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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Sólo tú (13 page)

BOOK: Sólo tú
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—No voy a hacer la selectividad.

—¿Ah, no?

—No.

—¿Y la universidad?

—Prefiero leer libros y aprender por mi cuenta. —Se cruzó de brazos, desafiante—. ¿Por qué el cinco?

—No tenía por qué decirte nada, pero quería que supieras la razón.

—Dígamela. ¿Por qué el cinco?

—Tú ya lo sabes.

—No, no lo sé.

—Puedes pedir una revisión de examen si lo prefieres.

—¿Para qué?

—Es una actitud muy triste, Blasco.

—¿Por qué el cinco? —preguntó por tercera vez.

—Toda esa argumentación tuya, que si Faulkner, que si Steinbeck, que si Hemingway... Y la de los rusos, Dostoievsky, Chéjov, Tolstoi... Extravagante, ¿no crees? Muy barata. ¿No te parece un poco desmedida?

—¿Usted me lo pregunta?

—Sí, yo, ¿por qué?

—¿Usted ha leído a Faulkner o a Chéjov o a Delibes?

José María Buendía se puso rojo.

—No te tolero que te insolentes —la previno.

Quiso morderse la lengua.

No pudo.

—Yo no me insolento. Estamos discutiendo de literatura, eso que usted dice dar pero de lo que no tiene la menor idea por el simple hecho de que no lee nada y lleva anclado en el pasado desde Dios sabe cuándo. Puede que mis argumentaciones no le gusten, pero quizá sea porque no las entiende, o porque en su cuadriculada cabeza no le caben determinadas palabras.

—¡Blasco, cállate!

—Puede obligarme a callar, pero no a no pensar. Y seguiré cuestionándome su derecho a enseñarme y a evaluarme sin...

—¡A Dirección!

—¿Quiere que mantengamos esta discusión académica en Dirección?

—¡No eres más que una insolente, una rebelde sin causa! ¡Tú deberías empezar por cuestionarte qué es la libertad y el compromiso de la vida!

No sabía de dónde sacaba tanto valor. Quizá de todo un curso de tragar y tragar. Tal vez de necesitar estallar, y no acabar marchándose de allí sin que aquel memo supiera quién era ella.

Se echó a reír.

Frívolamente, se echó a reír.

—Vamos a Dirección, sí —dijo convencida—. Me encantará hacer algo más que tragar mierda estos últimos días de infierno. ¿Paso primero por ser una señorita?

 

 

Marcelo Novoa tecleaba algo en su ordenador cuando Rogelio metió la cabeza por el hueco de la puerta, que estaba entornada. No tuvo que decir palabra. El dueño de Discos Karma se dio cuenta de su presencia.

—Pasa, pasa.

Se coló en el despacho sin decir nada, y esperó a que su superior acabara lo que estuviera haciendo. No se sentó, optó por seguir de pie. Bajo la omnipresencia del sordo tecleo contempló los discos de oro y platino colgados por las paredes, los premios, los pósteres, los reconocimientos varios, y en los estantes, los
displays
o motivos promocionales empleados en los últimos años. La mayoría los había ideado él mismo, así que los conocía bien.

Era como mirar Hiroshima cinco minutos antes de que el
Enola Gay
soltara su bomba.

—¿Qué hay, Rogelio? —Marcelo Novoa se reclinó en su butaca apartándose del ordenador.

No se fue por las ramas. No era necesario. Bastante había hecho callando hasta ese momento.

—¿Qué hay de cierto en eso de que nos compra BMG Ariola?

El propietario de Discos Karma no acusó el golpe. Ni un centímetro de su piel pareció recibir el impacto de la sorpresa. La había curtido en años de resistir los embates de tantos y tantos temporales. Tampoco lo traicionó una contracción de la pupila, ni un gesto espasmódico de uno de sus dedos. Nada. Se quedó quieto, inmóvil.

Un puro bronce.

—¿BMG Ariola?

—Sí.

—¿A nosotros?

—Sí.

Alzó las dos manos con las palmas hacia arriba.

—Primera noticia.

Primera mentira.

Rogelio sintió como si alguien con una pala empezara a cavar una fosa bajo sus pies.

—Pues es un rumor que parece fiable.

—¿Y de dónde sale?

—No sé, de la calle. Ya me han llamado un par.

—¿Quiénes?

