—Vale y ¿qué fue eso tan importante que averiguó?
—Toda esa historia de tú salvando a tu amiga fue muy conmovedora, pero olvidaste mencionar un detalle.
—Y qué sería, tiene que ser de lo más importante para que haga todo ese teatro de deambular por la cabaña y pararse pensativo frente a la ventana. En todo caso, se le da muy bien, podría ser actor.
Un atisbo de sonrisa tira se la esquina derecha de su boca, es curioso como ese simple gesto logra que mi cuerpo entero hormigueé, mientras espero que el efecto pase, me pregunto si aún estoy bajo los efectos de la medicina.
—Gracias por el cumplido, la verdad es que me lo he planteado, pero me gustan más las computadoras, así que paso. Sí sabes lo que son ¿verdad?
—Por supuesto —miento—, las hay por miles en La Grata.
—¿No me digas? ¿Y qué te parecen?
La curvatura de entre mis dedos comienza a picar igual que mis palmas, las que también, están húmedas.
Deseo secarlas en los costados de mis pantaloncillos cortos, pero temo que el gato note lo nerviosa que estoy, en cambio me las paso por el pelo simulando unas ganas irresistibles de desarmar mi trenza, lo que me ayuda a desviar la vista de su boca y la media sonrisa que baila en ella, porque por mucho que me moleste admitirlo, el efecto de las hormigas trotadoras moviéndose por mi cuerpo, no se pasa.
Mientras lo hago, el felino se queda callado, aumentando mi estado de nerviosismo. Para tratar de salvar la situación y no quedar como una idiota digo:
—Hermosas.
—Desde luego que lo es —añade él, pero por el tono de su voz, no parece que hable de la computadora, alzo la vista y lo pillo mirándome, sus enigmáticos ojos color caramelo parecen quemar cada sitio donde los dirige.
«Esto no es normal», me grita mi conciencia, todos mis instintos intentan advertirme algo, pero soy estúpida. Después de todo, tengo un cerebro defectuoso, así que no me sorprende cuando lo observo acentuar aún más la mueca de su boca y enarcar una ceja.
—¿Y qué me dices de su sabor?
—¿Ah?
—Las computadoras, antes dijiste que te parecían hermosas. ¿Piensas lo mismo de su sabor?
«Ah, con que se comen», bueno eso está difícil. Podría tratarse de algo dulce o salado, peor aún amargo ¡o ácido!
¡Diosa querida, qué difícil! Al final, decanto por lo más fácil.
—No, sólo me gusta su apariencia, por lo general paso de ellas —luego, en un arranque de inspiración, añado—. No me gusta su sabor.
Él se lleva la mano a la boca y apoya la cabeza en la pared junto a la ventana, uno de los rayos del sol da justo en su perfil y es, bueno, es algo difícil de describir. Teniéndolo así de cerca y con actitud mil veces diferente a nuestro primer encuentro, soy capaz de apreciar cosas que antes no notaba, por ejemplo su cabello, es claro, aunque varios tonos por debajo del de Emil, también más corto que el de ella, mucho más corto.
Bajo su ojo derecho, sobre su pómulo tiene un lunar. Por irónico que parezca, me resulta atractivo, supongo que es hermoso… a su manera, quiero decir, para tratarse de un gato.
Sacudo mi cabeza, otra vez enojada conmigo y estos pensamientos irracionales. Noto que Irah sigue apoyado en la pared, un par de arruguitas se forman en los contornos de sus ojos y es ahí cuando me doy cuenta de que se está riendo, Irah se está burlando de mí.
¡El muy bastardo!
Mientras ese gato roñoso intenta recobrar la respiración perdida de tanto reír, me apresuro hasta la alfombra donde pasé las últimas dos noches y tomo la almohada. Es bueno que la cabaña tenga forma de L, y mi improvisada habitación está ubicada en un punto ciego para Irah. Imposible que pueda ver lo que planeo, de todos modos no lo notaría, aún sigue muy ocupado mirando por la ventana.
