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Authors: Lissa Price

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Starters (23 page)

BOOK: Starters
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Antes de que pudiera pensar más sobre ello, el teléfono sonó. Me metí en el coche y cerré las puertas. Era Madison. Me había dejado un mensaje para que pasara por su casa y recogiera las cosas que me había dejado el día anterior. Helena dio el visto bueno a que lo hiciera, siempre y cuando me diera prisa. No estaba lejos y llegué en diez minutos.

Apenas había puesto el pie en el porche de Madison cuando abrió la puerta.

—¿Te conozco? —Me miró displicente.

¿Y eso? ¿Había una ender distinta en su interior?

—Por supuesto que me conoces. Amigas de meñique, ¿recuerdas? —Moví mi dedo un par de veces.

—Bueno, podrías haberme engañado. —Se cruzó de brazos—. Pensé que eras la que había desaparecido anoche en una nube humo.

—Lo siento mucho. De verdad.

—He estado imaginando toda clase de cosas horribles, que incluían accidentes y sangre y gigantescas multas por dañar el cuerpo de alquiler.

—Fue una emergencia.

—Lo supuse. Una emergencia de Blake. Anda, entra. —La seguí al interior de su casa.

—Tuve que quedar con él en la ceremonia de entrega de premios a su abuelo. Todo sucedió muy rápido. —Eché un vistazo a la habitación y no vi mi bolsa de viaje.

—Estoy segura. Están en Washington, ¿lo sabías? —Sus ojos centellearon—. Está saliendo en la televisión ahora mismo, con el senador.

—¿Ahora?

—En las noticias de las seis —afirmó Madison.

¿El senador?
La voz de Helena en mi cabeza sonó estridente.
Quiero verlo
.

Adelanté a Madison en dirección a la sala de juegos.

—Tonta —dijo a mi espalda—, ¿pensaste que sólo te llamaba para que recogieras tus cosas? Sabía que querrías ver esto.

En medio de la sala de juegos de Madison, el senador Harrison llenaba la pantalla holográfica, más grande que en vivo. Un grupo de reporteros estaba en primer plano, bajo el estrado, y la Casa Blanca se veía al fondo.

—Hoy el presidente ha tomado una decisión histórica —dijo Harrison a una hilera de micrófonos—. Como saben, el empleo de menores fue prohibido por la Ley de Protección del Empleo Adulto. Como nuestra población adulta vivía durante más tiempo, necesitaban que se les garantizara que no se verían obligados a abandonar su puesto de trabajo. La decisión, en aquel entonces, fue prohibir que cualquiera menor de diecinueve años trabajara. Después llegó la guerra. Ha pasado más de un año desde que acabó, y muchos de nosotros sentimos que es el momento de impulsar un cambio. Estoy orgulloso de anunciar la Ley de Empleo Juvenil en Circunstancias Especiales, que permitirá a ciertos adolescentes trabajar para un grupo selecto de compañías escogidas. La fase uno se dirigirá a los menores sin reclamar que están internados en las instituciones. La primera compañía será Destinos de Plenitud, en la costa Oeste. Al hacer esto, daremos sentido a las vidas sin objetivos de innumerables menores.

Así que Helena tenía razón. Nos encontrábamos todos en un gran problema.

Cuando el senador concluyó su declaración y empezó a contestar las preguntas de los periodistas, la cámara se movió y me di cuenta de que Blake estaba junto a él.

De inmediato mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿Qué sabía de mí? ¿Le había dicho su abuelo que no era quien aparentaba ser? Y si el senador Harrison estaba haciendo negocios con Plenitud, ¿sabía que no era una cliente habitual sino una donante atrapada mentalmente con su arrendataria?

¿Me odiaba Blake? Recorrí su cara como si de ese modo pudiera obtener la respuesta.