—Uno de un periódico, otro de una discoteca —mintió él a su vez.

—De verdad, no tengo ni idea.

¿Le decía que lo había oído? ¿Que no era un rumor, sino su propia indiscreción hablando por teléfono, creyendo estar solo, sin saber que todavía quedaba alguien más allí?

—Marcelo...

—¡Coño, Rogelio, que no hay nada! —se enfadó por fin.

—Sabes que no nos beneficia en nada que esto circule ahora, ¿verdad?

—¿Y yo qué quieres que le haga si alguien propaga bulos?

Se quedó mirándolo sin saber muy bien por qué derroteros mover la conversación.

—Vamos, por Dios. —Marcelo Novoa volvió a abrir las manos—. ¿Cuándo no hay rumores en este mundillo? Justo cuando intentamos colocar a un artista nuevo... Esas cosas no son casuales. Puede que sea BMG la que esté lanzando sondas, a ver qué pasa. Si Brainglobalnoise funciona, todas van a querer hincarle el diente.

—¿Cómo van las ventas?

El nuevo gesto fue de malestar. Parte de su rostro se arrugó en una mueca de desagrado.

—Menos de lo que esperábamos a estas alturas.

—O sea que mucho ruido y pocas nueces.

—Algo así. Pero tú sigue, ¿eh? Si generamos el suficiente entusiasmo, las ventas se dispararán.

Le había oído decir que aunque vendieran un millón de copias, la suerte estaba echada. Adiós a Discos Karma.

Adiós a todo.

—Marcelo, no me la juegues —lo previno.

—¿De qué estás hablando? ¿Se puede saber qué te pasa? Llevas unos días que pareces..., no sé, ido.

—Como cierres esto y te largues con la pasta que te den...

—¡Eh, eh! —El propietario de la discográfica se puso en pie de un salto—. Es mi negocio, ¿vale? Haré lo que me dé la gana, cuando me dé la gana y como me dé la gana. —Intentó calmarse a duras penas y acabó apretando los dientes y gritando—: ¡Joder, Rogelio! ¡Joder!

Se miraron como perros enjaulados.

Tres segundos.

Suficientes.

Lo último que vio Rogelio antes de abandonar el despacho fue la mezcla de ira y tristeza que, ahora sí, impulsó el ojo izquierdo de Marcelo Novoa a traicionarlo con un tic.

 

 

La madre de Gonzalo se lo dijo en voz baja, consciente de que era mejor actuar con cautela, y más con la única amiga aparente de su hijo.

—Lleva un par de días muy raro, y apenas si sale de su habitación.

Beatriz detuvo su gesto de llamar a la puerta. Asintió con la cabeza y esperó a que la mujer se retirara del pasillo. Golpeó la madera con los nudillos y aguardó a que él la invitara.

—Soy yo —dijo finalmente para reforzar el gesto.

—Pasa.

Abrió la puerta, se coló dentro y la cerró a su espalda, dejando al resto del mundo del otro lado. Le bastó con echarle un primer vistazo a su amigo para darse cuenta de que no estaba de buen humor. Su aspecto era triste, la sensación de abatimiento, general y visible, sobre todo en su desarreglo personal, y la habitación semejaba un campo de batalla.

—¿Qué te pasa? —se alarmó.

—Nada —quiso parecer fuerte él.

—Anda ya, hombre.

Gonzalo la observó dos o tres segundos. Su cara reflejó un fastidio máximo. Beatriz optó por sentarse en la cama y esperar.

Su amigo acabó rindiéndose.

—Le dije a Carlos que me gustaba.

Imaginaba que era eso, pero optó por seguir callada.

—Me dijo que no era gay, y se enfadó conmigo por insinuarlo, o por que yo creyera que sí, no sé. Luego me pidió que no volviera a hablarle porque... se sentía amenazado.

—¿Amenazado?

—Eso fue lo que dijo, sí.

—¿Y si estás equivocado?

—Lo es, pero aún no lo sabe. Y es más: creo que está luchando contra eso, lo cual es peor. Probablemente piensa que es algo malo, o que «se cura» —remarcó las dos palabras—, o tiene miedo, vergüenza, inseguridad... —Suspiró con un deje de rabia y agregó—: Es gay y me gusta, ¿vale?

