Sin historial (11 page)

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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

BOOK: Sin historial
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—No —titubeo—. ¿Y usted?

—¿Qué pasa conmigo? —pregunta, sin dejar de caminar. Ahora que la ropa se le pega a la piel, su silueta se ve más delgada, es alto, muy alto, nunca vi a nadie así de grande en La Grata. Es curioso que ese detalle me haga sentir tan segura, a salvo, sobre todo porque hace sólo unas horas me resultaba aterrador. Continúo con mi escrutinio, aunque no se logra ver mucho, la luna apenas y consigue traspasar el denso túnel de ramas y hojas que forman sobre nuestras cabezas, pero aún así me doy cuenta de que va descalzo.

¿Y él dijo que yo era la irresponsable? ¡Por favor! Vagando así podría morderlo algún animal o enterrarse una roca.

—¡Ay! —grita, agarrándose una pierna y cojeando, aún así no suelta en ningún momento mi mochila.

Me muerdo la boca sintiéndome culpable por atraer la calamidad con mis pensamientos y me apresuro en llegar hasta él, pero el gato baja la pierna tan rápido que no consigo ver si se lastimó o no.

—¿Se ha herido el pie? —suelto como si no quiere la cosa, mal que mal, nadie lo manda a andar descalzo.

«Tal vez salió apurado porque quería encontrarte», dice una molesta voz en mi cabeza, pero no le hago caso, nunca antes nadie se ha preocupado por mí y un gato no será el primero en intentarlo.

—Estoy bien —suelta y toma mi mano para que apresure, pero camina tan rápido que me hace tropezar.

—¡Maldición! —Gruñe fastidiado y hace chistar su lengua—. Ven, yo te llevo.

—¿Cómo? —pregunto, observando cómo se descuelga la mochila y se la pone por delante, con la carga en

su estómago. Sonrío un poco, porque se ve realmente gracioso.

—Así —me responde y su aliento me hace cosquillas en la oreja cuando se inclina para hablarme—. Súbete

Irah se inclina un poco y lleva ambas manos hacia atrás, como cuando Emil y yo éramos pequeñas y jugábamos a ser pollitos.

—Peso

—Creo que puedo con ello.

—Es que, en serio…

—Sube, no me hagas ir por ti, por favor Aya. No eres la única que quiere llegar a casa.

No es que me preocupe su amenaza, más que nada es el hecho de que estoy cansada y si él quiere joderse la espalda, pues, es una pena, pero no deseo perder el tiempo discutiendo en el bosque, porque aunque a diferencia de Irah llevo ropa seca, mi pelo es largo y está empapado. Por lo tanto, doy un paso hacia su cuerpo y me agazapo a su espalda, soy todo tentáculos enroscándome a su cuerpo, mis piernas le rodean la cintura y él me da ánimos apretándolas, asegurándome que no va a dejar que yo caiga.

Mis brazos están tensos rodeándole el cuello, algo bastante similar al episodio del lago, sólo que ahora debo pesar el doble y bueno, yo estoy seca, casi seca en realidad, porque la espalda de Irah está mojando mi pecho y muslos.

—No tan fuerte Aya —pide él y su voz suena ronca, rayos, lo estoy ahogando.

—¡Lo siento!

Lo escucho toser, pero sé que está bromeando cuando exagera un gemido. Me paso el resto del trayecto con la cara recostada en su espalda, mi frente descansando en la tela húmeda y tibia que cubre su piel e inhalo su olor como si en ello se me fuera la vida. Él huele a bosque, noche e Irah. Sin poder evitarlo, me pregunto ¿cuánto durará esto? Una parte de mí está desesperada por encontrar a Emil, la quiero más que a nada en este mundo, pero… pero

—¿Todo bien?

Mi corazón pega un brinco, cuando Irah gira su rostro, está rojo y gotitas claras perlan su frente, puedo verlas porque está casi pegado a mi cara. Además, la luz de la cabaña llega directo a nuestros cuerpos, lo que me hace ver que hemos llegado y ya va siendo hora de que me baje del cuerpo.