Entonces me di cuenta: el alfiler de su corbata era la ballena que adornaba mi zapato. La había quitado del zapato que se me había caído en el Centro de Música y la estaba usando como alfiler de corbata. Eso quería decir que supiera lo que supiese —o lo que no supiese—, no estaba enfadado conmigo.

Debía de gustarle, para hacer algo así. Me desplacé hacia su espacio holográfico, pero ya no estaba allí, había sido reemplazado por un periodista que estaba hablando directamente a la cámara. No importaba. Aún estaba disfrutando del recuerdo de su cara y su gesto simbólico.

—¿No es fuerte? —dijo Madison—. Plenitud va a ser la primera compañía en alquilar. Bueno, al menos ahora será oficial. Quizá no tendremos que ser tan reservados.

—¿Tú crees? —Capté una luz azul centelleante en la esquina de la pantalla holográfica. Debajo aparecía el número 67—. ¿Qué es esa luz azul? —pregunté.

—EEP. Emisión especial privada. Uno de los muchos servicios a los que estoy suscrita. Puedo mirarlo más tarde. —Se levantó y miró a la pantalla holográfica.

«Sesenta y siete. Le habla Destinos de Plenitud.» —El banco de cuerpos.

—¿Justo después de que Harrison los mencionara? —Arrugó la nariz—. Qué raro.

—No es ninguna coincidencia. Enciéndelo.

Madison pulsó el icono en el aire. Un faldón informativo cruzó rápidamente la pantalla: «En espera de un anuncio especial de Destinos de Plenitud».

La pantalla mostraba un estudio vacío con columnas de mármol al fondo.

—¿Quién más está viendo esto? —pregunté.

—Sólo los suscriptores Titanio Premium de Plenitud.

—¿Cuántos sois?

—No lo sé. —Se encogió de hombros y se sentó en el sofá—. La mayoría son como tú. Suscriptores Plata, ¿verdad?

—Sí —asentí—. Plata.

—Shhh. —Se sentó encima de su pierna doblada y entonces agitó la mano—. Va a empezar.

Tinnenbaum entró en el plano por la izquierda, con su pose de presentador de televisión. Desde la derecha del plano, entró Doris sonriendo.

—Hola, amigos —dijo Tinnenbaum dirigiéndose a la cámara—. Gracias por dejarnos entrar en vuestras casas.

—Estamos encantados de estar aquí —continuó Doris.

—Éste es un anuncio especial exclusivo para nuestros suscriptores Titanio Premium, privado y confidencial para vosotros —declaró Tinnenbaum.

—Así que si hay otras personas en la sala, quizá queráis ver esto más tarde —continuó Doris.

Madison y yo intercambiamos una mirada. Esto parecía importante.

Tinnenbaum y Doris se sonrieron el uno al otro, haciendo una pausa para dejar que la gente apagara el programa si era necesario. Después, Tinnebaum hizo un gesto de asentimiento a alguien que estaba detrás de la cámara, como indicándole que siguiera.

—Tenemos una sorpresa especial para vosotros —anunció—. El presidente de Destinos de Plenitud está aquí para hacer un anuncio importante.

—Nunca lo había visto antes. —Madison se irguió en el asiento.

Es él, Callie.
Los pensamientos de Helena resonaron en mi cabeza.
El Viejo en persona
.

Clavé mis ojos en la pantalla holográfica. La imagen pasó a otra cámara. En algún otro lugar, posiblemente en una localización completamente distinta, la cámara se acercó a una cabina sumida en la penumbra con varias ventanas. Estaba erigida sobre una plataforma. Dentro se veía la silueta, en un plano parcial, de un hombre.

—Parece que no vamos a verlo —dije.

La cámara se acercó, enmarcándolo de los hombros para arriba. Las luces de la cabina se encendieron, pero el rostro que vimos no era el de un ender de ciento cincuenta años. En su lugar, había un extraño brillo electrónico, como si miles de píxeles se deslizaran por su cara. Había partes de ella que parecían tener los rasgos de una mujer, otras, los de un hombre; algunos trozos eran jóvenes, otros viejos.

