Lázne. Ya entonces parecía no encontrarse bien. Sin duda, lidiar con todo el asunto de Milos había debilitado su salud y la había dejado delicada.

—Pensé que volveríamos a verla —me confesó tío Ota, cogiéndome las manos entre las suyas temblorosas—. No era tan mayor. Todavía le quedaba tiempo. Pensé que cuando Klára cumpliera los veintiún años podríamos hacerle una visita.

Una nube negra cubrió nuestro hogar tras las noticias del fallecimiento de tía Josephine. Klára y tío Ota se encerraron en su propia quietud silenciosa, pero yo no pude hacer lo mismo. Tía Josephine me había animado a ser una mujer independiente y estaba segura de que la mejor manera de honrar su memoria era continuar trabajando en mi carrera. Me imaginaba que si hubiera sabido que pronto me iba a convertir en una de las pocas directoras de cine del momento, habría estado orgullosa de mí. No podía detenerme ahora, independientemente de lo triste o desanimada que me sintiera.

Tía Josephine había dejado su casa a tío Ota y había dispuesto que el doctor Holub la administrara en su nombre. También nos había dejado a Klára y a mí cinco mil libras a cada una, que el doctor Holub mantendría en lugar seguro hasta que regresáramos a Praga. Cinco mil libras era exactamente el presupuesto de
En la oscuridad
. Casi parecía algo simbólico.

Union Theatres adquirió
En la oscuridad
para su distribución. Freddy me dio la noticia una tarde que se presentó en su nuevo deportivo Bugatti. Me había invitado a cenar en el hotel Wentworth «para celebrar algo especial», aunque yo sospechaba que lo que estaba intentando era subirme la moral.

—Eso es una noticia maravillosa, Freddy —le dije cuando me abrió la puerta del coche.

—¿«Noticia maravillosa»? —me imitó él con una sonrisa burlona en los labios—. Eres muy difícil de contentar. Verás —dijo, llevándose la mano al bolsillo—: Mira lo que dice Stuart Doyle sobre ti.

Sacó una hoja de papel y la desdobló. Era un artículo del
Everyone’s
en el que aparecía una reseña que el señor Doyle había escrito para demostrar el apoyo de Australasian Films al cine australiano:

La película de la señorita Rose es exactamente lo que los distribuidores y los cines andan buscando. El tipo de película capaz de ganarse el favor de los espectadores en cualquier parte del mundo. La señorita Rose ha creado una historia que muestra a Australia en todo su esplendor sin caer en tópicos sobre la vida rural. La hemos vendido a Inglaterra y hay otros países interesados en adquirirla, entre ellos, Estados Unidos...

—¿Ya han comprado la película en Inglaterra? —pregunté.

Freddy cerró la portezuela del coche y se montó en el asiento del conductor.

—Pues claro. Además, allí también esperan obtener muy buenos beneficios gracias a ella.

Volví a leer el artículo de nuevo. Directores más consagrados que yo se habrían emocionado al escuchar aquellas noticias, pero yo no pude evitar pensar en Philip. Me sentía extrañamente decepcionada, como si mi vida fuera un sueño sucedáneo, porque lo que más deseaba se encontraba fuera del alcance de mi mano, y siempre seguiría siendo así. Solía anhelar que Robert comentara algo sobre la vida de Philip y Beatrice en Londres, pero él no los mencionaba. Klára quiso preguntarle, pero le rogué que no lo hiciera. Sabía que aquello podría entorpecer su floreciente relación.

En el salón del hotel Wentworth, el
maître
nos condujo hacia una mesa junto a la pista de baile. Hacía años que no pisaba un restaurante elegante y no me cansaba de mirar los vestidos bordados y los diamantes que refulgían sobre la piel de las damas que nos rodeaban. Elegí una menestra de verduras, el único plato del menú principal que no llevaba carne aparte del pan. Me sorprendió que Freddy también las pidiera cuando podría haberse decantado por el cordero asado o un solomillo wellington.

Cuando el camarero se marchó, Freddy se volvió hacia mí.

—Dolly Blackwood se va a convertir en la próxima gran estrella del panorama cinematográfico.

—Lo sé —comenté—. Me gustaría contratarla para mi nueva película.

—No podrás —me contestó mientras tomaba un sorbo de champán—. Tan pronto como los estudios de Hollywood la descubran, no la dejarán escapar.

—¡Pero nosotros la hemos descubierto! —protesté.

—Pues sí —comentó Freddy con una sonrisa—. Hemos sido nosotros.

La forma en la que Freddy recalcó la palabra
nosotros
consiguió avergonzarnos. Cayó sobre ambos un silencio incómodo. Nunca antes nos habíamos sentido cohibidos en presencia del otro. Había algo extraño en Freddy aquella noche, aparte de que hubiera pedido la menestra de verduras. En sus ojos brillaba una mirada intranquila y no paraba de juguetear con el cuello de su camisa.