—Sí, sólo bájeme.

—Muy bien. Hey, calma. ¡Aya!

Estoy un poco desesperada por salir de su espalda, así que no espero que él se incline y tropiezo contra el cerco, es pequeño y luce inofensivo, pero logra causar un rasmillón en mi pantorrilla. ¡Como si no tuviera suficiente ya! Mi sien, la rótula y ahora también la rodilla.

—Te dije que esperaras.

—Estoy bien, sólo ¡Auch!, no es nada —digo sobándome la herida. Irah, por esta vez no me molesta y abre la cerca para que yo pase, lo hago y él pisa mis talones. Ya en la cabaña, la enana puerta hace un ¡clap! cuando la cerramos y una vez dentro, él se precipita a la esquina del cuartito justo a una esquina de la pequeña mesita de los rayones, mientras yo recuesto mi cabeza contra la puerta y gran parte de mi espalda. Estoy exhausta, pero no lo suficiente como para pasar por alto ciertos detalles, como el hecho de que en la esquina donde Irah acaba de sentarse hay un pequeño lavaplatos, temprano, cuando desperté, no lo vi, bueno también hay una decena de lámparas repartidas por la pieza que antes no estaban, seguramente las sacó mientras yo no estaba.

Desde donde estoy parada no consigo ver lo que el gato está haciendo, así que tiro mi mochila sobre la alfombra sin siquiera mirar, ya que tengo toda mi atención puesta en ese felino.

Doy el primer paso en su dirección, pero me detienen unas manchas sobre el suelo de madera: frente a mí, veo un pequeño camino hecho con huellas de sangre que se encaminan hacia Irah, tienen la forma de sus pies. Pienso en el momento en que lo vi cojear, ahora entiendo el porqué prefirió cargarme en brazo, lo hizo para distraerme y no dejarme ver su herida. «¡Oh, estúpido gato. ¿Por qué hiciste eso?!», pensé.

No sé si matarlo o ponerme de rodillas para que me disculpe.

—Si vas a decir que lo sientes, ahórratelo —la calma de su voz me golpea de la misma forma que podría haberlo hecho una cachetada. Él ni siquiera me ha mirado, es todo seriedad. Está concentrado en su pie enlodado, trata de limpiarlo delicadamente, evitando tocar de forma brusca esa fea herida que, poco a poco, se va dejando ver en su planta. Es como un ojo y me da escalofríos—. Y a no ser que tengas estómago fuerte, te recomiendo ir a la cama.

Tenía una respuesta bastante buena para eso, una que no tenía nada que ver con la verdad y todo que ver con quedar como alguien digna de respeto, no una muchachita debilucha, pero entonces él dejó de prestar atención a su herida y me miró con sus ojos dorados. Realmente se clavaron en mí, incomodándome, haciendo que me sintiera mal, desnuda, peor aún, vulnerable. Y así, sin esperarlo, las ganas de aparentar fortaleza se fueron al traste y sólo quedé yo, la Aya defectuosa que recuerda más de la cuenta y que tiene la certeza de que el día de mañana este gato la olvidará.

—Y, no es que te ofenda, pero no pareces ser del tipo rudo.

—Tiene razón —esto pareció sorprenderlo—. No lo soy —admití, ya sin fuerzas para seguir el juego de tiras y aflojas.

Él deja de limpiar su pie y me doy cuenta, demasiado tarde, que tras su cuerpo ha escondido un cuenco de vidrio con agua. Bueno técnicamente era agua, sólo que ahora está rosada, teñida con sangre. Luego, como notando mi aversión, cubre su herida con otro paño, no uno limpio, pero sí menos sucio.

—Gracias —suelto, porque me siento realmente agradecida de que haya cubierto su fea herida.

Irah se estira y la mitad de su cuerpo queda escondido bajo la mesita, como respuesta, deja mucho que desear, pero entonces él sale de su escondite con dos toallas hechas bolita entre sus manos.