—¿Qué demonios? —suelta él, pero ya es tarde y le he dado un golpe con todas mis fuerzas. Por ley general, no me considero una persona violenta y en el fondo, sé que un almohadón no hará gran daño, pero ayuda a botar algo de tensión acumulada y de bono, sirve para desquitarme.
—No le gustó burlarse.
—¡Alto! —pide llevándose ambas manos a la cara—. No fue mi intención ofenderte.
—Sí claro
—Lo juro —dice entre risas, justo cuando le atizo otro golpe con el almohadón—, pero es que esa computadora tenía un sabor tan rico.
A estas alturas, no es un misterio para mí que las computadoras no son comestibles, de cualquier modo, el que sepa un poco más no le da derecho a burlarse de mí.
Sólo para que quede claro, le doy un último golpe y me regreso a la mesa.
—Las computadoras son una especie de televisión, pero con cerebro —me explica sacudiéndose el cabello con una mano y sobándose la mejilla cubierta de vellos con la otra.
¡Dea-mater, le he dejado la cara roja!
—Por favor dime que tienen televisores en La Grata —pide, acercándose a mí y luciendo francamente preocupado.
—Los tenemos —le digo—. Sólo que no se nos permite usarlos.
Él abre sus ojos consternado, pero no dice nada, en cambio me regala una mirada capaz de congelar al sol y se encarama en la pequeña mesa. Debido a la posición en que estamos, yo en la silla, Irah en la mesa, frente a frente, procuro distraerme y empiezo a observar la superficie rayada de la mesa.
—¿Sabes? todo esto empezó por tu culpa, con esos consejos acerca de que lo mío era la actuación.
—Lo dije sincera, se le da muy bien poner esa mirada profunda. Bastante dramático.
—¿Cómo puedes saber siquiera lo que es la actuación si no tienen televisores?
—Los tenemos, sólo que no se nos permite ver cualquier cosa, lo mismo con los libros. Además, le informo que existe algo llamado teatro.
—Déjame adivinar: Mujercitas. A puesto a que eras March, olvídalo, demasiado agresivo, ¿Eras Jo verdad?
—Sabe una cosa, realmente no es gracioso, mejor dedíquese a la actuación, el humor no es lo suyo. Y no, no he tenido el gusto de ver esa obra.
—Es una novela.
—Pues no lo he tenido. Pero, por como lo pinta, esa Jo podría ser bastante fuerte. ¿No será, señor gato que se siente intimidado por el hecho de que una mujer sea capaz de doblegar su carácter?
—De eso nada. Oye, no me cambies el tema, y antes no estaba mirando la ventana, estaba buscando en los alrededores por si venía alguien.
—¿Alguien? ¿Quién podría venir al bosque? Todo el mundo sabe que está repleto de criaturas salvajes.
—Todo el mundo dentro de La Grata, querrás decir. De dónde vengo, un montón de gente estaría más que feliz de poder pasar un tiempo en calma, a diferencia de ti, que pareces estar pasándotelo en grande observando las rayas de mi mesa. ¿Quieres una calculadora para sumarlas?
Niego, todavía sin mirarlo.
—Bueno, tengo que decirlo: no eres lo que esperaba. Cuando decidí tener un fin de semana al aire libre no hablaba de embarcarme en un rescate con una linda jovencita, pero ya que estamos en ello, no me parece cortés bajarme del barco.
—¿Cree que soy linda? —sin poder evitarlo, alzo mi vista. Qué absurdo que la opinión de un animal me importe tanto. Tal vez se deba a que por primera vez conozco a alguien objetivo, exento del temor de ser regañado por una de las hermanas.
—Eso es lo que dije ¿no? Bueno, ahora hay que trazar un plan. ¿Tienes alguna idea de dónde podrá estar ella?
—La gran torre.