A Freddy no parecía preocuparle nunca nada. Para proteger su trabajo en Galaxy Pictures había cedido los créditos de la producción de
En la oscuridad
a Robert, que hacía las veces de testaferro en las transacciones comerciales relacionadas con la película.

—¿No temes perder tu trabajo si te descubren? —le había preguntado yo.

A juzgar por su lujoso estilo de vida, era evidente que Freddy recibía un buen sueldo.

—Yo solamente me preocupo por las cosas cuando suceden —me respondió.

Y entonces, ¿qué tenía ahora en mente? ¿Acaso me estaba ocultando que había algún problema con la película?

El camarero nos trajo la comida y la orquesta comenzó a tocar. La música sonaba muy alto y lo agradecí, porque me sirvió de excusa para no tener que hablar con Freddy hasta que llegó el postre.

—Melocotón melba —comentó, contemplando el plato que tenía frente a él—. Esto me trae recuerdos. Es el postre que comimos en el almuerzo de Beatrice la primera vez que te vi.

—Así es —contesté yo.

—Te pregunté qué tipo de películas querías hacer y cuando me contestaste que te gustaba Fritz Lang, yo te dije que así nunca ganarías dinero. —Se limpió los labios con la servilleta y se echó a reír—. Debiste de pensar que era muy grosero.

—Y sigues siéndolo —bromeé—. Solo que ya me he acostumbrado.

Tras el postre, Freddy me preguntó si quería bailar. La orquesta estaba tocando un
quickstep
. Freddy se movía con agilidad. Bailábamos bien juntos a pesar de nuestra diferencia de altura.

La música se detuvo y yo esperaba que Freddy me condujera de vuelta a la mesa. Pero se quedó allí de pie, estrechándome entre sus brazos. Entonces, con una brusquedad que me sobresaltó, se llevó mi mano a los labios y la besó.

—Adéla, ¿quieres casarte conmigo?

Le miré fijamente, incapaz de creer que Freddy acabara de pronunciar aquellas palabras. ¿Estaba borracho? No, solo lo había visto beber una copa de champán y una de brandy.

—Hace mucho tiempo que sé que tú eres la mujer ideal para mí —me dijo.

Me esforcé por tratar de comprender qué estaba sucediendo. Sentía cariño por Freddy, pero nunca había pensado en él de forma romántica.

Me atrajo hacia sí.

—Mírate —dijo, y sonrió—. No podría haberte sorprendido más, ¿verdad? ¿Nunca se te ha pasado por la cabeza casarte conmigo?

Pensé en los últimos meses. De repente, me pareció claro que el cambio de indumentaria de Freddy, la desaparición de los animales muertos en su casa y la remodelación de su jardín habían sido gestos encaminados a pedirme que me casara con él. Pero yo no lo había visto venir.

La orquesta comenzó a tocar un vals y las parejas regresaron a la pista. Freddy me miraba a la espera de una respuesta. Me sentía demasiado aturdida para decir nada. Entonces frunció el ceño.

—Qué insensible por mi parte —comentó, negando con la cabeza—. Tendría que haber esperado más tiempo para dejarte llorar la pérdida de tu tía.

«Es un optimista empedernido», me dije. Nunca le había dado razones para pensar que estaba enamorada de él, pero él confiaba en que, para recibir una respuesta positiva, lo único que tenía que hacer era preguntar.

—No es eso —le contesté—. No creo que llegue a superar nunca la muerte de mi tía, pero aun así, tenemos que seguir adelante.

Quería decirle la verdad. ¿No había sido él el que me había dicho que andarse con rodeos demostraba falta de respeto? Estaba a punto de explicarle que no podría olvidar mi pasado, que todavía amaba a Philip y que siempre lo haría, cuando echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada.

—Oh, ya lo entiendo —dijo, atrayéndome de nuevo hacia él—. Es que estoy acostumbrado a las muchachas estadounidenses. Había olvidado lo tradicionales que sois las mujeres europeas. Primero tendría que haberle pedido tu mano a tu tío, ¿verdad? Bueno, querida, lo haré mañana mismo y así podrás darme el «sí quiero», ¿de acuerdo?

La noche había dado un extraño vuelco, pero al menos aquello me había proporcionado un poco más de tiempo.

Freddy me llevó a casa pasada la medianoche, cuando toda mi familia, incluida Klára, estaba dormida. Me lavé la cara y las manos, me cepillé el pelo y los dientes, pero cuando me metí en la cama seguía totalmente desvelada. Me di cuenta de que no sería capaz de esperar hasta la mañana siguiente para contarle a alguien lo que había sucedido. Sacudí el hombro de Klára.

—¿Freddy? —exclamó, incorporándose en la cama y encendiendo la luz cuando le conté lo que había pasado—. ¿Freddy te ha pedido que te cases con él?

—¡Sssshhhh! —siseé—. Aún no estoy preparada para que se entere todo el mundo.