Todos estaban en perpetuo movimiento, corriendo y persiguiéndose unos a otros.

El efecto era inquietante, pero no podía apartar los ojos de él. Nunca antes había visto esta técnica.

—Gracias, Chad y Doris. —La voz del Viejo también estaba distorsionada electrónicamente, y tenía una cualidad que sólo podía describir como de metal líquido.

Tonos fluidos con un toque metálico.

—A mis leales suscriptores Titanio Premium: sois los clientes especiales que nos habéis apoyado desde el principio. Queremos que seáis los primeros en conocer nuestro servicio más novedoso. En primer lugar, vamos a ampliar nuestra línea de productos para que nuestro inventario de tipos corporales incluya más nacionalidades para satisfacer vuestras fantasías de juventud específicas.

—Oh, eso será divertido —comentó Madison—. Me encantaría probar con una china.

Quería vomitar. Madison hacía que toda una nacionalidad sonara tan trivial como la elección de un plato de menú.

La cara del Viejo siguió metamorfoseándose y brillando, como si llevara una máscara 3-D. Podía distinguir la forma de sus rasgos por debajo, pero sólo podía imaginar su aspecto real. La cámara se aproximó más a él.

—Pero lo más importante, el avance más revolucionario, va a estar disponible mucho antes de lo que nunca llegamos a imaginar. —Hizo una pausa para captar toda nuestra atención—: La permanencia.

Madison emitió un grito ahogado y se llevó la mano a la boca.

—En vez de arrendatarios podréis convertiros en propietarios —anunció triunfalmente el Viejo.

¡No!

Era Helena gritando. En mi cabeza.

—Podéis escoger un cuerpo, junto con un conjunto de habilidades especializadas, y mantener ese cuerpo durante el resto de vuestra vida —continuó el Viejo—. A todos los efectos os convertiréis en esa nueva y vibrante persona. Podréis construir relaciones duraderas. Vivir la fantasía para siempre.

Mi corazón palpitaba tan fuerte que podía oír sus latidos en los tímpanos.

—Mientras progresamos con los avances para prolongar la vida, vuestra experiencia se expandirá. Ya podréis mantener vuestro cuerpo de nacimiento en esa silla hasta los doscientos años. Pronto serán doscientos cincuenta. A uno de mis empleados le gusta decir: «Doscientos cincuenta es el nuevo cien».

Un rápido cambio de plano hacia Tinnenbaum y Doris, quienes miraban hacia abajo, como si estuvieran viendo al Viejo en un monitor. Rieron educadamente antes de que la cámara volviera a enfocar al Viejo.

—Podéis disfrutar los mejores años de la vida mientras ese nuevo cuerpo madura espléndidamente y llega a los veinte y a los treinta y más allá —prosiguió el Viejo—. En Destinos de Plenitud, nuestras visiones para vosotros son infinitas.

Las luces se fundieron a negro en la cabina y la cámara volvió a enfocar a Tinnenbaum y a Doris.

—Como siempre, mantendremos las más estrictas reglas de privacidad —aseguró Tinnenbaum—. Y os pedimos lo mismo. Mientras planificamos la expansión de nuestro inventario, abrimos la lista de espera interna de suscriptores Titanio que están ansiosos por lanzarse a la piscina y probar el agua.

—Tú puedes ser uno de ellos, así que no lo dudes —sonrió Doris—. Ven cuanto antes para hablar de las posibilidades de tu futuro permanentemente joven.

Las imágenes se difuminaron y dejaron paso a una pantalla en negro con una retahíla infinita de advertencias y avisos, junto con una voz femenina sobrepuesta leyendo la lista tan rápido que casi era cómico.

—¿Te lo puedes creer? —Madison quitó el sonido.

—No. —Mi pecho se contrajo, como si un puño lo oprimiera en el interior.