—¿Todo eso salió de ahí?

Él asiente.

—¿Qué más hay?

—Te sorprenderías —Me provoca con tono malicioso y sus ojos almendrados se abren más de lo habitual,

incluso alza sus cejas para dar énfasis al asunto. Por supuesto, eso me pone realmente curiosa, pero decido sepultarla por esta noche—. Sécate el pelo, luego podrás dormir.

Me lanza la toalla a las manos, no a la cara como hacía Emil cuando despertaba de mal humor. Me preocupa encontrarme comparándolos y centrarme más en sus diferencias que en sus similitudes, porque eso significa que el gato me interesa más por ser quién es, que por parecerse a mi amiga, como había creído en un principio. Y eso, sencillamente no está bien, he sido abandonada, más bien omitida demasiadas veces, como para arriesgarme. Y aunque esta noche parezca imborrable, sé que él la olvidara. Todos lo hacen

Comienzo a secarme el pelo e Irah se pone de pie, no me pasa desapercibida su cojera y otra vez, siento como si me sacudieran el corazón. ¡Qué extraño!

—Ten —dice entregándome una caja con galletas—. Hay agua limpia en esas botellas en la esquina, mañana iremos por más. Ahora estoy muy cansado para ir al pozo.

—¿No va a cambiarse? —pregunto, porque veo que no tiene intención de moverse, tal vez piensa que voy comer en este preciso instante, una lástima ya que no tengo hambre. Supongo que por el ejercicio del día debería estar famélica, pero tengo unas cosquillas en la pansa que me impiden sentir otra cosa salvo nervios.

—Claro, una vez que te duermas.

—No voy a mirar —le aviso, cruzándome de brazos con la intención de parecer ofendida.

—¿Segura? —respira, inclinándose hacia mí, quitando un mechón húmedo de mi frente para acomodarlo tras la oreja. Pestañeo, intentando recomponerme del impacto. ¿Qué diablos? Esto no es normal. Inmediatamente llevo una mano a mi estómago, ¡Dea-mater, siguen las cosquillas!

—Tanto como si mi vida dependiera de eso —digo, pese a que estoy asintiendo.

—Muy bien —suspira con expresión afligida—. Supongo que teniendo en cuenta tu situación, no tengo que temer que abuses de mí.

Dejé de comprender lo que decía desde que utilizó la palabra “situación”. Cuando noto que se lleva una mano a su camiseta, rápidamente me doy la vuelta, incluso si somos especies distintas, no parece correcto mirar, quiero decir, no me gustaría que él lo hiciera conmigo, así que supongo que eso lo explica.

«Lo que se siembra se cosecha»

Me arrodillo sobre la alfombra, otra vez transformada en una sencilla cama. Irah la hizo a la perfección, tiene sabanas, frazadas e incluso un par de cojines para fines más prácticos que decorativos. Una versión mejorada de la improvisada cama en la que desperté, tiempo atrás, después del ataque de ese hombre.

El sonido de la ropa húmeda cayendo como trapo contra el suelo, atrapa mi atención; es su camiseta, deduzco, porque le sigue el retintín de un cierre y de nuevo, percibo el murmullo de la fricción del pantalón contra su piel, luego un eco seco cuando éste cae el piso. Se me calientan las mejillas. ¡Maldición! realmente debo haber pescado una enfermedad o algo así.

Comienzo a mover ambas manos, intentando refrescarme la cara, a estas alturas me he dado por vencida con el secado de mi cabello, sin embargo, lo último que necesito ahora es acatarrarme, Emil me necesita sana y

fuerte.

—Muy bien. Ya estoy listo, puedes girarte.

—¿Qué? —tiene que estar loco, no hay otra explicación. Me meto en el intento de cama y me cubro hasta la

cabeza—. No pensaba girarme —digo, una vez que estoy segura bajo las frazadas.

—¿Qué clase de respuesta es esa?