Beatriz estaba preparada por si se echaba a llorar, dispuesta a acogerlo en sus brazos, a acunarlo y apoyarlo. Pero no hizo falta. Gonzalo apretó las mandíbulas con rabia, los puños con impotencia, y luego llenó los pulmones de aire y se comió sus propias lágrimas. Acabó lanzando un enorme suspiro.

—Intenta estar cerca, y cuando entienda la verdad...

—Es justo lo que pensaba hacer, pero después de su rechazo...

—¿De verdad te gusta?

—Sí.

—¿Tanto?

—Sí, tanto. ¿Tú nunca has estado enamorada?

—Así no.

—Entonces no lo has estado. Sólo se puede amar de una forma.

La palabra debía de ser «absoluta».

—¿Y ahora qué?

—¿Qué de qué?

—¿Piensas quedarte aquí lamiéndote las heridas?

—He escrito un par de canciones.

—Lo que te faltaba. Canciones de desamor, ¿no?

Gonzalo sostuvo su mirada.

—No te pongas ahora en plan «colega», ¿vale?

—¿Cómo quieres que me ponga si no? ¿Me largo y te dejo, y cuando se te pase ya llamarás? ¿Nos encerramos juntos a llorar nuestras penas? Mira: de entrada, el sábado te vienes conmigo y con Elisabet a Razzmatazz.

—¿A ver qué?

—Brainglobalnoise.

—¿En serio?

—Sí, en serio.

—Pero si los aborreces...

—Uno de la discográfica me ha invitado, y pienso comprobarlo con mis propios ojos... y oídos. Vamos a ir los tres.

—Tu amiga Elisabet está como una cabra. —Se envaró.

—Y tú eres gay, así que estáis empatados.

Gonzalo tardó tres largos segundos en forzar una sonrisa.

Luego la sintió de verdad.

—Eres una cabrona —le dijo.

—Estoy haciendo un cursillo a marchas forzadas. —Pensó en el maldito profesor de lengua—. Así que no me digas que no formamos un buen equipo.

 

 

Rogelio sorteó la cola de turistas que esperaba para entrar en la Casa de los Huesos, o como demonios llamaran los extranjeros al edificio construido por Gaudí a escasos metros de la esquina del Paseo de Gracia con la calle Aragón. La mayoría eran japoneses, pero también los había de otras nacionalidades. Una Babel ya habitual en el centro de Barcelona, con los buses turísticos a tope y la sensación de que se trataba de una invasión en toda regla. Pantalones cortos, camisetas, gafas de sol, las cámaras en ristre, gorras, bolsas, los mapas desplegados en las manos, como si el Ensanche fuera muy complicado de seguir o interpretar...

Un par de chicas muy rubias, muy ligeras de ropa, muy sensuales, lo observaron y comentaron algo entre sí. Luego rieron.

La más alta incluso le guiñó un ojo.

Volvió la cabeza y continuó caminando.

Se encontró con un insólito vendedor del top manta cerca de la siguiente esquina, bajando por el lado derecho del Paseo de Gracia. Vendía películas. Los más recientes estrenos preveraniegos estaban a disposición de cualquiera en DVD, y a un precio de risa. El hombre negro que los vendía estaba cómodamente sentado en el suelo, con absoluta impunidad. Probablemente tenía un socio en guardia, para alertarlo en el caso improbable de que apareciera la policía, algún
mosso d'esquadra
celoso de su trabajo.

Miró a su alrededor y lo localizó.

Él sí tenía ojos en la nuca, porque lo miró de inmediato, decidiendo si era peligroso o no.

Rogelio no se detuvo.

Cruzó la calle Consell de Cent y llegó a la siguiente acera.

Otro top manta.

Y éste, de discos.

No quería mirar, pero lo hizo. No quería sentir la ebullición de la sangre, pero la sintió. No quería perder la cabeza, sobre todo porque llevaba ya todos aquellos días deseando golpear a alguien, pero la perdió.

Todo de golpe.

Muy rápido.

El disco de Brainglobalnoise estaba en el centro, muy visible gracias a su impactante portada. Lo flanqueaban otros varios CD de moda, lo último, lo más vendido, lo más deseado por la gente. De hecho, un par de chicos estaban estudiando el contenido de la manta en ese momento, hablando entre sí. El vendedor, otro hombre negro, más joven que los anteriores, con la huella de la travesía del Estrecho todavía prendida de sus ojos rojizos, esperaba la decisión de los dos chicos.

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