—No puedo esperar. —Se le iluminaron los ojos—. Ese hombre es un visionario.

—¿Qué estás diciendo? ¿Que lo harías? —Me levanté del sofá de un salto.

—¿Por qué no? Por supuesto es diferente probar distintos cuerpos, pero en vez de todo este ir adelante y atrás, dentro y fuera, sería agradable establecerse en uno y acabar con ello.

—Escúchate, Madison. No es como escoger un vestido nuevo, o un coche o una casa. Se trata de personas. Adolescentes que viven, que respiran y que tienen todas sus vidas por delante. Pero no será así si se las robas.

Hizo un mohín.

—¿Realmente quieres estar en el cuerpo de otra persona el resto de tu vida?

Guardó silencio durante un momento.

—Cuando hice mi primer alquiler, y estuve en aquel cuerpo joven, me sentí como si volviera a estar en casa. Más yo misma, como solía ser, sana, en forma y ágil. ¿No te sientes igual?

—No. Yo no. —Me crucé de brazos—. Esto es sólo un divertimento temporal.

Pero si tú o yo estamos permanentemente en el cuerpo de otra persona, significa que la chica nunca tendrá un descanso. No es lo mismo que estar fuera un mes y volver para el resto de su vida. Nunca sabrá lo que es ir a la universidad, enamorarse, casarse, tener hijos. Tú puede que tengas estas experiencias de nuevo, pero ella no las tendrá. Su cerebro estará dormido para siempre.

—Oh, querida. —Se recostó en el sofá—. Eso suena horriblemente inhumano.

—Les estás robando lo más precioso: sus vidas. —Miré a mi alrededor y divisé la bolsa de viaje junto a la pared.

—Dicho así… suena como a secuestro.

—Es peor que eso. —Recogí mi bolsa—. Es asesinato.

Capítulo 19

Estaba tan enfadada que apenas podía pensar. Metí mi bolsa de viaje en el coche, salí del camino de acceso de la casa de Madison y después aparqué en la calle, donde no pudiera verme. Ya estaba oscuro, eran las ocho y media de la noche. Me quedé allí sentada, con las puertas cerradas; mi coche estaba aparcado cerca de los setos que separaban su finca de la siguiente.

—Tenías razón, Helena. Sobre Harrison. Antes no te creí, pero todo es verdad. —Apoyé la cabeza contra el reposacabezas de cuero.

Es aún peor de lo que pensaba.

—Tratándonos como si fuésemos una propiedad. Esclavos. No es culpa nuestra, es todo por culpa de esa estúpida guerra que nunca quisimos.

Tienes razón.

—He visto lo que hacen con los cuerpos alquilados. Lo llaman «darse una vuelta de prestado». Saltan de puentes, hacen acrobacias estúpidas. Tratan mejor a sus coches que a nosotros. Y tu pobre Emma… —Suspiré y me tapé la boca con la mano cuando se me ocurrió una nueva posibilidad—. Helena. Quizá Emma no esté muerta.

¿Qué… estás diciendo?

Miré por el parabrisas de mi coche aparcado. La luz de la calle proyectaba profundas sombras, por lo que los arbustos y los árboles parecían hiperreales.

—Quizá —dije lentamente— se hayan apoderado de ella de forma permanente.

Dios mío.

—Deben de haberlo probado antes de anunciarlo a sus suscriptores. Podría estar viva. Quizá ésta es la explicación de los chicos desaparecidos.

Oh, Callie, si sólo…

—Tenías razón, Helena. Harrison ha de ser muy mala persona para hacerles esto a los menores sin reclamar. Y el Viejo, que está detrás de todo esto, es diez veces peor. Al mirar la pantalla holográfica, su cara oculta, oír su voz mecánica… fue como si una tarántula se deslizara por mi espalda. —Me froté los brazos y me estremecí.

BOOK: Starters
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