—¡La que se merece cuando lanza cosas como esa así de repente!

Me gustaría ser capaz de poner esas miradas crueles que nos daba Liese, a pesar de ese rostro infantil, tenía

los ojos de un demonio.

Rayos, otro escalofrío, alejo de mi cabeza la imagen de mi profesora de Religión y me concentro en el cojín que se hunde a mi lado. Él no puede dormir acá, aunque técnicamente es su cama, pero aún así. Oh, por favor, ni siquiera es un hombre, no es como si fuera a comerme o algo así.

—¿Roncas? —me quedo quieta mientras lo siento acomodarse junto a mí, suelto un suspiro de alivio cuando descubro que se ha quedado encima de las sábanas—. ¿Aya? —comienza a sacudirme, intentando destaparme—. ¿Sigues viva, verdad?

—¡Estoy bien! —digo enojada, acomodándome el pelo aún mojado.

—No, no lo estás, sécate esa mata. Y tranquila —añade, al ver que no me muevo—. Esperaré a que termines para apagar la luz, no eres la única que tiene sueño.

—Lo tengo muy largo, tardaré horas. Mejor présteme una tijera, nos haré un favor a los dos.

—No seas dramática. Cargué contigo tres kilómetros, creo que puedo aguantar un poco más.

El remordimiento viene otra vez, recordándome que aún no me he disculpado. «Le has dicho gracias». Sí, pero no es lo mismo que ofrecer disculpas. Me siento confundida, la situación me incomoda y ni siquiera entiendo bien el porqué.

—Y si se duerme…

—Me despiertas y ya, fin del asunto.

—No puedo —musito, perdiendo mis últimas reservas de esperanza—, me olvidará.

Él me mira por encima del hombro, con la barba crecida y el pelo alborotado. Sus ojos acaramelados me sonríen con ternura, desvío la vista para no pensar cosas que no son, no es saludable. Es lástima y ya está.

Nada más que eso, lástima.

—No, no lo haré.

—Si lo hará, cuando el reloj da las doce, todos los cerebros se formatean y…

Me callo cuando Irah me muestra mi reloj, ni siquiera noté cuando lo sacó de mi mochila.

—Son las una de la madrugada ¿ves? —dice ofreciéndome el reloj, olvido mis reservas y me inclino a mirarlo, en efecto, son las una pasada en quince minutos. ¡Virgen querida!

—Es porque no has dormido… Sí, debe ser eso.

—¿No crees que ya hubiera comenzado a convulsionar? —Por supuesto que lo he pensado, pero me estoy

quedando sin excusas, no puede ser real, no podemos ser…

—Iguales —le oigo a decir.

—¿Perdón?

—Dije que somos iguales, que no eres la única que puede recordar —me mira fascinado mientras habla y francamente no entiendo porqué, no hay nada de fascinante en ser un bicho raro.

—¿De dónde saca que puedo recordar? —mi tono es una oda a la calma, incluso logro sonar divertida—.

Justo como me temía. Señor gato, está un poquito chiflado ¿verdad?

Irah levanta una ceja, su cabello se ha secado y ha vuelto a lucir rubio, combina perfecto con sus enigmáticos ojos del color de la miel.

—Pequeña, estuviste dos noches durmiendo en mi cama —me recuerda desviando la vista a la alfombra donde estamos recostados ahora—, sin mencionar que pasaste la mitad del día inconsciente ¡Ops! Lo siento, acabo de mencionarlo. En fin, creo que tengo razones de sobra para decir que somos iguales.

Mi boca cae abierta, he sido pillada ¿se puede ser más estúpida? Para colmo de males, en ese preciso momento Irah lleva su mano a mi mandíbula, la acaricia con dulzura y me invita a cerrarla. Maldición, qué vergüenza.

—Mira, estoy exhausto, qué te parece si te das prisa con el pelo y a cambio, yo mañana te muestro La Große, o La Gran Torre, como quieras llamarla.

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