—¿La Große? Tiene sentido —medita mientras rasca la parte trasera de su nuca, es curioso, actuando así luce casi inofensivo, para nada como el héroe que me liberó de esas bestias negras come carne y también de ese hombre… cobra, hombre-cobra—. Supongo que podríamos empezar mañana.
—Antes que todo, ¿a qué se refiere con La Große? y para terminar ¿Mañana? Olvídelo, hay que partir ahora mismo.
—Primero, La Große es el nombre de “La Gran Torre” como tú la llamas. O Der Große Turm para ser exactos y segundo, ¿Tienes al menos idea de la hora que es? o ¿cómo llegar a la torre?, olvida eso. ¿Has pensado que harás en el caso de que te sorprendan?
No me gusta la forma en que me está mirando, es como si disfrutara de mi silencio.
—¿No verdad?
—¿Por qué tengo la sensación de que esto es un interrogatorio? Era usted quién tenía algo que decir.
—Soy un gato, puedo hacer cosas como esas.
Me tomo mi tiempo antes de responder, la piel de mis brazos se eriza y conozco el motivo. En el fondo sé que tiene razón y no tengo otra opción salvo creerle, ya que, en efecto, Irah sí que puede hacer cosas como esas. Después de todo me cuidó por tres días, más increíble aún, no me olvidó. Es desgarrador comprender lo mucho que eso me afecta.
—Mira, voy a ser honesto contigo —dice en voz baja, casi en un susurro y me asombra lo cerca que está. ¿En qué momento inclinó su rostro hasta mí? ¿Tan ensimismada estaba con mi cerebro defectuoso que no fui capaz de oírlo?—. Calma —Me pide, puedo ver que está controlando su tono de voz cuando ladea la cabeza con expresión compasiva, no le creo nada—, siento asustarte, supongo que estabas realmente concentrada.
Todos los músculos de mi cuerpo pesan y las ganas de bostezar se vuelven del tamaño de Orión, así que estiro mi cuerpo para desperezarme. Y así de rápido, lo tengo lejos otra vez.
—Volvamos a lo importante—carraspea—, parece ser que omitiste información vital en tu historia, como por ejemplo de dónde provienes. La Grata, ¿verdad?
—Usted sabía que yo vivía ahí, le dije que pensaban operarme los ojos.
—¡No mencionaste que ahí vivían sólo mujeres! —La cara de Irah cobra un color escarlata mientras sus misteriosos ojos me observan con una ira ciega que parece derretir el caramelo de su iris y se me ocurre que este lugar podría ser tan peligroso como cualquier otro—. Maldición Anaya, pudiste partir por ahí.
¿Por qué actúa así?
Nunca antes le he visto enojado, de un segundo a otro, él pierde el control, salta de la mesa, rozándome con su brazo al alejarse y patea una caja de cartón abandonada en una esquina de la sala, lo hace con tanta fuerza que la envía al otro extremo de la cabaña, cae de lado y un montón de papeles se esparce a nuestros pies.
—¿Tienes idea de los peligros que hay? Eres —me apunta con el índice y su dedo tiembla. Rayos, está muy enojado—. Mierda, yo de verdad creí que me tomabas el pelo cuando me decías «gatito»
—¿Por qué pensaría usted algo así?
—Sólo lo pensé —¿es nerviosismo lo que detecto en su voz?—. Además, no he terminado. Yo hago las preguntas, tú respondes, es bastante fácil.
¿Qué tal si me golpea? ¿Qué sucedería entonces?
—¿Por qué debería responder? No confío en usted —Los músculos de su pecho se contraen y esos globos en sus brazos son una verdadera distracción, mis brazos no son así, definitivamente los suyos son más gruesos, no me gustan—. Quizás tiene razón, puede que tenga miedo. Tal vez sólo debería irme.
—¡Buena idea! —gruñe con la mirada fija en mí—. Total, a quién le importa lo que pueda ocurrirle a una niñita como tú que no sabe cuándo mantener su boca cerrada.