Klára sonrió de oreja a oreja.

—Me gusta Freddy. Seguro que él... —debió de notar la duda en mi rostro porque se calló de repente—. ¿Qué sucede? —me preguntó.

No encontré las palabras para contestarle. Al final, no tuve que hacerlo.

—Adélka, que no estés con Philip no significa que no puedas ser feliz —me dijo—. Él te amaba muchísimo, pero ya estaba comprometido con Beatrice cuando te conoció. Le rompería el corazón saber que por su culpa tú no te has casado o no has experimentado la alegría de tener tus propios hijos.

Salí de la cama y miré por la ventana. Robert le propondría matrimonio a Klára en cuanto ella terminara sus estudios, estaba segura de ello. Y yo me quedaría sola, como Esther y Hugh, añorando un pasado que nunca podría volver a revivir. Me vinieron a la cabeza las palabras que tío Ota había pronunciado sobre tía Emilie: «No te voy a decir lo típico de que el tiempo logra curar todas las heridas... Nunca olvidaré a la mujer a la que le entregué mi joven corazón y a la que perdí en circunstancias trágicas, pero soy sumamente feliz con Ranjana. A veces, nuestro verdadero acompañante en la vida aparece en los lugares más inesperados».

¿Acaso Freddy era mi acompañante ideal, surgiendo de un lugar inesperado? Había disfrutado al llegar todas las mañanas al decorado de
En la oscuridad
y verlo allí, porque siempre lograba sacar partido a los desafíos que él me proponía. Si yo había logrado ser una buena directora era gracias a él. Freddy era inteligente y estaba lleno de vida. Pensé en su casa de Cremorne y en los cambios que había hecho en ella, y en sí mismo, para mí. En esos momentos, me estaba planteando una vida que no habría podido ni imaginar hasta ese mismo instante. Pero para adoptarla, para siquiera planteármela, tendría que olvidar a Philip.

—Freddy va a pedirle permiso a tío Ota mañana —le conté a Klára.

—Y tío Ota se lo dará si eso es lo que tú deseas. Le gusta Freddy. Siempre lo ha dicho.

Apoyé la cabeza contra el frío vidrio de la ventana. Freddy me había estrechado entre sus brazos mientras me pedía que me casara con él. Me había sentido segura mientras me abrazaba. Era como arrebujarse en un cálido abrigo en un día de viento helador.

—Freddy te hace reír —me dijo Klára—. Él te hará feliz, estoy segura. ¿Le vas a decir que sí?

Temblé por el temor que sentiría cualquiera que abandonara un camino conocido para adentrarse en otro totalmente diferente y desconocido. Tía Josephine estaba en contra del matrimonio porque lo consideraba el fin de la independencia de la mujer. Pero las cosas serían diferentes con Freddy. Él apoyaba mi carrera. Yo podría tener lo bueno de ambos mundos.

—Sí —le dije—. Sí, voy a hacerlo.

Apreté los puños, sabiendo que mi vida estaba a punto de cambiar, al igual que mi nombre. Freddy era una persona extraordinaria y cuanto más le conocía, más me gustaba. El rostro de Philip se me apareció fugazmente en la mente, pero aparté mis pensamientos del pasado. A partir de ahora solo pensaría en Freddy.

—La señora Adéla Rockcliffe —susurré.

—La señora de Frederick Rockcliffe —me corrigió Klára.

—La señora de Frederick Rockcliffe —repetí yo.

Acababa de tomar una decisión.

DIECINUEVE

Freddy y yo nos casamos en octubre de ese año, en un día con tanto viento que, cuando posamos en la escalinata principal de la iglesia de San Pedro en Watsons Bay a la espera de que tío Ota nos hiciera una fotografía, la falda de mi vestido de encaje dorado se hinchó alrededor de mis piernas como un ave marina a punto de alzar el vuelo. Klára, ataviada con un vestido azul y blanco, y Ranjana, con un sari a juego sujeto por coronas de perlas de imitación, me flanqueaban a cada lado para sujetarme el vestido, agarrando la falda entre los dedos. Thomas se puso de pie delante de mí con una orquídea de mi ramo en el ojal. Sonreí cuando tío Ota me mostró la fotografía. Parecía como si los cinco estuviéramos de pie al timón de un barco, cara al viento y con nuestra fortuna aguardándonos en el lejano horizonte.

Nos desposamos en la sacristía, no en el altar, por nuestras diferentes confesiones. Cuando salimos de la habitación detrás del altar, tío Ota, Hugh y Robert arrancaron a aplaudir y Thomas improvisó un baile, brincando de alegría. El párroco les recordó que estaban en la casa del Señor, no en el cine.

A Freddy le hubiera gustado celebrar una boda de alta sociedad con cientos de invitados y parte de la escalinata de la iglesia acordonada para que la prensa nos hiciera fotos desde el otro lado, pero yo se lo había prohibido terminantemente.

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