—¡Ni siquiera sé porque se enojó!
—¡Es por tu inocencia! —Me grita y su voz, esa sinfonía cálida a la que absurdamente me había acostumbrado, adquiere un matiz frío, casi tanto como sus ojos, ya no reconozco a la persona frente a mí—. Eres tan malditamente ingenua que no sé qué hacer contigo. No puedo ayudarte si vas por ahí ofreciéndote como carne para buitres.
Cierra la boca y puedo ver un músculo de su mandíbula latir, como si estuviera apretando los dientes con fuerza.
—Tengo cosas más importantes que hacer antes que perder mi tiempo hablando con usted sobre si luzco o no como carne para buitres, muy considerado de su parte—le respondo, en un tono mucho más duro del que pretendo—. Hay alguien afuera sufriendo, ni siquiera sé en qué condiciones se encuentra.
Con un vistazo rápido hacia la alfombra, noto que mi mochila continua en la orilla de la chimenea, el fuego ha cesado, por supuesto, sería un absurdo mantenerlo encendido con ese sol radiante alumbrando afuera.
Sigo trayendo puestos mis pantaloncillos cortos, lo que me tranquiliza, el gato no intentó arroparme por la noche, supongo que por eso era el fuego, para mantenerme caliente.
—Gracias —logro formar una sonrisa a fuerza de voluntad, más que nada por educación, sé que no soy la mejor compañía, e incluso si somos iguales con eso de recordar, no le da derecho a comportarse así.
Él ni siquiera me mira cuando salgo por la puerta, está demasiado ocupado cubriendo ese pecho lleno de curvas y esferas hinchadas que no deseo volver a mirar.
Cierro la puerta tras de mí, luchando contra el nudo de mi garganta. «Date la vuelta», me grita mi consciencia «pídele perdón», pero no puedo hacerlo, no cuando es otro quién cometió la falta. Me he pasado la mayor parte de mi vida aguantando los desaires de otros, soportando su indiferencia, su olvido. ¿Para qué?, para que aparezca un gato que más encima tiene la capacidad de recordarme, y me trate aún peor.
No parece justo, pero entonces, ¿qué en la vida lo es?
Frente a mí se abre un pequeño camino en forma de S, a base de piedras teñidas de blanco, no parece propio de un gato, mejor dicho, no parece propio de Irah, no sé cómo será el resto de su población, pero dudo que se le parezcan.
Los gatos son seres tiernos y de pelaje suave, algo que te provoca abrazar, no arañarlos hasta la muerte y es así como me siento con él en estos momentos.
Mientras me alejo de la cabaña, doy un último brinco fuera de la S y me topo con una cerca blanca que me llega hasta la cintura, es tan hogareño, tan de cuentos que siento mis ojos humedecerse, pero las evito. No soy esa clase de persona, así que me limito a alejarme de la cabaña mientras me aplico bloqueador solar en la carita.
Minutos más tarde, tal vez diez o veinte, no tengo ganas de abrir mi mochila y buscar el reloj, noto que el sol ha ido decreciendo y todo mi entorno parece un lugar distinto, completamente opuesto al bosque que dejé dos noches atrás. Destellos rojos atraviesan las siluetas negras en que se han convertido los árboles, mientras que unas motas doradas dan forma a los bordes de las hojas. Es hermoso y por primera vez en quince años, disfruto del atardecer, porque esta vez no significa olvido, sólo hay paz y belleza, y desearía poder guardar este momento para siempre.
Conforme avanzan las horas, comienzo a pensar que abandonar al gato no fue una buena idea, aunque “abandonar” no es precisamente la palabra correcta, eso implica dejar a alguien, yo no dejé a nadie, porque el gato en cuestión ni siquiera es persona. No lo conozco, sólo es un animal que me ayudó y ya. Asunto zanjado.